Sobre víctimas y sacrificios

El régimen nacionalsocialista de violencia causó sufrimiento a los judíos y a los gitanos, y también a muchos otros. Pero la persecución a los cristianos no debe incluirse dentro del contexto de la Shoah.

Los monumentos de guerra en Austria provocan hoy desazón e impotencia. Los soldados caídos ya no son tratados como héroes sino como víctimas de una guerra lamentable. Los monumentos se convierten en “memoriales por la paz”. Las ceremonias de recordación se dedican a “las víctimas de todas las guerras” – los civiles asesinados, las mujeres y los niños, se equiparan con los soldados del Ejército Imperial y con los miembros de la Wehrmacht alemana –, y en estos días, también se incluye a las víctimas de las catástrofes naturales. Recordar a los miembros de la familia que murieron es un acto que la dignidad humana exige. Es una manera simbólica de colocarlos en su sepultura. Pero hay que decir que a pesar de su desgracia personal, los soldados fueron, en esas guerras de agresión, instrumentos de los perpetradores.

Tan vago como el concepto “víctima de guerra” es el de “víctima de la dictadura nazi”. Al condenar aquella época de horror, se suele adoptar una postura de indignación general más que de atención por los casos concretos.  En los discursos conmemorativos, algunos grupos no aparecen. Los Testigos de Jehová – conocidos en aquel momento como “Estudiantes de la Biblia” –  y las víctimas del proyecto nazi llamado de “eutanasia” despiertan cierta simpatía. Si se habla de los comunistas, habrá que reconocer su inequívoco  compromiso en la lucha contra el régimen nazi en Austria. Y quien mencione a los gitanos o a los homosexuales, estará recordando a grupos que hasta hoy son objeto de muchos actos de discriminación y de estereotipos negativos. Los judíos son llamados “conciudadanos judíos”. Pero este título de honor es negado a otros: ¿alguien oyó hablar de “nuestros conciudadanos homosexuales”? Y no hay que olvidar mencionar a las víctimas de la “justicia” nazi: los objetores de conciencia, que no fueron rehabilitados en Austria hasta 2009. Ellos también deberían ser honrados en nuestras ceremonias conmemorativas.

El título de esta nota es, en alemán, “Von Opfern und Opfern”.[1] La palabra alemana “Opfer” tiene dos significados: “víctima” y “sacrificio”. Una “víctima” es un ser viviente a quien otro mata o hiere, en forma intencional o no, o que resulta muerto o herido como consecuencia de una catástrofe natural. La “víctima” aparece como un objeto pasivo: se habla, por ejemplo, de una “víctima de la violencia”. En cambio, “sacrificio” significaba originalmente una ofrenda religiosa presentada a la deidad. El “sacrificio” tiene un sentido elevado, que enaltece. Un “sacrificio” es siempre por algo: agradecimiento, alabanza, pedido de perdón, gracia o cercanía con la deidad.

Además, existe el “sacrificio” como entrega, como una ofrenda libre de una persona por algo que es importante para ella. En un caso extremo, uno sacrifica su vida para ser fiel a la verdad con la que está comprometido y se siente obligado, o para evitarle un sufrimiento a otra persona tomándolo sobre sí mismo.

Resulta que según la interpretación actual, los soldados de la Wehrmacht son considerados “víctimas”. Sin embargo, en aquella época, la mayoría de esos soldados le encontraba un sentido racional a su servicio bélico. Sobre la base de ese razonamiento, se erigieron monumentos a los heroicos soldados muertos y se consideró que los que quedaron heridos o inválidos eran “víctimas de guerra”.

Según el Fondo Nacional de la República de Austria para las Víctimas del Nacionalsocialismo, tienen derecho a una reparación monetaria “quienes fueron perseguidos  por el régimen nacionalsocialista por motivos políticos, de origen, religión, nacionalidad, orientación sexual, discapacidad física o mental, sobre la base de acusaciones de lo que se denominó “asocialidad”, o quienes de otras maneras hayan sido víctimas de la típica injusticia nacionalsocialista, o se hayan ido del país para evitar esas persecuciones”.

Algunos fueron perseguidos desde el comienzo por el régimen nazi: cada judío, cada judía, cada hombre y cada mujer perteneciente a los pueblos gitanos, fue, por definición, una “víctima”. Cada una de esas familias puede contar su historia de degradación, expulsión y asesinato de algunos de sus miembros, y recuerda a sus muertos. Pero las comunidades judías (ya) no quieren ser definidos por el “papel de víctimas” al que de vez en cuando se los empuja, incluso en iniciativas conmemorativas bienintencionadas.

Muchos de los que conscientemente tomaron una posición política contra el poder nazi, sabían qué arriesgaban. El Fondo Nacional no define los “motivos políticos” por los que uno puede ser perseguido. Esto no debe interpretarse según el concepto actual de democracia. En un Estado totalitario, hay muchos motivos para sentirse atacado y amenazado.

En julio de 2013, el Fondo de Reparación de Austria le otorgó el estatus de “víctima del nazismo” a la Asociación de Estudiantes Carolina, de Graz. Esta asociación fue prohibida apenas se produjo la invasión nazi. Dos miembros de “Carolina” fueron asesinados en un campo de concentración; 38 miembros fueron arrestados; 42 fueron deportados, degradados y destituidos. Desde julio, más de la mitad de las asociaciones afectadas de la República de Austria fueron reconocidas como víctimas del nazismo. El aspecto financiero no es lo central: “Mucho peor que el daño material es el sufrimiento humano que atravesaron muchas Asociaciones Estudiantiles  (Österreichischer Cartellverband) por causa de su resistencia”, señaló el ÖCV.

En octubre, la Organización de Asociaciones Católicas de Austria (Arbeitsgemeinschaft Katholischer Verbände, AKV) realizó un acto en la catedral de San Esteban, de Viena. Se recordó la proclamación que hizo el cardenal Innitzer en la festividad de Nuestra Señora del Rosario, el 7 de octubre de 1938, frente a miles de jóvenes: “¡Vuestro Führer es Cristo!” Por esta razón, los nazis atacaron el palacio arzobispal. Setenta y cinco años después, el 7 de octubre de 2013, se conmemoró ese acontecimiento, bajo el lema “Persecución a cristianos- Ayer y hoy”. En la invitación se hablaba de la “relevancia del contexto de persecución de la época, en el que se encontraban los cristianos y muchos otros, hasta el actual contexto de persecución para muchos cristianos”. De modo que se trazaba una línea directa desde el dominio nazi hasta “una ‘cristianofobia’ que se observa cada vez más en Austria y en Europa”. Pero ¿por qué describirse a uno mismo como víctima en vez de referirse a un coraje civil y una resistencia conscientes?

Todos los años, el segundo o tercer domingo de noviembre, la Alianza Protestante promueve el “Domingo de la Iglesia Perseguida”. Y el 9 de noviembre de 2013, se llevó a cabo un simposio internacional sobre el “Martirologio en las Iglesias Orientales” en la Universidad de Viena. Pero el recuerdo de la violencia contra los cristianos no autoriza a nadie a considerar a la Iglesia en su conjunto como “mártir” en el Estado nazi, ni a incluir la persecución a cristianos en el contexto de la Shoah. Porque precisamente la Iglesia como institución ha sido, durante siglos, responsable de ejercer la violencia contra quienes disentían con ella. Toda conmemoración realizada por la Iglesia debe ser autocrítica por su “enseñanza del desprecio” con respecto al judaísmo y por la parte que le toca en el camino que llevó a la Shoah. El hecho de que algunos cristianos individuales actuaran valientemente no debe llamar a engaño en cuanto a la culpa histórica de la Iglesia en el antijudaísmo. Sólo tomando conciencia de esta culpa histórica puede tenerse una justa perspectiva de la Shoah.

[1] El artículo original, en alemán, fue publicado en el periódico austríaco Die Furche (44/2013). También puede leerse en JCRelations.net: http://www.jcrelations.net/Von_Opfern_und_Opfern.4467.0.html?L=2.

Editorial remarks

El Dr Markus Himmelbauer es director del Comité Coordinador de Cooperación Cristiano-Judía de Austria (Koordinierungsausschuss für christlich-jüdische Zusammenarbeit).

Traducción: Silvia Kot