Respuestas a Jesús: El "no" judío y el "sí" cristiano

Es el argumento central de este artículo, y la firme convicción de su autor, que tanto el "no" judío como el "sí" cristiano son respuestas válidas a la proclamación de la Iglesia centrada en Jesús de Nazareth.

Respuestas a Jesús:

El "no" judío y el "sí" cristiano

Robert Anderson

Es el argumento central de este artículo, y la firme convicción de su autor, que tanto el "no" judío como el "sí" cristiano son respuestas válidas a la proclamación de la Iglesia centrada en Jesús de Nazareth. Aunque esta afirmación puede sorprender a algunos y molestar a otros, no constituye, de hecho, ninguna novedad. Sólo es el lógico resultado del cada vez mayor número de declaraciones ecuménicas y de iglesias particulares que fueron apareciendo durante las tres o cuatro décadas pasadas. Tampoco hay nada nuevo en lo que aquí se escribe. La cuestión de si la Iglesia puede legítimamente seguir sosteniendo ideas exclusivistas ya fue estudiada por muchos de los más importantes investigadores de los últimos años.

Las publicaciones en las que aparecieron sus contribuciones no son, en general, de fácil acceso para el conjunto de la comunidad eclesial y, como consecuencia de ello, hubo poca (o ninguna) discusión abierta sobre el tema.

Probablemente sea correcto decir también que hubo cierta renuencia por parte de algunos investigadores a buscar un foro más público, a causa del fuerte convencimiento que tantos cristianos tienen con respecto al tradicional aserto de que la redención se alcanza por medio de Jesucristo y sólo por él. El argumento de Cipriano de Cartago, a mediados del siglo III CE: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", sigue borboteando bajo la superficie. Por otra parte, se suele recurrir a menudo a ciertos textos del Nuevo Testamento que parecen ofrecer inequívocas bases bíblicas para la perspectiva exclusivista. Nos referiremos a algunos de ellos más adelante. Por ahora, nuestra atención debe centrarse en el "no" judío.

El "no" judío

Está fuera de toda discusión que la casi unánime respuesta de los judíos a lo largo de nuestra historia común, ha sido un resonante y enfático "no" a cualquier forma en que se les manifestaran las pretensiones cristianas. Que los compatriotas de Jesús reaccionaran de ese modo es algo que a la Iglesia, en general, le resultó difícil de entender. De hecho, hasta tal punto le resultó no sólo difícil, sino también molesto, que lo enfrentó acusando a los judíos de recalcitrantes, obstinados y ciegos. ¿Es posible que la feroz vehemencia del lenguaje de grandes personalidades eclesiásticas como Juan Crisóstomo en el siglo IV y Martin Lutero en el siglo XVI, traicione cierta sensación de inseguridad, una sombra de duda sobre su propia posición? A pesar de la convicción de las reivindicaciones cristianas, a pesar de todas las vicisitudes de la historia judía, a pesar de todas las presiones para convertirlos, ese antiguo pueblo continuó expresando su identidad y practicando su fe. Para sus oponentes, era esta una clara señal de su obcecación innata, si no del rechazo divino. Desde los tiempos de Agustín, la Iglesia se había acostumbrado a interpretar la precaria y a menudo degradada posición de los judíos dentro de la Cristiandad, como una retribución divina por su respuesta negativa a Jesús. Hasta un espíritu noble como Dietrich Bonhoeffer no halló dificultad alguna en relacionar el sufrimiento de los judíos con su rechazo a Cristo. Sólo su conversión podía liberarlos de ese estado divinamente ordenado.

Lo que quiero destacar, es que la actitud general de la Iglesia hacia los judíos y el judaísmo no estuvo divorciada de su propia autocomprensión. Muy raramente se concedía que el judaísmo tuviera un sentido integral en sí mismo. La mayoría de las veces se lo veía como el reverso del cristianismo, lo que el cristianismo no es. Incluso un artículo como este, al centralizarse en el "no" a Jesús, corre el mismo riesgo. Sólo podria redimirlo, hasta cierto punto al menos, el hecho de que este espacio estará dedicado a un análisis o descripción, aunque muy breve, del judaísmo por derecho propio. Pero, por el momento, señalemos que para un cristiano no es posible —como lo es para un judío—cortar el nexo entre el cristianismo y el judaísmo. El motivo no es difícil de desentrañar. Deriva de un hecho evidente: Jesús era judío.

Jesús, el judío

En los estudios modernos del Nuevo Testamento, es ya un lugar común enfatizar el judaísmo de Jesús. Resulta alentador que se recuerde que Jesús nació judío, vivió como judío y murió como judío, muy joven, bajo el cargo romano de sedición. En toda investigación actual sobre Jesús, se pone el acento en aquellos aspectos de su vida que lo muestran solidario con su propio pueblo, compartiendo el culto en la sinagoga y el templo, y discutiendo con otros, especialmente con los fariseos, acerca de la correcta interpretación de la Torah.

Pero no sólo está el hecho de que Jesús fue un judío, como también lo fueron sus primeros discípulos y sus más tempranos seguidores. Existió una respuesta judía positiva hacia él que debemos aceptar como limitación a lo dicho en el comienzo de este trabajo. Pero ¿quién era ese Jesús, el Jesús a quien respondieron algunos de sus hermanos judíos, y que luego estuvieron dispuestos a llevar un mensaje sobre él a otros, incluso más allá de su propia tierra?

La convicción y la energía con que la Iglesia cristiana ha proclamado su mensaje sobre Jesús como Redentor Universal, Hijo de Dios y Cristo, han ocultado el hecho de que no pueden afirmarse cuestiones tan centrales como la autoconciencia de Jesús, lo que él decía de sí mismo y de lo que se proponía realizar. Puede decirse con cierto grado de certeza que es altamente improbable que él se haya considerado a sí mismo como Salvador del mundo, o Hijo de Dios en el sentido que esta expresión adquirió más tarde, o incluso el Mesías de Israel. Todos estos son títulos que le atribuyeron quienes vieron en su crucifixión algo más que nuestra muerte ordinaria, y sintieron su presencia permanente más allá de ese trágico acontecimiento. En otras palabras, el Jesús proclamado ayer y hoy por la Iglesia es, como dijo acertadamente Paul van Buren, "el Jesús atestiguado", en el comienzo por sus primeros discípulos y luego por sus sucesores. Pero hay que hacer una distinción entre estos dos grupos, es decir, entre los primeros anunciadores y sus sucesores. Los primeros le otorgaban aquellos títulos en el contexto de su propio judaísmo. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice que esos primeros creyentes seguían asistiendo a los oficios del Templo. A pesar de que su proclamación de Jesús y sus reivindicaciones de curar en su nombre despertaban a veces oposiciones, nada indica que en una etapa temprana hayan provocado ninguna clase de tensión que pudiera eventualmente llevar a la división de los caminos. La ruptura tuvo lugar como consecuencia de un solo factor importante: la admisión de los gentiles como miembros del movimiento de Jesús. Cuando cuestiones tales como la observancia de la Torah, la práctica de la circuncisión sobre todo, y las reglas alimentarias comenzaron a adquirir un lugar central, las tensiones existentes se exacerbaron considerablemente. Cuando en el período post-79 CE, el judaísmo se vio enfrentado a la monumental tarea de reconstrucción, el problema de la identidad judía asumió una importancia que no podía tolerar la clase de compromisos que hubiera permitido contemporizar con la posición adoptada por algunos líderes de la Iglesia embrionaria.

Es el desarrollo hacia esa posición, con su correspondiente apologética y polémica, lo que se refleja en los textos del Nuevo Testamento, especialmente en los cuatro Evangelios. En aquellas circunstancias, era comprensible que el retrato que se hacía de Jesús sirviera a los fines de los redactores, y que fuera representado no como un judío piadoso sino como un adversario de su propia religión. Lo que Jesús decía de sí mismo, cómo entendía su propia misión, si como la de un líder galileo carismático, un reformador interno, un profeta escatológico o lo que fuere, se ve oscurecido por las necesidades y la perspectiva de los evangelistas y sus comunidades.

Ese "Jesús atestiguado" pierde gran parte de su judaísmo, y también casi todo atractivo para convocar a posibles seguidores judíos. Más aún: en el grupo disidente, el grupo que fue forzado a separarse del núcleo paterno, empieza a construirse un patrón de reivindicaciones y acusaciones que se ha llegado a asimilar a la perspectiva y el comportamiento de los movimientos sectarios. Los textos del Nuevo Testamento a los que se suele recurrir presuntamente para sustentar una posición cristiana exclusivista, deben ser analizados a la luz del contexto en el que surgieron. Algunas declaraciones atribuidas a Jesús, como la de ser "... el camino, la verdad y la vida", sin el cual no hay acceso al Padre (Juan 14,6), pierden su tendencia exclusivista cuando se las ve dentro del contexto en el que se originaron. Un artículo reciente del profesor Hugh Anderson, ex profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Edimburgo, nos ofrece una impugnación académica contra quienes invocan ese texto y otros (por ejemplo, Hechos 4, 12) para fundamentar una posición absolutista.*

El "sí" judío al judaísmo

Mucho más significativo que el "no" judío a Jesús, es el "sí" judío al judaísmo. Es la afirmación de un compromiso permanente con la alianza histórica y la Torah del Dios de Israel. La importancia de este último punto fue reconocida, implícitamente al menos, en un buen número de declaraciones eclesiales recientes. En algún sentido, esta clase de observación tiende a ser condescendiente, pero es un paso en la dirección correcta. Sin embargo, hay dos factores, en particular, que impiden que las Iglesias reconozcan el pleno significado del continuado y persistente "sí" judío al judaísmo. Esos factores son:

  1. La antigua creencia de que en la persona de Jesús de Nazareth, las promesas (¿predicciones?) de la Escritura Hebrea (en este contexto, el Antiguo Testamento) han sido cumplidas; y
  2. La afirmación de que el judaísmo sirvió como preparación para el surgimiento del cristianismo, que es una religión trunca que se ofrece a sí misma para un cumplimiento que la trasciende.

Los argumentos en contra de las dos posiciones mencionadas son abrumadores, pero necesariamente sólo podemos tratarlos aquí en forma muy breve.

En cuanto al primer punto, hay que decir que las correspondencias que se han establecido entre ambos testamentos en el propio Nuevo Testamento y en la enseñanza y la prédica de la Iglesia, no resisten la prueba de un análisis académico profundo. Lo que encontramos podría ser expresado sucintamente de este modo:

  1. Ciertos textos o afirmaciones de la Escritura Hebrea han sido completamente sacados de su contexto inicial y utilizados para un fin absolutamente diferente: por ejemplo, el uso que se hace de Isaías 7, 14 para fundamentar el nacimiento virginal.
  2. Algunos pasajes de la Biblia Hebrea ofrecen el tipo de lenguaje que sirve al propósito del redactor del Nuevo Testamento: por ejemplo, el uso del capítulo 53 de Isaías, como una predicción del sufrimiento de Jesús.
  3. Textos de la Biblia Hebrea que son "extrapolados", por decirlo así, como si predijeran ciertos acontecimientos de la vida de Jesús: por ejemplo, la asociación de su nacimiento no con Nazareth, sino con Belén (Miqueas 5,2), y el uso de Zacarías 9, 9 como antecedente de una hipotética entrada triunfal a Jerusalén.

La lista y los ejemplos podrían seguir indefinidamente. Tomados en forma individual, estos textos de "no cumplimiento" no tienen consecuencias, pero si se los toma en forma acumulativa, constituyen un toque de atención para que cambiemos nuestro enfoque teológico. Yo añadiría que este cambio de perspectiva teológica no constituye ninguna amenaza para la verdad fundamental del cristianismo, un punto al que volveremos un poco más adelante.

En cuanto al segundo punto, el del significado "temporario" del judaísmo en el designio divino, ofrezco aquí sólo unas pocas indicaciones que pueden ser útiles para los lectores cristianos que aún no han considerado estos temas. Las breves observaciones son:

  • Las categorías de una religión nunca deben ser usadas para intentar entender o describir otra religión. Muchos de los términos que se usan comúnmente en el cristianismo pueden ser engañosos si se aplican al judaísmo, y a veces, la misma palabra puede tener diferentes connotaciones. Un buen ejemplo es la palabra "salvación".
  • El judaísmo no es una especie de reverso del cristianismo, es decir, todo lo que este último no es.
  • El judaísmo no es una religión de justificación por las obras (terminología cristiana) en contraposición al cristianismo como una religión de gracia. Adoramos y servimos al mismo Dios, el Dios de Abraham, Sara y Jesús de Nazareth.
  • El judaísmo no es una religión de credo. No contiene un dogma ni una doctrina, excepto en el más obvio sentido de creer en el Único, Verdadero Dios.
  • Si bien el judaísmo está ligado a la Biblia Hebrea, no está atado a ella como si nada hubiera sucedido desde la época bíblica.
  • El judaísmo incluye todos los escritos de los tiempos de los Sabios, los Rabinos y sus sucesores. Ese material se encuentra inicialmente en la Mishnah, la Guemarah (que juntas constituyen los dos Talmuds) y los Midrashim.
  • La Torah (y su ampliación interpretativa) no es un "medio de salvación" en un sentido cristiano, sino una guía de obediencia al Dios de la Alianza, que proporciona "una senda para caminar" (Halakhah).
  • Es central en la práctica judía la santificación del Nombre Divino y el tikkun haolam, "el mejoramiento del mundo". Esto exige una respuesta activa.
  • El Dios del judaísmo es el Dios del amor, la misericordia y la justicia. El arrepentimiento y el perdón forman parte del judaísmo tanto como del cristianismo. De modo que también la esperanza del establecimiento del Reino (Gobierno) de Dios es una parte esencial del judaísmo.

Esta lista también podría seguir indefinidamente. Mi objetivo principal al escribirla, es contrarrestar la nociva caricatura del judaísmo que tan frecuentemente se presenta a los cristianos, y señalar que todas aquellas cosas que son preciadas para los cristianos están presentes en el judaísmo, aunque expresadas en forma diferente, pero al servicio del mismo propósito: adorar y servir al Único, Verdadero Dios. No falta nada. Si el judaísmo hubiese llegado a su fin con el advenimiento del cristianismo, el mundo habría sido inconmensurablemente más pobre; y también el cristianismo: la nueva relación aumenta nuestra antigua deuda. Mucho más podría escribirse sobre esto, por supuesto, mucho más debería escribirse, pero quizá sea suficiente lo dicho para explicar la afirmación de que mucho más significativo que el "no" judío a Jesús es el permanente "sí" judío al judaísmo.

El "sí" cristiano a Jesús

Un cristiano es, por definición, una persona que le dijo "sí" a Jesús como Cristo de Dios. Me gustaría decir también que es un "sí" a Jesús como Cristo para cada hombre o para cada mujer como cristianos. Es, antes que ninguna otra cosa, una declaración de fe, y cualquier principio de verificación que pudiera aplicarse debe operar dentro de ese campo delimitado. Por otra parte, el significado de este título, Cristo, no necesariamente es reconocido de inmediato. Es, por supuesto, una importante cuestión teológica para la Iglesia, pero no puede ni debe ser considerada independientemente del contexto en el que surgió, y ese contexto tiene aspectos religiosos, políticos y sociales. Por cierto, toda afirmación sobre lo que es Jesús para los cristianos debe ser examinada dentro de ese contexto multifacético. Por ejemplo, es importante saber que en tiempos de la Iglesia primitiva era habitual que el Emperador romano fuera deificado después de su muerte, o saber que el concepto de un Dios Salvador que desciende estaba muy difundido en la cultura religiosa grecorromana de aquel período, como también, en ese momento y anteriormente, la aceptación del nacimiento virginal de los héroes.

¿Cuál es, entonces, el significado central de la respuesta positiva de los cristianos? Es este: que el Dios de Jesucristo y de sus compatriotas de todos los tiempos, llegó a ser el Dios de las naciones, cumpliendo la promesa divina a Abraham (Gn 12, 3). El Dios de Abraham es también el Dios de los cristianos. En este sentido, hay cumplimiento de la antigua promesa de la Escritura Hebrea en el testimonio central del Nuevo Testamento. Cuando Jesús reza, como judío: "Padre nuestro que estás en el cielo...", nosotros rezamos con él lo que es esencialmente una plegaria judía. Somos atraídos a esa experiencia, pero llegamos a ella como visitantes recientes, como quien ha recibido más de lo que puede llegar a retribuir. Por esta sola razón, una misión cristiana hacia los judíos es teológicamente insostenible.

En el ministerio de Jesús hay un llamado a las ovejas perdidas de Israel, y ese llamado es ampliado por los primeros apóstoles, y especialmente por Pablo, a las ovejas perdidas de las naciones, a los gentiles. Esto se hace en el nombre de Jesús, a quien puede conferirse el título de Cristo, el Ungido de Dios, no en el sentido de alguien que supuestamente ha sido presagiado en la Biblia Hebrea, sino como alguien por medio del cual la redención se extendió a las naciones. Esta comprensión del papel de Jesucristo no censura el "no" judío ni pasaría nunca por encima del "sí" judío al judaísmo. Juntos esperamos y trabajamos por el régimen mesiánico que es el cumplimiento del designio divino (véase 1 Corintios 15, 20-28 para la presentación poética de esta esperanza)

Conclusión

La fe de una persona nunca debería sostenerse a expensas de la de otra; mucho menos a expensas de la de otra comunidad.

Si dejáramos que nuestra imaginación nos llevara más allá del antiguo mundo bíblico con sus signos y símbolos religiosos, aunque sea importante, más allá del mundo restringido de un universo de "tres pisos" con su cielo, su tierra y su infierno, incluso más allá del mundo de Copérnico; si lo hiciéramos y reflexionáramos sobre la naturaleza del universo tal como lo conocemos, sobre su interminable magnitud y su infinita diversidad, entonces, seguramente nuestra común respuesta a Dios sería una respuesta de temor reverencial y, por sobre todas las cosas, de humildad. Nos regocijaríamos con el salmista:

"¡Oh, Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!"


Al ver el cielo, obra de tus manos,

la luna y las estrellas que has creado,

¿qué es el hombre para que pienses en él,

el ser humano para que lo cuides?" (Salmo 8, 1, 3-4)

* The Fantasy of Superiority: Rethinking our universalist claims, en Overcoming Fear Between Jews and Christians, editado por James H. Charlesworth, New York, Crossroad, 1992, pp. 44-57)

 

Editorial remarks

© Copyright 1996 Gesher.

Traducción del inglés: Silvia Kot