Una lucha común para que aumente la fraternidad en toda la sociedad

Comentario de la declaración “Luchar juntos contra el antisemitismo y el antijudaísmo” del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal de Francia (1o de febrero de 2021).

El 1º de febrero de 2021, el Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal de Francia recibió al gran rabino Haïm Korsia y al presidente del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), Francis Kalifat, para una sesión de trabajo, en el local de la Conferencia Episcopal. Al finalizar, se firmó solemnemente y se entregó una declaración del episcopado francés que expresa un compromiso para luchar contra el antisemitismo y el antijudaísmo.[1]  

Este texto se inscribe en la línea de los documentos sobre las relaciones entre el cristianismo y el judaísmo iniciada, para la Iglesia Católica, por el punto 4 de la declaración conciliar Nostra Aetate de 1965. Una línea cuyo hilo conductor es la cita: “(…) los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Romanos 11, 29), única cita escritural en ese texto. Es interesante ver entonces en qué sentido se inscribe esta declaración en una continuidad y marca de una manera original una novedad en el largo camino de una confianza que se establece, de una fraternidad que se encuentra, se construye después de todas las vicisitudes y los dramas de la historia.

Antisemitismo y antijudaísmo

En primer lugar, debemos destacar que el texto se titula: “Luchar juntos contra el antisemitismo y el antijudaísmo será la piedra de toque de toda fraternidad real”. La mención conjunta del antisemitismo y del antijudaísmo es importante.

En efecto, estos dos flagelos están vinculados. Se puede debatir y estudiar con justa razón la relación entre estas dos actitudes hacia el pueblo judío, su historia y su tradición. El problema podría resumirse confrontando estas dos posiciones.

Por un lado, una causalidad directa establecida por Jules Isaac, que, para explicar el drama de la Shoá, mostró muy bien cómo “la enseñanza del desprecio” había producido rechazo e indiferencia: “las conciencias estaban a menudo adormecidas”.[2]  Y, peor aún, la existencia de una actitud de hostilidad hacia los judíos en la tradición cristiana. Por supuesto, la historia no permite limitar el origen del antisemitismo al antijudaísmo cristiano. Pero por otro lado, la respuesta resulta muy evasiva cuando se plantea correctamente la pregunta, como en la declaración “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoá” (16 de marzo de 1998): “Pero hay que preguntarse si la persecución del nazismo en relación con los judíos no fue facilitada por los prejuicios antijudíos presentes en las mentes y en los corazones de algunos cristianos. ¿Provocó el sentimiento antijudío una menor sensibilidad en los cristianos, o incluso indiferencia, ante las persecuciones realizadas contra los judíos por el nacionalsocialismo cuando alcanzó el poder?”[3]  

El texto de Nostra Aetate 4 fue muy explícito y claro para cortar las raíces del desarrollo del antijudaísmo. Pero no olvidemos que la frase sobre el antisemitismo decepcionó profundamente a la comunidad judía, y no solamente a ella, ya que el texto decía simplemente: “Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.”
¡Las expresiones “deplora” y “por caridad evangélica” dejaban una impresión ambigua! Muy rápidamente, las siguientes declaraciones condenaron el antisemitismo, en cuanto tal. Por ejemplo, en 1974: “(…) los vínculos espirituales y las relaciones históricas que unen a la Iglesia con el judaísmo condenan como contrarias al espíritu mismo del cristianismo todas las formas de antisemitismo y discriminación, cosa que de por sí la dignidad humana basta para condenar”.[4]  Luego, toda la enseñanza del Magisterio mostró una constancia en esa condena y ese compromiso para la lucha. Pero no es este el lugar para repasar toda la historia.

Aunque se sitúa en esa continuidad, la primera originalidad de ese texto es su título, que establece el vínculo entre las dos dimensiones de nuestra relación con nuestros hermanos judíos. Seguramente existen todavía en los corazones, las mentes, las tradiciones y los clichés, elementos de antijudaísmo que persisten o resurgen, aun cuando el conjunto de la Iglesia Católica, como lo señaló monseñor Eric de Moulins-Beaufort, está empeñada en valorar el vínculo que nos une, como se puede leer en un documento de 1985 de la Santa Sede: “(…) los judíos y el judaísmo no deberían ocupar un lugar tan solo marginal y ocasional en la catequesis y la predicación. Su presencia indispensable debe ser en ella integrada de manera orgánica.”[5]  El texto de la declaración es explícito: “(…) curarse del antisemitismo y del antijudaísmo es la base indispensable de una verdadera fraternidad a escala universal.[6]

Un texto que compromete en forma colectiva

Hay un segundo punto que merece destacarse: la identidad de los firmantes. Esta declaración fue hecha en nombre del conjunto del episcopado francés. Compromete, “obliga” al conjunto de los obispos, y por lo tanto, a cada uno de ellos. Para darnos cuenta del camino que hemos recorrido y quizá de cómo cambiaron las generaciones, vale la pena recordar las reacciones suscitadas por las “Orientaciones pastorales” de 1973. Ese texto fue publicado por la “Comisión para las Relaciones con el Judaísmo”, antecesora del actual Servicio Nacional para las Relaciones con el Judaísmo de la Iglesia Católica de Francia. La violencia de las reacciones, sobre todo la del cardenal Daniélou en un artículo de Le Figaro,[7]  pero también muchas otras, llevó a aquella Comisión a prometer un comentario para aclarar algunos puntos. Esas protestas se produjeron al mismo tiempo por cuestiones teológicas y por el problema entre Israel y los palestinos. L’Osservatore Romano, a través de una nota del P. Alessandrini, tomó distancia y recordó que solo la Comisión francesa la había firmado.  

Del mismo modo, la declaración de arrepentimiento de Drancy de 1997 no fue firmada por el conjunto del episcopado francés sino por los 16 obispos de las diócesis en las que habían existido campos. Se optó por limitar las firmas para no complicar su elaboración en debates interminables que habrían podido poner en riesgo su publicación. Mons. Louis-Marie Billé, entonces presidente de la Conferencia Episcopal de Francia, reveló que esa declaración había provocado muchas incomprensiones por causa de algunos que no percibían el vínculo entre el cristianismo y el judaísmo, y seguían con la idea de “pueblo deicida”: “(…) observo sobre todo, lamentablemente, que el antisemitismo no ha muerto y que sus argumentos más clásicos, si puedo usar esta palabra, siguen vigentes”.[8]  Por otra parte, es conocido el debate que provocó el proceso de arrepentimiento iniciado por Juan Pablo II en vísperas del Jubileo del año 2000 y cómo debió realizarse todo un trabajo teológico para justificar y explicar ese proceso.[9]  

Por supuesto, nadie puede acusar a la Iglesia de Francia de “quedarse atrás” para involucrarse en el encuentro, en el diálogo con la comunidad judía y sus miembros, y así lo señaló Mons. E. de Moulins-Beaufort en su alocución. Pero un texto que compromete colectivamente al Cuerpo de la Iglesia tiene un peso mayor que la suma de todas las iniciativas individuales, en cualquier nivel que se produzcan. En él se conjugan una opción fundamental que compromete a todos y un trabajo de campo de hombre a hombre, de comunidad a comunidad, que involucra a todos los actores, estén donde estén. En este caso, no se trata solamente de una opción personal o de una sensibilidad individual, sino de un servicio para la puesta en práctica de una decisión común a toda la Iglesia, tomada por el conjunto de sus pastores.

Una declaración madurada y meditada

Tercer punto importante de esta declaración: la circunstancia. Como lo destacó el gran rabino Haïm Korsia en su discurso, ¡justamente no hay una circunstancia específica! Esta declaración, y por lo tanto, este compromiso, no se produce bajo la presión de una actualidad candente, tras un atentado en particular. Se trata de una decisión madurada, meditada en un clima deletéreo e inquietante, sin duda, pero sin una urgencia para reaccionar ante nuevas violencias antisemitas. No es la solidaridad y la compasión frente a un drama particular lo que lleva a la firma de este texto. Es el fruto de un largo recorrido, de una maduración discreta, silenciosa, que permite que las conciencias avancen, que las mentes reflexionen y tomen posición de un modo sereno y fundamentado. A veces, algunos participantes del diálogo se impacientan y critican, pero se necesita tiempo para darle aún más peso al compromiso.

Un doble fundamento: las raíces cristianas y la relación con el pueblo judío actual

El cuarto punto a destacar es la clara afirmación en un pie de igualdad del doble fundamento de este compromiso: las raíces cristianas y la relación con el pueblo judío actual. El vínculo original entre el judaísmo y el cristianismo es una paternidad que nos funda en la fraternidad. Son conocidas las dificultades que presentan ambas imágenes: en un caso, el hijo sucede al padre y trata de matarlo (esto da lugar a la teología de la sustitución) y en el otro, está la disputa fraternal, que también puede llevar al asesinato. Pero las dos deben considerarse juntas: como hijos de un mismo Padre, somos hermanos y debemos construir esa fraternidad. Juan Pablo II[10]  y Benedicto XVI han utilizado las dos imágenes. Existe entonces ese vínculo teológico que une la identidad cristiana con la identidad judía: “La religión judía no nos es ‘extrínseca’ sino que, en cierto modo, es ‘intrínseca’ a nuestra religión”.[11]  A este vínculo se agregan las razones históricas y contemporáneas: la confrontación de nuestras comunidades y su fruto dramático con la persecución singular en sus razones, y su realización industrial y sistemática en la Shoá. El trabajo realizado no se debe a una mala conciencia de la que querríamos librarnos fácilmente, sino a la toma de conciencia de nuestra responsabilidad. Una responsabilidad que compromete el futuro.

Un texto que apunta al futuro

Esta es tal vez la quinta originalidad del texto: la fuerza de su orientación determinada hacia el futuro. Se trata de la construcción de la fraternidad, una fraternidad universal, pero en la que la fraternidad entre judíos y cristianos es un paradigma y debe ser, por lo tanto, ejemplar. Yo interpretaría esta declaración como la respuesta a la declaración del 23 de noviembre de 2015 de la comunidad judía, que le entregó el gran rabino Haïm Korsia al cardenal André Vingt-Trois. En efecto, el texto pudo haberse limitado a ser una condena más fuerte, más solemne, más circunscripta con respecto al antisemitismo y al antijudaísmo, en nombre de la dignidad humana y de la lucha contra el racismo. Pero hay como un eco de la invitación formulada en aquel momento: “(…) el jubileo que se inaugura nos compele a trabajar juntos en la construcción de la fraternidad universal y en la realización de una ética común, válida para todo el mundo”.[12]

Como lo puso de relieve Francis Kalifat al presentar la lista de los nombres de las 12 víctimas de estos últimos veinte años (https://www.jcrelations.net/es/article/el-antisemitismo-nunca-se-detiene-en-los-judios.html), el antisemitismo no pertenece al orden de los debates, de las ideas: ¡es una actitud que mata! ¡Destruye vidas, familias, una comunidad! ¡Genera angustia, un sentimiento que atormenta día tras día! Provoca también, como respuesta, una actitud de compasión y empatía, de proximidad y compromiso. No se trata entonces solamente de condenar y luchar: se trata de amar a nuestros hermanos judíos. Y en una forma muy concreta. Algunos lo hicieron en el transcurso de la historia poniendo en peligro su propia vida. Ellos deben ser los ejemplos en la construcción de esa fraternidad.

De modo que esta declaración no es solo una condena y un compromiso para luchar contra un mal. Se podría hacer una antología de todas esas condenas durante los últimos 50 años, incluyendo la del Santo Oficio de 1928, que apenas fue escuchada. Hoy, el “mandamiento” es positivo. No se trata de una simple no-violencia, de una simple protección, de una simple coexistencia. Se trata de ser hermanos. El papa Francisco lo proclamó en una audiencia de los miércoles: “Esto no es ni humano, ni cristiano: ¡los judíos son hermanos nuestros!”. Había introducido estas palabras diciendo antes: “(…) El pueblo judío ha sufrido tanto en la historia: ha sido expulsado, perseguido... Y en el siglo pasado, hemos visto tantas cosas, tantas brutalidades cometidas contra el pueblo judío, y todos estábamos convencidos de que eso se había terminado. Pero hoy, empieza a renacer aquí y allí la costumbre de perseguir a los judíos”.[13]  

Esta declaración se inscribe en la línea del desarrollo del pensamiento sobre nuestra nueva relación con el judaísmo, pero también, más ampliamente, en la puesta en práctica de las Orientaciones del papa Francisco sobre la fraternidad, desarrolladas en la encíclica “Fratelli tutti”. Este llamado se ubica igualmente en la continuación de la exhortación papal a luchar contra la indiferencia,[14]  ese mal perverso, insidioso y mortal.

Una palabra que se dirige a todos

La declaración finaliza con una apertura hacia el conjunto de la sociedad. La Iglesia tiene una palabra, y una palabra de vida para darles a todos los hombres, para cada integrante de la sociedad actual. Se dirige a todos, porque está en juego la vida de todos nosotros. Porque como dijo el presidente Macron en Jerusalén en enero de 2020: “(...) siempre, en nuestras historias, (el antisemitismo) precedió al derrumbe, expresó nuestra debilidad, la debilidad de las democracias”.[15]   Francis Kalifat lo repitió también: “Porque como muchas veces en la historia, aunque el antisemitismo empieza con los judíos, nunca se detiene en los judíos”. Por lo tanto, no se trata solo de una cuestión entre judíos y cristianos: se trata de toda nuestra vida en sociedad. Los cristianos deben ser el fermento de esta lucha para que aumente la fraternidad en toda la sociedad.

Para concluir, debo mencionar la circunstancia de una fecha que seguramente pasó inadvertida para los organizadores de este evento: se realiza en vísperas del 40º  aniversario del nombramiento de Jean Marie-Aaron Lustiger como arzobispo de París. Este es sin duda un fruto que él habría celebrado.

Abu Gosh, 8 de febrero de 2021

[1] Conferencia Episcopal de Francia, “Luchar juntos contra el antisemitismo y el antijudaísmo será la piedra de toque de toda fraternidad real” (1o de febrero de 2021). Cf. https://www.jcrelations.net/es/statements/statement/la-lucha-contra-el-antisemitismo-debe-ser-asunto-de-todos.html
[2] Declaración de arrepentimiento de Drancy (30 de septiembre de 1997).
[3] “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoá” (1998).
[4] “Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la declaración conciliar Nostra Aetate” (1974).
[5] “Notas para una correcta presentación de los judíos y del judaísmo en la predicación y la catequesis de la Iglesia Católica” (1985).
[6] “Luchar juntos contra el antisemitismo”.
[7] Card. Jean Danielou, “L’Église devant le Judaïsme”, Le Figaro, 28-29 de abril de 1973.
[8] Declaración de Mons. Billé en la apertura de la Asamblea Plenaria de noviembre de 1997 (Lourdes), citada por Menahem Macina, Les frères retrouvés, de l’hostilité chrétienne à l’égard des juifs à la reconnaissance de la vocation d’Israël (París, L’œuvre, 2011) p. 131-132.
[9] Comisión Teológica Internacional : “Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado (2000).
[10] San Juan Pablo II, Discurso en la Sinagoga de Roma (1986).
[11] San Juan Pablo II, Discurso en la Sinagoga de Roma (1986).
[12] “Déclaration pour le Jubilé de Fraternité à venir” (23 de noviembre de 2015), Compendium, p. 205.
[13] Audiencia general del miércoles 13 de noviembre de 2019.
[14] Especialmente: “La indiferencia es un virus altamente contagioso en nuestros tiempos, en los que estamos más conectados que nunca con los demás, pero cada vez menos atentos a los otros”. Discurso ante la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), 29 de enero de 2018.
[15] Discurso en Yad Vashem (23 de enero de 2020).

Editorial remarks

Louis-Marie Coudray O.S.B. es consultor de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones con el Judaísmo. Fue el responsable de las relaciones con el judaísmo en la Conferencia Episcopal de Francia entre 2016 y 2019. Es el Superior ad nutum de la Abadía Santa María de la Resurrección, en Abu Gosh.
Traducción del francés: Silvia Kot