Señor Presidente del Estado de Israel, querido amigo, gracias.
Señor Primer Ministro,
Majestad, Alteza Real,
Señoras Jefas y señores Jefes de Estado y de Gobierno,
Señor Presidente del Consejo de Yad Vashem,
Señor Presidente de la Fundación del Foro Mundial sobre el Holocausto,
Señores Grandes Rabinos,
Queridos sobrevivientes,
Señoras, señores, queridos amigos.
Las palabras pueden parecer poco, y verlos a todos aquí reunidos ya dice mucho. ¿Habrían podido imaginarlo ellos? Estar unidos para acordarnos, para revivir y hacer revivir. Saludo esta noche con emoción a los sobrevivientes del Holocausto que están entre nosotros, los hijos y las hijas de deportados, los justos, los testigos y los que hacen vivir en Jerusalén la llama eterna de la memoria. Les agradecemos. Ellos hacen, todos los días, una obra de humanidad.
La liberación de Auschwitz-Birkenau
Hace casi exactamente 75 años, el 27 de enero de 1945, los soldados del valiente Ejército Rojo entraron a Auschwitz-Birkenau, en la Polonia ocupada por la Alemania nazi.
Ustedes hablaron, cada uno a su turno, sobre ese momento de estupefacción de la humanidad. Pero en ese momento, no hubo ninguna fiesta para celebrar la liberación de los campos, ningún grito de alegría, ni siquiera un grito de cólera: solamente silencio y lágrimas.
Para los pueblos de Europa agotados por la guerra no fue ni siquiera un acontecimiento, como dijo Simone Veil. Para los sobrevivientes, fue apenas un alivio. Lo peor ya había sucedido. ¿Acaso se podía volver atrás? Tantos niños no verían nunca más a sus padres, tantos padres no verían nunca más a sus hijos. Lo que habían vivido era al mismo tiempo indecible y para muchos entonces inaudible, lo innombrable, lo impensable, lo imperdonable.
Nombrar lo innombrable
Y sin embargo, algunos de los sobrevivientes han vencido la necesidad de olvidar por la necesidad de transmitir, de nombrar lo innombrable para hacerles oír a los vivos el mensaje de los muertos, contar, como decía Elie Wiesel, contar al niño que, en un refugio subterráneo tras una cacería humana, le preguntó a su madre con voz suave, muy suave: “¿Ya puedo llorar?” Y el mendigo enfermo que en un vagón sellado se puso a cantar para ofrecerles su alma a sus compañeros. Y la pequeña que sostenía la mano de su abuela y le susurró: “No tengas miedo, no tengas miedo de morir: la vida, ¿sabes?, no es tan bella como dicen. Yo la abandono sin pesar”. Tenía 7 años.
Todo esto es cierto. Todo esto sucedió. Entonces sí: conservar todo, transcribir todo, las palabras, los gestos, las miradas, las preocupaciones, para transmitir todo. Era necesario responder al llamado de Simon Doubnov, que les decía a sus compañeros del ghetto de Riga: “Hermanos: registren todo, anoten todo, para contarlo a las generaciones futuras”. Era necesario continuar el trabajo de Isaac Schneersohn, quien, en medio de la noche en 1943, en Grenoble, fundaría el centro de documentación judía contemporáneo. Era necesario proseguir el trabajo de los que, en medio de la eliminación, reunieron las pruebas documentales, los crímenes, construyendo pieza por pieza los archivos del martirio judío, formando parte de esa indispensable resistencia. Era necesario llevar adelante la indispensable lucha para salir del silencio, derrotar a la negación, conjurar para siempre el olvido devastador, insoportable, culpable.
Se necesitó la energía loca de los profetas de la verdad Serge y Beate Klarsfeld para encontrar todos los nombres, los rostros, las vidas y perseguir a los asesinos, se necesitaron esos combates, y en esos combatientes quiero pensar esta noche con ustedes. Hubo lugares para recordar en Francia y en tantos de nuestros países. Y todos miran hacia este lugar: Jerusalén. Hubo memorias e historias, y se necesitaba un nombre y fue Yad Vashem.
Aquí se conservan las huellas de los mártires y del heroísmo. La memoria del mal radical y de ese espíritu de resistencia. Por eso es que el Holocausto no debe ser una historia que se pueda manipular, ni utilizar, ni revisitar. ¡No! Existe la justicia, existe la historia con sus pruebas y existe la opinión de nuestras naciones. No las mezclemos. Correríamos el riesgo de volver a hundirnos colectivamente en la desgracia. Nadie tiene el derecho de apelar a sus muertos para justificar algunas divisiones o algunos odios contemporáneos. Porque todos los que cayeron nos obligan a la verdad, a la memoria, al diálogo, a la amistad. Y no hay mejor símbolo que vernos aquí todos juntos y unidos, y realizar un trabajo que sirva para luchar contra la negación, el resentimiento o los discursos de venganza.
Es un orgullo para mí ver a tantos países de Europa unidos y encontrarme hoy con el presidente de la República Federal de Alemania, querido Frank-Walter, y estar a su lado y poder oírlo.
Europa debe mantenerse unida.
No olvidar nunca, no dividirse nunca.
Esta es también nuestra enseñanza. Y la comunidad internacional tampoco debe olvidar que la barbarie ha nacido de la negación del otro, contrariando el derecho internacional y la seguridad de las naciones.
Frente al nuevo antisemitismo, defender el derecho, la legalidad y el respeto al otro
Me uno a usted, querido Vladimir, presidente Putin. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tienen hoy una responsabilidad histórica, y comparto su voluntad de reunirnos a todos, 75 años más tarde. Nos hemos referido a esto hace unos días y mi deseo es que podamos hacerlo porque, por esa historia y desde el final del segundo conflicto mundial, somos los garantes de un orden internacional basado en el derecho, la legalidad y el respeto a todos.
Esto es lo que debemos defender en todas partes. Sí: necesitamos esa unidad de Europa, de la comunidad internacional, porque hoy, en nuestras democracias, está resurgiendo el antisemitismo, violento, brutal. Está aquí, y con él, su cortejo de odio y de intolerancia, con él, el racismo. El antisemitismo, lo digo aquí con claridad, no es solo el problema de los judíos. No: es en primer lugar el problema de los otros porque siempre precedió, en nuestras historias, al derrumbe, mostró nuestra debilidad, la debilidad de las democracias. Tradujo la incapacidad de aceptar el rostro del otro. Es siempre la primera forma del rechazo al otro, y cuando aparece el antisemitismo, proliferan todos los racismos, se propagan todas las divisiones: nadie gana con esto.
Entonces sí, nos encontramos aquí porque, frente a este nuevo antisemitismo, no hay que ceder nada. Nosotros luchamos, como usted lo recordó, querido Moshé [Kantor], en todos nuestros países, con leyes, con textos, con la fuerza de la ley, con una acción decidida, con la protección tanto en el mundo real como en el mundo virtual, porque los discursos de odio están en todas partes y debemos educar. Seguramente fracasamos en algo, debemos admitirlo, para que tantos hijos nuestros crean hoy lo que creen, para que recaigan en la abyección de los peores prejuicios y alimenten odios que pensábamos haber hecho desaparecer.
El recuerdo es también una promesa
Sí: el recuerdo es también una promesa. Nuestra presencia en Yad Vashem y la presencia de nuestras juventudes en Yad Vashem son una promesa porque al hacerles revivir lo intolerable, al mostrarles el ejemplo de los Justos, al hacerles tocar con el dedo la barbarie, les hacemos entender también que la indiferencia contemporánea frente al antisemitismo y al racismo es nuestro veneno. La indiferencia es complicidad. Creo muy profundamente que la educación es nuestro antídoto contra los odios contemporáneos.
Péguy, uno de los más grandes escritores franceses, denunció lo que solía llamar las almas acostumbradas. Las almas acostumbradas de las que hablaba Péguy son las que dejan hacer. Nosotros no dejaremos hacer: la promesa de Francia es una promesa de recuerdo y de acción.
Zakhor lo tichka'h, recuerda.
Recuerda. No olvides nunca.
La República Francesa hizo suyo este mandato que está en el corazón del judaísmo. Ha grabado la memoria de la Shoá en el mármol de sus leyes. La enseña en sus escuelas. Inscribió a sus hijos en los muros. En la voz del presidente Chirac, Francia miró su historia de frente y reconoció la responsabilidad irreparable del Estado francés en la deportación de los judíos. Sabe también cuánto le debe a los que, en las aldeas de Francia, en las iglesias, escondieron y protegieron a nuestros niños, permitiendo salvar a 240.000 judíos de Francia, 59.000 niños, cuando fueron deportados 11.000. Sabe cuánto les debe a su espíritu y sus fuerzas de resistencia.
Entonces, los que niegan, relativizan o se acostumbran encontrarán siempre frente a ellos la respuesta implacable de nuestra nación. Nuestros sobrevivientes son nuestros héroes y se convirtieron en transmisores. Han inspirado a generaciones de transmisores. Y nuestros hijos deberán convertirse a su vez en transmisores, nuestros hijos se convertirán en testigos inflexibles a su vez, porque se habrán convertido, gracias a este lugar y a su aprendizaje, en los que saben que no tenemos derecho a olvidar, que el relato de las vidas de nuestros muertos no debe detenerse. Entonces, nuestros hijos se inspirarán a su vez en el ejemplo de los Justos. Nuestros hijos tendrán que defender la democracia y el humanismo tan frágiles y siempre por reconquistar.
Hoy debemos inspirar todos juntos a nuestra juventud para que encuentre esa valentía y para que se mantenga de pie, orgullosa de nuestros valores, que no ceda ninguno de ellos, y pueda decir, a su vez, después de todo lo que habrá visto, vivido y comprendido:
“Nunca más, nunca más”.