Quiénes somos

Hablé muchas veces en ambientes no-judíos: iglesias y escuelas, instituciones y asociaciones multiculturales. Habitualmente digo mi típico discurso "Judaísmo en veintitrés minutos", y luego escucho preguntas.

Quiénes somos

Martin Samuel Cohen

Hablé muchas veces en ambientes no-judíos: iglesias y escuelas, instituciones y asociaciones multiculturales. Habitualmente digo mi típico discurso "Judaísmo en veintitrés minutos", y luego escucho preguntas. Y siempre recibo las mismas preguntas: siempre me piden que defina al judaísmo en términos de las religiones de los demás: por qué los judíos no festejan la Navidad, por qué los judíos no reconocen a Jesús como su Mesías (en general lo expresan de esta forma: "¿por qué los judíos rechazaron a Jesús?"), por qué los judíos no opinan sobre el divorcio como los anglicanos, o sobre el aborto como los católicos, o como los mormones sobre la poligamia o los musulmanes sobre el Corán o como opina cualquier otro en todo el mundo sobre cualquier cosa que se le ocurra al que hace la pregunta.

Todas son preguntas legítimas, supongo, pero también hay algo molesto en ellas, algo vagamente condescendiente e inconfundiblemente importuno en preguntas que suponen que la única manera de definir al judaísmo es señalar todas las diferentes formas en que el judaísmo omitió adoptar los principios de las religiones de otras personas.

Creo que la próxima vez tomaré el toro por las astas y comenzaré mis observaciones diciéndole al público cómo los judíos quieren verse a sí mismos. Cómo la historia judía es más que una lista interminable de cosas que nos hicieron los otros. Cómo el judaísmo es más que una simple amalgama de las cosas que sobraron cuando los judíos finalmente terminaron de rechazar a los salvadores, profetas y sabios de todos los demás. Les diré cómo nos gustaría que ellos nos vieran. Cómo nos vemos nosotros.

Antes que nada, les diré que somos una comunidad de fe. El propósito del judaísmo no es perpetuar obsesivamente los rituales judíos, sino establecer una relación de profunda y permanente comunión espiritual entre el Dios de Israel y cada judío individual. No es comer beigl o bailar el hora o plantar árboles en Israel, sino conocer a Dios y rendir culto a Dios y amar a Dios. Tampoco es seguir leyes dietéticas o guardar el Sabbath o encender velas de Hanukkah, sino usar esos rituales como medios para un fin, y no como gestos supersticiosos tendientes a hacernos parecer piadosos ante los ojos de los demás o conjurar alguna catástrofe que podría abatirse sobre nosotros inmediatamente después de ingerir una porción de tocino. No es construir sinagogas o escuelas o centros comunitarios judíos, sino usar la camaradería y el conocimiento que pueden proveer esas instituciones como método para desarrollar el contexto en el que uno puede, lentamente, llegar a creer en Dios, y entonces, más lentamente aún, conocer a Dios y por último, como máximo logro de una vida judía bien vivida, amar a Dios con ardor y pasión.

Después, les diré que somos una comunidad de la Escritura. Ni fundamentalistas ni ignorantes literalistas, sino simplemente un pueblo de y por el Libro, un pueblo cuya Torah vive dentro de él, así como él vive dentro de su Torah. El Libro no es el propósito ni el objetivo del culto, ni su estudio es el equivalente del culto. Pero, al menos para nosotros, texto es contexto, y el perímetro de la Sagrada Escritura circunscribe el campo de juego en el que competimos con nuestros propios instintos básicos para ganar el premio que es la fe en Dios y la vida en Dios. Sé perfectamente (pero gracias por hacerlo notar) que la Biblia está plagada de las más horribles historias de bigamia, traiciones y esclavitud, que se desarrollan sobre un telón de fondo antiguo de sacrificios animales y rituales de pureza. Sé todo eso y entiendo que pueda parecer extraño que pase mi vida espiritual trabajando en esa viña. Pero el libro es un libro acerca de las relaciones entre un Dios perfecto y un conjunto imperfecto de personas, y hay en él toda clase de fisuras y asperezas y discrepancias. Es defectuoso de innumerables maneras porque es el registro de miles de años de gente defectuosa que lucha para encontrar alguna clase de camino que la lleve a la comunión con Dios. Y, para bien o para mal, es mi historia espiritual la que está en ese libro, y no puedo descartarlo sólo porque contiene algunas ideas que no se ajustan a ciertas otras ideas que mientras tanto desarrolló el mundo.

Si después de todo esto alguien todavía está escuchando, diré que somos una comunidad mesiánica también. Si me estoy dirigiendo a un grupo cristiano, quizá provoque cierta reacción: a la misma gente que durante tanto tiempo insistió en que los judíos eran casi por definición los que rechazaron al Mesías, le parecerá interesante saber que de ninguna manera hemos rechazado al Mesías. O al menos, no rechazamos la idea de un redentor que pondrá fin a la historia tal como la conocemos y nos hará entrar en la era de la paz de la que nos hablaron los profetas. En realidad, el problema no es creer en el Mesías, sino identificarlo. ¿Y qué tiene de malo Jesús? Nada, supongo. Pero la verdad es que no logró producir ninguna de las cosas que según la Biblia sucederían en el advenimiento de la era mesiánica: ni los leones duermen con los corderos, ni los muertos se levantaron de sus tumbas, ni el conocimiento de Dios se desplomó sobre la tierra como las aguas que cubren el mar, nada de todo eso. Así que, por ahora, nosotros pasamos. Les advierto que no es nada personal. Existieron docenas, tal vez veintenas de personas que a lo largo de los siglos proclamaron sus pretensiones mesiánicas, no sólo Jesús de Nazareth. A cada uno de ellos le damos la oportunidad de respaldar sus (fáciles) palabras con (sustancialmente más difíciles) hechos y, al menos hasta ahora, todos se quedaron un poco cortos. De modo que seguimos esperando, pero esto no significa que hayamos renunciado a la idea fundamental o que merezcamos que nos amontonen en ghettos o campos de concentración por nuestra manifiesta intransigencia. Por el contrario: seguimos esperando precisamente porque no hemos renunciado, porque no hemos relegado la idea de un redentor personal al desván de la teología judía donde confinamos nuestros otros dogmas anticuados y rechazados. En cualquier caso, cuando de la espera mesiánica se trata, ahí estamos nosotros. Los judíos que dicen sus plegarias en serio, oran por la llegada del Mesías tres veces por día, y lo vuelven a hacer después de cada comida. Es una constante en nosotros, algo habitual en la manera en que pensamos sobre nuestro destino y sobre el destino del mundo. Así que no se traguen ese disparate sobre que los lunáticos "Judíos por Jesús" son los "verdaderos" judíos mesiánicos. Todos los judíos son judíos mesiánicos: para bien o para mal, es parte de lo que somos, y una parte importante.

Hasta aquí, todo bien. Entonces, para mi gran final, terminaré diciendo que nosotros, los judíos, somos el producto de nuestro propio pasado. Detestamos que nos digan que somos el pueblo que rechazó a Jesús, como si ser judío residiera en el hecho de no ser otra cosa. Los franceses no son albanos, y los mayas no eran aztecas, pero eso a nadie le parece irrazonable o sorprendente. Sólo los judíos, me parece, somos castigados una y otra vez por no ser otros. Bueno, tómenlo o déjenlo, pero somos quienes somos, y no gente que no es lo que son ustedes. Esto no es pura semántica, sino algo peor: esa idea de que en cierta forma los judíos están haciendo algo perverso al no adherir a la fe de los otros, es el núcleo mismo de la extraña habilidad que tiene el antisemita para justificar su propia intolerancia. De todos modos, el tema es que somos un pueblo que existe siendo quien es y no siendo quien no es. Háganse cargo.

Hay otras cosas que podría mencionar sobre la manera en que a los judíos les gustaría que los demás los vieran, pero probablemente me detenga aquí. Si logro llegar hasta la puerta de salida sin ser atacado por personas que se sienten ofendidas cuando un grupo minoritario hace valer su derecho de autodefinirse, consideraré que mi velada fue un éxito. O quizá deba volver a recibir preguntas sobre por qué los judíos usan esas gorritas cuando rezan...

Editorial remarks

Nota: este texto fue tomado del libro del rabino Martin Samuel Cohen, publicado en 1995, Travels on the Private Zodiac: Reflections on Jewish Life, Ritual and Spirituality, con el amable permiso del autor y la editorial:

© Copyright 1996 Moonstone Press, 167 Delaware St., London Ontario, Canada N5Z 2N6


Traducción del inglés: Silvia Kot