Esta narrativa oficial comienza con la decisiva ruptura de Esteban con el judaísmo en el capítulo 7 de Hechos. En ese momento, los denominados cristianos judíos empiezan a desaparecer de esa narrativa hasta el capítulo 11, cuando son totalmente eliminados del relato tras la visión revelatoria de Pedro, a través de la cual este se convence de abandonar su anterior adhesión a la observancia de los judíos.
De allí en adelante, la narrativa oficial se enfoca exclusivamente en los gentiles como el nuevo pueblo de Dios y traslada el centro geográfico del cristianismo de Jerusalén a Roma. Por lo tanto, en el relato de los orígenes cristianos que predominó en la Iglesia, el judaísmo es sustituido e incluso anulado cuando se considera a Pablo como el mensajero primario de esa enseñanza.
Esta narrativa de Hechos también ha impactado en la vida litúrgica católica y se impuso en las lecturas del tiempo de Pascua.
La perspectiva clásica sobre Pablo y el judaísmo fue fortalecida significativamente hacia mediados del siglo XIX con los escritos de F.C. Baur. En su famoso libro Pablo, el apóstol de Jesucristo (1845), Baur sostiene que existieron solo dos facciones en la Iglesia primitiva. Una era la de los cristianos judíos, cuyo líder era Pedro, y la otra, la de los cristianos gentiles, que sostenía el liderazgo espiritual de Pablo. Según la perspectiva de Baur, los cristianos judíos permanecían atascados en un legalismo estrecho que los enceguecía ante los elementos universales de las enseñanzas de Jesús que pregonaba Pablo.
La investigación bíblica ha realizado últimamente un gran esfuerzo para desterrar las limitaciones impuestas por la narrativa basada únicamente en Hechos, tal como la restablecieron Baur y sus discípulos. Ese esfuerzo forma parte de una reinterpretación mucho más amplia de los primeros años de la relación entre cristianos y judíos.
Un creciente consenso en la nueva investigación académica insiste en que no hay evidencia de que Jesús hubiera tenido la intención de establecer una institución religiosa totalmente nueva separada del judaísmo durante su propia vida y que no podemos hablar realmente de una ruptura definitiva entre el judaísmo y el cristianismo hasta por lo menos mediados del segundo siglo e incluso más tarde en sectores del cristianismo oriental.
Los académicos involucrados en esta nueva investigación pintan un cuadro mucho más complejo y matizado de la relación entre judíos y cristianos del primer siglo que el que presenta Baur. En realidad, existían muchos grupos diferentes en el amplio panorama de la época del judaísmo, que incluía la permanencia de prácticas judías dentro de una aceptación del camino proclamado por Jesús. Según algunos de esos académicos, el llamado “culto de Cristo” no cortó automáticamente sus lazos con el judaísmo. Lamentablemente, ni la teología sistemática ni los estudios litúrgicos le prestaron mucha atención a la profunda reorientación del tema cristiano-judío que surge en importantes sectores de la investigación bíblica contemporánea.
El famoso biblista Raymond Brown hizo un comentario llamativo sobre el nuevo enfoque de Pablo y el judaísmo en una conferencia popular que ofreció poco antes de su muerte. Brown dijo que estaba convencido de que si Pablo hubiera tenido un hijo, lo habría circuncidado. Esta nueva idea sobre el concepto que tenía Pablo del judaísmo en términos de fe cristiana comenzó con el biblista de Harvard y luego obispo luterano de Estocolmo Krister Stendahl. En un artículo trascendental publicado en la Harvard Theological Review en 1963 titulado “El Apóstol Pablo y la conciencia introspectiva de Occidente”, Stendahl sostiene que la clásica interpretación de Pablo como hostil a la Torá, una interpretación que desempeñó un papel central en la autodefinición teológica cristiana especialmente en el protestantismo, se parece muy poco a lo que Pablo realmente creía sobre la permanencia de la práctica de los ritos judíos entre los cristianos. Su obra ha sido recogida por una impresionante lista de académicos, que incluye, entre otros, a E.P. Sanders, Peter Tomson, James D.G. Dunn, John Gager, Daniel Harrington, Jeryy L. Sumney y Lloyd Gaston. A ellos se agregaron más tarde varios académicos judíos, especialmente Alan Segal.
En importantes sectores de la investigación paulina empezó a surgir un retrato de un Pablo aún muy judío, que valoraba mucho la Torá judía y aparentemente no tenía ninguna objeción a que los cristianos judíos la siguieran practicando en la medida en que sus orientaciones básicas se fundaran en Cristo y sus enseñanzas. El Apóstol se esforzó todavía hacia el final de su ministerio por lograr un equilibrio entre su interpretación de la novedad que significaba el Acontecimiento de Cristo y la continuidad de la Alianza judía: algo que es muy evidente en los famosos capítulos 9-11 de Romanos, citados por el Concilio Vaticano II en el capítulo cuatro de Nostra Aetate, donde encontramos la declaración conciliar sobre la nueva concepción de la relación de la Iglesia con el pueblo judío. También es posible, aunque mucho menos seguro, que algunos de los textos paulinos, en particular sus himnos cristológicos, se basen en un contacto personal de Pablo con el misticismo judío de la época, y que él agregara sus interpretaciones distintivas. Algunos biblistas involucrados en esta nueva investigación paulina llegan incluso más lejos y sostienen que Pablo valoraba tanto la observancia de la Torá que temía que si los gentiles trataban de practicarla solo corromperían su verdadero espíritu. Evidentemente, este punto de vista va un poco más allá de la evidencia científica, pero se está discutiendo hoy en algunos círculos académicos.
Uno de los investigadores que está en el centro de la nueva imagen de Pablo es John G. Gager. Fundó el importante grupo de estudio de las universidades Oxford-Princeton sobre la “separación de los caminos”. En un ensayo, Gager sintetizó el nuevo enfoque sobre Pablo que, a su juicio, debe reemplazar a la preponderancia de la narrativa de Hechos que dominó la teología y la liturgia cristianas durante tanto tiempo. Y sin duda el Jubileo de Pablo constituyó una excelente oportunidad para presentar este nuevo enfoque en las Iglesias y también para realizar discusiones serias entre teólogos y liturgistas sobre sus implicaciones para la autocomprensión cristiana y las celebraciones en las iglesias.
La síntesis de Gager incluye los siguientes elementos: 1) Destaca fuertemente la pluralidad de la práctica entre los seguidores de Jesús que seguían observando la Torá. Su observancia estaba muy lejos de una uniformidad. 2) De hecho, los cristianos judíos no desaparecieron de la escena después de la llamada visión revelatoria de Pedro, como quiere hacernos creer el autor de Hechos. Siguieron siendo una fuerza significativa en las Iglesias cristianas durante muchos siglos, especialmente en las regiones de Siria y más allá, donde no eran en absoluto una pequeña minoría y no eran considerados herejes en sus ideas y su práctica. 3) El cristianismo primitivo, contrariamente a lo que aparece en Hechos, no reorientó en forma simplista su foco geográfico de un modo unidireccional hacia Roma. En realidad, se movió en forma multidireccional por distintas regiones mediterráneas y otros sitios. De hecho, en algunos lugares, como Siria, el cristianismo judío pareció ocupar la posición dominante en la Iglesia. 4) Junto con otros académicos, como Brown, Gager impugna toda idea de que Pablo rechazara al judaísmo y a los que llamamos cristianos judíos. Él decidió concentrar sus energías en llegar a los creyentes gentiles, a quienes, por alguna razón los eximía de la obligación de observar la Torá en su expresión de fe. Según Gager, el autor de Hechos enroló a Pablo en su propia intención de degradar al cristianismo judío. Con esto, aunque no lo dice explícitamente, Gager sugiere que el autor de Hechos, y no Pablo, es, en realidad, el fundador de la forma antijudía del cristianismo que constituyó una fuerza tan poderosa (y negativa) a lo largo de la historia cristiana y con tanta frecuencia se tradujo en la manifestación de un inicuo antijudaísmo e incluso un rotundo odio antisemita en muchas comunidades cristianas. De hecho, Pablo propone una política de “dos puertas” en términos de salvación con caminos diferenciados para judíos y gentiles. 5) Debido en gran parte a la imagen de Pablo creada por el autor de Hechos, Pablo se hizo conocido como el archienemigo de los cristianos judíos, como la persona que los deslegitima totalmente como una autentica expresión de cristianismo. Esta imagen contaminó igualmente a círculos judíos, en los que tradicionalmente se lo consideró, incluso entre académicos favorablemente dispuestos hacia Jesús y sus enseñanzas, como el fundador de una Iglesia cristiana antijudía en su núcleo. La filósofa judía Hannah Arendt dijo una vez que veía un abismo entre las enseñanzas de Jesús en los Evangelios y el Cristo de los textos paulinos. (John G. Gager, “Did Jewish Christians see the rise of Islam?”, en The ways that never parted: Jews and Christians in late Antiquity and the Middle Ages, eds. Adam H. Becker y Annette Yoshiko Reed, 2003, 366-367).
Gager agrega también un punto relativo a la experiencia revelatoria que, según Hechos 11, produjo un cambio de corazón en Pedro con respecto a la continuación de las prácticas judías por parte de los seguidores de Jesús. Pone en tela de juicio la verdadera historicidad de esa narración: cree que es un relato elaborado por el autor de Hechos para respaldar su propia perspectiva antijudía.
Gager basa su punto de vista en una sección de los escritos pseudoclementinos tardíos, en la que Pedro se queja de que “algunos han empezado a distorsionar mis palabras con interpretaciones confusas, para hablar de una abolición de la Ley, como si yo pensara algo así: ¡Dios no lo permita! Porque si yo tuviera esa posición, actuaría contra de Ley de Dios que fue expresada por medio de Moisés y cuya permanencia eterna fue atestiguada por Nuestro Señor” (Véase la traducción y el análisis en Wayne Meeks, The writings of St. Paul, 178 ss). Gager interpreta esto como la “ira de Pedro” contra el autor de Hechos.
Para terminar este breve análisis acerca de las nuevas perspectivas sobre Pablo, debemos volver a la pregunta original: ¿fue Pablo el fundador del cristianismo o un judío fiel? En cierto sentido, la respuesta es que fue ambas cosas. Ya no hay duda de que Pablo tenía una actitud muy positiva hacia el judaísmo y su Torá. Probablemente, él siguió adhiriendo personalmente a muchas de sus disposicioness y se habría horrorizado ante la forma “desnuda” de cristianismo separado de su alma judía que surgió finalmente en muchos círculos de la Iglesia, especialmente en una gran parte de la tradición patrística, sin despreciar al pueblo judío y su fe. En eso siguió siendo un “judío fiel”. Pero estaba convencido de que la llegada de Cristo había producido una reorientación fundamental de la fe hacia un sistema de creencia basado en la experiencia de Cristo. Para Pablo, la experiencia de Cristo resucitado fue personalmente transformadora. Sin duda, Pablo quería que los judíos reconocieran a Jesús como el Mesías de Israel así como el de las naciones, pero de ningún modo eso significaba para Pablo repudiar la Torá. En realidad, desde la perspectiva paulina, una contradicción entre Jesús el Mesías y la Torá habría sido ridícula, ya que a veces él traza un paralelo entre la Ley y el Evangelio e incluso los identifica en los actos de Dios en Jesucristo.
La lucha de Pablo con los llamados “cristianos judíos”, que Baur define erróneamente como una confrontación fundamental, fue en realidad una disputa mucho más limitada, restringida a los cristianos judíos que se negaban a aceptar el punto de vista de Pablo sobre una reorientación fundamental para los que creían en Cristo. Para Pablo, la Torá judía tenía una importancia genuina, pero Cristo era más importante. Y por eso sentía que podía extender la membresía de la Alianza a los gentiles sin exigirles un compromiso con las prácticas rituales judías tan fuerte como el que él mismo tenía con esas prácticas. Para Pablo, Israel se salvaría en última instancia a través del Mesías escatológico de Dios. Romanos 9-11 muestra claramente que Pablo esperaba que todo Israel alcanzara la salvación. Parecía considerar la “desobediencia” momentánea del pueblo judío como parte integrante del plan divino para la salvación humana. Había incluso una manera en la cual podía considerarse el rechazo de los judíos a Jesús como el esperado Mesías de Israel como un “sacrificio cristológico”, semejante a la separación de Jesús de Dios Padre en el Calvario. En este sentido, Pablo puede ser considerado el fundador del cristianismo. Pero de un modo muy diferente a su descripción clásica como alguien que suprimió al judaísmo y sus prácticas de la fe cristiana, que favoreció a Cristo por encima de la Torá en un sentido absoluto.