Los 40 años de Nostra Aetate: una perspectiva protestante

Nostra Aetate es un documento que hizo época, también desde una perspectiva protestante. Esto es así en parte por el hecho de que las relaciones entre los protestantes y los católicos, así como entre los cristianos y los judíos, han progresado durante los últimos cuarenta años (a pesar de algunos retrocesos en ambos frentes).

Los 40 años de Nostra Aetate: una perspectiva protestante

Franklin Sherman

Nostra Aetate es un documento que hizo época, también desde una perspectiva protestante. Esto es así en parte por el hecho de que las relaciones entre los protestantes y los católicos, así como entre los cristianos y los judíos, han progresado durante los últimos cuarenta años (a pesar de algunos retrocesos en ambos frentes). Esto ha creado un sentido de historia compartida, en el sentido de que lo que ha logrado el Concilio Vaticano II en su esfuerzo por superar milenios de enemistad cristiana hacia los judíos se considera un logro del cristianismo en su conjunto. También se debe en parte al hecho de que Nostra Aetate sirvió como inspiración para que las Iglesias protestantes elaboraran sus propias declaraciones de una naturaleza similar. Si la Iglesia Católica, que se considera a sí misma guardiana preeminente de la verdad inalterable, podía admitir su error de haber aprobado la “enseñanza del desprecio” durante tantos siglos – éste era el argumento implícito–, sin duda las Iglesias protestantes no podían hacer menos.

Pero es preciso aclarar, sin embargo, que existieron significativos esfuerzos en ese sentido mucho antes del Concilio Vaticano II. Algunos académicos como James Parkes en Inglaterra y A. Roy Eckardt en los Estados Unidos, habían tomado la delantera ya en los años 1930 y 1940, al revelar la complicidad cristiana en el antisemitismo. Para las Iglesias europeas, el shock del Holocausto, que tuvo lugar en su propio suelo, motivó el cambio. Los famosos “Diez Puntos de Seelisberg”, redactados por una conferencia internacional en Suiza ya en 1947, rechazaban “toda presentación y concepción del mensaje cristiano que pueda apoyar el antisemitismo en cualquiera de sus formas”. La declaración enunciaba algunos principios aparentemente sencillos, pero muy potentes, como: “Recordemos que el Dios único nos habla a todos a través del Antiguo y el Nuevo Testamento”; “Recordemos que Jesús nació de una madre judía, de la estirpe de David y el pueblo de Israel”; “Recordemos que los primeros discípulos, los apóstoles, y los primeros mártires eran judíos”; y, significativamente, “hay que evitar presentar la Pasión de un modo que provoque odio por el asesinato de Jesús contra todos los judíos o solamente contra los judíos”.

El Consejo Mundial de Iglesias (WCC), en su asamblea fundacional de Amsterdam de 1948, declaró: “Exhortamos a todas las Iglesias que representamos a denunciar el antisemitismo, cualquiera sea su origen, como absolutamente irreconciliable con la profesión y la práctica de la fe cristiana. El antisemitismo es un pecado contra Dios y el hombre”. A esto agregó la tercera asamblea del Consejo (Nueva Delhi, 1961): “En la enseñanza cristiana, los hechos históricos que llevaron a la Crucifixión no deberían ser presentados como si le adjudicaran al pueblo judío de hoy responsabilidades que deberían recaer sobre toda la humanidad, y no sobre una raza o comunidad. Los primeros que aceptaron a Jesús fueron judíos, y los judíos no son los únicos que no lo reconocen hoy”. Asimismo, en octubre de 1964 – exactamente un año antes de Nostra Aetate – la Casa de Obispos de la Iglesia Episcopal (USA) declaró que “el antisemitismo es una contradicción directa de la doctrina cristiana”. “La acusación de deicidio contra los judíos”, decían los obispos episcopales, “es una trágica falta de comprensión del significado interior de la crucifixión”.

De modo que el surgimiento de estas preocupaciones en los protestantes y los anglicanos no dependió inicialmente del ejemplo de la Iglesia Católica. Pero indudablemente ésta los incitó a continuar e intensificar su trabajo en esa línea. Luego se publicaron muchas declaraciones, como “Un puente en la esperanza: diálogo interreligioso entre judíos y cristianos”, de la Iglesia Metodista Unida, en 1972 y su actualización de 1996, “Construyendo puentes en la esperanza”. El Sínodo General de 1987 de la Iglesia Unida de Cristo afirmó su reconocimiento de que “la Alianza de Dios con el pueblo judío no fue rescindida ni abrogada por Dios, sino que permanece en plena vigencia”. Un documento académico de la Iglesia Presbiteriana (USA) de 1987 también dejaba atrás la idea de que los cristianos habían sustituido a los judíos como “el pueblo de Dios” – un punto que preocupó a los presbiterianos, quienes volvieron a insistir recientemente en protestar contra algunos intentos locales de evangelizar a judíos.

En mi propia Iglesia, la Iglesia Evangélica Luterana de los Estados Unidos (ELCA), el documento más importante de esta naturaleza fue la “Declaración de la Iglesia Evangélica Luterana de los Estados Unidos a la comunidad judía”, de 1994. En este documento, en el cual probablemente por primera vez un cuerpo oficial luterano rechazaba una enseñanza de Martín Lutero, la ELCA repudió decididamente las ideas antijudías expresadas en varios de sus tratados. “Rechazamos esas violentas invectivas –dice la declaración–, y expresamos además nuestro hondo y perdurable pesar por sus trágicos efectos en las generaciones posteriores... Reconocemos en el antisemitismo una contradicción y una afrenta al Evangelio, una violación de nuestra esperanza y nuestra vocación, y comprometemos a esta Iglesia a oponerse al nefasto ejercicio de esta clase de intolerancia, tanto dentro de nuestros propios círculos como en la sociedad que nos rodea”. Mirando hacia adelante, la declaración afirma “nuestro urgente anhelo de vivir nuestra fe en Jesucristo con amor y respeto hacia el pueblo judío”.

Por lo tanto, los protestantes nos unimos a la celebración del 40º aniversario de Nostra Aetate, por considerar que forma parte de nuestra propia historia. Señalamos también que esa breve declaración no fue algo aislado, sino que fue seguida por otros importantes documentos tanto del Vaticano como de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, especialmente su publicación de 1988, La misericordia de Dios perdura por siempre: orientaciones para la presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación católica. De esto aprendemos que la mera publicación de una declaración, aunque sea autoritativa, no es suficiente: debe ser seguida por un proceso de educación e inculturación del nuevo punto de vista. También hemos aprendido, observando algunos desarrollos posteriores de la Iglesia Católica, que los avances marcados por documentos incluso tan trascendentales como Nostra Aetate pueden ser luego cuestionados por tendencias regresivas. Cuando algo así sucede o amenaza suceder, nos unimos en una profunda preocupación y en nuestro anhelo de hacer causa común para defender –y más aún, para ampliar– los grandes logros actuales del acercamiento y el diálogo entre cristianos y judíos.

 

Editorial remarks

Este artículo apareció por primera vez en Midstream: A Bi-Monthly Jewish Review, Septiembre/Octubre de 2005.
Traducción del inglés: Silvia Kot