Negación del Holocausto: Qué es, y por qué los estudiosos evangélicos deben rechazarlo categóricamente

?El Holocausto no es meramente una tragedia de los judíos, sino una tragedia de la civilización, en la que las víctimas fueron judíos”, puntualiza el profesor Richard Pierard. En este artículo, refuta a quienes niegan la realidad del Holocausto, y define sus argumentos como una maliciosa forma de antisemitismo.

Negación del Holocausto:

Qué es, y por qué los estudiosos evangélicos deben rechazarlo categóricamente

Richard V. Pierard

El Holocausto, el intento de los nazis alemanes de eliminar a toda la población judía europea, es la mayor tragedia que debió enfrentar el pueblo judío en su historia. Es también un problema cristiano, porque la mayoría de los perpetradores del Holocausto eran miembros bautizados de las Iglesias, y los espectadores, los que no hicieron nada para impedirlo, ni siquiera para ayudar a sus vecinos judíos perseguidos, también eran reputados miembros de las Iglesias protestante y católica. Desgraciadamente, hay gente que afirma que el Holocausto jamás existió. Dicen que los judíos inventaron su tragedia, en la más maliciosa y virulenta forma imaginable de antisemitismo. Esto niega la experiencia compartida de la comunidad judía actual, y constituye un terreno propicio para la posibilidad de otra tentativa de destrucción total. Aunque los negadores del Holocausto pueden intentar infiltrarse en nuestra filas, como evangélicos debemos hacer oír un firme y deliberado NO a todos los intentos de los negacionistas por difundir sus perniciosas ideas entre nosotros.

Introducción

Me gustaría comenzar con tres ejemplos: el primero es el general Dwight Eisenhower, quien, en sus memorias, Crusade in Europe (p. 409), relató su visita al campo de concentración de Buchenwald, el 13 de abril de 1945.

“Visité cada rincón del campo porque sentí que, desde ese momento, era mi obligación estar en condiciones de dar un testimonio de primera mano sobre esas cosas, en caso de que en mi país aumentara la presunción de que “las historias de la brutalidad nazi eran sólo propaganda”. Algunos miembros del grupo de visitantes fueron incapaces de atravesar esa experiencia. Envié comunicaciones tanto a Washington como a Londres, exhortando a ambos gobiernos a que mandaran en el acto a Alemania a diferentes editores de periódicos y grupos representativos de las legislaturas nacionales. Sentí que la evidencia debía ser presentada inmediatamente a los públicos norteamericano y británico de una manera que no dejara ningún lugar a dudas cínicas”.

El segundo ejemplo proviene de un artículo de fondo del escritor John Sack titulado “Daniel in the Denial Den” (“Daniel en la caverna de los negadores”), en la revista Esquire, febrero de 2001. En él, describe sus experiencias en una “conferencia internacional” del Institute for Historical Review, en un hotel de Orange, California. Allí cenó con un hombre de Alabama, el Dr. Robert Countess, ministro presbiteriano y profesor de griego clásico y hebreo que se dice evangélico. Enseñó brevemente en el Covenant College de Tennessee, y es un miembro prominente de la Sociedad Teológica Evangélica. Countess usaba una camiseta con esta inscripción: ¿NINGÚN AGUJERO? ¡NINGÚN HOLOCAUSTO! (Esto se refiere a la afirmación de un negacionista francés, Paul Faurisson, que examinó los techos en ruinas de las infames cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz, y no encontró los agujeros por los cuales se habría introducido el gas ciánido para matar a las personas allí encerradas. Entonces llegó a la conclusión de que el Holocausto era un mito). Con anterioridad, Countess había declarado en una carta al editor del número de marzo de 1988 de la revista de libertad religiosa Liberty, de los Adventistas del Séptimo Día, que “las investigaciones académicas actuales” sobre la era nazi revelaban “las extremas exageraciones” de las muertes de judíos. El número de judíos “desaparecidos durante el período de guerra está a lo suma entre 300.000 y 1.500.000”.

El tercer ejemplo es un artículo de Herman Otten en su revista Christian News, del 7 de mayo de 1990. El muy sincero fundamentalista luterano proclamaba: “Llegó el momento de que los cristianos dejemos de creer y promocionar una de las mayores mentiras y calumnias del siglo XX”. Es la idea de que los alemanes exterminaron a seis millones de judíos durante la segunda guerra mundial, y planeaban matar a todos los judíos de Europa. Decía que estaba desafiando a “una de las doctrinas más sagradas del mundo”, la “religión del Holocausto”. Promocionar esta “farsa” como verdad, era mentir, y constituía una violación al mandamiento de no levantar falso testimonio.

Estos ejemplos ponen al descubierto el problema que enfrentamos. El líder militar norteamericano quería asegurarse de que ese pueblo jamás llegara a considerar los horrores de los campos de concentración nazis como mitos de propaganda, mientras que los dos escritores evangélicos, un educador y un periodista, ya estaban restando importando y minimizando lo que habían hecho los nazis.

Controversias históricas

El Holocausto puede definirse como el acontecimiento histórico en el cual aproximadamente seis millones de judíos fueron asesinados, en una forma intencional, sistemática y burocráticamente organizada, por los nazis y sus colaboradores, por medio de diferentes tecnologías, incluyendo cámaras de gas. Esta concisa definición fue elaborada por Michael Shermer y Alex Grobman en Denying History: Who Says that the Holocaust Never Happened and Why Do They Say it? (Berkeley: University of California Press, 2000), p. XV. Durante los años 60, se aceptó universalmente la palabra Holocausto para definir este proceso. El significado griego de la palabra es “destrucción por el fuego”, y su significado original era el sacrificio en el fuego de un animal en un altar. El término hebreo es Shoah.

Indudablemente, existen controversias legítimas alrededor de este tema. Los historiadores han debatido diversos detalles del Holocausto, y se buscaron diferentes figuras de mortalidad según las situaciones. Algunas cuestiones se rechazaron como mitos –por ejemplo, el hecho de producir jabón con cadáveres de judíos se considera ahora un rumor infundado–, y algunos relatos de sobrevivientes fueron considerados inapropiados e incluso espurios, como el libro Fragments de Binjamin Wilkomirski, de 1996, que pretende relatar experiencias infantiles del autor en Auschwitz, aunque en realidad, él nunca estuvo allí.

Otras cuestiones suscitaron interrogantes sobre la explotación política y cultural del Holocausto, como por ejemplo, los libros de Peter Novick, The Holocaust in American Life (Boston: Houghton Mifflin, 1999), Hilene Flanzbaum, ed., The Americanization of the Holocaust (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1999); Tim Cole, Selling the Holocaust: From Auschwitz to Schindler, How History Is Bought, Packaged, and Sold (New York: Routledge, 1999), y Norman G. Finkelstein, The Holocaust Industry: Reflections on the Exploitation of Jewish Suffering (New York: Verso, 2001). Los temas incluidos en estas obras son: los museos que no muestran los sufrimientosde las víctimas no-judías del nazismo, como los gitanos (roma y sinti) y los homosexuales; la propagación de programas educacionales sobre el Holocausto que sacan el tema de la historia a la que pertenece y lo llevan a esferas de misticismo y definiciones de identidad; la distorsión del Holocausto mediante su transformación en una experiencia “norteamericana” que glorifica a los liberadores de los campos, pasa por alto la falta de voluntad de los Estados Unidos para ayudar a los judíos antes y durante la guerra, e ignora los sufrimientos de los demás grupos de “víctimas”, como los norteamericanos africanos y los norteamericanos nativos; los voceros y escritores del Holocausto que aprovechan los importantes honorarios por conferencias o derechos de autor; y varias presiones económicas: las reparaciones recibidas de Alemania, el apoyo financiero de los Estados Unidos a Israel, y la entrega de cuentas inactivas de los bancos suizos de víctimas judías de la segunda guerra mundial. En el mismo sentido, el estudioso judío Marc H. Ellis, Beyond Innocence and Redemption: Confronting the Holocaust and Israeli Power (San Francisco: Harper & Row, 1990) sugiere que Israel siguió un camino equivocado al utilizar el Holocausto para justificar el poder del Estado sin reconocer el costo moral que eso implica.

Una controversia importante es la de la “singularidad” del Holocausto, una cuestión que fue analizada por varios colaboradores en el simposio editado por Alan S. Rosenbaum, Is the Holocaust Unique? Perspectives on Comparative Genocide (Boulder, CO: Westview Press, 2001). “¿Es este genocidio tan único que sólo puede ser la experiencia del pueblo judío, y no puede analizarse ni explicarse, sino sólo ser considerado como lo Tremendum, algo tan imponente y terrible que los no-judíos no pueden identificarse con él? ¿Puede considerarse a otros genocidios, como los de Armenia, Camboya o Ruanda-Burundi, como holocaustos? Si así fuera, ¿relativiza o trivializa esto al Holocausto judío? ¿Se trivializa este término cuando es usado por los movimientos pro-vida (anti-aborto) de los Estados Unidos, que se refieren al holocausto que se perpetra contra los “no nacidos”, y cuando los afroamericanos definen la esclavitud como “nuestro holocausto”? Si fuera relativizado en alguna forma, ¿perdería así su fuerza para frenar la larga tradición de antisemitismo que acosó de tal forma a la humanidad?

Existe una antigua disputa entre los funcionalistas y los intencionalistas. La cuestión principal es: ¿el Holocausto fue un resultado de la intención de Hitler de matar a todos los judíos, apoyado desde el principio de su gobierno por el profundamente arraigado antisemitismo del pueblo alemán? ¿O evolucionó de una manera gradual a través del tiempo, en una forma lógica, a partir del antisemitismo del nacionalsocialismo y a través del entusiasmo de los cómplices de Hitler, especialmente Goering, Goebbels, Heydrich, Himmler, Bormann, entre otros, que llevaron a cabo lo que creían que eran los deseos del Führer, y así el régimen nazi implementó las políticas de destrucción de una manera no planeada, pero burocrática y a veces desafortunada? Esta controversia recibió un nuevo impulso del desvergonzado intencionalista Daniel J. Goldhagen en Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust (New York: Random House, 1996), y su trabajo fue refutado en el simposio editado por Franklin H. Littell, Hyping the Holocaust: Scholars Answer Goldhagen (East Rockaway, NY: Cummings & Hathaway, 1997), y Norman G. Finkelstein y Ruth Bettina Birn, A Nation on Trial: The Goldhagen Thesis and Historical Truth (New York: Henry Holt, 1998).

Pero en todos estos debates, absolutamente ninguno de los protagonistas niega que el Holocausto realmente tuvo lugar. Hay historiadores que, hundidos en una montaña de documentos sobre la segunda guerra mundial, quizá retocan algunos detalles del Holocausto, por ejemplo, reduciendo el número total de víctimas de las cámaras de gas, aunque al mismo tiempo aumentan el número de muertes provocadas por las unidades móviles asesinas de las SS que operaban en el frente oriental. Pero ningún historiador responsable de la segunda guerra mundial sostiene que el Holocausto es un mito, o dice que nunca ocurrió.

¿Qué es la “revisión” o, más bien, la “negación” del Holocausto?

Los llamados “revisionistas” del Holocausto” son en realidad “negadores del Holocausto”, ya que niegan los tres componentes claves que hemos mencionado antes: 1) la matanza de los seis millones; 2) el uso de las cámaras de gas; y 3) las acciones directas y sistemáticas de los nazis para llevar a cabo el proceso. Un ejemplo de este punto es el comentario que hizo, en 1992, Bradley Smith, el autodesignado jefe del Comité para un Debate Abierto sobre el Holocausto: “Los revisionistas niegan que el Estado alemán tuviera una política de exterminio del pueblo judío (o de ningún otro), matándolos en cámaras de gas o mediante abuso o negligencia” (Shermer and Grobman, Denying History, p. xv).

Los auténticos revisionistas históricos son personas que trabajan con documentos y fuentes originales, y, a través de ellos, analizan y reinterpretan algún hecho histórico. Revisan nuestra interpretación del acontecimiento sobre la base de nuevas fuentes y nuevas perspectivas aplicadas a fuentes existentes. Cambian detalles del conocimiento que tenemos de un acontecimiento, pero difícilmente niegan que ocurrió. Es la modificación de la historia basada en hechos nuevos o nuevas interpretaciones de hechos antiguos. Los verdaderos investigadores se ajustan a las reglas de la lógica y la razón. Presentan sus afirmaciones como hipótesis comprobables que otros pueden cotejar con la evidencia, y aceptar o rechazar con relación a otras interpretaciones.

El revisionismo del Holocausto, por el contrario, es en realidad, una negación del Holocausto. Es pseudo-historia, la negación del pasado o la reescritura del pasado por motivos polìticos e ideológicos del presente. Este uso indebido de la historia ocurre con mucha frecuencia, por ejemplo, en los libros de textos japoneses que omiten cualquier discusión sobre la “violación de Nanking” de 1937 en China, o los historiadores afrocéntricos que aseguran que Aristóteles robó sus ideas, que constituyen las bases de la filosofía occidental, de la biblioteca de Alejandría, donde los africanos depositaron sus obras filosóficas. No importa el hecho de que muchos periodistas y otras personas presenciaron los horrores de Nanking, o que la biblioteca de Alejandría haya sido creada después de la época de Aristóteles. Las ideologías determinan qué es cierto o falso.

Los negadores del Holocausto forman una vasta y densa red. Tienen una fuerte presencia en Internet, y sus sitios remiten unos a otros. Esto puede verse en una conocida historia sobre un profesor de secundaria que encargó a sus alumnos que escribieran un trabajo para el trimestre usando la World Wide Web. Un joven eligió el Holocausto, y redactó un horrible trabajo que negaba su validez histórica, con material sacado de los sitios negacionistas. El profesor había olvidado explicar que no todo lo que se encuentra en Internet es confiable.

La negación del Holocausto es utilizada por el Ku Klux Klan, los neonazis, los skinheads, y los movimientos de identidad de algunas Iglesias, y también se la encuentra en grupos negros de odio, como la Nación del Islam de Louis Farrakhan, en algunos escritores afrocentristas, y en la retórica árabe anti-israelí. El elemento común de todas estas manifestaciones es el antisemitismo, es decir, el odio o la aversión a los judíos. También hay una cofradía internacional de negacionistas, pero en muchos países, como Canadá, Austria y Alemania, hay leyes que impiden la expresión abierta de esas ideas, sea en forma oral, escrita o en Internet. Algunos negacionistas que buscan respetabilidad evitan frecuentar a grupos sectarios.

El grupo más conocido de los Estados Unidos que defiende la causa de la negación del Holocausto es el Institute for Historical Review, un organismo fundado en California en 1978 por Willis Carto. Nacido en 1926, Carto es el líder de un grupo ultraderechista llamado “The Liberty Lobby”, quizá la principal organización antisemita del país. Según su declaración de propósitos, el Institute for Historical Review sería una “voz para la verdad histórica” y un “defensor del conocimiento histórico”. Empezó publicando lo que se proponía ser un periódico académico, el Journal of Historical Review, y en 1980, tomó la lista de suscriptores del prestigioso Journal of American History y les envió copias gratuitas de la revista, una acción que incomodó mucho al patrocinador de esta importante revista, la Organización de Historiadores Norteamericanos, que publicó una disculpa, y adoptó una nueva política para el uso de las listas de sus miembros.

El IHR afirmaba ser un instituto de investigación con una amplia agenda histórica, e incluso publicaba artículos revisionistas sobre temas que no tenían relación con la segunda guerra mundial. Sin embargo, un análisis del contenido de la revista en Shermer and Grobman, Denying History (pp. 76-80), muestra que su centro de interés estaba puesto en los judíos, en cualquier período histórico que fuera, y los tratamientos eran invariablemente negativos. Los escritores del IHR llamaban al Holocausto “la mayor mentira” de toda la historia, y calificaban a quienes creían en él como “exterminacionistas”. Ésa era la razón fundamental de la “devoción genuflexa de los Estados Unidos hacia el ilegal Estado de Israel”. Una figura del IHR, Tom Marcellus, dijo que la mentira del Holocausto no sólo sirvió como “justificación” para que Israel cometiera genocidio, sino que también afectó los derechos de los ciudadanos norteamericanos en su propio país. Las garantías constitucionales de libertad de expresión de los norteamericanos fueron suprimidas para proteger los intereses de quienes ponen en primer lugar al Estado de Israel.

El IHR obtuvo una gran notoriedad cuando, en 1980, ofreció una recompensa de 50.000 dólares para quien pudiera demostrar fehacientemente que se habían gaseado judíos en Auschwitz. Mel Mermelstein, un sobreviviente que vivía en Long Beach, California, respondió al desafío y presentó voluminosos materiales, así como su propio testimonio como testigo presencial. Cuando el IHR rechazó su evidencia, Mermelstein lo demandó. En el juicio, presentó la misma evidencia que había entregado al IHR, y en 1985, después de un prolongado litigio y un fallo previo a su favor en 1981, un juez de la Corte Suprema de Los Angeles declaró que la muerte de judíos en las cámaras de gas de Auschwitz no estaba “sujeta a discusión” sino que era “simplemente un hecho”. Ordenó al IHR a pagar los $50.000, y otros $40.000 por dolor y sufrimiento. El acusado también debió enviar una carta formal de disculpa a Mermelstein por el sufrimiento emocional que le habían causado a él y a todos los demás sobrevivientes de Auschwitz. En 1990, su historia se utilizó para hacer una pelìcula de televisión, protagonizada por Leonard Nimoy.

Después de la derrota inicial en 1981, Carto despidió al director, William McCalden, y lo reemplazó por Tom Marcellus, que había sido un miembro directivo de la Iglesia de Cientología. En 1993, como resultado de una lucha interna sobre finanzas (que incluía la disposición de una herencia de $15.000.000 de la nieta de Thomas Edison), Carto fue echado del IHR. En 1995, Marcellus dejó el instituto, y Mark Weber, editor del Journal of Historical Review, asumió como director. Actualmente es su figura principal, junto con su socio, Greg Raven.

En años recientes, el IHR, junto con varios otros negacionistas, intentaron volverse más respetables, y se distanciaron de los mercaderes del odio extremistas. Un resultado de esto es su esfuerzo por producir libros y monografías de aspecto profesional, con notas al pie, fotos y bibliografía. Éste es ciertamente el caso del gurú de la historiografía negacionista, el historiador autodidacta británico David Irving, que generó una larga lista de libros sobre la segunda guerra mundial, incluyendo biografías de Churchill, Rommel, Goering y Goebbels, relatos sobre el programa atómico y los bombardeos de Dresde, y un libro de dos tomos sobre la guerra de Hitler. En abril de 2000, perdió un célebre caso en la corte, en Londres: había demandado a la escritora norteamericana Deborah Lipstadt, por llamarlo negacionista en su libro Denying the Holocaust. Aunque los libros de Irving están llenos de referencias a cartas y documentos no publicados, muchos de los cuales asegura haber descubierto por sí mismo a través de su trabajo, y a pesar de que algunos de sus libros incluso obtuvieron críticas favorables, los investigadores que los analizaron cuidadosamente sostienen que están plagados de errores e inconsistencias.

Unos pocos académicos otorgaron de una pequeña dosis de respetabilidad al movimiento. Uno fue el fallecido Dr. Austin J. App, un oscuro profesor de literatura medieval inglesa en el colegio La Salle de Filadelfia. Publicó un tratado, La estafa de los seis millones (The Six Million Swindle, 1973), que sostenía que el Holocausto fue un complot conjunto inspirado y alimentado por comunistas y judíos para chantajear a Alemania. Más significativo es Arthur R. Butz, un graduado del MIT, que posee un Ph.D. de la Universidad de Minnesota y es profesor asociado de ingeniería eléctrica en la prestigiosa Northwestern University de Evanson, Illinois. En 1976, escribió un extenso libro, The Hoax of the Twentieth Century (La farsa del siglo XX), que afirmaba que el Holocausto había sido una farsa de propaganda judía destinada a desacreditar a Alemania. El libro atrajo una considerable atención de la prensa, y provocó una gran molestia en la Northwestern University. La administración recibió presiones para despedir a Butz, pero él era un miembro titular de la facultad, y los riesgos de una acción de esa clase mezclada con las cuestiones de libertad académica eran demasiado grandes. Otra luminaria es Fred Leuchter, un así llamado “ingeniero de ejecuciones” de Massachusetts, que hacía y vendía equipamientos para ejecuciones. Él viajó a Auschwitz para ver si podía encontrar alguna evidencia de que allí se había usado gas ciánido en las ejecuciones. Por supuesto, no encontró nada.

Bradley Smith, el librero de California que mencionamos antes, ganó notoriedad por poner anuncios en periódicos estudiantiles llamando a un “debate abierto” sobre el Holocausto, y despotricó contra la “censura” cuando le rechazaron los anuncios. Habló de corrección política en el debate, y dijo que la historia del Holocausto había sido declarada zona vedada por la policía de pensamiento norteamericana”. Afirmaba que esto iba en contra de todo lo que sostenía la universidad: libre investigación, debate abierto, enfrentar tabúes intelectuales. Hay muchos otros nombres que podrían mencionarse: los negacionistas canadienses James Keegstra, Malcolm Ross, y especialmente Ernst Zündel; franceses como Paul Rassinier, Henri Roques, y Robert Faurisson; el político de Louisiana David Duke; el neonazi norteamericano Gary Lauck; el autoproclamado judío ateo David Cole, que trabajó con el IHR (y aparentemente se retractó hace poco de sus ideas negacionistas); el ultraderechista británico Richard Verrall (que escribió bajo el seudónimo de Richard Harwood); y una variedad de alemanes, entre ellos, Wilhelm Stäglich, Ditlieb Felderer y Udo Walendy. Pero dejamos los nombres, pues la lista podría seguir indefinidamente.

Los argumentos de los negacionistas

El espacio nos impide revisar todos los argumentos de los negacionistas, y refutarlos sistemáticamente, y además, ya lo hicieron muchos de los que escribieron sobre la negación del Holocausto (véase el apéndice bibliográfico). Sin embargo, es útil destacar la naturaleza de la argumentación negacionista. Esta gente utiliza diferentes enfoques para negar los claros hechos de esta increíble tragedia. Uno es explicar las muertes de los judíos en los campos como consecuencia del tiempo de guerra: los bombardeos aliados, las epidemias, la escasez de comida, la superpoblación y el trabajo excesivamente agotador de los prisioneros. En cuanto a las cámaras de gas y los crematorios, estaban para desinfectar la ropa de los prisioneros y disponer de los que morían de muerte natural, y éstos eran muchos a causa de las difíciles condiciones de la guerra y la no prevista superpoblación de los campos. Seguramente, muchos judíos murieron en los campos por esas causas, pero su tasa de mortalidad era proporcional a la de otras personas allí encarceladas, y la capacidad de los crematorios no podía ser suficiente para la cantidad de cadáveres de judíos de la que se habla. Después de la guerra, la mayoría de los judíos fueron a Israel y a los Estados Unidos, y esto explica por qué quedaron tan pocos en Europa. Los negacionistas se dedican a señalar algunas incoherencias en los relatos de los testigos oculares para desacreditarlos, y explotan errores de algunos investigadores e historiadores para sugerir que todas sus conclusiones son falsas. Deforman los debates entre investigadores sobre cuestiones interpretativas específicas del Holocausto, para poner en tela de juicio la veracidad total del Holocausto. En todos los casos, utilizan selectivamente los hechos en sus argumentos, e ignoran cualquier información que pueda contradecirlos. Otro enfoque es el de la equivalencia moral. Algunos negacionistas sostienen que lo que los nazis hicieron a los judíos no es diferente a lo que otras naciones hicieron con sus enemigos. Los Estados Unidos arrojaron bombas sobre dos ciudades japonesas y encerraron a norteamericanos de origen japonés en campos de concentración. Los británicos destruyeron sistemáticamente ciudades alemanas con sus bombardeos. Stalin y los comunistas chinos mataron a mucha más gente que los alemanes. Si el relato proviene de una figura nazi, dicen que el testimonio fue extraído mediante torturas, o que la persona lo inventó para escapar al castigo. Descartan documentos escritos nazis por ser demasiado vagos o completas falsificaciones. Algunos insinúan incluso que los judíos y otros fueron encerrados en campos de concentración para protegerlos de la cólera popular o para permitir su rehabilitación.

Los historiadores serios saben que los miles de piezas de evidencia reunidos, de miles de hechos que ocurrieron en miles de lugares a través de la Europa continental entre 1933 y 1945, nos proporcionan un cuadro completo e irrefutable de lo que sucedió. (Shermer and Grobman, Denying History, p. 256). No necesitamos ninguna fuente especial, ni encontrar “el arma homicida” (por ejemplo, una orden directa, escrita, de Hitler, algo improbable de hallar, pues Hitler solía dar las órdenes en forma oral, o expresar lo que quería que sucediera), para demostrar que el Holocausto tuvo lugar. El conjunto de la evidencia es simplemente abrumador. Por eso, la negación del Holocausto es una cruel burla a la historia.

Sería esclarecedor reflexionar sobre lo que sucedería si se usara la misma metodología para evaluar la Bilbia. Esa gente relegaría rápidamente la Escritura a la condición de cualquier otro documento antiguo que reflejara el poder y los intereses de clase de sus autores, y estaría lleno de errores e incoherencias. Eso no podría ser, evidentemente, la única, inerrante y autorizada Palabra de Dios. O ¿cómo tratarían la resurrección de Cristo? Obviamente, la evidencia es contradictoria, los testimonios directos son parciales, y esa clase de milagro posiblemente no podría haber pasado en el mundo real.

Por qué el “revisionismo” del Holocausto no es una opción aceptable para estudiosos cristianos

Sostengo que el “revisionismo” o la “negación” del Holocausto no es una opción aceptable para nosotros, como estudiosos cristianos, y, de hecho, es algo absolutamente peligroso incluso en un sentido más general.

1) lleva a la gente a confundirse sobre lo que realmente pasó, y propaga dudas en las mentes. Hace unos años (1992), el Comité Judío Norteamericano encargó una encuesta a la Roper Organización. Entre los encuestados, el 22% contestó afirmativamente a la pregunta: “¿Le parece posible que el exterminio nazi de los judíos nunca haya existido?, y el 12% respondió que “no sabía”. Las peores cifras aparecieron en la franja de 18 a 29 años (el 24% contestó afirmativamente y el 17% no sabía) y entre los que no habían completado estudios secundarios (20 % y 27%). Además, 23% de los que se definían a sí mismos como “conservadores” aceptaba la posibilidad de que el exterminio de los judíos podía no haber ocurrido. Sin duda, se efectuaron serios cuestionamientos metodológicos sobre este sondeo, y las conclusiones podrían ser más pesimistas de lo que justifica la evidencia (véase Novick, Holocaust in American Life, pp. 271-72).

Pero el nivel de ignorancia pública posibilita que los negacionaistas más “respetables” insistan en sus engaños. Debajo de la superficie, los negacionistas son fanáticos que odian a los judíos, a las minorías raciales y a la democracia en general. Pero han adoptado una apariencia exterior de racionalistas, y evitan la de extremistas. Dan la impresión de estar comprometidos con los valores que en realidad desprecian: la razón, la precisión, las reglas críticas de la evidencia, la honesta búsqueda de la verdad histórica. En un llamamiento dirigido a intelectuales cristianos, George Brewer escribió en el primer número de The Revisionist: A Journal of Independent Thought (November 1999): “Que podamos terminar con la ideología hegemónica del humanismo secular liberal depende de que seamos capaces de defender el derecho a pensar diferente sobre la catástrofe judía, o sobre cualquier otra cosa”.

2) En su esencia, la negación del Holocausto es una amenaza para todos los que creen que el conocimiento y la memoria son piedras basales de nuestra civilización. El Holocausto no es meramente una tragedia de los judíos, sino una tragedia de la civilización en la que las víctimas fueron judíos. Fue llevado a cabo por una sociedad tecnológicamente muy avanzada, por personas que eran productos de uno de los mejores sistemas educacionales del mundo. Por lo tanto, negar su realidad no sólo constituye una amenaza para la historia judía, sino una amenaza a todos los que creen en el poder de la razón. La negación del Holocausto repudia la discusión razonada del mismo modo en que el Holocausto repudió los valores civilizados. Es la glorificación definitiva del irracionalismo.

3) La negación del Holocausto refleja la dirección que tomó el ambiente intelectual en el último cuarto de siglo. Los negacionistas hacen su negocio en un tiempo en que atacar la tradición racionalista occidental en la historia, se volvió algo corriente. No hay verdades objetivas; no hay una versión del mundo que es necesariamente cierta, mientras que otra es errada. Todos los sistemas conceptuales son igualmente buenos. No se pueden desechar ni siquiera los conceptos más inverosímiles, por el solo hecho de ser absurdos.

El pensamiento deconstruccionista moderno sostiene que la experiencia es relativa y nada está establecido. Este clima de permisividad intelectual dificulta que una persona pueda afirmar que algo es falso. ¿Cómo se puede decir que la negación del Holocausto es un movimiento sin ninguna validez académica, intelectual o racional? Después de todo, ningún hecho, ningún acontecimiento, ningún aspecto de la historia tiene ningún significado o contenido establecido. Toda verdad puede ser replanteada. Todo hecho puede ser reformulado. No hay realidades históricas definitivas. El conocimiento se disuelve en la nada.

4) La negación del Holocausto rehabilita al antisemitismo en el mundo moderno. Como escribió Walter Reich, ex director del Holocaust Memorial Museum de los Estados Unidos, en el New York Times, el 11 de julio de 1993: los negacionistas, “al convencer al mundo de que el gran crimen por el que se culpa al antisemitismo, simplemente nunca ocurrió, que sólo fue una trampa inventada por los judíos, y propagada por ellos a través del control de los medios de comunicación”, hacen que los argumentos antisemitas parezcan otra vez respetables en el discurso civilizado, e incluso parece aceptable que los gobiernos implementen políticas antisemitas. La negación del Holocausto convierte al mundo en un lugar seguro para el antisemitismo, y, en efecto, como le oí decir al historiador Yehuda Bauer, crea las precondiciones que le negarían al pueblo judío el derecho de vivir en el mundo del post-Holocausto. O, como lo expresó el historiador literario francés Pierre Vidal-Naquet: “Es un intento de exterminio sobre el papel, que continúa en otro registro el verdadero trabajo de exterminio. Reviven a los muertos para atacar mejor a los vivos” (Assassins of Memory, p. 24).

5) Por último, la negación del Holocausto es un arma disuasiva que revela los profundos efectos del pecado en la sociedad humana. Historiadores, teólogos, filósofos, sociólogos y psicólogos intentaron explicar el Holocausto planteando la pregunta fundamental sobre la condición humana: “¿Por qué ocurrió?” Al analizar este tema, nosotros, como académicos cristianos, estamos preparados para incluir al pecado humano como una causa de raíz. Pero los negacionistas responden: “No ocurrió”. De este modo, no necesitamos plantear esta pregunta última sobre la falla humana. Pero como estudiosos cristianos, ¿no deberíamos empezar por aquí nuestro análisis?

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Richard V. Pierard, Ph.D., profesor emérito de Historia, de la Universidad de Indiana, es académico residente y profesor invitado en el Gordon College, Wenham, Massachusetts, U.S.A.

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot