Y el sol brillaba y no se avergonzó

Vivo en Tarnów, donde antes de la Segunda Guerra Mundial, más del 44% de los habitantes eran judíos. En la actualidad, quedan muy pocos indicios que revelen el hecho de que los judíos ayudaron a construir y dar forma a la ciudad, y dejaron una marca en su carácter. Se conserva un magnífico cementerio judío.

Después de la guerra, se erigió un monumento en el lugar donde se habían llevado a cabo ejecuciones masivas. Su elemento principal es una columna quebrada de la Nueva Sinagoga, destruida por los nazis. En ella puede leerse una inscripción en hebreo: “El sol brillaba y no se avergonzó”. [1] Es un grito de desesperación frente a los trágicos acontecimientos del Holocausto de los judíos.

Pasaron décadas desde la Segunda Guerra Mundial. Para los niños y los jóvenes de hoy, las atrocidades de aquellos años, incluyendo al Holocausto, no son tan horrorosas, ni en cuanto a la escala del crimen ni en cuanto a la manera en que fueron ejecutadas. El Holocausto es un ejemplo extremo de lo que puede provocar el racismo, con su ideología de la superioridad de algunas razas, su intolerancia hacia distintos grupos de personas en una determinada sociedad que difieren en sus puntos de vista o sus ideas políticas fundamentales, o su xenofobia, es decir, la aversión o el odio a los extranjeros. Una consecuencia de la Segunda Guerra Mundial fue que las generaciones nacidas después de la guerra prácticamente no tuvieron contacto con los problemas de las minorías étnicas. Pero es muy importante hacerles ver las consecuencias del racismo y ubicarlos en el contexto más amplio de otros conflictos étnicos y las normas morales que se refieren a las relaciones y las acciones de los individuos. Como se puede leer en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los individuos difieren por su raza, su color, su sexo, su idioma, su fe, sus ideas políticas u otras, su nacionalidad, su origen social, su riqueza, su nacimiento u otras posiciones. Esos individuos tienen distintas necesidades, que no pueden resolver por sí mismos. No pueden vivir aislados de otras personas. El contacto entre ellos se produce en dos formas: comunicación y cooperación. En el contexto de la Europa unificada, esas formas adquieren una nueva dimensión. Cada persona pertenece no sólo a su familia, su región o su clase: su vinculación con comunidades culturales y religiosas se extienden más allá de las fronteras de su país de origen. Es con la perspectiva del Holocausto como vemos que el odio y la hostilidad contra los que son diferentes o los que, sobre la base de premisas irracionales, están fuera del propio grupo, pueden llevar a violencias y crímenes colectivos.

Las experiencias del Holocausto relacionadas con las actitudes y el comportamiento de individuos y grupos sociales frente a repugnantes actos de violencia o ejecuciones masivas fríamente ejecutadas, son importantes en la dimensión moral, para el presente y para el futuro. El trágico destino del pueblo judío demuestra la necesidad de buscar un nuevo sentido de coexistencia que deje atrás las divisiones, y encontrar alternativas frente al nacionalismo, el racismo, el extremismo y la hegemonía. El mal nace de la ignorancia. Es importante que, durante su educación escolar, un joven aprenda no sólo qué diferencia y divide a las naciones, las sociedades y las culturas, sino qué las une. Mostrar la riqueza y los valores de una sociedad multicultural es una manera de inculcar una actitud de respeto y tolerancia.

El trágico destino de los judíos tiene relación con el presente. Las terribles atrocidades no se producen de un momento para otro. Se introducen en forma gradual, con el apoyo más o menos activo o pasivo de la sociedad en la que se desarrollan. Empieza cuando no se reacciona ante las burlas y las humillaciones. Luego viene la negación de los derechos y la segregación. Al final, se impone la idea de que los “otros” no sólo son prescindibles, sino que simplemente constituyen un obstáculo para la vida normal. Por eso, enseñar sobre el Holocausto es un recordatorio de que una ideología criminal puede surgir en cualquier lugar y en cualquier época. El mensaje del Holocausto es que se debe reaccionar al principio, no cuando ya es demasiado tarde, como suele suceder en el mundo moderno.

Se puede usar el ejemplo del Holocausto para mostrarles a los estudiantes experiencias universales manifestadas en las actitudes de los individuos y de las sociedades: las decisiones morales sobre el bien y el mal, y sobre los criterios de responsabilidad por las propias acciones en las circunstancias extremas de la guerra. Estas decisiones se expresaron en las diferentes actitudes hacia los judíos, desde el abnegado auxilio ofrecido a menudo más allá de los límites racionales de la ayuda (proveer escondites, comida, dinero o documentos falsos) hasta infames denuncias y chantajes a los judíos.

Esta clase de sensibilización podría terminar con los intentos de calcular a quién pertenece el mayor cementerio del mundo, Auschwitz-Birkenau: si a los judíos, que tuvieron allí más de un millón de muertos, o a los polacos, con sus 75.000 miembros asesinados en ese lugar. Jean-François Bouthors sostiene que un enfoque de esta naturaleza corresponde a la idea nazi del mundo basada en criterios étnicos. El criterio numérico es una afrenta a cada víctima particular, independientemente de su filiación étnica, porque cada muerte fue única. Cada asesinato amplificó el desprecio por el individuo y su diferencia. [2]

Explicar el horror del genocidio no es fácil. Muchos jóvenes llegan a la conclusión de que nunca entenderán el problema del Holocausto, y por lo tanto, ni siquiera tratan de entenderlo. La enseñanza sobre el Holocausto debe convertirse en un elemento permanente de la educación pública: debe ofrecer un conocimiento fidedigno tanto para los adultos como para los escolares. Su objetivo debe ser aportar argumentos que puedan usarse para luchar contra los prejuicios y los estereotipos, argumentos referentes al genocidio, del que Auschwitz es, sin duda alguna, un símbolo. El estudiante deberá enfrentar algunos estereotipos para responder, por ejemplo, a la idea habitualmente repetida (basada en la frecuente opinión de que ya había mucho antisemitismo en Polonia antes de la guerra y en la ignorancia de la naturaleza de la ocupación nazi del suelo polaco) de que el exterminio de los judíos habría sido imposible si los polacos no hubieran colaborado con los alemanes en la matanza de los judíos. ¡El mero hecho de que el asesinato de judíos de otras partes de Europa se llevara a cabo en Polonia parece ser una prueba de ello!

El conocimiento es necesario cuando se oyen extrañas afirmaciones –también en Polonia—que niegan el hecho mismo del genocidio, o de atrocidades particulares en el asesinato masivo sistemático de judíos (la “mentira de Auschwitz”). También en Polonia han aparecido seguidores e imitadores de David Irving. Para finalizar, a mi juicio, un argumento realmente muy importante es que tenemos la responsabilidad de enseñar sobre el Holocausto mientras la palabra “judío” se siga usando como un insulto en el vocabulario juvenil. 

[1] La inscripción está tomada de un poema de Jaim Najman Bialik sobre el pogrom de Kishinev, que hace referencia a Isaías 24,23.

[2] Ponencia en un coloquio realizado en Cracovia los días 10 y 11 de junio de 1995.

 

Editorial remarks

Este artículo pertenece al libro Why should we teach about the Holocaust?, editado por el Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Jagellónica de Cracovia, Polonia, Agradecemos a su editora Jolanta Ambrosewicz-Jacobs, y a su autor (y coeditor del libro), Leszek Hońdo, el permiso para traducir el artículo al castellano y publicarlo en nuestro sitio.

Traducción del inglés: Silvia Kot