Un nuevo relato nacional para Polonia

Los varsovianos oyeron dos discursos inhabituales en ocasión del 73º aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, el 19 de abril de 2016. Bajo un sol un poco frío y rodeados por vallas de seguridad, entre el viejo monumento de Natan Rapaport [a los héroes del ghetto] y el nuevo museo Polin, algunos miles de personas se reunieron, como de costumbre, ese 19 de abril.

El presidente de la Republica, Andrzej Duda, apareció con un abrigo oscuro, sobre un fondo de antorchas encendidas y soldados en posición de firmes, y pronunció, sin anotaciones, concentrado y grandilocuente, un mensaje que quería ser amistoso. “Un día de memoria”, “un gesto de solidaridad”, repitió. Comparando a los insurgentes de 1943 con los héroes de las insurrecciones polacas del siglo XIX, citando a Mickiewicz, Slowacki y Sienkiewicz, inventó combatientes judíos inspirados por la tradición de “aquellos que lucharon para recuperar o defender la esencia polaca”. Esa tradición, afirmó, los “impulsó sin duda a tomar las armas y lanzarse al combate”, en vez de “evadirse” (sic!)… Terminó hablando de la unidad de la nación y del museo Polin como símbolo que presenta, a su juicio, una historia “compartida” – mil años de vida común entre judíos y polacos –, una historia que ha sido y “siempre será una historia de amigos. Es también la historia del respeto mutuo, de la buena voluntad y de una  memoria viviente”. La memoria de “los que han combatido por nuestra libertad y no temieron morir por ella”. A pesar de la seriedad del tono, esa “polaquización” no convenció demasiado a los asistentes.

Luego se presentó la alcaldesa de Varsovia, Hanna Gronkiewicz-Waltz, vestida con un abrigo blanco. Leyó su declaración frente al micrófono, con un tono firme y sin efectos. Exaltó el honor de los combatientes judíos de 1943 y definió el “testamento” que ellos nos han transmitido: “El rechazo a todas las formas de discriminación basada en el origen nacional”. Citó varios incidentes antisemitas recientes en Polonia – especialmente un desfile neonazi en una iglesia y, en Wroclaw, la efigie de un judío quemada en una manifestación de extrema derecha –, que no dieron lugar a ninguna reacción por parte del gobierno. Se mostró indignada por eso. “Es difícil creer que en un país que vivió esa historia pueda haber un acuerdo tácito para tales comportamientos. Toda la clase política debería expresar su desacuerdo y no callarse”. Porque, insistió la alcaldesa, “el antisemitismo no ataca solo a los judíos. Ataca los valores básicos de toda sociedad democrática y pluralista”. Fue una imprecación clara y directa hacia el nuevo   gobierno polaco dirigido por el partido de Jaroslaw Kaczynski, Ley y Justicia (PiS). Todos lo entendieron.

APERTURA Y PRAGMATISMO

Por primera vez en mucho tiempo, dos voces opuestas disonaban en una misma ceremonia, dos voces de dos personalidades de primer plano: el presidente de la República y la alcaldesa de la capital. Esto es grave. Sin temor a caer en la caricatura, podríamos convertir este hecho en el símbolo de las transformaciones ideológicas que se producen hoy en Polonia.

Por supuesto, la memoria de la Shoah siempre provocó vivas polémicas en este país. Aunque la magnitud y las formas del crimen prácticamente no son cuestionadas, la actitud de los “vecinos” o “espectadores” polacos está en el centro de la atención desde hace unos treinta años. Hoy es analizada por una nueva generación de historiadores y es objeto de pedidos de reconocimiento y de reparaciones por parte de las víctimas.1 Sacudió al país en varias oportunidades, planteó problemas de conciencia, hasta el punto de que las autoridades polacas debieron tomar posición y pedir perdón. Eso sucedió, por ejemplo, con respecto a los pogroms de Jedwabne (1941) y de Kielce (1946). Y a partir del discurso de julio de 2001 del presidente de la República en Jedwabne, la palabra oficial reconoce una parte de responsabilidad y complicidad de los polacos en el exterminio de los judíos por parte de los nazis. Toma en cuenta esas relaciones difíciles, y trabaja, por medio de la educación y la conmemoración, en la transmisión de una perspectiva lúcida del pasado.

Pero al “polaquizar” a los héroes judíos, al “olvidar” condenar el regreso del antisemitismo y tratar como “personas que provocan la desunión” a quienes, como la alcaldesa de Varsovia, lo condenan, el nuevo equipo que está en el poder vuelve al relato nacional de la República Popular de Polonia y destruye el relativo consenso histórico logrado desde hace quince años. Es un paso atrás que no se limita solo a este tema. En realidad, bajo la expresión “política histórica”, forma parte de una ofensiva política del partido del gobierno que, para afianzar su poder, manipula e instrumentaliza las memorias colectivas.

Desde 1989, con la apertura democrática, muchas memorias confinadas a las familias o asociaciones pudieron por fin expresarse públicamente y ser reconocidas. Proliferaron las conmemoraciones, los monumentos y placas, los festivales. El pasado se puso de moda. Todos redescubrían el pasado de su ciudad, de su barrio, los ancianos les contaban su historia a sus nietos. Una Polonia colorida, diversa, “pluricultural” salió a la superficie, naturalmente con una serie de cuestionamientos y conflictos. Al remover abiertamente su pasado, los polacos partían en busca de sus identidades, no sin sorpresas… Fue un verdadero movimiento “de abajo” que, por otra parte, está lejos de haber finalizado. La ciudad de Wroclaw, elegida capital cultural de Europa en 2016, valoriza su pasado alemán o checo junto a las tradiciones polacas. En Gdynia, hay un hermoso Museo de la Emigración que relata doscientos años de las partidas de los polacos a través del mundo y elogia “la experiencia universal” que ha enriquecido la cultura del país. Desde los paseos por el pasado de las ciudades2 hasta los héroes de la Segunda Guerra Mundial, pasando por las genealogías familiares o el patrimonio abandonado (especialmente las sinagogas), los polacos fueron ganados, como en otros lugares de Europa, por un verdadero entusiasmo memorial.

Durante mucho tiempo, las autoridades públicas respondieron con pragmatismo. En septiembre de 1989, el primer ministro Tadeusz Mazowiecki, preocupado por la reconciliación nacional, propuso la política de gruba kreska, una especie de “borrón y cuenta nueva” que se limitó a la “descomunización” de la alta administración o, después de una “verificación” de las actividades pasadas, de determinados servicios como la policía. Las autoridades nacionales y locales se dedicaron a “descomunizar” los principales símbolos (nombres de lugares, monumentos, fiestas nacionales, etc.) y a estimular nuevas expresiones. Aunque a veces cayeron en el exceso inverso. Pero muy pronto, se vieron involucradas en batallas terribles. El principio de la libertad de expresión ya no era suficiente cuando empezaban a predominar el odio y la venganza. La memoria se convirtió en un objeto político central, y no solo porque algunos grupúsculos neonazis pretendieran homenajear a sus héroes, o porque tal o cual reivindicación pudiera herir a otros grupos, en Polonia o en otros países. Se estableció una política de la memoria. En 1998, se fundó un Instituto de la Memoria Nacional (IPN) con la triple función de administrar los archivos del comunismo con la ayuda de historiadores especializados, promover una política educativa y llevar a juicio a eventuales culpables. Con tolerancia y apertura, el Estado y las colectividades locales colaboraron en la salvaguarda del patrimonio, las conmemoraciones y las políticas educativas. Todos los presidentes de la República y los primeros ministros comprometieron la palabra pública en la memoria de hechos controvertidos en Polonia (la insurrección de Varsovia en 1944, las relaciones judeo-polacas, Solidarnosc, los Acuerdos de la Mesa Redonda de 1989, etc.) o conflictivos con países extranjeros (la ejecución de oficiales polacos en Katyn en 1940, las masacres de Volinia en 1943, el significado de Auschwitz, etc.). Reconocieron los errores de los polacos cuando hizo falta, buscaron la reconciliación y garantizaron la independencia del trabajo de los historiadores. Una política memorial democrática, abierta y tolerante.

LA OFENSIVA MEMORIAL DEL  PARTIDO “LEY Y JUSTICIA”

Muy pronto, la derecha conservadora se opuso a todo esto. Denunció “traiciones” y quiso imponer su propio relato de la historia polaca. En nombre del respeto a su verdad, se apropió de la “descomunización” contra sus adversarios políticos. Brevemente en el poder en 1992, reescribió la epopeya de la oposición democrática al régimen comunista con un libreto complotista y lanzó calumniosos ataques contra sus grandes figuras, como Jacek Kuron, Adam Michnik o Lech Walesa. Su ministro del interior, Antoni Macierewicz, que antes había sido un disidente, actuó movido por un odio inextinguible. Volvió a lanzar la misma campaña en 2005-2007 con los hermanos  Kaczynski. Nuevo fracaso. Y de pronto, en 2016, fue nombrado ministro de Defensa…

La ofensiva memorial también se concentró en acontecimientos simbólicos de la Segunda Guerra Mundial, que fue tan trágica y sangrienta en Polonia. El primero que lo hizo fue Lech Kaczynski, el futuro presidente, en ese momento alcalde de Varsovia, en ocasión del 60º aniversario de la insurrección de Varsovia, en el verano de 2004. Supo aprovechar la ambigüedad de la situación, por un lado con una verdadera memoria popular de un hecho doloroso, menospreciado por el régimen comunista, y por el otro, con una temática patriótica fácilmente explotable. Tuvo un gran éxito. Además de la inauguración de un museo, pudo llegar a la joven generación, que carecía de valores heroicos, algunos meses antes de la elección presidencial. Y la política histórica se convirtió en una de sus maneras de gobernar.

Frente a esta ofensiva, y durante sus últimos ocho años de gobierno, los liberales de la Plataforma Cívica (PO) en el poder trataron de buscar el consenso. No atacaron frontalmente esa “memoria” del Partido Ley y Justicia, que consideraban absurda, dejándole a la sociedad civil ese terreno. Por ejemplo, en las manifestaciones conmemorativas del 11 de noviembre, día de la independencia polaca en 1918, la extrema derecha y los nacionalistas tomaron la costumbre de reunir multitudes en torno a sus slogans y mártires. El presidente de esa época, Bronislaw Komorowski, lo contrarrestó con una marcha denominada “juntos hacia la Polonia independiente”, pero no prohibió las manifestaciones fascistas y antisemitas. Invocando incluso a algunos de los héroes de los nacionalistas (Roman Dmowski, por ejemplo), pronunció un discurso demasiado conciliador que llamaba a “elevarse por encima de las propias ambiciones, por encima de los intereses partidarios, por encima de las discrepancias históricas”.3

Aunque esta política tolerante ha permitido que tuvieran lugar discusiones más serenas sobre temas que siguen siendo muy “emocionales”, con reales avances en varios terrenos, como las relaciones de los polacos con los judíos y con los ucranianos, aunque ha estimulado el florecimiento de notables museos históricos,4 y sobre todo el desarrollo de una rica historiografía, también tiene sus límites. Su alcance es débil; sus logros son frágiles.

Por su parte, la política histórica del PiS se refinó. Promovió estereotipos y un “sentido común” heredados de cincuenta años de régimen comunista. Es más fácil alabar la valentía de los polacos que lucharon contra el ocupante o salvaron judíos, que reconocer las faltas, las cobardías o las delaciones. Desde su acceso al poder, el nuevo presidente Andrzej Duda restauró la mitología de una Polonia inocente y mártir, en el centro de lo que se llamó el “buen cambio”. Dijo que desea reunir a la nación alrededor de valores comunes como la independencia o el cristianismo, para devolverle su orgullo, su confianza en sí misma y su brillo internacional. La memoria colectiva enseñada por el Estado debe ser reconfortante. Le encargó a Andrzej Nowak, un historiador conservador de la Universidad Jaguelónica de Cracovia, la orquestación de esa sinfonía. Este último definió sus objetivos en una reunión efectuada en noviembre de 2015. Ante todo, rectificar las “perspectivas históricas falsas y reductoras” demasiado difundidas. Se refirió explícitamente a todo lo que vincula a Polonia con la Shoah, poniendo en la misma bolsa la denominación “campo de concentración polaco”, efectivamente errónea, y los trabajos históricos, como los de Jan T. Gross, sobre la participación de vecinos polacos en los asesinatos de judíos. En esa reunión, algunos llamaron incluso a una caza de brujas, pidiendo que se penalizaran esos “errores”. A partir de ese momento, se puso en estudio una ley…

UNA PEDAGOGÍA DE LA DIVISIÓN

Para Nowak, el Estado debe promover su visión de la historia movilizando la “cultura popular” (principalmente la música y el cine) y desplegando grandes esfuerzos educativos. Debe favorecer la difusión en el extranjero de un discurso alternativo al que domina en Europa, que a su juicio, subestima a Polonia. Quiere terminar con eso que un participante, famoso por sus expresiones provocadoras, llamó la “pedagogía de la vergüenza”, es decir, la mirada crítica sobre las partes oscuras de la historia polaca.

Los historiadores o directores de museos, y en general los universitarios, recibieron mal estas intenciones visiblemente manipuladoras. Para mucha gente, la política histórica no tiene sentido. Esto no parece molestarle al poder. No existen verdaderos debates. Hay una gran cantidad de protestas, tribunas y coloquios, pero los clivajes políticos hacen que los debates sean cada vez más difíciles. Se producen, por el contrario, ajustes de cuentas. Los ataques personales, como la intención del presidente Duda, que se hizo pública, de retirarle una condecoración a Jan Gross, o el abandono de proyectos sin ninguna explicación coherente, como el de un museo de la Segunda Guerra Mundial en Gdansk, que ya está construido,5 son respuestas concretas del poder a los interrogantes de los historiadores. La toma de control del Instituto de la Memoria Nacional (IPN) le ofrece medios considerables. Esto se pudo comprobar con la reapertura del expediente Walesa, que pretende descalificar al héroe de la huelga de Gdansk. Se abrieron otros expedientes con el mismo objetivo. Es un dispositivo estratégico para el PiS que, por otra parte, convirtió al ministro de Cultura en vice-primer ministro.

Por eso, el discurso del presidente Andrzej Duda frente al monumento a los héroes del ghetto, el 19 de abril de 2016, adquiere una dimensión inquietante. Los asistentes recordaron el hecho de que, durante la campaña electoral, ese mismo presidente había atacado a su predecesor por su posición sobre el pogrom de Jedwabne, preguntándole por qué apoyaba las “acusaciones mentirosas” según las cuales el pueblo polaco sería “responsable del Holocausto”. Este discurso ilustra una actitud ideológica frente a la memoria de un acontecimiento capital de la historia de Polonia y de Europa en el siglo XX. Sugiere una voluntad del poder vigente de imponer un nuevo relato nacional, de manipular la historia. El presidente Duda pronunció muchos discursos “amistosos” sobre la “temática judía” con los límites que ya hemos señalado, sin condenar nunca los actos antisemitas graves. Y esto los estimula y aumenta las tensiones.

El Partido Ley y Justicia avanza a pequeños pasos. A principios de julio, la ministra de Educación y el nuevo jefe del IPN han puesto en tela de juicio las responsabilidades polacas en las masacres de Jedwabne y Kielce. ¡Eso es, para ellos, salir de la “pedagogía de la vergüenza”! De hecho, y esto es lo más importante, la política histórica del PiS no es una política memorial democrática, sino una maquinaria de propaganda demagógica que ve complots en todos lados y transmite la imagen de una patria en peligro. Una manera muy “putiniana” de abordar el pasado… Jaroslaw Kaczynski dijo en la campaña electoral: “Polonia y los polacos son atacados, ofendidos, a veces de un modo extraordinario, tanto en el exterior como en el interior, y eso debe terminar. Debemos resistir contra eso resueltamente. Necesitamos una política cultural y educativa clara, y una política histórica. Necesitamos realizar un tipo de esfuerzo que sea eficaz a escala global, porque el ataque es global”. Jugando con los temores y los antiguos complejos polacos, el PiS pretende cerrar filas en torno a su poder. En realidad, en vez de unir, divide a los polacos, aumenta las tensiones y, por lo tanto, las guerras de memorias. 

NOTAS


[1] En el caso de los judíos, las reparaciones morales y materiales van desde la restitución de los bienes comunitarios hasta el mantenimiento del patrimonio, pasando por la restitución de determinados bienes privados o la ciudadanía polaca a los expulsados de 1968.

[2] Cf. la colección de “spacerownik” (guía para viajeros) publicada por Gazeta Wyborcza en la mayoría de las ciudades.

[3] Discurso pronunciado en la plaza Pilsudski, el 11 de noviembre de 2013.

[4] Cf. Jean-Yves Potel, “Pologne. Une nouvelle génération de musées”, P@ges Europe, 3 de diciembre de 2013 – La Documentation française.

[5] Este proyecto fue cofinanciado por la ciudad de Gdansk y fondos europeos, y su suspensión suscitó fuertes reacciones locales e internacionales. Puede verse la actualidad de este museo en http://muzeum1939.pl/en/.

(Jean-Yves Potel es un historiador francés, especialista en historia de Europa oriental, sobre todo la de Polonia. Es colaborador del Memorial de la Shoah de París y miembro del comité de redacción de la revista “Mémoires en jeu”.)


 

Comunicado del 22 de julio de 2016

La historia de la Shoah es una de las cuestiones más importantes y, al mismo tiempo, más controvertidas en el debate público de Polonia. Es un tema en el cual cada palabra debe usarse con una extrema responsabilidad. Por eso, nos perturba profundamente la creciente cantidad de declaraciones provenientes de políticos polacos y de otras personas que tienen una influencia directa en la formación de la memoria histórica polaca. La semana pasada, Anna Zalewska, ministra de Educación nacional, una persona cuya influencia en la instrucción de la juventud polaca no puede subestimarse, declaró que no podía decir quiénes fueron los criminales del pogrom de Kielce, en 1946, o de la tristemente célebre matanza de Jedwabne, en 1941. Estas declaraciones son chocantes, como es chocante la falta de reacción del gobierno polaco. En efecto, la ignorancia o la mala voluntad manifestada por la ministra Zalewska no es un hecho aislado. Jaroslaw Szarek, recientemente nombrado como director del Instituto de la Memoria Nacional (IPN), señaló inmediatamente a los alemanes cuando le preguntaron sobre la identidad de los asesinos de Jedwabne, invalidando de ese modo las conclusiones anteriores del IPN, una institución con la que él mismo colabora desde el principio. Esas declaraciones son vergonzosas para la ministra Zalewska y el Dr. Szarek y, más importante aún, forman parte de la política histórica polaca que desafía abiertamente los hechos históricos. Esas declaraciones de responsables polacos deben relacionarse con las de Andrzej Duda, presidente de Polonia, quien, durante la última campaña presidencial usó la masacre de Jedwabne para desacreditar a su adversario, el presidente saliente. Nos entristecen y nos chocan profundamente los intentos de usar la tragedia de la Shoah y abusar de ella para marcar puntos políticos en los debates actuales. Esas acciones tendrán enormes consecuencias para la sociedad y causarán la humillación de Polonia en la escena internacional.

Firman: Barbara Engelking, Jan Grabowski, Agnieszka Haska, Marta Janczewska, Jacek Leociak, Dariusz Libionka, Jakub Petelewicz, Alina Skibinska, miembros del Centro de Investigaciones sobre la Destrucción de los Judíos del Instituto de Filosofía y Sociología de la Academia Polaca de Ciencias (IFiS- PAN). 

Editorial remarks


Estos textos se publicaron el 28 de diciembre de 2016 en la revista “Mémoires en jeu”. Agradecemos a su director Philippe Mesnard la autorización para traducirlos y publicarlos en nuestro sitio.
Traducción del francés: Silvia Kot