Luchar juntos contra el antisemitismo

En ocasión del Día del Judaísmo en Italia (17 de enero de 2021), el Osservatore Romano publicó este texto del padre Norbert Hofmann, Secretario de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, sobre la necesidad de unir fuerzas para luchar contra el antisemitismo.

El Día del Judaísmo, que la Iglesia celebra en Italia el domingo 17 de enero, es una señal del gran aprecio que tiene la Iglesia Católica por el judaísmo. Este día les ofrece a los cristianos la oportunidad de recordar con gratitud las raíces judías de su fe y de familiarizarse más con el diálogo permanente con el judaísmo. El Día del Judaísmo se celebra el 17 de enero no solo en Italia, sino también en Polonia, Austria y los Países Bajos, por iniciativa de sus respectivas Conferencias Episcopales.

Recordemos juntos las actividades realizadas por la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo durante el año que acaba de terminar. También el diálogo católico-judío estuvo marcado desde marzo de 2020 por la pandemia del coronavirus, hasta el punto de que, hasta ahora, no ha sido posible llevar a cabo reuniones o encuentros presenciales. El contacto con los interlocutores judíos se ha mantenido naturalmente a través de los medios sociales: las relaciones establecidas en el pasado y las amistades que se han desarrollado no se vieron comprometidas. No obstante, sigue existiendo una comprensible sensación de vacío e insatisfacción, ya que en cualquier diálogo, y especialmente en el judeo-católico, nada puede reemplazar la dimensión personal del contacto directo, que es indispensable para profundizar la confianza y la buena voluntad mutuas.

El último gran encuentro internacional, casi exclusivamente de carácter político, tuvo lugar en Jerusalén los días 22 y 23 de enero de 2020, con motivo del Foro Mundial del Holocausto, organizado con la participación del Estado de Israel (representado por el Jefe de Estado, el presidente Reuven Rivlin) y el Congreso Judío Europeo (EJC), con la colaboración del Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá Yad Vashem. El objetivo principal era conmemorar los 75 años de la Shoá, reflexionar sobre su significado en la actualidad e identificar claramente las nuevas derivas del antisemitismo para organizar mejor la lucha futura contra este fenómeno.

Cuarenta y siete jefes de Estado o líderes mundiales han aceptado la invitación para participar, entre ellos el vicepresidente de Estados Unidos, Michael R. Pence, el presidente ruso Vladimir Putin, el presidente francés Emmanuel Macron, el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, el príncipe Carlos de Gran Bretaña y el presidente italiano Sergio Mattarella. La Santa Sede envió como representante al presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, el cardenal Kurt Koch, encargado de los contactos con el mundo judío.

En la noche del 22 de enero, el presidente Rivlin invitó a los representantes de los distintos Estados a un banquete oficial. Al día siguiente, todos se reunieron en el Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá Yad Vashem para escuchar a los siguientes oradores: el presidente Reuven Rivlin, el primer ministro Benjamin Netanyahu, el presidente del EJC Moshe Kantor, el presidente Vladimir Putin, el vicepresidente Michael R. Pence, el príncipe Carlos, el presidente Emmanuel Macron, el presidente Frank-Walter Steinmeier, el rabino Yisrael Meir Lau (presidente del Consejo de Yad Vashem) y Avner Shalev (presidente del Directorio Ejecutivo de Yad Vashem). El acto terminó con un momento musical y una ceremonia religiosa, una oración fúnebre por los judíos asesinados en la Shoá.

En su mensaje a los participantes del Foro Mundial sobre el Holocausto, el papa Francisco subrayó que la Santa Sede seguirá transitando el camino de la amistad y promoviendo el diálogo con todas las personas de buena voluntad: “Expreso mi ferviente esperanza de que, con una vigilancia constante y una educación constructiva, las iniquidades perpetradas durante uno de los períodos más oscuros de nuestra historia no se repitan nunca más en ninguna parte. Reafirmando el compromiso de la Santa Sede de seguir el camino de la amistad, invito a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo a permanecer firmes en sus esfuerzos por promover el diálogo, la comprensión mutua y la fraternidad humana como fundamentos de una paz duradera”. La declaración del Papa está en línea con su encíclica Fratelli tutti, que publicó posteriormente, el 4 de octubre de 2020.

El hecho de que la Santa Sede estuviera presente en la reunión fue muy apreciado por todos. La participación del cardenal Kurt Koch contó con el apoyo organizativo ejemplar del Nuncio Apostólico en Israel, monseñor Leopoldo Girelli. Naturalmente, este memorable encuentro fue difundido por los medios de comunicación de todo el mundo. El mensaje fue claro: todos los Estados están unidos en la lucha contra el antisemitismo. El presidente israelí Rivlin recordó el objetivo común en su discurso: “Hoy somos testigos de la capacidad de la comunidad internacional para unirse, para perseguir un objetivo común, así como del deber y del imperativo de la comunidad internacional de seguir trabajando juntos sobre la base de valores comunes para hacer frente al antisemitismo y al racismo, fuerzas radicales que propagan el caos y la destrucción, el miedo y el odio a la dignidad humana y a la propia humanidad”.

En la lucha contra el racismo y el antisemitismo, la comunidad internacional de Estados siempre ha podido contar con la Santa Sede. En efecto, la declaración conciliar Nostra aetate (n. 4), promulgada el 28 de octubre de 1965, es clara: “Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.

Esta declaración de 1965 ha sido repetida y profundizada en varias ocasiones por los sucesivos pontífices. Juan Pablo II, el indiscutible "rompehielos" en el diálogo judeo-católico, y Benedicto XVI han subrayado repetidamente en sus discursos a las delegaciones judías que en ningún caso puede tener cabida el antisemitismo en la Iglesia Católica. El papa Francisco recordó que un cristiano, por su propia naturaleza, no puede ser antisemita porque el cristianismo tiene raíces judías. Al dirigirse a una delegación de la comunidad judía de Roma el 11 de octubre de 2013, con motivo del 70 aniversario de la deportación de los judíos de Roma, expresó su posición inequívoca contra todas las formas de antisemitismo: “Esta será también una oportunidad para mantener nuestra atención siempre alerta para que las formas de intolerancia y antisemitismo no vuelvan a surgir, bajo ningún pretexto, en Roma ni en el resto del mundo. Lo he dicho en otras oportunidades y me complace repetirlo ahora: es una contradicción que un cristiano sea antisemita. Sus raíces también son judías. Un cristiano no puede ser antisemita. Que el antisemitismo sea desterrado del corazón y de la vida de cada hombre y cada mujer".

La voz del Papa tiene autoridad moral: no solo se escucha en los círculos católicos, sino que tiene un eco en la sociedad en general, que también percibe la clase política. Ante los participantes de una conferencia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), celebrada en Roma el 29 de enero de 2018 sobre el tema del antisemitismo, el papa Francisco profundizó en el núcleo de la cuestión: “No se trata solo de analizar las causas de la violencia y rechazar su lógica perversa, sino de estar preparados y activos para responder a ella. Por lo tanto, el enemigo que debemos combatir no es solo el odio en todas sus formas, sino, aún más en su raíz, la indiferencia; porque es la indiferencia la que nos paraliza e impide hacer lo que es correcto incluso cuando sabemos que es correcto. No me canso de repetir que la indiferencia es un virus que infecta peligrosamente a nuestra época, una época en la que estamos cada vez más conectados con los demás, pero cada vez menos atentos a los demás”.

Por lo tanto, para el papa Francisco, la indiferencia es una de las raíces decisivas del antisemitismo. Si pensamos en la época del nacionalsocialismo en Alemania, hubo muchos verdugos y muchas víctimas; sin embargo, la mayoría de las personas eran observadores no participantes, que en general sabían o sospechaban todo, pero no intervenían debido a su indiferencia egoísta. Tomar posición, testificar, proclamar la verdad, arriesgar la vida: estas son aparentemente solo las cualidades de los mártires. Hoy, como ayer, los mártires son pocos, porque la gente ha perdido el valor de resistir: es mucho más cómodo adaptarse, no ofender a nadie, simplemente nadar en la ‘corriente principal’.”

El papa Francisco no es el único que condena el antisemitismo; mucho antes que él, el 6 de septiembre de 1938, uno de sus predecesores, el papa Pío XI, lo hizo en un discurso a un grupo de peregrinos belgas. Dijo que el antisemitismo era inaceptable y que todos éramos, de hecho, “espiritualmente semitas”. Desde entonces, los sucesivos papas se han pronunciado, implícita o explícitamente, contra el antisemitismo.

El propio papa Juan Pablo II dio una señal visible y elocuente a todo el mundo con su visita al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau el 7 de junio de 1979 y al Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá Yad Vashem, en Jerusalén, el 23 de marzo de 2000. El documento de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo titulado Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoá, también contiene una condena explícita al antisemitismo, que sin embargo se distingue del antijudaísmo: “No se puede ignorar la diferencia que existe entre el ‘antisemitismo’, basado en teorías contrarias a la enseñanza constante de la Iglesia sobre la unidad del género humano y la igual dignidad de todas las razas y de todos los pueblos, y los sentimientos de sospecha y de hostilidad existentes desde hace siglos que llamamos ‘antijudaísmo’, de los cuales, por desgracia, también los cristianos han sido culpables”. Comprender si el antijudaísmo, ya presente en parte en el Nuevo Testamento y entre los primeros Padres de la Iglesia, preparó el camino para el antisemitismo racista es una de las tareas que sigue llevando adelante la investigación moderna sobre el antisemitismo.

Una parte importante de esta investigación es el estudio de la Shoá, que puede considerarse el clímax histórico sin precedentes de la hostilidad irreconciliable hacia los judíos. Dos tercios de los judíos europeos fueron exterminados por los nacionalsocialistas alemanes con una precisión feroz y sistemática. Por ello, el Holocausto debe quedar como un “memorial eterno” en la historia, para que “nunca más” se repita semejante aberración humana. El recuerdo de la Shoá no concierne solo a los judíos, sino a toda la humanidad, llamada a respetar y reconocer el valor de todo ser humano, sea cual sea su origen, religión o color de piel.

En 1998, se fundó la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA), a la que pertenecen hoy más de 30 Estados. Desde 2015, la Santa Sede, o más bien la segunda sección de la Secretaría de Estado, envía un representante a las conferencias de la IHRA para expresar su solidaridad con esta causa. El lema de la IHRA es un trinomio muy significativo: "Recuerdo, educación, investigación". Es importante que las generaciones futuras recuerden y estudien esta “ignominia humana”, pero sobre todo es esencial que aprendan de ella para reconocer las tendencias racistas y antisemitas, y cortarlas de raíz.
 

Editorial remarks

Fuente: Osservatore Romano, 16 de enero de 2021
Traducción: Silvia Kot