Una responsabilidad colectiva y un compromiso moral e histórico

Discurso pronunciado en las Naciones Unidas, el miércoles 27 de enero de 2016, Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto.

Soy una luterana alemana y nací en Berlín en 1939, pocas semanas antes de la Segunda Guerra Mundial, que dio origen a la creación de las Naciones Unidas, tras el fracaso de la Liga de Naciones, que a su vez se había fundado durante la Primera Guerra Mundial, un siglo atrás.

Fue un siglo en el que se perpetró el genocidio de armenios en Asia, poco tiempo después del genocidio de los herero en África: estos dos genocidios precedieron al genocidio de los judíos de Europa. En conjunto, la Alemania Imperial y la Alemania de Hitler estuvieron involucradas en las tres tragedias.

En la primavera europea de 1945, Alemania estaba al margen de la comunidad de las naciones. Las fuerzas nazis habían capitulado y Alemania, como entidad política, dejó de existir. Habían muerto millones de soldados y también millones de civiles, entre ellos, seis millones de judíos, asesinados por el antisemitismo fanático de la ideología de Hitler. Alemania era culpable de un crimen contra la paz y contra la humanidad, y de una nueva guerra mundial. Europa estaba en ruinas. Las ciudades alemanas más importantes estaban destruidas y el pueblo alemán se moría de hambre. Alemania fue ocupada militarmente y dividida. Millones de refugiados se trasladaron del este al oeste... La culpa colectiva se cernía sobre todos los alemanes.

¿Dónde encontrar una luz de esperanza para el futuro? ¿Cómo reconstruir? ¿Cómo reparar los errores y los crímenes? ¿Cómo reconstruir Alemania y volver a integrarla a la comunidad internacional?

Cuarenta y cuatro años más tarde, Alemania fue reunificada y hoy es un Estado poderoso y próspero. Recuperó el respeto y la estima de sus iguales afirmándose como una nación libre y una democracia ejemplar. Es la mejor amiga y aliada de Francia, un país contra el que hizo tres guerras en 70 años. Como una alemana que fue acogida por Francia, y que se nacionalizó francesa, me congratulo por haber contribuido al singular acercamiento franco-alemán, y me siento feliz por estar entre los primeros alemanes que construyeron un puente entre el pueblo alemán y el pueblo judío, y haber sido propuesta por Israel en 1977 y en 1984 para el Premio Nobel de la Paz.

Alemania ha construido un profundo entendimiento con Israel, con los sobrevivientes judíos del Holocausto, a quienes ha reparado, y con el pueblo judío, hasta el punto de que en la actualidad, 100.000 judíos residen en Alemania, de los cuales casi 30.000 vivían en 1945, cuando se oían predicciones del fin de la historia judía en Alemania, una historia que había sido extremadamente rica y fértil.

Desde mi adolescencia, siempre pensé que ser alemana era al mismo tiempo interesante y difícil. En plena Guerra Fría, nunca me sentí del Este o del Oeste, sino una ciudadana alemana reunificada. Y 45 años atrás, en Ginebra, en el frente del edificio de la ONU, coloqué las banderas de los dos Estados alemanes, para que se oyera la voz de Alemania en esa organización, cuya misión es clave para la comunidad internacional y para la paz mundial.

Es lógico que la Alemania republicana democrática y humanista de hoy, liberada del militarismo prusiano y de la ideología nazi, se comprometa generosamente en la recepción de refugiados políticos. También era lógico para una joven alemana de principios de los años 60 comprometerse en evitar que los ex nazis contaminaran la vida política alemana, por un lado, y por el otro, asegurarse de que, en cualquier lugar del mundo en el que se encontraran, los criminales nazis fueran juzgados por los tribunales.

Yo creía en aquella época, y sigo creyendo, en la unidad moral del pueblo alemán: cualquiera sea su ideología, cada alemán tiene responsabilidades específicas. Lo que se les pasó a las generaciones jóvenes no es una culpa colectiva, sino una responsabilidad colectiva, y un compromiso moral e histórico.

Yo he tratado de asumir estas responsabilidades no solo con palabras, sino con actos justos y difíciles: en Alemania, contra un canciller que había sido un gran propagandista nazi, o en Austria contra un presidente que fue Secretario General de las Naciones Unidas, en la parte alta de este mismo edificio en el que nos encontramos ahora, mientras su legajo por sospechados crímenes de guerra estaban guardados aquí, en el sótano. En América del Sur, encabecé muchas campañas contra criminales nazis y contra dictaduras que los protegían: contra el general Banzer en Bolivia, contra el general Pinochet en Chile, contra el general Stroessner en Paraguay, y en 1977, contra la tortura y la represión en Argentina y Uruguay, cuando estos países eran gobernados por juntas militares. También demostré mi solidaridad con judíos perseguidos en todo el mundo y con el Estado de Israel, el Estado en el que se refugiaron muchos sobrevivientes del Holocausto. Me arrestaron en países comunistas, fui a Damasco después de la guerra de Yom Kippur para protestar contra el trato infligido a los prisioneros de guerra israelíes, para ayudar a los judíos amenazados de Siria a abandonar el país y pedir la extradición del criminal nazi Alois Brunner. En la cumbre de los Estados Árabes en Rabat y en Argel, me manifesté en favor de un acuerdo de paz y pasé un mes en el sector musulmán de Beirut durante la guerra civil, ofreciéndome como rehén para salvar la vida de rehenes judíos libaneses.

Encontré la fuerza necesaria para llevar a cabo estas acciones en el recuerdo de las largas filas de padres e hijos que, por la rampa de Auschwitz-Birkenau, eran llevados a las cámaras de gas: esos gigantescos edificios de matanzas construidos por la Alemania nazi en el corazón de Europa para exterminar al pueblo judío.

No estoy sola en el sendero que he establecido antes que mis compatriotas: me guían hombres como Karl Jaspers, Heinrich Böll y Willy Brandt, y el ejemplo de Hans y Sophie Scholl, que mostraron el camino, sacrificando sus vidas para salvar el honor de Alemania.

Alrededor de nuestra alianza franco-alemana había muchos huérfanos del Holocausto. Ellos nos apoyaron y muchos hicieron campaña con nosotros. Hemos luchado por sus derechos: Francia respondió a nuestra solicitud y ahora está indiscutiblemente a la vanguardia de los países que ofrecen reparaciones a las víctimas del Holocausto.

Los nazis y todos los que participaron en genocidios o masacres no tomaron en cuenta el valor de la vida humana. Si las Naciones Unidas no se fortalecen para que la paz y el orden reinen en todas partes, si la Corte Penal Internacional no es apoyada por una fuerza de policía internacional permanente solo leal a las Naciones Unidas, los crímenes de masas aumentarán, porque ya no somos dos mil millones de personas como en 1940, sino siete mil millones, y la vida humana corre el riesgo de perder su valor.

Ha aumentado la cantidad de monumentos conmemorativos en todos los países involucrados en el Holocausto: en aquellos en los que fue perpetrado o en los que participaron en él, y también en los que no intervinieron como pudieron haberlo hecho para detenerlo. Alemania dedicó un lugar clave para instalar el Monumento al Holocausto, al lado del antiguo Reichstag, el actual Bundestag. También aumentó en todas partes la cantidad de centros de documentación histórica, así como la literatura, las tesis, los libros y filmes históricos sobre el desastre – esta Shoah – que se va desvaneciendo en el tiempo con la desaparición de sus últimos testigos, sus últimas víctimas, sus últimos ejecutores, pero que permanece, y siempre permanecerá tan cerca de nosotros, en los interrogantes que plantea sobre el Hombre, sobre la Historia y sobre el siempre renovado antisemitismo, que hoy se ha encarnado además en un violento antisionismo.

Seis millones de judíos viven en Israel y todavía están bajo la amenaza de una destrucción prometida por enemigos que tratan de conseguir armas nucleares. Recordemos las amenazas que hizo Hitler contra los judíos en una cervecería en 1920 o en la tribuna del Reichstag en 1939: muy pocos las creyeron en aquel momento, y sin embargo, finalmente se concretaron.

Nunca me interesaron los ejecutores: mi sentimiento se dirige a las víctimas de este genocidio, a los que mi esposo nunca dejó de identificar, como un pionero, desde hace 40 años, actuando en nombre de una víctima, luego, de otra y de otra. A través de sus acciones en el terreno, a través de nuestras publicaciones de referencia, a través del activismo de nuestra asociación de huérfanos de judíos asesinados, nuestro grupo cumplió con su deber y con la misión de memoria y justicia que se propuso realizar. Pero la historia es imprevisible. Solo las Naciones Unidas, siempre y cuando sean poderosas y efectivas, pueden dominar la imprevisibilidad de la historia y salvaguardar la dignidad de todos los seres humanos.

Editorial remarks

Fuente: United Nations.
Beate Klarsfeld (13 de febrero de 1939) y su marido Serge Klarsfeld (17 de septiembre de 1935) son activistas y cazadores de nazis, conocidos por documentar el Holocausto para establecer un registro y lograr el juzgamiento de los criminales de guerra. Desde los años 1960, han realizado innumerables actividades en honor de las víctimas judías de la Francia ocupada por los alemanes, y apoyan a Israel.
Traducción del inglés: Silvia Kot.