¿Una nueva era? Las relaciones cristiano-judías en la Europa posterior a la Guerra Fría

En diciembre de 2015, durante una reunión festiva realizada en la Universidad de Tel Aviv, se presentó un libro, el primero de su tipo: In our time: Documents and Articles on the Catholic Church and the Jewish People in the Wake of the Holocaust (En nuestro tiempo: Documentos y artículos sobre la Iglesia Católica y el pueblo judío tras el Holocausto.[1] El volumen incluye anuncios papales y vaticanos, sermones, declaraciones y acuerdos, todos ellos relativos a un cambio drástico en las actitudes de la Iglesia Católica hacia el pueblo judío e Israel, emitidos en un lapso de 50 años: desde la conclusión del Concilio Vaticano II (1965) hasta fines de 2015.

Mirando las declaraciones más recientes y los discursos papales emitidos desde 2015, las principales preguntas para la investigación que surgen ahora, en la década de 2020, son: ¿cómo se implementaron los cambios sin precedentes efectuados dentro de la Iglesia? ¿Se han filtrado al gran número de fieles católicos -mil quinientos millones en todo el mundo- y han cambiado las arraigadas actitudes negativas de siglos hacia el pueblo judío? ¿La caída del antiguo Bloque del Este, que abrió una nueva era en tantos aspectos, ha influido en las relaciones judeo-cristianas, especialmente en Europa? Por último, ¿cuáles son las actuales reacciones formales e informales de los judíos? Los intentos de hallar algunas respuestas se basarán en el análisis de textos y entrevistas con funcionarios y activistas de ambas partes. Este texto señala algunos hechos recientes y también arroja luz sobre cierto cambio de actitudes tanto en el lado cristiano como en el judío.

El Vaticano y sus funcionarios publicaron recientemente una serie de documentos clave. El 15 de julio de 2021, en una sesión dedicada al “Poder del liderazgo religioso”, que se llevó a cabo durante el séptimo Foro Global para la Lucha contra el Antisemitismo en Jerusalén, monseñor Tomasz Grysa, primer Consejero de la Nunciatura Apostólica en Israel, dijo: “La Santa Sede reitera (...) su posición contra el antisemitismo e invita a toda persona de buena voluntad a abrazar la regla de oro del amor al prójimo, como fundamento sólido de la fraternidad y la amistad social”.[2] Para reforzar el mensaje, citó al cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, órgano central del Vaticano para tratar estos asuntos. El cardenal señaló que el antisemitismo estaba resurgiendo, pero “podemos superarlo abriéndonos al otro, construyendo la fraternidad y profundizando la herencia común con el judaísmo...”[3] Además, lo dijo en presencia de más de 50 de los principales líderes mundiales, reunidos en Jerusalén para conmemorar el Día Internacional de la Memoria del Holocausto, el 23 de enero de 2020. Dos años antes, en enero de 2018, el papa Francisco había dicho en la conferencia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Roma que nunca se cansaría de la “lucha contra el antisemitismo y los crímenes relacionados con el odio antisemita”. Más tarde ese mismo año, el 13 de junio, les pidió a sus seguidores que nunca olvidaran la Shoah, utilizando el término hebreo, y que la recordaran como “una advertencia constante para todos nosotros, de una obligación de reconciliación, de comprensión recíproca y de amor hacia nuestros ‘hermanos mayores’, los judíos”.[4]

Aunque recientemente se han hecho más declaraciones de este tipo, concentrémonos en los acontecimientos de 2015 que son de especial interés y relevancia para este análisis. El 10 de diciembre, durante una conferencia de prensa celebrada en el Vaticano, con la presencia de dos rabinos, la Comisión Pontificia para las Relaciones Religiosas con los Judíos emitió una declaración sin precedentes, de gran importancia histórica. Esta declaración, titulada “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables (Rm 1, 29): Reflexión sobre cuestiones teológicas relativas a las relaciones entre católicos y judíos”, marcaba el quincuagésimo aniversario de Nostra Aetate (“En nuestro tiempo”), la declaración de 1965 que, cuando se publicó, fue un punto de inflexión en las relaciones judeo-cristianas y de la que se hablará en detalle más adelante en este capítulo.

Antes de la publicación de la declaración de diciembre de 2015, se organizó “una audiencia general muy especial” por deseo del papa Francisco. Tuvo lugar el 28 de octubre, día en que se cumplían 50 años de la promulgación de Nostra Aetate. Se realizó una gran conferencia, con cientos de participantes, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde el Papa habló con mucho énfasis sobre el diálogo interreligioso y la cooperación.[5] ¿Por qué era necesario publicar la declaración de diciembre, además del claro discurso que el Papa había pronunciado apenas unas semanas antes?

Para encontrar una respuesta, es necesario analizar detenidamente Nostra Aetate, que sirve de fundamento vinculante para los documentos emitidos después de ella por la Iglesia Católica. Hay que señalar luego el documento pontificio del 10 de diciembre, teniendo también en cuenta los cambios que se están produciendo en el seno de la Iglesia y los intentos de ponerlos en práctica.

La Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas, fue proclamada al final del Concilio Vaticano II. Este impresionante encuentro, que duró tres años, de 1962 a 1965, y al que asistieron unos 3000 cardenales y obispos de todo el mundo, fue iniciado por el papa Juan XXIII, antes Angelo Giuseppe Roncalli. En su calidad de vicario apostólico en Estambul durante la década de 1940, Roncalli conoció a los miembros de una delegación de rescate del Yishuv, la comunidad hebrea bajo el Mandato Británico entre las dos guerras mundiales, que le contaron los horrores del Holocausto. Roncalli, una persona cálida y abierta, se sintió profundamente conmovido y lloró cuando se enteró del hundimiento del “Struma”, un barco que transportaba a cientos de refugiados y al que se negó el acceso a los puertos turcos. Se estremeció aún más cuando le presentaron los Protocolos de Auschwitz, escritos por dos fugitivos que describieron, por primera vez, las realidades de la matanza masiva de judíos. Hizo todo lo posible por prestar ayuda, y escribió intensamente al papa Pío XII y a los jefes de Estado europeos con los que tenía contactos, en un intento de aliviar la difícil situación de sus comunidades judías.[6] Una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial, y cuando estaban en juego las perspectivas de establecer el Estado de Israel, Roncalli se convirtió voluntariamente en un instrumento de los esfuerzos diplomáticos entre bastidores para conseguir los votos de los miembros estadounidenses, facilitando audiencias de activistas sionistas con altos funcionarios del Vaticano.[7]

Cuando Roncalli se convirtió en papa en 1958, no olvidó el Holocausto y sus implicaciones para el pueblo judío. El Concilio Vaticano II que él inició, revolucionó la vida de la Iglesia. Un volumen publicado en ese momento incluía una página y media que se conoció como “el documento judío”, o la Declaración Nostra Aetate. Este breve documento representó un cambio teológico y un momento decisivo en las relaciones entre cristianos y judíos. Dada la importancia que tuvo la formulación de una declaración de este tipo y el hecho de que sirvió de base vinculante para posteriores documentos papales, es importante exponer sus partes más significativas: “La Iglesia [...] no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento a través del pueblo con el que Dios, a través de su inexpresable misericordia, concluyó la Antigua Alianza”. María y su hijo Jesús eran judíos, prosigue el texto, y la Iglesia “recuerda también que los apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo”. Y, “como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y respeto entre ellos”.

Las afirmaciones mencionadas están en la introducción, proporcionando contexto y antecedentes para el contenido posterior. Más adelante, Nostra Aetate presenta tres puntos, cada uno de los cuales ha sido esperado durante casi dos mil años por los judíos, como individuos y como grupo:

En primer lugar, afirma que, en la época del Segundo Templo, “aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy”. 

El segundo punto no es menos sorprendente, dada la persecución durante siglos a los judíos y la forma en que la Iglesia había fomentado su imagen totalmente desagradable, casi demoníaca: “Si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras”. Por último, el documento dice que la Iglesia “deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo, de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.[8]

Estas palabras nunca se habían dicho en la larga historia de las relaciones cristiano-judías e iban en contra de las creencias cristianas populares, profundamente arraigadas durante siglos. Se revoca la acusación de deicidio y se reafirma el derecho del pueblo judío a continuar la alianza con Dios en pie de igualdad con su nuevo pueblo, los cristianos. Se denuncia claramente el antisemitismo en todas sus formas y bajo cualquier circunstancia.

Numerosos documentos papales redactados en los años siguientes continuaron en el espíritu de Nostra Aetate, todos ellos referenciados en la Declaración de 1965. Esta insistencia en una formulación coherente por parte de varios papas y comisiones vaticanas demuestra que el cambio de actitud de la Iglesia Católica hacia el pueblo judío no fue una tendencia momentánea, estimulada por una reunión muy concurrida (como el Concilio Vaticano II), sino el resultado de un proceso largo y auténtico. De hecho, en 1974, durante el papado de Pablo VI, la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos emitió directivas y sugerencias destinadas a ayudar a los fieles a internalizar Nostra Aetate: esto fue un hito en la historia de las relaciones judeo-cristianas, según los miembros de la Comisión, un hito en el que influyó el recuerdo de la persecución a los judíos y su aniquilación en Europa antes y durante la Segunda Guerra Mundial. La Comisión les recordó a los fieles que los lazos espirituales e históricos que unen a la Iglesia con el judaísmo significan que toda forma de antisemitismo y discriminación es contraria al espíritu del cristianismo. Recomendó enérgicamente que los cristianos se esforzaran por conocer mejor los componentes de la tradición judía.[9] Estas palabras fueron, sin duda, una novedad que reflejó un cambio profundo: ¡el antisemitismo como contrario al espíritu cristiano!

En 1985, la misma Comisión publicó un documento mucho más largo y detallado sobre la “correcta presentación” de los judíos y del judaísmo en la predicación y la catequesis católicas. El texto se basa, otra vez, en Nostra Aetate: subraya que la singularidad del pueblo judío es un hecho y no debe cuestionarse; que Jesús era judío y nunca dejó de serlo, un hombre del ambiente judío palestino, cuyas angustias y esperanzas compartía; y -otra vez- que cualquier forma de antisemitismo y discriminación es contraria al espíritu mismo del cristianismo.[10] Este documento se publicó durante el largo papado de Juan Pablo II, que insistió permanentemente en el acercamiento entre las dos religiones y lo promovió de diversas maneras. Como en el caso de Juan XXIII, el Holocausto tuvo un profundo impacto en su conducta como Papa: él había sido testigo de la desaparición de sus amigos judíos de la infancia en su pueblo natal de Polonia y fue miembro de la resistencia polaca durante la guerra.

Entre la gran cantidad de discursos, alocuciones y documentos publicados durante su largo papado (1978-2005), algunos destacan con especial significación y ponen de relieve el cambio continuo, hasta bien entrada la posguerra fría. La Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos prosiguió su labor y en marzo de 1998, en vísperas del tercer milenio, publicó “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”. Este extenso documento, que se considera ahora una de las expresiones más importantes de la evolución de la posición del Vaticano en este sentido, resume la larga historia de las relaciones judeo-cristianas. Aunque algunas partes de las ideas del Papa y de los hechos históricos, tal como los presenta, podrían ser consideradas discutibles por historiadores judíos y otros historiadores, determinados elementos de su retórica son claramente inequívocos. Describe el Holocausto como un crimen despiadado e indeleble, una tragedia indescriptible que nunca se olvidará. También hace un llamamiento al pueblo judío para que escuche a los cristianos con el corazón abierto, a pesar de que durante la Segunda Guerra Mundial muchos cristianos no protestaron contra la persecución y el asesinato de sus vecinos judíos. En nombre de la Iglesia, pide perdón por los errores y las faltas de esos católicos. Hay que decir que la carta no menciona que muchos cristianos colaboraron con los alemanes en las redadas y matanzas, ni habla de la Iglesia como entidad durante el Holocausto, sino de creyentes individuales. El discurso les recuerda a sus lectores que Jesús era descendiente del rey David, que los judíos “son nuestros hermanos muy amados”, si no hermanos mayores, y advierte contra las malas semillas del antijudaísmo y el antisemitismo, que nunca deberían volver a arraigar en ningún corazón humano.[11]

El acuerdo básico entre el Estado de Israel y la Santa Sede firmado en 1993 -un hito histórico en sí mismo- incluye en su segundo punto un compromiso de ambas partes para una adecuada cooperación en la lucha contra todas las formas de antisemitismo, así como contra todo tipo de intolerancia racial y religiosa. La Santa Sede aprovechó esta oportunidad para reiterar su renuncia al odio, la persecución y otras expresiones de antisemitismo dirigidas contra el pueblo judío y contra los judíos como individuos, en todo momento y lugar.[12] Al firmar este acuerdo, la Iglesia Católica reconoció, por primera vez, la legitimidad del movimiento sionista (a diferencia del papa Pío X, que rechazó de plano el alegato de Theodor Herzl en 1904) y del Estado judío que construyó. El Vaticano confirmó su deseo de mantener contactos, incluyendo embajadores, entre ambos Estados. La desaparición del bloque soviético le facilitó a la Iglesia la conclusión de un acuerdo de este tipo con Israel, puesto que ya no era necesario elegir entre Oriente y Occidente.

También deben mencionarse las declaraciones de 1990 Antisemitismo: un pecado contra Dios y la humanidad y de 2003 Antisemitismo: una herida que curar. Junto con otros muchos documentos, fueron emitidas cuando Juan Pablo II aún era papa. En marzo de 2000, durante su visita a Israel, dejó una conmovedora nota personal entre las piedras del Muro Occidental. En ella, le pedía a Dios, el Dios que eligió a Abraham y a su descendencia para llevar Su nombre a todas las naciones, que perdonara a quienes causaron sufrimiento a los hijos de Dios. El papa Benedicto XVI siguió la misma línea de Nostra Aetate en su biografía de Jesús en dos tomos, en la que reiteró los orígenes judíos de Jesús y sus discípulos, así como la exoneración a los judíos de la acusación de deicidio que perturbó sus vidas durante siglos.[13]

Los documentos mencionados constituyen una lista incompleta, ya que se podrían seguir citando más discursos, alocuciones, cartas y similares. Esto nos lleva de nuevo a la cuestión de por qué el papa Francisco emitió una declaración empática más en diciembre de 2015, aunque ya existían tantos documentos escritos después de 1965. Una mirada atenta al contenido de la declaración del papa Francisco podría quizá darnos una respuesta.

El documento, de más de 30 páginas, se publicó por primera vez en Roma el 10 de diciembre. Su resumen fue llevado a Tel Aviv unos días después por el cardenal Kurt Koch, que se encarga, como ya se ha dicho, de las relaciones judeo-cristianas en el Vaticano. El cardenal Koch lo presentó en la apertura de una conferencia especial celebrada en el Museo de la Diáspora, a la que asistieron los líderes de la mayoría de las confesiones religiosas de Israel. Destacó que el Papa quería que ese documento se presentara en Tierra Santa inmediatamente después de su publicación en Roma. Se trata de un documento único que resume todos los documentos que lo precedieron y describe las relaciones judeo-cristianas de una manera sin precedentes, impregnada de un profundo respeto hacia el pueblo judío, en una forma clara e inequívoca.

Esta declaración, al igual que las anteriores, retoma Nostra Aetate como punto de partida, pero “amplía y profundiza” sus principios, recordando especialmente las raíces judías del cristianismo y el hecho de que “Jesús y sus primeros seguidores eran judíos, moldeados por la tradición judía de su tiempo” (página 1 del resumen). Se trata de un documento de estudio, dijo y escribió el Cardenal Koch, “cuyo objetivo es profundizar en la dimensión teológica del diálogo católico-judío” (3). Según el cardenal, el diálogo tiene por fin buenas posibilidades de éxito, ya que en las últimas décadas “de enemigos y extraños hemos pasado a ser amigos y hermanos” (4). Además, se ha desarrollado una relación familiar muy estrecha e ineludible, hasta el punto de que el diálogo actual no es interreligioso, sino intrafamiliar (5).

Existen armonías indispensables entre los dos testamentos, el Antiguo y el Nuevo, y relaciones especiales entre la Antigua y la Nueva Alianza: “La Alianza ofrecida por Dios a Israel es irrevocable [...] la nueva Alianza tiene su base y fundamento en la Antigua [...] la Nueva Alianza no es ni la cancelación ni la sustitución, sino el cumplimiento de las promesas de la Antigua Alianza” (5-6).

Pero ni el documento original completo ni su resumen esconden bajo la alfombra problemas espinosos: ¿cómo pueden los judíos formar parte de la salvación de Dios si no creen en Jesús como Cristo y Mesías? Esto, dice el Papa, “es y seguirá siendo un misterio divino insondable” (6). Otra cuestión es el deseo tradicional de la Iglesia de convertir a los judíos. “La Iglesia Católica no actúa ni sostiene ninguna misión institucional específica dirigida a los judíos”, mientras que puede dirigirse a miembros de otras religiones. Se trata de una cuestión adicional, ya que durante siglos los cristianos han rezado por la conversión de los judíos y han intentado forzarla, a veces en forma cruel. Además, si los cristianos deciden acercarse a los judíos para explicarles los principios del cristianismo, deben hacerlo “de un modo humilde y cuidadoso”, porque los judíos son portadores de la palabra de Dios y han sufrido la gran tragedia de la Shoah (7). El final del documento expresa lo que se ha convertido casi en una forma tradicional: es un deseo de lucha común contra cualquier manifestación de discriminación racial contra los judíos y todas las formas de antisemitismo (7).

La declaración de diciembre contiene más afirmaciones, algunas de las cuales no se han incluido en el resumen. Un cristiano nunca puede ser antisemita, sobre todo por las raíces judías del cristianismo; el respeto mutuo es tanto una condición previa para el diálogo interreligioso como su finalidad; otra finalidad básica del diálogo es aprender unos de otros. A este respecto, el documento contiene la siguiente frase inspiradora: “Sólo se puede aprender a amar lo que gradualmente ha llegado a conocerse, y sólo se puede conocer de verdad y con profundidad lo que se ama”. Se insiste una y otra vez en el Holocausto como punto de partida del proceso de cambio en el Vaticano. Fue la sombra oscura y terrible de la Shoah sobre la Europa del período nazi, dice la declaración, lo que ha llevado a la Iglesia a replantearse sus vínculos con el pueblo judío.[14]

* * *

Los documentos mencionados anteriormente reflejan un enorme cambio, prácticamente una revolución, en la actitud de la Iglesia Católica hacia el pueblo judío: de una hostilidad y un antisemitismo de siglos en las más diversas formas a expresiones de amistad, parentesco y respeto. El cambio es de suma importancia. En la actualidad, hay más de mil quinientos millones de católicos en todo el mundo, y este tipo de declaraciones, unidas a las visitas papales a Jerusalén y Auschwitz, están destinadas a tener un impacto positivo en las relaciones entre cristianos y judíos. Además, la manera y el tono - c'est le ton qui fait la musique - en que se introduce el cambio son esenciales para su recepción por parte de las audiencias de los distintos países. De hecho, el comportamiento de los sucesivos papas, sus personalidades cálidas y abiertas, y la historia de contactos con los judíos han desempeñado un papel vital. Roncalli se reunió con la delegación de rescate en Estambul. Juan Pablo II mantuvo estrechas amistades con judíos, algunas de las cuales duraron toda su vida. Francisco entabló amistad con el rabino Abraham Skorka durante su mandato como arzobispo en Buenos Aires. Estos tres hombres, mucho más que otros papas en el cargo durante y después del Holocausto, iniciaron y mantuvieron el impulso del cambio revolucionario hacia los judíos.

Sin embargo, esta evolución positiva no ha erradicado todos los problemas, sobre todo las reacciones de la parte judía y la aplicación práctica de la mejora de las relaciones.

Uno de los problemas se refiere al timing: la declaración del papa Francisco de 2015 se emitió en medio de la llamada crisis de los refugiados, una ola de inmigrantes principalmente llegados de países musulmanes. El terrorismo y el antisemitismo han ido en aumento en la última década. Los círculos radicales musulmanes se han mostrado muy preocupados por el proceso de acercamiento entre la Iglesia y el pueblo judío, y el documento de diciembre de 2015 no fue una excepción.[15] ¿Busca el Papa actual formar una especie de coalición judeo-cristiana que constituya una barrera contra la violencia y el terror procedentes del islamismo extremista? ¿O tendrá que encontrar una forma de preservar la coexistencia con el mundo musulmán para mantener cierto equilibrio en las relaciones exteriores del Vaticano? La visita del Papa a Budapest en septiembre de 2021 ilustra el dilema: fue allí (aunque sólo por siete horas) para demostrar que sus opiniones sobre el judaísmo y el problema de los refugiados son opuestas a las del primer ministro Victor Orbán, y les dijo a los líderes judíos y cristianos en una reunión ecuménica que piensa “en la amenaza del antisemitismo que sigue acechando en Europa y en otros lugares. Es una mecha que no se debe dejar encender. Y la mejor manera de desactivarla es trabajar juntos, positivamente, y promover la fraternidad”. Posteriormente, realizó una visita de tres días a Eslovaquia, donde afirmó que “los horrores del Holocausto no deben olvidarse”.[16]

Otro problema tiene que ver con la política: actualmente, la mitad de los católicos viven en países del tercer mundo, donde los dirigentes políticos apoyan tradicionalmente la causa palestina. Además, antes de 1989 estos líderes habían estado durante décadas bajo el paraguas soviético y ahora la Rusia del presidente Putin intenta mantener su influencia, no necesariamente o específicamente en relación con el conflicto palestino-israelí, sino de manera más general. Teniendo en cuenta todo esto, ¿está asumiendo el Vaticano un riesgo político al emitir esas declaraciones pro-judías? Parte de la respuesta reside en el deseo y el deber de la Iglesia de defender y proteger a sus seguidores en Oriente Próximo, especialmente en territorio israelí, donde se encuentran los santos lugares. Las comunidades cristianas, que viven en minoría bajo la presión diaria de los islamistas radicales que las rodean, están disminuyendo y necesitan buenas relaciones con Israel, ya que las autoridades israelíes son su principal fuente de apoyo y seguridad.

Se puede encontrar quizás una pista en otra parte. Israel está obligado a defender a todos sus ciudadanos, con o sin declaraciones papales. Las declaraciones del Vaticano están destinadas al uso interno de los católicos: son parte integrante del debate teológico que tiene lugar en las altas esferas de la Iglesia. Dado que ese discurso se define como teológico y no político, no necesita tener en cuenta al mundo árabe y musulmán. De hecho, los documentos no mencionan a Israel como Estado (salvo, naturalmente, el acuerdo básico firmado a fines de 1993 por la Santa Sede y el Estado de Israel). Se refieren, en cambio, al pueblo judío como hermanos mayores y queridos, como reflejan los intercambios teológicos internos. Aun así, el papa Francisco les dijo muy claramente a los miembros de la delegación del Congreso Judío Mundial que “atacar a los judíos es antisemitismo, pero un ataque directo al Estado de Israel también es antisemitismo. Puede haber desacuerdos políticos entre gobiernos y sobre cuestiones políticas, pero el Estado de Israel tiene todo el derecho a existir en seguridad y prosperidad”[17] Estas palabras sugieren que el Papa une a Israel y al pueblo judío en una sola entidad.

La tercera cuestión se refiere a la implementación: los documentos no se distribuyen en el mundo exterior más allá del ámbito de los católicos, ni se traducen a muchas lenguas locales para que sean accesibles al público no católico. Esto explica, al menos en parte, por qué estos asombrosos documentos, imbuidos de respeto y buenos deseos para el mundo judío, son casi desconocidos, incluso en Israel o entre los judíos. Cuando esta información llega al conocimiento del público judío e israelí, se encuentra con la suspicacia provocada por experiencias anteriores. Sin embargo, la implementación no es sólo un problema externo que afecta al mundo no cristiano. También es relevante para las principales audiencias del Vaticano. Queda por ver qué parte del mensaje llega a la población cristiana en general (ya sea católica, protestante u ortodoxa), incluidos, por ejemplo, los pequeños pueblos y las comunidades conservadoras de América Latina y Europa del Este. Tampoco sabemos cuánto tardarán el proceso y sus buenas intenciones en ser comprendidos y plenamente aceptados por el gran público.

Para intentar abordar algunos de estos problemas, la autora de este artículo entrevistó a varias personalidades, tanto del lado judío como del católico. Entre los representantes de la Iglesia: el cardenal Koch, monseñor Tomasz Grysa y el arzobispo Pierbattista Pizzaballa; del lado judío: el rabino David Rosen, el rabino Abraham Skorka y el Dr. David Stolov.

El lado católico

El cardenal Kurt Koch y monseñor Tomasz Grysa son de la misma opinión. Cuando les preguntaron, en enero de 2020, por los esfuerzos del Vaticano para aplicar los cambios e inculcarlos a los fieles, Koch -el encargado del tema como responsable de la Comisión Internacional para las Relaciones Religiosas con los Judíos- señaló los numerosos documentos, entre ellos los que hemos mencionado, que se publicaron y distribuyeron como palabras vinculantes del Papa.[18] Además, al igual que monseñor Grysa, primer consejero de la Nunciatura Apostólica en Israel, Koch hizo hincapié en la cooperación entre dos organismos clave nombrados primero en el Vaticano y después con la participación de representantes judíos. Cronológicamente, el primero fue la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, creada en el Vaticano en octubre de 1974. El Comité Internacional de Enlace Católico-Judío se creó unos años antes, en noviembre de 1970, pero no empezó a funcionar hasta 1973-74. Al hablar en la ceremonia de apertura de una sesión del Comité de Enlace en Roma, el 13 de mayo de 2019, Koch expresó su gran satisfacción y orgullo porque esa era la vigesimocuarta reunión en 54 años [Nostra Aetate, de 1965, es siempre el hito fundamental, D.P.]: “hemos escrito la historia”, les dijo a sus oyentes.[19] Dicho de otro modo: este es un esfuerzo continuo por mantener contactos que puedan favorecer los cambios, ya que nos reunimos cada dos años y realizamos permanentemente trabajos en este sentido.

El segundo organismo es una comisión bilateral permanente para el diálogo entre el Gran Rabinato de Israel y la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos del Vaticano. Fue propuesta por Juan Pablo II y creada en 2002, tras la exitosa visita del Papa a Jerusalén en 2000. A pesar de los recelos y las reticencias iniciales, no se podía rechazar la petición de un Papa deseoso de visitarlos (a diferencia de Pablo VI, que ni siquiera puso un pie en el Jerusalén israelí en 1964). La comisión se reúne anualmente, alternando entre Roma y Jerusalén, lo que significa que sus miembros se han reunido ya casi 20 veces. Ante la pregunta de si percibe un cambio entre los rabinos participantes, el cardenal Koch respondió enfáticamente que las relaciones son cada año más cálidas y amigables, al tiempo que se crean y se mantienen amistades personales.

Mons. Grysa añadió un punto importante.[20] Cuando se le preguntó en julio de 2021 sobre las formas prácticas de difundir el mensaje de la Iglesia contra el antisemitismo, respondió que los discursos papales son asumidos por los obispos: para ellos son vinculantes y se les encomienda la tarea de encontrar formas de llevarlos a la práctica. En Israel, dijo, el Patriarcado Latino de Jerusalén está activo, como lo están los Hermanos Benedictinos de Abu-Gosh, los neocatecumenales de Galilea, la Comunidad de la Beatitud de Latrún y muchos otros. Mons. Grysa se mostró optimista: dijo que se estaba trabajando mucho y ya se veían algunos progresos, con el cardenal Koch al frente de ese esfuerzo.

El arzobispo Pierbattista Pizzaballa, recientemente nombrado Patriarca Latino de Jerusalén, no es tan optimista. En una sincera entrevista realizada en diciembre de 2021, afirmó que el cambio era muy lento, y que el público católico en general no sabía casi nada al respecto y no estaba familiarizado con los documentos papales. La mayoría de los fieles no los buscaban, a pesar de que estaban disponibles en el sitio web del Vaticano. Sólo los interesados en las relaciones católico-judías estaban al tanto de su contenido. De hecho, prosiguió, existe una creciente distancia y desconexión entre la clase dirigente católica, las altas esferas y las autoridades, y el público en general, ya que las generaciones más jóvenes de fieles ya no están dispuestas a oír hablar de la moral y la ética católicas, en ninguno de los aspectos, no sólo en lo que respecta a las relaciones con el pueblo judío.

Como el cambio es muy lento, llevará al menos dos generaciones: se trata de una cuestión extremadamente delicada con una pesada carga histórica. El arzobispo Pizzaballa dijo que, a su juicio, la gente estaba cansada de oír que Jesús, María y los apóstoles eran judíos. Él veía la necesidad de un nuevo enfoque: “algo nuevo debe ser construido por un valiente liderazgo religioso de ambas partes”. Como miembro de la comisión mixta Rabinato-Vaticano, observó una evolución similar entre los activistas judíos (mencionó los intensos esfuerzos del rabino David Rosen, de los que hablaremos más adelante): ellos intentaban fomentar el diálogo con la Iglesia, pero también necesitaban un público que confiara en ellos y los siguiera. Por lo que pudo observar tras haber vivido en Israel durante décadas, el público israelí en general no era consciente del cambio ni de los documentos: en esa observación tiene mucha razón. Además, las relaciones con los judíos no se consideran actualmente una cuestión urgente o central. Los inmigrantes musulmanes que llegan en gran número a Europa y Norteamérica, por ser un grupo mucho más numeroso, son ahora mucho más relevantes para el modo de vida cristiano y su futuro. No obstante, Pizzaballa deseaba identificar un tema apropiado que él, junto con su propio personal y el público de Jerusalén, pudiera situar en el contexto adecuado y elaborar desde una perspectiva jerosolimitana.[21]

El lado judío

En Israel se está llevando a cabo una iniciativa inusual y menos conocida. Para hablar de ella, me puse en contacto con el Dr. David Stolov, director ejecutivo de la Interfaith Encounter Association (IEA), que este año celebra 20 años de actividad.[22] Esta asociación con sede en Jerusalén, que trabaja para reunir a judíos, cristianos y musulmanes que viven en Israel, es un ejemplo perfecto de empresa de base. Dirigida por un triple consejo consultivo integrado por representantes de las tres religiones, ha formado hasta ahora 112 grupos de entre 10 y 15 participantes cada uno, compuestos por judíos y cristianos que se reúnen regularmente, cuatro o cinco veces al año, para estudiar el Nuevo Testamento. Un sacerdote holandés residente en Israel, Aart Brons, organizó estas reuniones durante varios años en nombre del Centro de Estudios sobre Israel, con sede en los Países Bajos, y de la IEA. El arzobispo Pizzaballa los frecuentaba cuando aún se desempeñaba como Custodio Franciscano de Tierra Santa. Otras personas que han participado en las reuniones son Russell MacDougal, rector del Instituto Ecuménico Tantur (situado entre Gilo y Belén), y algunos rabinos, por ejemplo, David Stav y Dan Eisik. El antiguo Patriarca Latino, Michel Sabbah, se reunió tanto con los participantes como con los activistas, mientras que el Nuncio Apostólico, el arzobispo Leopoldo Girelli, recibió a los activistas en una visita. Además, la IEA ha estado en contacto permanente con el hospicio austriaco de Jerusalén. En general, se puede decir que esta iniciativa interreligiosa ha sido bien acogida por los principales líderes cristianos y rabinos judíos de Israel. Sin embargo, al ser entrevistado en septiembre de 2021, el Dr. Stolov dijo que los contactos con los líderes religiosos fueron intermitentes y no se tradujeron en ningún tipo de apoyo práctico o formal. No se produjeron contactos con el Ministerio de Educación israelí, aunque los directores y el personal de varios institutos árabes y judíos se unieron a la Asociación para crear programas que enriquecerían los conocimientos de sus alumnos sobre el islam y el cristianismo.

“Nos desconocen”, resumió el Dr. Stolov. Lo cito textualmente: “no somos políticos, no amenazamos la posición de nadie, vivimos de donaciones y subvenciones de fundaciones, e intentamos hacer lo mejor que podemos, y realizar el mayor número posible de actividades y encuentros además de los grupos de estudio”.

El rabino David Rosen, director internacional de asuntos interreligiosos del Comité Judío Americano (AJC) y presidente honorario del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos (ICCJ), representa la parte institucional entre las partes implicadas en el proceso. Es una figura clave para el desarrollo de las relaciones judeo-cristianas. Distinguido por la Santa Sede y por Isabel II, es aún más crítico en su valoración y señala una serie de problemas.[23] En cuanto a los esfuerzos del Vaticano por aplicar los cambios, sostiene que su éxito varía en función de las condiciones socioeconómicas. Quienes viven cerca de judíos, sobre todo en los grandes centros urbanos, así como quienes gozan de educación superior, especialmente en EE. UU., interiorizan mejor el cambio que la población de Europa (sobre todo la de Europa oriental) y las partes menos educadas de la sociedad en general. Rosen hace referencia a los estudios sobre los libros de texto de religión católica estadounidenses, realizados en los años setenta (y reeditados en los noventa) por dos estudiosos estadounidenses inspirados por la legendaria Hermana Rose. La investigación trazó un drástico cambio en las enseñanzas católicas sobre los judíos que comenzó con Nostra Aetate, hasta el punto de que ahora los judíos también pueden utilizar esos libros de texto.[24] Sin embargo, según Rosen, la mayoría de la gente sigue teniendo “percepciones preconciliares”, con lo que se refiere a percepciones forjadas mucho antes del cambio de 1965 provocado por el Concilio Vaticano II. Aunque los programas de estudios de los seminaristas incorporan los cambios, en la mayoría de los seminarios de todo el mundo el conocimiento del cambio postconciliar no es una parte obligatoria de los estudios y el tema en sí se trata de una manera bastante vaga. Rosen conoció a obispos -sobre todo en Extremo Oriente y América Latina- que, sorprendentemente, nunca habían oído hablar de Nostra Aetate.

La reacción formal judía a los cambios no fue menos desafiante En primer lugar, tardó mucho en llegar. Rosen señaló dos importantes declaraciones -en ambas participó- que reflejan la actitud de la parte judía. La primera, redactada y publicada en 2002, titulada Dabru Emet, (“Decid la verdad”) fue iniciada y firmada por 250 rabinos reformistas y conservadores de Estados Unidos, así como por académicos y líderes judíos. En ella se instaba a judíos y cristianos a trabajar juntos por la justicia y la paz. La segunda se redactó en 2015. Titulada La’asot Retzon Avinu Shebashmaim – to do the will of our Father in Heaven: Toward a partnership between Jews and Christians, (Hacer la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos: Hacia una asociación entre judíos y cristianos) constituye un importante paso adelante. Fue presentada al papa Francisco el 31 de agosto de 2017, con el subtítulo de Entre Jerusalén y Roma: Reflexiones a 50 años de Nostra Aetate.[COMENTARIO] Fue redactada y firmada por tres organismos: la Conferencia de Rabinos Europeos (CER), el Gran Rabinato de Israel y el Consejo Rabínico de América (RCA). Marcó una reacción más amplia a los cambios. Los firmantes, entre ellos el rabino Rosen, admitieron que muchos dirigentes judíos se mostraban escépticos sobre la sinceridad de los acercamientos de la Iglesia a la comunidad judía, debido a la larga y dolorosa historia entre cristianos y judíos. Sin embargo, con el tiempo, les quedó claro que las enseñanzas de la Iglesia eran sinceras y cada vez más profundas. Los judíos ortodoxos -es decir, los que siguen considerando al cristianismo un paganismo a ultranza- se han mantenido escépticos y recelosos, en consonancia con su profunda preocupación de que, al aceptar la mano tendida por el Vaticano, los judíos liberales, reformistas y conservadores debiliten la unidad y el poder del judaísmo.

La carta presentada al Papa incluía la siguiente frase clave: “A pesar de las irreconciliables diferencias teológicas, los judíos vemos a los católicos como nuestros socios, aliados cercanos, amigos y hermanos en nuestra búsqueda mutua de un mundo mejor, bendecido por la paz, la justicia social y la seguridad”.[25] Estas palabras, provenientes de tres organizaciones que representan a un gran número de rabinos de tres continentes, demuestran que se está produciendo gradualmente un cambio también en el lado judío.

El rabino Abraham Skorka, amigo personal del papa Francisco (ambos nacieron en Buenos Aires y vivieron allí muchos años) envió sus observaciones por escrito. Ahora es profesor de la Universidad de Saint Joseph en Filadelfia, donde se colocó una escultura frente a la capilla local, que muestra la Ecclesia y la Synagoga sentados juntos como amigos iguales, para celebrar los 50 años de Nostra Aetate.[26] Al responder a las preguntas en su entrevista escrita, el rabino Skorka se refirió a muchos de los documentos anteriormente mencionados, a los que considera un testimonio del “desarrollo de la evolución teológica, incluida una reevaluación de los enfoques tradicionales sobre los judíos y el judaísmo”. Llama especialmente la atención sobre un proyecto internacional de investigación que contó con el apoyo de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, y que dio como resultado un volumen de ensayos, con una introducción del cardenal Kasper, entonces presidente de la Comisión.[27] Más investigación y programas educativos, escribió Skorka, contribuyen al surgimiento de una nueva relación, similar a los movimientos “Sant'Egidio” y “Focolares” dentro de la Iglesia Católica, que hicieron importantes aportes al diálogo interreligioso.

No obstante, el rabino Skorka, al igual que el rabino Rosen, plantea una serie de cuestiones preocupantes. Los sermones publicados y los temas sugeridos para las homilías suelen incluir presentaciones inexactas e incluso polémicas o suposiciones sobre los judíos y la práctica judía. Aunque existen instrucciones del Vaticano para asignar a los judíos y al judaísmo un lugar central en las enseñanzas teológicas, esto aún no ha sucedido. Skorka también es consciente de que hay problemas análogos en el otro lado: lo mismo ocurre en los ambientes educativos judíos y en los planes de estudio de la mayoría de las escuelas judías de los Estados Unidos. Los seminarios rabínicos prestan poca o ninguna atención al cristianismo. Es difícil no estar de acuerdo con su observación final de que judíos y católicos sólo están dando sus primeros pasos en un largo camino de superación de la historia.[28]

Después de haber examinado una vez más los documentos y las entrevistas, la cuestión es saber si llegó el momento de ofrecer expectativas, percepciones y observaciones finales para el futuro de las relaciones judeo-católicas. Al parecer, el esfuerzo, iniciado en 1965, por cambiar estas relaciones y entablar un auténtico diálogo de respeto mutuo entre ambas partes, ha continuado a lo largo de varias décadas y está tomando impulso en los últimos años. Desde principios de la década de 2000, la parte judía ha formulado y publicado una serie de cartas abiertas y declaraciones en las que manifiesta su disposición a aceptar la mano tendida. El papa Francisco ha expresado enfáticamente su cálido deseo de proseguir y profundizar el diálogo, y los comités bilaterales, activos desde la década de 1970, así como el comité conjunto establecido tras la visita de Juan Pablo II a Jerusalén, han trabajado conjuntamente para seguir manteniendo el diálogo.

Sin embargo, como ya hemos mencionado, todavía hay cuestiones importantes en el centro de la escena: el proceso es lento, especialmente el de infundir estos avances positivos en los corazones y las mentes del gran número de fieles católicos de todo el mundo, que arrastran convicciones centenarias; y, paralelamente, infundir confianza entre los judíos, especialmente los más religiosos, que arrastran profundas desconfianzas contra la Iglesia, sobre las buenas intenciones de la Iglesia, especialmente dada la compleja realidad de Oriente Medio. Por lo tanto, terminamos esta nota insistiendo en que ambas partes tienen todavía un largo camino que recorrer y que, por lo tanto, tanto los investigadores como los activistas deberían volver a examinar esta cuestión dentro de algunos años.

[1] In Our Time: Documents and Articles on the Catholic Church and the Jewish People in the Wake of the Holocaust, ed. Dina Porat, Karma Ben Johanan, and Ruth Braude (Tel Aviv University Press, 2015).  
[2] Mons. Grysa me confió gentilmente su mensaje de la sesión, en la que participé (D.P.).
[3] El cardenal Koch habló en el Fifth World Holocaust Forum, realizado el 23 de enero en Yad Vashem, con la presencia de más de 50 líderes mundiales: https://www.vaticannews.va/en/world/news/2020-01/holy-see-yad-vashem-forum-koch-antisemitism.html.
[4] El Papa habló el 29 de enero de 2018 ante los participantes de la conferencia de la OSCE durante una audiencia que les concedió en su despacho. Medio año después, el 13 de junio de 2018, envió un mensaje más a través de la Secretaría de Estado del Vaticano a Berlín para el cuadragésimo aniversario del Camino Neocatecumenal: https://www.vaticannews.va/en/pope/news/2018-06/pope-message-anniversary-neocatechumenal-way-berlin.html
[5] La presentación de un resumen de ocho páginas del documento del 10 de diciembre de 2015 por parte del cardenal Kurt Koch tuvo lugar en los días 14–15 de diciembre en la Universidad de Tel Aviv, durante una conferencia especial que tuve el honor de presidir (D.P.). Para el texto de ese resumen, véase el sitio del Vaticano: vatican/Roman curia/pontificalcouncils/doc 20151210/ebraismo/nostra aetate. Para ver más sobre los hechos de 2015, véase: Porat, “Recent Efforts by the Catholic Church to Abate Antisemitism in the Wake of the Holocaust,” Justice no. 58 (2016): 7–11.
[6] Véase: Dina Porat and David Bankier, Roncalli and the Jews During the Holocaust: Concerns and Efforts to Help (Jerusalem: Yad Vashem, 2014), 135.
[7] Véase: Moshe Jaeger, Yoseph Govrin, and Arie Oded (eds.), The Foreign Ministry: the first 50 Years (Jerusalem: Keter, 2002), 998–1002.
[8] Nostra Aetate fue traducida formalmente al hebreo bajo el pontificado de Pablo VI (Concilio Vaticano II): A declaration on the Church’s attitude to non-Christian Religions, ’In our Time’. Véase el sitio del Vaticano: Vatican/archive/hist_councils/19651028/nostra-aetate.
[9] Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, Orientaciones y sugerencias para la aplicación de “Nostra Aetate” (n. 4). Véase el sitio vaticano: Vatican/roman_curia/ pontifical_councils/ doc_19741201/nostra _aetate.
[10] Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, Notas para una correcta presentación de judíos y judaísmo en la predicación y la catequesis de la Iglesia Católica. Véase  Vatican_curia/pontifical_councils?Doc_19820306_jews-judaism.
[11] Papa Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, 10 de noviembre de 1994, 33: AAS (acta apostolicae sedis) 87 91005, 25.
[12] AAS, vol. LXXXVI (1994), vol. 9, 716–728.
[13] Joseph Ratzinger, Pope Benedict XVI, Jesus of Nazareth, three volumes (Ingnatius press, 2011–2012).
[14] Para el resumen, véase la nota 5.
[15] Meir Litvak and Esther Webman, From Empathy to denial, Arab Responses to the Holocaust (London: Hurst & Company, 2009), cap. 4.
[16] https://www.bbc.com/news/world-europe-58533533.
[17] La visita al Vaticano del Congreso Judío Mundial (WJC) tuvo lugar el 28 de octubre de 2015:  https://www.worldjewishcongress.org/en/news/world-jewish-congress-leaders-to-gather-in-rome-meet-withpope-francis-10-5-2015.
[18] Lo entrevisté en Yad Vashem, el 23 de enero de 2020, durante el Fifth World Holocaust Forum (D.P.).
[19] Ceremonia de Apertura del encuentro del Comité de Enlace Católico-Judío, Roma, 13 de mayo de 2019, http://www/christianunity.va/content/unitacristiani/it/commission, for religious relations with the jews.
[20] Lo entrevisté durante el Fifth Global Forum on Antisemitism en julio de 2021, en el Ministerio de Relaciones Exteriores en Jerusalén, y otra vez por teléfono el 3 de septiembre de 2021.
[21] Una entrevista por zoom con el arzobispo, 22 de diciembre de 2021 (D.P.).
[22] Lo entrevisté vía zoom, debido a las restricciones por el coronavirus, el 3 de septiembre de 2021 (D.P.).
[23] Lo entrevisté por teléfono el 1 de septiembre de 2021 (D.P.). Véase además una entrevista que tuvo con Yair Sheleg, publicada el 18 de abril de 2016 en Shabbat of Makor Rishon. Véase también Turning the Tide of Christian-Jewish Relations, The Delegations of the Holy See’s Commission for Religious Relations with the Jews and the Chief Rabbinate of Israel’s Commission for Relations with the Catholic Church, Joint Statements 2003–2013, ed. Rabbi Dr. David Rosen (AJC) and State Secr. (ret.) Konrad Adenauer Stiftung (Inglés y hebreo, sin mención de lugar ni fecha de publicación).
[24] Rose Thering, “Potential in Religion Textbooks for Developing a Realistic Self-concept” (PhD diss., St. Louis University, 1961) fue un hito en el camino a Nostra Aetate. La investigación inspirada por su trabajo fue conducida por Eugene Fisher, director asociado del Secretariado para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, y el profesor Philip Cunningham, director del Instituto para las Relaciones Judeo-Católicas de la Universidad St. Joseph de Filadelfia. 
[COMENTARIO] Este es un error o una confusión de Dina Porat: el documento “Entre Jerusalén y Roma: reflexiones sobre 50 años de Nostra Aetate” (2017) no es un subtítulo de “Hacer la voluntad de nuestro Padre en el cielo: hacia una asociación entre judíos y cristianos” (2015). Son dos documentos diferentes. Gracias a Reinier Gosker (Países Bajos) por señalar este error. JCR
[25] 6, 8. Véase el texto en Dialogika, fuentes judías, el sitio más rico sobre relaciones cristiano-judías: https://www.ccjr.us/dialogika-resources.
[26] El escultor Joshua Koffman lo considera una respuesta a la famosa “Ecclesia et Synagoga” ubicada en el portal de la catedral de Estrasburgo. See: https://sju.edu/ijcr/.
[27] Christ Jesus and the Jewish People Today: New Explorations of Theological interrelationships, ed. Phillip A. Cunningham et al. (Grand Rapids: Eerdmans Publishing, 2011).
[28] Skorka me escribió el 3 de octubre de 2021 (D.P).

Editorial remarks

Dina Porat es una prestigiosa historiadora nacida en Buenos Aires y radicada en Israel. Es fundadora y expresidenta del Centro Kantor para el Estudio del Judaísmo Europeo Contemporáneo de la Universidad de Tel Aviv. También fue jefa del Departamento de Historia Judía de la Escuela Rosenberg de Estudios Judíos y titular de la Cátedra Alfred P. Slaner de Antisemitismo y Racismo, todas ellas en la Universidad de Tel Aviv. Fue historiadora principal de Yad Vashem hasta 2021 y actualmente es su asesora académica.

La Prof. Porat ha recibido premios por algunas de sus numerosas publicaciones (entre ellos el National Jewish Book Award por su biografía de Abba Kovner, publicada por Stanford University Press) y el Premio Bahat por su nuevo libro sobre la venganza judía tras la Segunda Guerra Mundial. Fue la mejor profesora de la Facultad de Humanidades de la TAU en 2004, obtuvo la Medalla Raoul Wallenberg en 2012, figuró en la lista de las 50 principales académicas israelíes de la revista Marker en 2013 y en la lista de Forbes de las 50 mujeres más destacadas de Israel en 2018, y fue profesora visitante en las universidades de Harvard, Columbia, Nueva York, Venecia y Hebrea. Sus principales intereses de investigación incluyen el antisemitismo contemporáneo y clásico, la historia del Holocausto, el sionismo y los judíos de Europa, la “Solución Final” en Lituania y las relaciones judeo-católicas desde la Segunda Guerra Mundial. Actuó como experta de las delegaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí en las conferencias mundiales de la ONU y asesora académica del Grupo de Trabajo Internacional sobre la Educación, el Recuerdo y la Investigación del Holocausto (ahora Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto: IHRA).

Fuente:United in Diversity. Contemporary European Jewry in an Interdisciplinary Perspective. Editado por Marcela Menachem Zoufalá y Olaf Glöckner. Walter de Gruyter GmbH, Berlin/Boston: 2023. https://doi.org/10.1515/9783110783216-005.
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Traducción del inglés: Silvia Kot