בָּרוּךְ אַתָּה יְיָּ אֱלֹהֵינוּ מֶלֶךְ הַעוֹלָּם שֶהֶחֱיָּנוּ וְקִיְמָּנוּ וְהִגִיעָּנוּ לַזְמַן הַזֶה׃
“Alabado sea el Señor que me permite estar hoy aquí”.
Qué gracia, qué regalo poder dirigirme a ustedes hoy aquí en Yad Vashem.
Aquí en Yad Vashem arde la Llama Eterna en memoria a los muertos de la Shoá.
Este sitio conmemora su sufrimiento, el sufrimiento de millones.
Y conmemora su vida, conmemora los destinos que sufrieron todos y cada uno.
Este sitio conmemora a Samuel Tytelman, un nadador apasionado que ganó competencias para el Makabi Varsovia, y a su pequeña hermana Rega, que ayudaba a su madre a preparar los alimentos para el sabbat.
Este sitio conmemora a Ida Goldis y a Vili, su hijo de tres años. En octubre fueron deportados del gueto de Chisináu y en enero, en el más crudo frío, Ida escribió una última carta a sus padres: “Lamento mucho no haber comprendido, durante nuestra despedida, la importancia del momento, [...] no haberlos abrazado con fuerza, haberlos soltado”.
Fueron deportados por alemanes. Alemanes les tatuaron números en el antebrazo. Alemanes trataron de deshumanizar a estos seres humanos, de convertirlos en números, de apagar todo recuerdo de ellos en el campo de exterminio.
No lo lograron.
Samuel y Rega, Ida y Vili eran seres humanos. Y como seres humanos permanecen en nuestra memoria.
Aquí en Yad Vashem se les da, como reza el libro de Isaías, “un monumento y un nombre”.
Yo me encuentro ante este monumento también como ser humano, y como alemán.
Estoy ante su monumento, leo sus nombres, escucho sus historias. Y me inclino con profundo duelo.
Samuel y Rega, Ida y Vili eran seres humanos.
Hoy y en este lugar tengo que afirmar además: los victimarios eran seres humanos. Eran alemanes. Los asesinos, los guardias, los cómplices, los esbirros eran alemanes.
El asesinato masivo a escala industrial de seis millones de judías y judíos, el mayor crimen en la historia de la humanidad, fue perpetrado por mis compatriotas.
La horrenda guerra que iba a cobrarse más de 50 millones de vidas humanas fue desatada por mi país.
75 años después de la liberación de Auschwitz estoy ante todos ustedes como presidente alemán, cargado de una gran culpa histórica. Pero al mismo tiempo estoy lleno de gratitud por la mano extendida de los supervivientes, por la nueva confianza de los seres humanos en Israel y en el mundo entero, por la vida judía que ha vuelto a florecer en Alemania. Me alienta el espíritu de la reconciliación que ha señalado un camino nuevo, un camino de paz a Alemania e Israel, a Alemania, Europa y los Estados del mundo.
La Llama de Yad Vashem no se extingue. Y la responsabilidad alemana tampoco se extingue. Queremos estar a la altura de esta responsabilidad. Que ustedes, estimados amigos, nos midan por el cumplimiento de esta responsabilidad que asumimos.
Dado que estoy agradecido por el milagro de la reconciliación, estoy ante ustedes y desearía poder afirmar que nuestra memoria nos hizo inmunes contra el mal.
Sí, los alemanes recordamos el pasado. No obstante, en ocasiones me parece que entendemos mejor el pasado que el presente.
Los fantasmas se disfrazan hoy de otra manera. Más aún, presentan su pensamiento antisemita, nacionalista y racista, autoritario como respuesta para el futuro, como una nueva solución a los problemas de nuestros tiempos. Desearía poder afirmar que los alemanes hemos aprendido de la historia para siempre.
Sin embargo, no puedo afirmarlo cuando se extienden el odio y la instigación al odio. No puedo afirmarlo cuando se les escupe a niños judíos en el patio de la escuela. No puedo afirmarlo cuando bajo el pretexto de una supuesta crítica de la política israelí se manifiesta un crudo antisemitismo. No puedo afirmarlo cuando solo una pesada puerta de madera impide que un terrorista ultraderechista provocara un masacre, un baño de sangre en una sinagoga en Halle en el día de Yom Kipur.
Sin duda nuestros tiempos no son los mismos tiempos. No son las mismas palabras.
o son los mismos victimarios.
Pero es el mismo mal.
Y solo hay una respuesta: ¡Nunca más!
Por ello no puede haber punto final para la memoria.
Esta responsabilidad es un principio fundacional de la República Federal de Alemania.
Pero nos pone a prueba aquí y ahora.
Esta Alemania solamente está a la altura del compromiso asumido si cumple con su responsabilidad histórica:
Nosotros luchamos contra el antisemitismo.
Nos resistimos al veneno del nacionalismo.
Protegemos la vida judía.
Estamos del lado de Israel.
Ante los ojos del mundo renuevo esta promesa aquí en Yad Vashem.
Y sé que no estoy solo. Aquí, en Yad Vashem, afirmamos juntos hoy: ¡No al odio contra los judíos! ¡No al odio contra el ser humano!
Con el horror de Auschwitz el mundo ya aprendió la lección en una ocasión y estableció un orden de paz basado en los derechos humanos y el derecho internacional. Los alemanes mantenemos nuestro compromiso con este orden y queremos defenderlo junto con todos ustedes. Y es que sabemos que toda paz es frágil y que como seres humanos siempre somos susceptibles a la seducción.
Muy distinguidos jefes de Estado y de Gobierno, estoy agradecido de que hoy declaremos juntos: A world that remembers the Holocaust. A world without genocide ("Un mundo que recuerda el Holocausto. Un mundo sin genocidio").
“¿Quién sabe si alguna vez podremos volver a escuchar el mágico sonido de la vida? ¿Quién sabe si podremos entretejernos con la eternidad? ¿Quién sabe?”
Salmen Gradowski escribió estas líneas cuando estaba preso en Auschwitz y las enterró en una lata debajo de un crematorio.
Aquí en Yad Vashem, están entretejidos con la eternidad: Salmen Gradowski, los hermanos Tytelman, Ida y Vili Goldis y tantos otros.
Todos ellos fueron asesinados. Sus vidas se perdieron en medio del odio desenfrenado. Pero al mantenerlos en nuestra memoria se triunfa sobre la nada. Y nuestro actuar triunfa sobre el odio.
Ese es mi compromiso. Esa es mi esperanza.
“Alabado sea el Señor que me permite estar hoy aquí”.