Yad Layeled (el Museo del Niño)
como paradigma del principio pedagógico en la enseñanza de la Shoá

Ante una idea abstracta existe la necesidad de presentarla de un modo concreto y preciso; es necesario crear un modelo, un arquetipo, un paradigma. Frente a un acontecimiento histórico-sociocultural como la Shoá se crean museos que buscan acercar el tema, representándolo concretamente y tratando de dar una idea de lo que allí pasó.

Yad Layeled (el Museo del Niño)

como paradigma del principio pedagógico en la enseñanza de la Shoá

Nora Gaon

Ante una idea abstracta existe la necesidad de presentarla de un modo concreto y preciso; es necesario crear un modelo, un arquetipo, un paradigma. Frente a un acontecimiento histórico-sociocultural como la Shoá se crean museos que buscan acercar el tema, representándolo concretamente y tratando de dar una idea de lo que allí pasó.

Beit Lojamei HaGuetaot, Casa de los Combatientes de los Guetos, es el mu­seo donde trabajo. Sus fundadores entendieron, ya en abril de 1949 (a cuatro años del fin de la Segunda Guerra Mundial), que hacía falta un lugar donde se pudiera dialogar y formular las preguntas más difíciles. No sólo un lugar de recordación.

Los fundadores, todos sobrevivientes de la Shoá que llegaron a Israel duran­te los años 1948/49, decidieron fundar un kibutz y, a su lado, un museo. Éste sería el primero en Israel que hablase de la Shoá, mucho antes de Yad Vashem.

Yad Layeled (el Museo del Niño), que se fundaría recién en 1995, al lado de Beit Lojamei HaGuetaot, es el resultado de una actitud especial de acercamien­to a este tema.

Beit Lojamei HaGuetaot nos da la posibilidad de dialogar sobre el tema con los adultos. Llegan a nuestro museo diversos grupos: estudiantes, profesores, soldados, policías, etc. Con ellos abrimos el tema de la Shoá y dialogamos, ha­ciendo las preguntas más difíciles.

¿Qué pasa cuando queremos tocar ese mismo tema con los niños? Sabemos que cuando hablamos con chicos debemos adecuar lo que estamos diciendo a ese público con el que estamos dialogando.

Por qué hablar de la Shoá con los niños es una pregunta irrelevante. La memoria de la Shoá evolucionó hasta convertirse en parte de nuestra identidad personal y de nuestra identidad como pueblo. Por ser la Shoá parte de nuestras vidas, no hay razón por la cual no tocarla y dejarla de lado.

El tema, con toda su complejidad, es parte de la base educacional. Debemos enseñarlo como un hecho único –acentuando sus connotaciones–, que cambió el futuro del pueblo judío desde el aspecto demográfico y desde el punto de vista de la ruptura del mundo de valores y creencias.

Por otro lado, debemos enseñarlo para desarrollar el humanismo, fomen­tando una relación positiva con el “otro” –no importa quién sea– para poder afrontar la maldad y reconocer la bondad.

Muchas dificultades y preguntas surgen ante el tema de la enseñanza de la Shoá a los niños:

  • La problemática del tema: su extremismo (¿qué hizo que se llegara a tal ex­tremo de odio?) y su complejidad (diversos temas difíciles de tratar: pérdida, destrucción, exterminio, sistematización de la muerte, etc.).
  • ¿Cómo es posible darle un énfasis especial a un tema que es tan diferente a los otros tópicos de estudio?
  • ¿Cómo pueden prevenirse los efectos traumáticos sobre el niño?
  • ¿Existe un mensaje humanístico, o sólo de fuerza?

Los mayores pueden afrontar los “hechos”; a los niños les falta la madurez para entender procesos históricos, con su complejidad.

En los ’70 se empezó a enseñar el tema en los colegios de Israel. Desde en­tonces se presentó el problema de hablar de “los 6 millones”. La solución –en esa época– fue transformarlo en un símbolo: seis velas, seis flores. Yad Vashem, en su rincón de recordación de los niños, sigue utilizando el mismo método: lu­ces que se multiplican por medio de espejos. En los viajes de jóvenes a Polonia, tratan de concretizar la problemática del número pidiéndoles que cuenten de 1 a 6 millones, para darles la pauta de su inmensidad.

Yad Layeled como respuesta a esos cuestionamientos

Yad Layeled, al tratar de afrontar esos problemas, parte desde un punto de vista diferente. No surge de “la necesidad de recordar”, sino que se ubica del otro lado del recuerdo y la perpetuación. No se parte desde el punto de vista de la muerte o la pérdida, sino del de la vida y todo lo que la rodea.

El relato no comienza con lo que no hay, con lo que se perdió, sino con lo que sí hubo: infancia colorida, hogar, familia, etc.

  • Antes que nada, Yad Layeled no es un museo histórico. No se enseña la his­toria de la Shoá, se tratan de entender los procesos humanos que la gente vi­vió, especialmente los niños. Se toman “situaciones históricas” –dentro del contexto– y se busca “abrir” el tema a los niños, para que sientan empatía. No hacen falta conocimientos históricos exactos, sino el entendimiento de lo humano. La relación que llevará a la empatía se crea escuchando y viendo lo que les pasó a niños de su misma edad.
  • Yad Layeled es un museo conceptual. Frente a la pregunta “¿cómo se hace un museo para los niños de la futura generación?”, Yad Layeled decidió narrar un cuento. Todo cuento tiene un comienzo, un desarrollo y un final, también Yad Layeled. Teniendo en cuenta cómo los niños absorben y entien­den la información acerca de la Shoá, existe la necesidad de aclarar concep­tos: “gueto”, “campos de concentración”, “deportación”, etc. Para aclarar estos puntos, el relato no debe ser histórico, no deben abundar los detalles. El relato debe ser acerca de niños; por ejemplo, niños que juntaron fuerzas y lograron sobrevivir, niños que vivieron ese período como una aventura y tomaron el papel de adultos, ayudando a su familia.
  • Yad Layeled es un museo metafórico. ¡La Shoá no es una metáfora, es un he­cho real! Pero frente a niños, los conceptos reales pasan a “ser como”: como el gueto, como el campo de concentración… Recorriendo el museo se llega a un lugar en el cual se ven siluetas de gente deportada; “es como” una de­portación. Sería muy traumático introducir al niño en un lugar que lo haga sentir mal; él es parte del relato, “es como” fue en la Shoá.
  • Yad Layeled es un museo con mensaje humano. El mensaje es muy claro: un individuo puede llegar a tener fuerzas para sobrellevar una situación tan di­fícil como ésa. El niño que recorre el museo, y ve y escucha los relatos de los niños que tuvieron esa fuerza, puede salir diciendo: “Yo también puedo...”.
  • Yad Layeled es un museo que relata un cuento/historia. Pero no una sola, como “Daniel’s story”, en el Museo de Washington. Un millón y medio de niños perecieron en la Shoá y otros tantos quedaron con vida. Por medio de ellos podemos observar –y tratar de entender– qué pasó allí. Escuchando el relato de un niño de su edad –no importa que hoy tenga más de 70 años– o mirando a través de una ventana durante el recorrido, el niño puede llegar a ver cosas que le lleguen más que una clase de historia.
  • Yad Layeled es un museo que relata un cuento a través de su diseño y su arquitectura. Yad Layeled relata a través de su diseño arquitectónico y su texto histórico. Como lo expresa Ran Carmi, el arquitecto de Yad Layeled, “la ar­quitectura, por un lado, y los hechos históricos, por el otro, concebirán este lugar, que es la síntesis entre la forma y el contenido. (...) El acueducto que está ubicado a su lado es un elemento importante, simbolizando el tabique divisorio que tuvieron que pasar los niños cuando bajaron a los abismos. Ba­jando, se escuchan las voces y los hechos”. El arquitecto propone dos reco­rridos a seguir, uno derecho y otro circular, para sintetizar simbólicamente los hechos dramáticos y la arquitectura.

En el edificio hay un cono central, el cual está rodeado por un recorrido de dos vueltas descendentes. El cono está iluminado por luz natural y en él están grabados nombres de niños que murieron en la Shoá. La luz y los nombres acompañan a los visitantes a lo largo de la exposición. La luz une lo que no se puede separar, la realidad del visitante con la de la exposición, tratando de dar un aire de optimismo.

El cono contiene tres salas: la de los vitrales, que abre la exposición; la de Korczak, en el medio; y la de la llama votiva, que la cierra. La idea del recorrido descendente, en forma de espiral, hasta la llama votiva, representa la analogía del tema. El edificio circular, el movimiento circular, el principio y el fin que se tocan uno a otro incluyen a los niños que murieron, a quienes se salvaron y a los niños visitantes. Creo que en el recorrido nos encontramos con los tres niños, que corretean en el mismo momento.

La bajada de la luz a la oscuridad –y en su base, la llama votiva, en recorda­ción de los que perecieron– nos hace volver de la oscuridad nuevamente a la luz. No nos quedamos en las tinieblas del recuerdo, volvemos a la luz. Simbó­licamente, se llega al abismo del final y se sube de vuelta a la naturaleza, a la luz, a la vida. Esta es una experiencia histórica sin indicar años, lugares geográficos, ni nombres, fuera de los nombres propios del cono central. Aquí, la arquitectura da una respuesta lírica: la interacción simbólica entre la luz y la oscuridad nos hace ver el edificio en un tono poético y personal.

Como lo expresa Ran Carmi, “el edificio de Yad Layeled humaniza nuestros sentimientos, les ofrece un ancla en la discusión sobre la Shoá, a pesar de que ésta quedará por siempre incomprensible e inexplicable”.

Recorrido del museo

  • Entrada: “Salón de los vitrales”: ventanas con dibujos hechos por niños del gueto de Terezin; en el centro, el sol y una mariposa atrapados por una red.
  • Recorrido: No se ve el comienzo ni el final.
  • Cono central: Nombres propios de niños, recogidos del Archivo de Yad Vashem.
  • Estaciones:
    • “La Noche de los Cristales”.
    • “Restricciones”.
    • “Comienzo de la guerra”.
    • “Huída”.
    • “Entrada al gueto”.
    • “Refugio”.
    • “Deportación a los campos”.
    • “Los trenes”.
    • “Selección”, fin del recorrido.
    • La llama votiva.

El recorrido en redondo crea, en cada punto, una nueva realidad, como el niño que busca con curiosidad y encuentra respuestas.

El recorrido crea un diálogo entre hoy y entonces, entre los vivos y los muer­tos. Por medio de una dialéctica, el recorrido transforma al visitante en una parte activa dentro del escenario de la historia. Las fotos de las personas que aparecen en la exposición fueron agrandadas a un tamaño natural, los jugue­tes y objetos son auténticos, los párrafos que se escuchan durante el recorrido fueron sacados de diarios escritos por niños en ese entonces. Todo esto crea asociaciones personales y empatía.

Estamos en el comienzo de una época en la cual educamos a la tercera ge­neración de sobrevivientes de la Shoá. El tiempo se aleja de los hechos, los medios de comunicación nos exponen más y más, los hechos históricos se mez­clan con los ficticios.

Yad Layeled se siente obligado a abrir un capítulo muy importante y muy dramático, el de la Shoá, en el cual el mal es un mal sin fronteras, en el cual niños juegan roles que no son característicos de su edad y, por otro lado, quie­nes deciden salvar a alguien –con el peligro de su propia muerte– cambian los límites del bien. Estamos hablando de una época en la cual las definiciones se modifican, para bien y para mal.

Yad Layeled trata de apuntar a una narrativa con un simbolismo intenso. Cuando venimos del lado de la vida, el miedo no nos impide tocar el tema.

Toda enseñanza es fruto de elección. Como dijo Primo Levi, “los verdade­ros testigos no pueden atestiguar, atestiguan los que sobrevivieron”. Ellos nos cuentan una narrativa personal, desde su experiencia.

Nuestra elección es elegir la vida, esos momentos –horas, días– en los cuales los niños debieron aferrarse a sus fuerzas para seguir con vida, dejando de lado el miedo, sobreponiéndose al llanto.

Queremos que nuestros chicos se conecten con ese niño que les trae su tes­timonio, que después de una visita a Yad Layeled sigan hablando del tema, que estén preparados para “tocar” el tema sin miedo.

Conclusión

El tema de esta presentación es “Yad Layeled como paradigma del principio pedagógico en la enseñanza de la Shoá”.

“Paradigma” es un término conocido y usado. Sabemos que los paradigmas son ejemplos que sirven de normas, figuras de las que se sirve la didáctica –entre otras disciplinas– para presentar, de una manera concreta y precisa, un proceso mental.

Los paradigmas cumplen una doble función: por un lado, la positiva, que consiste en determinar las direcciones en que ha de desarrollarse normalmente la disciplina, por medio de la solución de enigmas. Por otro lado, la función negativa del paradigma es establecer los límites.

Según Thomas Kuhn –historiador de la ciencia–, cada paradigma delimita el campo de los problemas que pueden plantearse.

Adam Smith define al paradigma como “la manera como percibimos al mun­do, ayudándonos a predecir su comportamiento”. La nota que hace Smith sobre la predicción es de suma importancia porque ahí está la clave del entendimien­to del por qué es indispensable en la dimensión educativa.

Yad Layeled es un ejemplo de todo esto:

  • Concretiza un tema problemático.
  • Determina, de una forma clara, el camino por el cual tiene que pasar el niño con el cual estamos hablando de la Shoá.
  • Establece límites concretos.
  • Advierte, afrontando la problemática de los valores morales pisoteados en la Shoá.

Para asumir desde hoy el futuro, para mejorarlo, para que la Shoá no suceda nuevamente, debemos traer el tema a los niños. Yad Layeled nos brinda una forma de acercamiento.

 

Editorial remarks

La profesora Nora Gaon es coordinadora del Departamento de Habla Hispana del Museo Beit Lojamei HaGuetaot, en Israel. Este trabajo fue presentado en el I Congreso Latinoamericano para el Aprendizaje y la Enseñanza del Holocausto-Shoá, “Políticas de la Memoria y Pedagogía de la Transmisión”, realizado en el Museo del Holocausto de Buenos Aires, Argentina, del 24 al 27 de octubre de 2006.