La santa envidia: 1. qué admiro en el judaísmo — 2. qué admiro en el cristianismo

Dos charlas sobre el tema: 'La santa envidia', patrocinadas por el Consejo de Cristianos y Judíos de Victoria, Australia.  

La santa envidia

1. Qué admiro en el judaísmo.

Robert Anderson

“Santa envidia” es una expresión fascinante. Me gustaría decir algo sobre la persona que la acuñó, Krister Stendahl, teólogo y dignatario eclesiástico, que durante cuatro o cinco décadas, desempeñó un papel decisivo en el mejoramiento de las relaciones entre judíos y cristianos. Fue durante un tiempo presidente de la consulta del Consejo Mundial de Iglesias sobre la Iglesia y el pueblo judío, en el que yo participé durante algunos años. Era un cuerpo que no se sentía muy cómodo con otras divisiones del WCC. En 1983, se publicó, bajo la inteligente guía de Stendahl, un documento algo blando, pero de todos modos muy importante y útil, sobre las relaciones judeo-cristianas. Después de muchas negociaciones, finalmente el comité central del WCC lo aceptó, y lo envió a las iglesias miembros para su discusión. Lamentablemente, apenas vio la luz del día, y ciertamente no en este país (Australia).

Cuando terminé mis primeros estudios de teología en el New College, Edimburgo, en 1959, la comprensión del judaísmo que llevaba para ejercer mi ministerio no era mucho mejor que una caricatura. La misma experiencia tenía la mayoría de los estudiantes de teología de aquella época, independientemente de la institución a la que hubieran asistido.

Se equiparaba a la Torah, tan fundamental para toda apreciación del judaísmo, con un árido legalismo. El judaísmo era considerado sólo como el precursor histórico y religioso del cristianismo, y éste era directamente presentado como el verdadero portador de las divinamente ordenadas buenas nuevas, el evangelio. El llamado Antiguo Testamento era eso, antiguo, y estaba para ser cumplido en el “nuevo”. En aquella época, y antes, muy pocos teólogos cristianos tenían alguna idea de la literatura rabínica, sin hablar de algo más. Y a veces se presentaba esa literatura de una manera tan distorsionada que apenas podía contrarrestar el punto de vista cristiano generalmente aceptado.

Felizmente, esto ya no es así, y en la vanguardia de los que produjeron el cambio estuvo Krister Stendahl. Tengo una gran deuda con él, y con sus colegas, tanto judíos como cristianos, cuyas obras me influenciaron a comienzos de la década del sesenta. Entre mis mentores locales, en aquella época y ahora, están el rabino John Levi y el ya fallecido rabino Ronald Lubofsky.

En este punto, querría hacer tres breves comentarios que pueden ser útiles para evitar cualquier malentendido.

Primero: decir que admiro tal o cual rasgo particular del judaísmo o alguno de sus aspectos, no es decir que no reconozco su paralelo en el cristianismo o la existencia de algo similar en nuestra fe. Dicho esto, debería agregar que no cabe duda de cuál es la fuente de ambos.

Segundo: mi enfoque del judaísmo, que es el de una persona de afuera, es obviamente heterogéneo. Lo que diré en esta oportunidad delata mis propios intereses, que son los del teólogo. A la probable pregunta: ¿por qué eligió esto y no aquello o lo de más allá?, sólo puedo alegar: por predilección personal.

Tercero: hago poca o ninguna diferenciación entre judaísmo y pueblo judío. Es difícil proceder de otra manera porque no hay judaísmo sin pueblo judío, y, a la luz de la historia, hay que decir que no hay pueblo judío, identificable como tal, sin judaísmo. Es verdad que el más allá, el mundo por venir, no tiene un lugar central en el judaísmo tradicional. Existe, ciertamente, en el período bíblico tardío y, a veces, en la larga historia ulterior del judaísmo el tema fue presentado como piedra de toque de la fe. Sin embargo, podemos discernir desde los tiempos primitivos hasta ahora, un claro e inequívoco acento en esta vida, el aquí y ahora, el mundo que es, como algo desmesuradamente importante.

La interpretación judía de los primeros capítulos del Génesis ha destacado sistemáticamente la afirmación de que el mundo de la creación de Dios, y la vida terrenal otorgada a los seres humanos no son algo de lo que deberíamos huir, sino un desafío para penetrar en él y asumirlo. En el capítulo inicial del Génesis se repite persistentemente: “Y Dios vio que era “tov”, bueno.

En la respuesta judía a esto, no hay ninguna reivindicación de que todo sea perfecto. Los capítulos siguientes excluyen esa clase de optimismo. Pero el desafío a la humanidad es que lo que deriva de esa actitud positiva hacia el orden creado lleva a una cooperación de los socios en la creación, el divino y el humano. En el hombre existe una propensión al bien, pero también una propensión hacia lo que no está bien, lo que es contrario a la voluntad divina. Encuentro más satisfactorio intentar comprender la naturaleza humana y la acción humana, no en términos de un principio determinativo como el del tradicional concepto cristiano de “la caída”, sino en términos de las dos inclinaciones a las que están sujetos los seres humanos: la inclinación al bien (el yetser ha-tov) y la inclinación al mal (el yetserha-ra). El concepto de algo que se parezca siquiera débilmente al de “pecado original” es, para mí, completamente inaceptable.

El énfasis que pone el judaísmo en la bondad última de la creación y en el esfuerzo cooperativo divino/humano explica en cierto modo la extraordinaria contribución que han hecho los judíos, cuando las circunstancias lo permitieron, en tantos campos de la actividad humana. Es saludable recordar que esa contribución se llevó a cabo a pesar de las vicisitudes tantas veces trágicas de la historia judía.

Recuerdo que hace unos treinta años le pregunté a John Levi por qué el mundo judío había producido tantos violinistas talentosos, pero no una cantidad equivalente de pianistas. Su ingeniosa respuesta fue: “Bueno, no es tan fácil acarrear un piano adentro y afuera del ghetto”. La pregunta ya no es apropiada, pero la respuesta no ha perdido su causticidad.

Hasta qué punto el humor judío se nutre del mismo judaísmo, no lo sé. Pero estoy seguro de que está relacionado con la actitud positiva hacia la vida que se refleja en la interpretación judía de los textos definitivos del Génesis y su influencia permanente en los tiempos rabínicos y más tarde. Sobrevivir ya no era meramente un instinto, sino un imperativo religioso. ¿De qué otro modo puede explicarse la manera en que el juadísmo se reinventó a sí mismo después de las mayores catástrofes, que pudieron haber decretado su muerte? Me refiero no a la destrucción de un Templo, sino de dos, en los años 586 a.E.C. y 70 de la E.C. Después de la primera, tuvo lugar la revolución religiosa de Esdras que instituyó la Torah. Tras la destrucción romana del segundo Templo, se produjo el florecimiento del fariseísmo dentro del movimiento rabínico, que definió la forma futura del judaísmo. En ésta, las instituciones -incluso la de la sinagoga- tenía mucho menos importancia que el hogar y la mesa. Una vez le dije al Dr. John Bodycomb que pensaba que tal vez el cristianismo debiera aprender del judaísmo si quería sobrevivir. Me refería en aquel momento a lo que acabo de decir.

En cuanto a la cooperación divino-humana, ¿tomamos en cuenta los dos elementos? Cuando reflexionamos sobre el estado del mundo, la violencia, la codicia, la injusticia, la absoluta inhumanidad de unos hacia otros, el destino de los sin techo y los marginados, los refugiados, etc., tendemos a golpearnos el pecho en señal de contrición y cargar sólo sobre nosotros la responsabilidad por ello.

Hay una tradición en el judaísmo -que admiro con cierta “santa envidia”- que consiste en reprender a la divinidad. Ahora estoy entrando en un terreno teológico muy resbaladizo. Me refiero a la práctica de discutir con Dios. Comienza con esto nada menos que el mismo Padre del pueblo judío, Abraham, al defender la causa de las ciudades condenadas Sodoma y Gomorra. Aparece luego cuando Jacob lucha con Dios, y roza la blasfemia cuando el profeta Jeremías acusa a Dios de seducirlo y dominarlo, y convertirlo en objeto de burla. El salmista se queja una y otra vez de haber sido abandonado. En el capítulo 24 del libro de Job, hay una intensa crítica a las acciones de Dios. Lástima que al final, Job simplemente se rinde...

La práctica de discutir con Dios se encuentra en los escritos rabínicos, en algunos de los maestros jasídicos, en la poesía de Bialik y, en nuestra época, en el libro de Elie Wiesel Juicio a Dios.

Estrechamente vinculado con esta tradición de discusión divino-humana, está lo que se llama en hebreo “haster panim”, “ocultar el rostro”. Hablamos mucho sobre la revelación de Dios a través de las Sagradas Escrituras y otros textos. Pero en la Biblia hebrea se habla con frecuencia del “ocultamiento de Dios”. Me parece un concepto muy interesante. En ninguna parte se lo ve tan claramente como en Isaías (45,15): “Ciertamente, tú eres un Dios oculto”. Se encuentra a menudo en los Salmos, donde en muchas ocasiones aparece como una lastimera queja: “¿Hasta cuándo, Señor?”. Por ejemplo, en el salmo 89,47: “¿Hasta cuándo te esconderás, Señor?”

Tradicionalmente, esto se asocia con los pecados del pueblo. Se ve la culpa en él, y no en Dios. Pero el uso de la expresión, como angustioso grito del corazón humano en situaciones que están mucho más allá del control humano, debe abrir otras posibilidades. ¿Existe alguna contracción en la naturaleza de Dios, que deja al hombre a merced de aquellos que actúan con el más alto grado de arrogancia humana? ¿Puede ser que la omnipotencia ya no sea un atributo incuestionablemente aplicable a la divinidad? Este es un tema teológico que, por supuesto, no se limita al judaísmo, pero sugiero que su temprana aparición en la literatura sagrada judía, y su persistencia en esa tradición, puede apuntar a una comprensión más profunda del encuentro divino-humano, que hasta ahora no hemos discutido demasiado abiertamente.

El judaísmo hace hincapié en otro tema que siempre me llamó la atención. Tiene su expresión inicial, como podía esperarse, en la Biblia. La afirmación más sintética está en el Deuteronomio: “Justicia, sólo justicia has de buscar” (16,20). Los contornos de lo que se denomina justicia en su contexto social están claramente expuestos una y otra vez. Quienes deben ser especialmente protegidos son los vulnerables de la comunidad, por ejemplo, la viuda, el huérfano y el extranjero (ger), el residente extranjero (¿el refugiado?).

A fines del primer siglo de la E.C., Rabban Simeon ben Gamaliel declaró:

“El mundo se apoya sobre tres cosas: justicia, verdad y paz (shalom). En las primeras disputaciones entre judíos y cristianos había una tendencia a contraponer “amor” y “justicia”. Es importante observar que el mandamiento divino de “amar al prójimo como a sí mismo” aparece íntimamente ligado a muchos de los más urgentes reclamos de justicia. Por otra parte, en el capítulo 19 del Levítico, se excluye de la justicia toda tendencia a lo sentimental, con esta disposición: “...no hagas injusticia ni en favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19,15). Actuar en favor de uno o por respeto al otro sería, por supuesto, socavar el principio mismo de justicia.

En las décadas de 1960 y 1970, muchas Iglesias redescubrieron a los profetas hebreos, especialmente a Amós, con su vigoroso reclamo de justicia social. Por cierto, la enorme admiración que los profetas suscitaron en las Iglesias, las llevó a un uso poco riguroso de la expresión “el ministerio profético de la Iglesia”. Pero esto muestra que no soy el único cristiano que siente una santa envidia por ese aspecto del judaísmo.

El último es un punto que vacilo en encarar. Para ser franco, tengo grandes dificultades con los credos. Es un terreno en el que con toda seguridad muestro una “santa envidia”.

Sé que el judaísmo no está completamente exento de lo que podría llamarse la afirmación de un credo, y también sé que a través de los años, algunos individuos, desde Maimónides a Moses Mendelssohn, formularon listas de creencias o principios religiosos. Pero éstos permanecieron en mayor o menor medida como contribuciones personales o individuales al conjunto del pensamiento religioso judío. Nunca recibieron un reconocimiento o una aceptación que ni remotamente se pareciera a la declaración de algún posible equivalente de un Concilio eclesiástico debidamente constituido. Sólo tienen un interés académico e histórico.

Hace alrededor de treinta años, un destacado eclesiástico y teólogo australiano hizo el siguiente comentario: “No es ésta una época para redactar credos”. Si yo me hubiera atrevido, habría respondido que ninguna es una época para redactar un credo, salvo que éste responda a un criterio de síntesis y dinamismo. Esta clase de “credo” -si pudiéramos llamarlo así- es el histórico Shema judío:

Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios. El Señor es Uno, o como podría traducirse mejor, con Rashi y otros: “El Señor es nuestro Dios. Sólo el Señor”. ¡Esto es algo que realmente envidio! Un equivalente cristiano alegraría el corazón y revitalizaría el alma.


2. Qué admiro en el cristianismo

John Levi

¡Qué tarea difícil! Responder al pedido del Consejo de Cristianos y Judíos para hablar sobre los aspectos del cristianismo que admiro, resultó una tarea mucho más difícil de lo que parecía en un primer momento, cuando la acepté. Pero por lo menos, sabía que el punto de vista “opuesto” sería profundo y bien fundamentado. El profesor Robert Anderson es un distinguido profesor de hebreo y Biblia, y hace muchos años, los dos colaboramos en la fundación del Consejo, cuyo objetivo fue siempre analizar nuestra base común y promover el entendimiento interreligioso.

¿Cómo puede ser santa la envidia? Los Diez Mandamientos concluyen con la exhortación: Lo Tahmod, “No desearás...”.

No desearás Bet Reacha, la casa de tu prójimo, la mujer de tu prójimo, ni sus sirvientes, ni su ganado ni nada que sea de tu prójimo”.

Hace mucho tiempo, los rabinos advirtieron que la primera palabra de esos Diez Mandamientos es Anokhi, “Yo”. Y la última palabra es reacha, tu prójimo. De esto dedujeron que los Diez Mandamientos pueden sintetizarse con las palabras “Anokhi reacha: yo soy tu prójimo”. Percibimos a Dios en el rostro de la persona que vive al lado (y esto constituye a veces un difícil desafío). Reacha también puede traducirse como “amigo”, que significa alguien por quien uno se preocupa. Pero también esto es difícil.

Yo soy tu amigo. Soy la persona por la que te preocupas. Encontrarás a Dios en mi rostro, en mis temores, en mi fe y en mis dudas.

El tema es la “santa envidia”. ¿Puede ser santa la envidia?

Hay un cuento judío (siempre hay un cuento judío) sobre un rabino, un cantor y un portero de una pequeña sinagoga de algún lugar de Europa. Es la víspera del Día del Perdón, y antes de que la congregación se reúna allí para celebrar el servicio del día más sagrado, el rabino se dirige al Arca, se golpea el pecho y recita las palabras de la liturgia: “Porque ¿qué soy yo? Sólo soy polvo y ceniza”. Inspirado por el ejemplo del rabino, el cantor de la sinagoga se acerca al Arca, se detiene frente a los Rollos sagrados, se golpea el pecho y dice: “ ¿Qué soy yo? Sólo soy polvo y ceniza”. El Shamesh, el portero de la sinagoga, abrumado por esas muestras de profunda humildad y contrición, decide emular al rabino y al cantor. Se aproxima al Arca, se golpea el pecho, y declara: “ ¿Qué soy yo? Sólo soy polvo y ceniza”. Entonces el cantor se vuelve hacia el rabino y le dice: “Mira quién cree que sólo es polvo y ceniza”...

La “santa envidia” es un desafío. Y para ser brutalmente honesto, existen algunas características de la fe y del desarrollo religioso de mi prójimo que despiertan envidia en mi alma. Nunca me recuperé del impacto que sufrí cuando me pidieron que fuera observador oficial en una Asamblea Australiana de la Iglesia Unida. Habían llegado delegados de toda Australia y el Pacífico Sud, y descubrí que se limitaban los discursos a tres minutos. Cuando sonaba un timbre, el conferenciante se sentaba obedientemente. Y entonces se votaba.

Las reuniones judías nunca son así, A nosotros nos encanta discutir. Hablamos y hablamos, y por lo general sólo votamos cuando hemos logrado un consenso. ¡Envidio ese silencio obediente!

Cuando, hace unos años, empecé a dar clases a estudiantes católicos de teología en Melbourne, descubrí que una parte muy importante de la formación de un sacerdote es la contemplación y el silencio. Un curso de formación rabínica judía se basa en la controversia y la discusión. Muchas veces sólo se trata de llegar a entender la pregunta. Quizá sea característico de mi rama particular de judaísmo -el judaísmo progresista-, pero en todos los años de formación que me llevaron a ordenarme de rabino, nunca nadie me preguntó en qué creía. Se daba por sentado que mis ideas cambiarían. Esto es una fuente de fortaleza, pero también es bastante inquietante.

Todos sabemos que se llevaron a cabo guerras terribles sobre definiciones de palabras y significados teológicos de algunas expresiones de fe como transubstanciación, trascendencia-inmanencia, transfiguración, y me alegra que el judaísmo tenga muchísimas otras cosas para discutir, pero la “fe”, en el sentido cristiano, no es una de ellas.

Por supuesto, hay un solo lugar en el mundo donde los judíos constituyen una mayoría, y ese lugar es el pequeño y asediado Estado de Israel. Me da envidia el mundo cristiano porque es un mundo. Tiene el lujo del tamaño. Nadie destruirá al cristianismo aunque pudiera existir ese peligro. Formar parte de una minoría puede ser una experiencia profundamente desalentadora.

Una historia del rabino Lionel Blue ilustra mi envidia: “Un muchacho judío llama a su madre por teléfono y le cuenta que está enamorado. ‘Su nombre es María Magdalena O’Murphy’, le dice. ‘¿Cómo puedes decirle ese nombre a tu idishe mame?’ solloza ella, y corta. Unos meses más tarde, el muchacho llama a su madre desde los Estados Unidos. ‘Otra vez estoy enamorado’, suspira. ‘¿Cómo se llama?’ le pregunta ella recelosa. ‘Goldberg’, replica él. ‘¡Goldberg, un lindo apellido judío!’, exclama ella. ‘¡Dios respondió a mis plegarias!’. ‘¡Me alegra que lo digas, mamá!, dice él. ‘Y su nombre es Whoopi”.

Para nosotros, una boda no es sólo una boda. Es una afirmación inscripta en la Alianza sobre el futuro judío. Me dan envidia las familias para las que una boda es simplemente una boda.

Me gustaría vivir fuera de una gran ciudad. En el campo, cerca del mar. Pero si nos mudamos, perdemos nuestra comunidad religiosa y nuestra congregación, y nuestra escuela, y el negocio que nos vende el pan para el Shabbat y los béigelej para el domingo. Y, mucho más grave, les quitaríamos a nuestros hijos el sentido de comunidad. Perderíamos nuestra próxima generación y, para los judíos, eso significa perder nuestra inmortalidad.

En un casamiento, el domingo pasado, la madre de una niña de diez años me dijo que su hija había regresado un día de su escuela judía y le preguntó si podían volverse judíos ocultos. “¿Qué quieres decir”, le preguntó su madre. “Podríamos quitar la mezuzah de la puerta y esconder nuestras velas sabáticas. Nadie tiene por qué saber que somos judíos”. Muy sencillo: esta niña de diez años no quería recibir una bomba. ¿Paranoia? Bueno, sí, pero... Ella había notado que hay guardias en la puerta de su escuela, y vallas de alta seguridad. Me dan envidia los chicos que van a escuelas que no necesitan contratar guardias de seguridad.

Estoy celoso de la iglesia anglicana que está cerca de mi casa, al final de Glenferrie Road. San Pablo refaccionó su fachada al mismo tiempo que nosotros reconstruíamos nuestra sinagoga, unos dos kilómetros más lejos. Ya habíamos sobrevivido a dos ataques con bombas Molotov. Así que la hicimos a prueba de bombas, con vidrios indestructibles y una enorme valla de metal. Después supe que la iglesia anglicana también había instalado un sistema de seguridad en las puertas. ¿Eso me hizo sentir mejor? De ninguna manera.

Hace unas semanas, participé de una reunión interreligiosa, y una de las oradoras habló todo el tiempo de “pueblos de fe” y “comunidades de fe”, y yo empecé a sentirme al mismo tiempo un poco molesto y bastante celoso, porque provengo de una comunidad de preguntas, preguntas profundas, inquietantes, pero siempre preguntas.

Luego, llegué a casa e intenté hacer una lista de las cosas de la vida religiosa cristiana que envidio, con la salvedad de que sé que la envidia no puede ser santa.

El gran maestro Ben Zoma preguntaba: “Eizeh, hu ashir? ¿Quién es feliz? ¿Quién es rico? Hasameah b’helko. Los que pueden alegrarse con su destino. ¿Y quién es sabio? “Halomed mikol adam”. Los que pueden aprender de cada ser humano. Así que aquí está la “santa envidia”. Una lista de las cosas que me gustaría que mi propia tradicion religiosa pudiera reivindicar honestamente, sin ninguna intención de negar su propia autenticidad:

  1. Las Bienaventuranzas
  2. El Magnificat
  3. Johann Sebastian Bach y todos los demás Bach
  4. El Requiem de Mozart
  5. Los spirituals norteamericanos (¿recuerdan el filme “Keeping the faith”, cuando un
  6. coro de negros irrumpe en la sinagoga cantando el himno sabático Ayn Kaylohenu
  7. como un spiritual? Ya ven que no estoy solo en esta santa envidia...)
  8. La catedral de Chartres (pero no la denigración de la sinagoga en una de sus puertas)
  9. “Zadok the priest”, de Haendel
  10. El órgano de tubos de Notre Dame
  11. San Francisco de AsísLa capilla y el coro del King’s College
  12. El papa Juan XXIII
  13. El Ejército de Salvación
  14. La Sociedad de San Vicente de Paul
  15. La Fraternidad de St. Laurence
  16. La creencia cristiana en el Cielo
  17. El jesuita Teilhard de Chardin

Hay una riqueza en la liturgia cristiana que es deslumbrante. Es cierto que mucho de ella se basa en la liturgia del Templo de Jerusalén. Pero con el paso del tiempo, nosotros la perdimos. Escribimos fantásticos libros de oraciones, pero no somos demasiado buenos orando. Lamentablemente, como alguien dijo, muchos judíos son ausentistas del séptimo día.

El gran filósofo danés Soren Kierkegaard estaba caminando una vez por una calle de Copenhague, cuando vio un letrero espectacular en un escaparate que decía: “Se venden sombreros”. Pensó que podía comprarse un nuevo sombrero, entró a la tienda y le preguntó al hombre que estaba detrás del mostrador si podía ver su surtido de sombreros. El comerciante replicó: “Pero señor, no vendemos sombreros”. Asombrado, Kierkegaard le dijo: “Pero en su escaparate hay un letrero que dice con toda claridad: “se venden sombreros”. El comerciante sonrió: “Ah... sí. Pero no vendemos sombreros. Vendemos letreros”.

Por supuesto, hemos estado hablando de “letreros”. Las señales de tránsito no nos parecen demasiado importantes hasta que pensamos en un mundo desprovisto de ellas: sin letreros que digan “Pare”, “Gire a la izquierda”, “Curva peligrosa”. Sin señales no tenemos el sentido de la distancia ni del lugar. Tenemos que empezar por entender que estamos hablando sobre rótulos. El contenido y contexto de la conducta religiosa no es lo mismo que las doctrinas o los dogmas que usamos como señales del comportamiento religioso, que es la respuesta humana y finita al Dios de la creación que hizo el universo de la nada, cuyas leyes y cuyo poder resuenan desde el Sinaí. En palabras del profesor británico de religiones comparadas Ninian Smart: “El objeto del culto surge como un Ser numinoso, terrible, fascinante”. Todo lo demás es comentario.

El rabino Jonathan Sacks, que encabeza el movimiento ortodoxo judío de Gran Bretaña, y es el presidente del Consejo de Cristianos y Judíos de Inglaterra, comienza un fino artículo sobre el significado del diálogo religioso citando un ensayo de A. N. Wilson “Tract Against Religion”: “Se dice que el amor al dinero es la raíz de todo mal. Sería más legítimo decir que el amor a Dios es la raíz de todo mal. La religión es la tragedia de la humanidad. Apela a lo más noble, puro y elevado del espíritu humano, y sin embargo casi no existe religión que no haya sido responsable de guerras, tiranías y supresión de la verdad”. Y el rabino Sacks comenta: “Yo sé que la religión mata, pero también lo hace la ausencia de religión. La gente ha matado en nombre de Dios. Pero sus crímenes no igualan a los de quienes mataron creyendo que eran dioses. Los mayores crímenes del siglo XX, los de la Alemania nazi y la Rusia stalinista, fueron cometidos por regímenes seculares”. Y podemos agregar los crímenes de Pol Pot, Mao Tse Tung, y, por supuesto, las masacres de Ruanda. Esos nombres y lugares evocan en nuestras mentes visiones aterradoras de nihilismo, de despiadado aniquilamiento por la gloria del poder del estado y por la exaltación de una raza o ideología particular. La nuestra es una época de violencia terrorista y agresión cultural. No deberíamos avergonzarnos de defender nuestros valores y defender nuestras propias tradiciones y creencias.

Mientras estaba preparando esta charla, ocurrió un hecho notable. Me entregaron un folleto cuidadosamente conservado del Rev. John Jamieson, que contiene dos reflexiones: “Si yo fuera judío”, del profesor Harold A. Woodruff, y “Si yo fuera cristiano”, de mi maestro, el rabino Herman Sanger. El documento está fechado en noviembre de 1943, y las charlas fueron difundidas por la ABC. Abrí el folleto y vi que en esa época oscura y terrible, el Dr. Sanger le dijo a la nación:

“Si yo fuera cristiano de la misma manera devota y fiel en que soy judío, ¿qué haría? Me enorgullecería mucho, como estoy seguro de que ustedes lo hacen, del desarrollo del cristianismo y la cristiandad como una fuerza constructiva en la historia de la civilización. En los días de las más oscuras tinieblas intelectuales, estéticas y morales, los conventos y los monasterios fueron refugios para el estudio y el arte, y desde los santuarios y las iglesias se irradiaba la honesta luz de la noble y enaltecedora fe. Recordaría esto y me gloriaría por ese hecho. Dedicaría además cada esfuerzo de mi vida para que el poder civilizador de mi Iglesia interviniera efectivamente en el esfuerzo contemporáneo de la humanidad por construir un mundo digno de la humanidad, y crear una vida que reflejara la inspiración divina”. Y luego el Dr. Sanger añadía: “Si yo fuera cristiano, me removería hasta el fondo de mi alma el pensamiento de que yo y mi Iglesia permanecimos tanto tiempo en silencio, y sólo encontramos una expresión para nuestro horror cuando la tragedia ya había alcanzado su abominable climax. Me decidiría a hacer todo lo que estuviera en mi poder para ayudar y salvar, abrir las puertas de las naciones libres para que los torturados pudieran encontrar refugio, para permitir que los que lograron escapar encontraran un hogar en Palestina, la tierra de sus antepasados”.

 

Editorial remarks

Traducción del ingles: Silvia Kot

Fuente: Gesher