Revitalizar el diálogo: la Iglesia puede hacer más para promover las relaciones católico-judías

En los últimos años, empezó a manifestarse una preocupación cada vez mayor en algunos círculos del diálogo católico-judío por el hecho de que se estaba produciendo cierto estancamiento en este diálogo, especialmente a nivel institucional.

Revitalizar el diálogo:

la Iglesia puede hacer más para promover las relaciones católico-judías

John Pawlikowski

En los últimos años, empezó a manifestarse una preocupación cada vez mayor en algunos círculos del diálogo católico-judío por el hecho de que se estaba produciendo cierto estancamiento en este diálogo, especialmente a nivel institucional. Uno de los indicios más importantes fue la tibia reacción de algunos obispos católicos y del Vaticano ante la reintroducción de los clásicos estereotipos antisemitas en la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson.

Antes de eso, el cardenal Avery Dulles y algunos funcionarios vaticanos habían atacado el documento “Reflexiones sobre alianza y misión” de 2002, que surgió del diálogo permanente entre el Consejo Nacional de Sinagogas (USA) y la Comisión para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos del Episcopado de los Estados Unidos. Ese documento había sido explícitamente alentado por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio de Promoción de la Unidad de los Cristianos y su Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, y confirmado por el anterior presidente del Consejo, cardenal Edward Idris Cassidy.

Sin embargo, Kasper ha permanecido relativamente silencioso últimamente en algunos temas teológicos, aunque le dio un discreto apoyo a la consulta internacional teológica “Cristo y el pueblo judío”, patrocinada en forma conjunta por varias importantes instituciones educacionales católicas de Europa y los Estados Unidos, y participó personalmente en las sesiones de Ariccia, Italia, en octubre de 2006. En los comienzos de su presidencia del Consejo Pontificio, Kasper había presentado algunos conceptos teológicos innovadores en cuanto a las relaciones judeo-cristianas, pero hizo poco en estos últimos años. Y no logró elaborar un nuevo documento vaticano en ocasión de la celebración del 40 aniversario de Nostra Aetate, en 2005.

La cuestión clave que se nos plantea es si las reflexiones que ofreció Kasper hasta ahora o las ideas provenientes de la Consulta “Cristo y el Pueblo Judío” pueden integrarse a la corriente principal del pensamiento teológico católico. Según han señalado algunos teólogos, como Gregory Baum y Johannes Metz, la teología de la relación entre los judíos y los cristianos se encuentra en el punto neurálgico de la identidad cristiana. No cabe duda de que el cardenal Kasper pudo haber sido la vía para introducir en la corriente principal la nueva concepción teológica que surge del diálogo, dada su posición como el portavoz más importante del Vaticano tanto en las relaciones intercristianas como en las relaciones judeo-católicas. Pero durante la Semana Santa de 2006, Kasper prestó su apoyo personal a un concierto patrocinado en conjunto por el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa Rusa, basado en la Pasión según san Mateo, en el cual figuraron algunos textos imbuidos de la teología clásica patrística antijudía que todavía prevalece en círculos teológicos ortodoxos, como por ejemplo, “Tú (Cristo) nos redimiste de la maldición de la ley”.

Para que las relaciones judeo-cristianas progresen, los líderes cristianos deben estar dispuestos a pronunciarse en contra de las manifestaciones del antijudaísmo teológico clásico que aún subsisten. Sólo si se pone de relieve con toda claridad en esta clase de situaciones la nueva teología de las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío, podremos decir realmente que esa teología ha conquistado el alma cristiana. La actitud de la Iglesia se pondrá a prueba en la redacción del documento actualmente en proceso sobre la identidad eclesial básica en la Comisión Fe y Orden del Consejo Mundial de Iglesias, del que también es miembro el Vaticano. El Consejo Internacional de Cristianos y Judíos ICCJ co-organizó una consulta sobre ese documento con la Comisión Fe y Orden del Consejo Mundial de Iglesias en Boldern, Suiza, en diciembre de 2006. Los dirigentes de la Comisión Fe y Orden presentes en dicha consulta ofrecieron alguna esperanza de que ese documento se ajustaría para reflejar las nuevas ideas teológicas que se han generado a través del diálogo cristiano-judío.

El actual Papa, en sus últimos días como responsable de la Congregación de la Doctrina de la Fe, escribió algunos textos potencialmente positivos sobre la teología de la relación católico-judía, incluyendo su prefacio a la importante y extensa monografía de la Comisión Bíblica Pontificia sobre los judíos y sus Escrituras en el Nuevo Testamento. Pero hasta ahora hemos visto pocas evidencias de esa perspectiva en sus declaraciones como Papa. Por el contrario, algunas de sus reflexiones, como su homilía de Jueves Santo de 2007, parecen basarse en parte de las ideas antijudías de Juan Crisóstomo.

También causó preocupación la falta de una reacción pública por parte de los dirigentes católicos ante la conferencia pronunciada en 2005 en Washington por el cardenal Dulles. Esta conferencia, que se publicó luego en la revista First Things, vulneraba el núcleo mismo de Nostra Aetate y la clara enseñanza de Juan Pablo II al decir que el Vaticano II no había resuelto el tema de la inclusión judía en la alianza, que es una referencia a una idea de la teología cristiana clásica, según la cual los judíos fueron excluidos de la alianza con Dios por haber rechazado a Jesús. Esta línea de pensamiento, desacreditada después del concilio, sostiene que los judíos habrían sido sustituidos en la alianza por los seguidores de Cristo. Con respecto a esta conferencia, sólo hubo comentarios privados de parte del cardenal Kasper y algunos otros obispos en el sentido de que la posición de Dulles era estrictamente personal y no representaba el pensamiento oficial de la Iglesia. Sin embargo, me he encontrado con varios obispos que apoyaban el punto de vista de Dulles.

Por otra parte, el papa Benedicto parece haber renunciado a reconocer una complicidad católica fundamental en el Holocausto. En esto, el Papa actual ha dado un paso atrás con respecto al reconocimiento de Juan Pablo II de una implicación católica, aun cuando esto también fuera un poco inadecuado. Por cierto, Benedicto ha condenado la ideología nazi, y expresó su oposición a las actuales manifestaciones de antisemitismo. Pero en los discursos que pronunció en la sinagoga de Colonia, Alemania, en 2005, y en su visita al campo de exterminio de Birkenau en 2006, interpretó al nazismo como un fenómeno neo-pagano, restándole importancia al papel central desempeñado por las enseñanzas clásicas de la Iglesia sobre los judíos y el judaísmo como un terreno propicio para plantar las semillas que dieron lugar a esa ideología. Ni en Colonia ni en Birkenau, mencionó el papa Benedicto el documento vaticano de 1998 sobre la Shoah Nosotros recordamos, ni las declaraciones aún más enérgicas sobre la complicidad católica que se encuentran en los documentos del episcopado alemán (1995) y del episcopado francés (1997) sobre la necesidad de un arrepentimiento católico. El reciente Motu Proprio de Benedicto XVI, que permite el uso más extendido de la misa en latín, también plantea serios problemas, porque sanciona la virtual eliminación de las lecturas de las Escrituras Hebreas, y la reafirmación de la plegaria del Misal de 1962 por la conversión de los judíos, que dice de los judíos que son “ciegos” y tienen “un velo sobre los ojos”. Algunas Conferencias de Obispos Católicos (por ejemplo, la de Alemania y la de los Estados Unidos) han acudido al papa con el fin de lograr que se hiciera obligatoria la versión post-Vaticano II de la oración por los judíos para todas las celebraciones de Viernes Santo. Otras organizaciones, como el Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, el Comité Alemán de Católicos y Judíos, y el Comité Internacional Judío para la Consulta Interreligiosa, hicieron lo mismo. También llegaron protestas desde Austria y Francia, y los grandes rabinos de Israel también le escribieron al Papa en ese sentido. Esta cuestión podría resolverse de la noche a la mañana con un simple decreto papal, como cuando el papa Juan XXIII eliminó el término “pérfidos” de las oraciones del Viernes Santo. El tema parece derivar cada vez más en una discusión sobre el Misal de 1970 en sí mismo, antes que en la intención original de tratar de hacer volver a algunos católicos disidentes. El contenido del Motu Propio tiene que ver con un tema de rectitud católica fundamental. Los medios han hablado a menudo sobre la preocupación de los judíos por ese documento. Los judíos tienen todas las razones del mundo para estar preocupados. Pero en última instancia, se trata de un problema fundamentalmente católico. ¿Puede el Vaticano sancionar en forma oficial al mismo tiempo la oración mucho más positiva para los judíos de la liturgia post-Vaticano II y la humillante oración del misal de 1962? ¿Pueden los católicos tener un doble discurso sobre las relaciones con los judíos y ser tomados en serio? Si el papa Benedicto XVI no consigue responder a estas inquietudes, sin duda su papado tendrá una mala nota en cuanto a las relaciones católico-judías.

Durante las últimas cuatro décadas, la Iglesia no ha logrado llevar su revisión de los libros de textos católicos hasta el área de la liturgia (incluyendo los himnos) y los programas de estudios bíblicos. “La misericordia de Dios permanece para siempre”, un documento de 1988 publicado por el Comité de Liturgia de los Obispos Norteamericanos, no ha tenido ninguna promoción, y sigue siendo básicamente desconocido en círculos litúrgicos y homiléticos.

¿Podrá revitalizarse el diálogo? Espero que sí. El documento preliminar para el sínodo sobre la Biblia (5-26 de octubre de 2008), al poner un énfasis especial en los vínculos de la Iglesia con el pueblo judío, tiene ese potencial, si el sínodo lo aborda y trata el tema en una forma semejante al documento de la Comisión Bíblica Pontificia sobre los Judíos y sus Escrituras. Pero eso requiere un esfuerzo conjunto de los grupos judeo-cristianos, para asegurar que obispos clave del sínodo recojan este tema del documento preliminar. Si lo hacen, esto será, sin duda, una verdadera prueba del compromiso personal del papa Benedicto en cuanto a la reconciliación católico-judía, ya que él debe aprobar el comunicado final del sínodo. También los judíos tendrán que ser más serios en cuanto al diálogo, incluyendo sus aspectos teológicos. Algunos grupos judíos, tal vez en la creencia de que durante este papado no se logrará nada más en lo referente a las relaciones católico-judías, se han instalado en una mentalidad de “no alborotar el avispero”, con la esperanza de solidificar los progresos logrados a partir del Vaticano II. Esta actitud derrotista socava, en última instancia, el trabajo de los católicos comprometidos en el diálogo. Algunas reacciones judías al Motu Proprio fueron débiles, y parecieron reflejar una sensación de inferioridad en términos del trato con el Vaticano. Los judíos también tendrán que tomar en serio las crecientes preocupaciones que existen dentro del Vaticano sobre sus relaciones con el Estado de Israel.

Si los cristianos demuestran buena voluntad para reactivar la discusión teológica y ubicarla en la corriente central de la discusión en las iglesias, y para llegar más lejos en el análisis de sus materiales educacionales y litúrgicos básicos, podrían volver a darle un curso positivo al diálogo. Sigo teniendo esperanzas en ese sentido, pero el estancamiento no puede seguir por mucho tiempo más sin provocar un deterioro permanente.

 

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot