La Promesa de una recomposición de la relación entre el judaísmo y el catolicismo

En 1980, René Samuel Sirat se convirtió en el primer gran rabino sefardí de Francia. Esto marcó el profundo cambio del judaísmo francés después del final de la guerra de Argelia. En aquel momento, la prensa judía publicó este chiste: “¿Por qué el gran rabino de Francia es sefardí? Porque el arzobispo de París es askenazi”. Con su habitual ingenio, el humor judío tradujo muy bien la singularidad de esa situación que se dio entre 1981 y 2007.

Lo que habría podido ser un elemento más de desconfianza entre las dos religiones terminó siendo un factor de recomposición de las relaciones entre el judaísmo y el catolicismo. Ese momento de la historia de las relaciones entre el judaísmo y el catolicismo mezcló el destino personal del católico de origen judío Jean-Marie Lustiger y la revitalización de la memoria de la Shoah[1] . El exterminio de los judíos de Europa interpelaba la conciencia cristiana y se inscribía definitivamente en la nueva mirada sobre el pueblo judío que la Iglesia elaboró en la segunda mitad del siglo XX. Esta recomposición se cristalizó en un libro publicado en noviembre de 2002, “sobre el misterio de Israel, el antisemitismo y la crisis de la fe cristiana”, según Henri Tincq, firmado por el cardenal Lustiger y titulado La promesa.*

La promesa de un libro

El trayecto de conversión de Jean-Marie Lustiger se hizo público con la entrevista al joven obispo de Orleans en 1980 aparecida en Le Nouvel Obs tras el atentado del 3 de octubre contra la sinagoga de la rue Copernic. En ese texto, Lustiger vinculaba el antisemitismo con el rechazo a la elección de Israel. En 1981, cuando fue nombrado arzobispo de París, y luego en 1986, Lustiger reivindicó su judaísmo en Osez croire. osez vivre (Atrévete a vivir la fe) : “Para mí, hacerme cristiano no significa renegar de mi condición judía. De ninguna manera. No la rehuí cuando existían la estrella amarilla y los campos de concentración y no veo por qué me la arrancarían ahora”. Y volvió muchas veces a esta expresión: “Es como si los crucifijos hubieran empezado a usar la estrella amarilla”. La promoción de Lustiger como obispo y luego arzobispo hizo de esta reivindicación una afiliación, una identidad agregada, la cristiana realizando la judía, una apuesta, y lo transformó así en una figura simbólica. Esta posición provocó fuertes reacciones en el mundo judío, ilustradas en particular por diversas declaraciones de los grandes rabinos franceses, como el gran rabino de Francia, René-Samuel Sirat, el 5 de abril de 1981: “Sería un abuso del lenguaje hablar de religión judeocristiana. O se es judío o se es cristiano”. Sobre todo cuando desde el principio de los años 1980, el Consistorio Central Israelita de Francia ya no representaba a la comunidad judía francesa, demasiado diversa, sino que proponía una concepción normada del judaísmo. La publicación en diciembre de 1987 de Le choix de Dieu (La elección de Dios), seguida por dos emisiones televisivas en enero de 1988, replanteó el debate. Lustiger reclamaba el reconocimiento de su condición de judío. Le respondió a Mons. Lustiger la gran figura de la Shoah, Elie Wiesel, en Le Monde del 4 de diciembre de 1987: “Debemos recordarle algo que él debe saber: que para la tradición rabínica, un hombre no puede ser al mismo tiempo judío y cristiano. (...) En España, en Polonia, en Ucrania, en Francia, en Alemania, durante las cruzadas y durante los pogroms, nuestros antepasados consideraban al cristianismo una religión hostil, ajena, enemiga. (...) No: un judío no podía abrazar la cruz sin separarse al mismo tiempo de su pueblo”. La tradición y el pasado de persecución justificaban la frontera hermética entre ambas religiones en el momento en que la memoria se convertía en un “deber sagrado” (Azria) de la condición judía. Para Raphaël Drai, en su Carta abierta al cardenal Lustiger, aparecida en 1989, la promoción de Mons. Lustiger al cardenalato correspondía, al igual que la beatificación de Maximiliano Kolbe y de sor Benedicta de la Santa Cruz, Edith Stein, y la construcción del Carmelo de Auschwitz, a una política católica de “aniquilamiento” del judaísmo. La conjunción de esos hechos le dio a una parte del judaísmo la sensación de un intento de “cristianización” de la Shoah.

La continuación del pontificado de Juan Pablo II cambió la situación. En 1986, la visita del Papa a la sinagoga de Roma, el reconocimiento del Estado de Israel por parte del Vaticano en 1993, la declaración de arrepentimiento de la Iglesia de Francia el 30 de septiembre de 1997 y el viaje de Juan Pablo II a Jerusalén en 2000 marcaron el contexto de esas recomposiciones. El discurso del cardenal Lustiger el 30 de octubre de 2005 en Viena, titulado “Nuestros hermanos mayores”, retomando una cita de Juan Pablo II, selló el final de la idea de sustitución. Ni una palabra sugería la menor duda sobre la afiliación de Mons. Lustiger al cristianismo ni sobre el abandono de la idea de que la Iglesia ha recogido la antorcha del judaísmo. Se hizo perceptible entonces una innegable intensificación de las relaciones entre las dos religiones.

Lustiger, que tenía una real cercanía con el Papa, desempeñó un papel fundamental en la voluntad de regenerar las relaciones judeo-cristianas. En 1996, la colaboradora del cardenal Nicole Parichon compuso un dossier de textos sobre el judaísmo. Esta práctica habitual se basaba en la transcripción de grabaciones y una selección de diversos textos ocasionales. La elaboración del libro movilizó a un pequeño equipo encabezado por Jean Duchesne, “consejero editorial”, y reunió al “censor” de los escritos del cardenal, el jesuita Albert Chapelle, a Mons. d’Ornellas y al futuro editor Marc Larivé de la editorial “Silence et Parole”. Este libro, como muchos otros de Lustiger, es una recopilación. La primera parte es una selección de textos. Se conservaron algunos y otros fueron objeto de debate, como una conferencia de Mons. Lustiger del 9 de enero de 1996 en el Instituto de Estudios Teológicos de Bruselas titulada “Pueblo de Dios y salvación de las naciones”[2] , seleccionada al principio, que finalmente no fue incluida.

El primer texto del libro, su parte fundamental, es antiguo, ya que data de 1979. En su reseña de Le Monde del 15 de noviembre de 2002, Henri Tincq se mostró “sorprendido” y habló incluso del “misterio (…) de una publicación veintitrés años después de esa meditación”. En efecto, el texto de 1979 era prácticamente desconocido hasta ese momento, ya que se trata de la transcripción de intervenciones durante un retiro espiritual de religiosas, que habían grabado las sesiones. Las reticencias y las inquietudes de Lustiger eran reales. En la “Presentación”, explicó el origen del texto: “La fe plenamente compartida permitía la confianza recíproca (…) Compartí libremente mi meditación. Porque estaba seguro de que la acogían con benevolencia y que, en el silencio de la oración de esa comunidad, daría los frutos que Dios quería para la Iglesia”. Además de la antigüedad del texto, su forma oral original también podía ser un problema. Pero su entorno lo alentó. El P. Chapelle insistió para defender el valor del texto de 1979. Le escribió al Cardenal en un fax enviado el 25 de septiembre de 2002: “Es un don para la Iglesia”. El padre Jean Dujardin, ex secretario del Comité Episcopal para las Relaciones con el Judaísmo, recordó en 2003 su finalidad de predicación: “No se trata de un curso de teología (…) Es ante todo un proceso de fe casi místico”.

También se discutió el título y la tapa. Al cardenal no le gustaba la tapa propuesta ni el título de una primera versión, “Ya no te llamarán Jacob sino Israel”, con un cuadro de la lucha entre Jacob y el ángel. El primer título que figuraba en un borrador escrito por la mano de Lustiger era “El fin de la noche”, inspirado por “Mis ojos se adelantan a las vigilas de la noche para meditar en tu promesa” (Sal 119, 148). Un comentario manuscrito explicitaba la voluntad de deslizar una “alusión a La noche de Elie Wiesel”. Pero todas las variantes se articulaban en torno a esa misma cita. “En tu promesa” o “El fin de las tinieblas”, hasta que se trazó un círculo alrededor de la palabra “promesa”. La foto de tapa se impuso más rápidamente: la de Juan Pablo II en el Muro de los Lamentos, el 26 de marzo de 2000, fue una elección del cardenal. La decisión tomada demostró que Lustiger tenía conciencia del cambio de contexto que hacía posible la publicación del texto de 1979. El lanzamiento del pequeño libro blanco en francés fue un éxito. La primera tirada fue de 3000 ejemplares. En 2002 y 2003, se vendieron 21.900 ejemplares de una tirada de 30.000.

Un libro debate

El libro aparece como un conjunto muy denso de observaciones y meditaciones. Todos los críticos coincidieron en la dificultad de abordar la lectura de ese texto. Maurice Druon lo reconoció en Le Figaro del 25 de noviembre de 2002: “algunas páginas (…) son de un acceso bastante difícil para el entendimiento común”. Se publicaron algunos extractos y reacciones en semanarios como L’Express y Le Nouvel Observateur del 14-20 de noviembre de 2002. Los subtítulos de esos extractos recogían los desafíos del debate: “Auschwitz forma parte del sufrimiento de Cristo”, “El misterio de Israel en el centro de la fe cristiana”, “Del antisemitismo cristiano” y “La espera”. L’Express reflejó la controversia en 12 páginas en su número del 5 de diciembre bajo el título “Judíos y cristianos. Por qué Lustiger incomoda”. La amplia recepción y la calidad de los autores constituyen una prueba de la autoridad intelectual y moral de Lustiger.

La naturaleza del libro no se puso en discusión. “La promesa puede encauzar la teología y el pensamiento cristianos (…) en lo que concierne al pueblo judío”, escribió un lector de L’Express. La meditación se convirtió en lección. En L’Express, Christian Makarian lo définió como “un testimonio conmovedor arrancado a un destino singular, que nos sumerge en una reflexión exigente”, sobre todo porque es imposible separar la obra del hombre. Y añadió: “Lustiger extrae de su doble cultura una fe inaudita, estremecedora, que trastoca en sus antiguas certezas tanto al judaísmo como al mundo católico”. En junio de 2003, en Amitiés, Dominique de la Motte resumió el libro en una frase: “El Antiguo Testamento no está ‘perimido’ por Cristo, sino que se hizo accesible a los paganos”. La importancia otorgada al Antiguo Testamento es uno de los aportes esenciales del libro en la teología lustigeriana. El ensayista Gérard Leclerc explicó, en Le Figaro del 9 de diciembre de 2002, que “esas conversaciones espirituales (…) constituyen para todo cristiano una enseñanza que engloba la totalidad de la fe. En efecto, para aprender de Cristo, uno mismo debe volverse judío en cierto modo, según la modalidad más fuerte del judaísmo: la elección”. Según Anne-Marie Pelletier, los paganos pueden acceder a la alianza entre Dios e Israel por intermedio del Mesías, que es judío. El padre Dujardin escribió, en la revista Sens en 2003: “el Cardenal emplea de una manera casi constante las expresiones bíblicas y neotestamentarias de ‘cumplir’ y ‘cumplimiento’”. El término es ambiguo: cumplimiento como realización o como superación. Aunque la Shoah no se encuentra directamente en el núcleo del libro, influye sin ninguna duda en la teología y la concepción de la historia de Jean-Marie Lustiger y su comprensión del misterio de Israel, según Thierry Vernet. Más allá de su historia personal, Lustiger toma en cuenta el lugar prescriptivo de Auschwitz en el pensamiento mundial como forma del “mal radical”. Dijo: “La Shoah hirió al pueblo judío en su cuerpo (…) pero hirió a los cristianos en sus almas”.[3]  De modo que la identidad del libro no suscitó ningún debate.

Sin embargo, Mons. Lustiger era absolutamente consciente del impacto que podía producir el libro: “Algunos pasajes (…) les podrán parecer excesivos o a veces desconcertantes a lectores judíos, y algunos pasajes (…) desconcertantes o a veces excesivos a lectores católicos”, escribió en el libro. Dos temas provocaron debates (el pagano-cristiano y la interpretación cristiana de la Shoah) y suscitaron fuertes reticencias en algunos católicos y algunos judíos. Sobre todo porque detrás de las relaciones entre el judaísmo y el catolicismo, Lustiger ofrecía también una interpretación de la “crisis católica”. Los pagano-cristianos son culpables del rechazo de la elección y de la gracia otorgada por Dios. El rechazo de la “raíz judía”, por desprecio o por celos, llevó, a su juicio, al ateísmo o al neopaganismo. El libro es un testimonio del proyecto de Lustiger, para quien la Promesa cristiana aún no se ha “cumplido”. Es sin duda una de las raíces de su voluntad de reafirmación, de recuperación confesante del catolicismo llevada a cabo por Lustiger bajo Juan Pablo II.[4]

Del lado católico, hubo reacciones neo-maurrassianas acompañadas por cuestionamientos clericales y laicos. En L’Homme nouveau del 2 de febrero de 2003, Philippe Alexandre resumió los reproches: “Hubo una fuerte polémica entre los cristianos porque el libro del cardenal Lustiger hablaba de la naturaleza misma de la Iglesia y su papel (…) en la economía de la salvación”. Lustiger devuelve la acusación de deicidio a los “pagano-cristianos”, es decir, a los cristianos que no provienen del judaísmo. Eso fue insoportable para una parte de los críticos. Un largo texto firmado A. B-G, publicado en Reconquête, en abril de 2004, le reprochaba en primer lugar el hecho de otorgarle a la “cuestión judía” un lugar demasiado grande en el seno del cristianismo. Luego se interrogaba sobre la ortodoxia de las afirmaciones, porque, según decía, el cardenal ponía en tela de juicio la responsabilidad de Israel en la muerte de Cristo y hacía total abstracción “de las tomas de posición tanto de los grandes doctores de la Iglesia como del Magisterio”, y citaba a santo Tomás y san Agustín. Usó la ausencia de estos dos autores esenciales como un argumento contra el cardenal. Y concluyó: “¡La promesa parece en muchos aspectos la de una terra incognita para la teología católica!”. Para contrarrestar estas acusaciones, Lustiger movilizó a Jean-Miguel Garrigues. Este redactó un texto fundamental para la recepción católica del libro, que apareció en la Revue thomiste de enero-marzo de 2003, como una decisión estratégica: “Al revisar el Comentario a la Epístola a los Romanos de santo Tomás y analizarlo a partir de las luces de la Iglesia de hoy, anticipadas en parte por Jean-Marie Lustiger en el primero de los textos (de 1979) incluido en La promesa, hemos podido comprobar una vez más que el desarrollo de la doctrina católica en la Tradición de la Iglesia no es más que una explicitación y una puesta en valor de un depósito que ya se encontraba allí. Todas esas luces, que les permiten a los gentiles de la Iglesia reconocer a los judíos, sean cristianos o no, como sus ‘hermanos mayores’, ya formaban parte para santo Tomás del patrimonio de la fe. (…) esta doctrina ya era tradicional para él. No podía no ser tradicional, puesto que se encuentra ya explícitamente contenida en el texto paulino recibido como inspirado por Dios”. Para Garrigues, las afirmaciones de Lustiger se inscriben en la tradición, tanto de Pablo como de Tomás, y por lo tanto, son indiscutibles. Garrigues también reaccionó contra un texto crítico de André Paul, publicado en Catholica: “[los católicos] podrían haberse sorprendido al leer el libro por la acumulación de anacronismos o de errores históricos, la recurrencia de mezclas conceptuales y omisiones doctrinales”. Y agregó: “Las ideas del cardenal de París llevan a la proclamación unívoca de un exclusivismo judío con justificaciones sionistas, condición necesaria de la purificación salvadora”. Algo que está muy lejos de las posiciones de este especialista del judaísmo antiguo. Pero esta vez, el P. Garrigues le propuso a Mons. Lustiger no responder. La fuerza de la posición de Lustiger se basaba en el apoyo papal y también en su inscripción en la filiación de Nostra Aetate, la declaración conciliar de 1965 que se convirtió en uno de los textos más importantes del Concilio Vaticano II. La obtención del premio del mismo nombre, el 20 de octubre de 1998, junto con el gran rabino de París René-Samuel Sirat, su gran adversario durante el debate sobre la reivindicación de su judaísmo, lo confirmó.

Las reacciones del lado judío también estaban divididas. Algunas eran muy fuertes, como la del rabino Josy Eisenberg en Le Parisien Dimanche del 22 de diciembre de 2002: “Lo que me choca en el libro (…), es que parece considerar que la Shoah es un remake de la crucifixión”. Y agregó en Information juive de enero de 2003: “Señor cardenal, acepte la idea de que, a pesar de nuestra común filiación, nuestra historia, y muy especialmente nuestra historia de la salvación, no le pertenece”. Dujardin le contestó en la revista Sens, haciendo constar las diferencias entre las dos religiones: “Por el hecho del misterio de la Cruz y de la resurrección, los judíos y los cristianos tienen una relación diferente con el sufrimiento y la muerte. (…) El cristiano mira todo sufrimiento, cualquiera sea este, a la luz de su fe en Cristo muerto y resucitado. Esto, y solo esto, le permite afrontarlo”. El poeta judío Claude Vigée defendió el libro con varios textos, como una entrevista en France catholique, un artículo en La Croix del 3 de diciembre de 2002 y otro en la revista  Esprit de marzo-abril de 2003: “Lustiger muestra que no se puede – so pena de destruir el núcleo mismo del cristianismo – rechazar la elección de Israel”. De modo que la recepción en el mundo judío fue variada, a veces amable y otras veces, crítica. Sin embargo, varios comentaristas insistieron en considerar que el libro abría una nueva etapa en el diálogo judeo-cristiano. El libro no creó nuevas rupturas o heridas. Su recepción demuestra entonces que a diferencia del debate producido diez años atrás sobre la reivindicación de la judeidad, se había logrado una verdadera calma y un auténtico reconocimiento. La voluntad de ambas comunidades de favorecer un acercamiento venció a los elementos de división. El contexto había cambiado profundamente.

La creación de una figura de referencia

El recorrido personal de Jean-Marie Lustiger explica la amplia recepción del libro. Era un judío bautizado católico y su madre había muerto en Auschwitz: esta singularidad transformaba en símbolo al sacerdote nombrado cardenal. Le Parisien Dimanche del 22 de diciembre de 2002 recordó que el cardenal había formado parte de la lista de los “papabili” y que un periodista le preguntó entonces: “Si lo eligen papa, ¿tomará el nombre de Aaron I? Converso: “La palabra es extraña”, les dijo el propio Lustiger por video a los catecúmenos de toda Francia reunidos en Notre-Dame el 21 de mayo de 1994. Y añadió: “Los conversos ya no son ‘animales extraños’, no solo porque su número va en aumento, sino también por la situación de la fe en nuestra sociedad”. El poeta judío Claude Vigée celebró “la fidelidad al judaísmo del cardenal” en France catholique del 22 de noviembre de 2002: “Solo él podía hacer esto. Los demás podían imaginar un acercamiento con el judaísmo. ¡Él propone un reencuentro con Israel!”. Este “judío católico” es “un judío realizado en su esperanza mesiánica”, y eso “le da paradójicamente a la palabra de Jean-Marie-Aron Lustiger un alcance universal para la Iglesia”, escribió Jean-Miguel Garrigues en la Revue thomiste. Lo que era hasta ese momento una fuente de ruptura y discordia ya no se interpretaba de la misma manera. En el semanario L’Express, el ensayista judío Gérard Israël lo definió así: “Jean-Marie Lustiger aparece como un cristiano de los orígenes, casi como un miembro de la Iglesia primitiva de Jerusalén, en el siglo I, casi como un ferviente discípulo de Santiago, a quien el Evangelio califica como ‘hermano del Señor’”. Esta referencia a los primeros cristianos se repitió a menudo. Pero en vez de ser recibida como una traición, se transformó en una fuente de acercamiento. De este modo, para los comentaristas del libro, la singularidad del camino personal de Lustiger le otorgaba legitimidad a su intervención y explicaba su interés. El ensayista católico Gérard Leclerc escribió en France catholique del 13 de diciembre de 2002: “El nombramiento de Jean-Marie Lustiger como arzobispo de París, en 1981, no fue de ninguna manera un hecho anodino (…) La elección de Juan Pablo II se inscribió en una perspectiva providencial. Aquella en la cual el reencuentro de la Iglesia con la tradición del Antiguo Testamento llegaba a un momento revelador, en el sentido fuerte del término”. Es que detrás del cardenal, está presente la figura del Papa: lo confirma la tapa del libro. Por otra parte, muchos lectores, críticos y comentaristas establecieron el paralelo entre el papa polaco y el arzobispo de París. “Juan Pablo II empujó a toda la Iglesia Católica romana al camino que exploraba en esa época el padre Lustiger”, escribió Alain Duhamel en Le Point del 13 de diciembre de 2002. Aunque el libro es muy personal, su resonancia también está a la altura de la relación fuerte entre el cardenal y el Papa. Los dos hombres aparecen inseparables en todos los artículos. El converso que podía haber sido un freno en el diálogo se convierte en un actor del mismo. Es una apuesta más del libro: cómo una situación que pudo ser un obstáculo para el acercamiento entre el catolicismo y el judaísmo llegó a ser una de las formas del contacto entre ambas religiones. Aunque Lustiger promueve la idea de vocaciones específicas, defiende la de la solidaridad en la economía de la salvación. La promesa concluye entonces con el discurso en Washington el 8 de mayo de 2002, ante el  Comité Judío Estadounidense, en el que argumenta sobre el rechazo de “una representación conflictiva, incluso binaria, de la situación mundial”, dice en el libro, y el rechazo al choque de las civilizaciones de Samuel Huntington. En ocasión del 40º aniversario de la declaración Nostra Aetate, el cardenal Lustiger escribió un artículo publicado en Le Monde del 28 de octubre de 2005 titulado “La obra asignada a los judíos y a los cristianos”. En él, reivindicaba la idea de un fondo cultural común, la civilización “judeocristiana”, una “Weltanschauung” judeocristiana, que resumía en dos puntos: “Los judíos y los cristianos ejercen juntos una responsabilidad con respecto a la civilización y al conjunto de los hombres” y “judíos y cristianos llevan juntos el peso de la revelación bíblica”. Aunque el gran rabino de Roma, Riccardo di Segni, boicoteó la ceremonia de conmemoración por la elección del cardenal Lustiger, varios miembros importantes de la comunidad judía francesa tomaron su defensa, entre ellos, el presidente del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), Roger Cukierman. Este escribió en Le Monde de los días 6 y 7 de noviembre de 2005, que deseaba “rendir homenaje a la Iglesia de Francia, que inició en el pasado los caminos del diálogo”. El libro se convirtió en la base de una renovación de las relaciones entre el judaísmo y el catolicismo. La figura de Jean-Marie Lustiger adquirió con él otra dimensión. El sacerdote jesuita Michel Sales defendió en 2010 la obra teológica de Lustiger basada en “una Palabra conjunta e inevitablemente personal y cósmica, teológica y antropológica, histórica y eterna”. Un coloquio, realizado el 19 y el 20 octubre de 2014 en el  Collège des Bernardins, titulado “La promesa, de generación en generación” demostró la vigencia de este libro. Antoine Guggenheim habló de “Aron Jean-Marie cardenal Lustiger, ‘apóstol y profeta’”, y Jean-Baptiste Arnaud se refirió al “advenimiento de una palabra profética”.

Más allá de una primera recepción inmediata, los lectores del libro participaron de la elaboración de una figura de apóstol profética. Se convirtió en una obra esencial del catolicismo francés sobre las relaciones con el judaísmo. Esto se reforzó más tarde con otras publicaciones, entre ellas, el libro póstumo L’Alliance, otra compilación de textos de Lustiger sobre la relación con el judaísmo. Diversos eventos sirvieron para difundir el posicionamiento del cardenal, invitado a muchos lugares y foros sobre ese tema. También marcaron ese reconocimiento sus viajes, como los que realizó a Jerusalén y a Auschwitz, entre ellos, el de 2005, en representación del Papa, que estaba enfermo, en el 60º aniversario de la liberación del campo. Incluso su funeral formó parte de la construcción de la figura de referencia. Su sobrino bisnieto Jonas Moses-Lustiger leyó el salmo 113 en hebreo y luego en francés, y depositó tierra de Tierra Santa recogida en el monasterio San Jorge de Coziba, cerca de Jericó, en el jardín situado en el Monte de los Olivos, tierra que fue llevada al Muro de los Lamentos, al Calvario y al Santo Sepulcro, a pedido del cardenal. Luego se recitó un kadish en arameo, el idioma de Cristo.

Los monumentos conmemorativos, entre ellos la placa colocada en la columna de la catedral de Notre-Dame y en el jardín de Abu Gosh, reforzaron esta imagen. La placa de la catedral de París expresa muy bien la complejidad de las reivindicaciones y las identidades: “Nací judío. Recibí el nombre de mi abuelo paterno, Aron. Después de hacerme cristiano por la fe y el bautismo, seguí siendo judío como lo siguieron siendo los Apóstoles. Tengo como santos patronos a Aron el Gran Sacerdote, a san Juan el Apóstol, y a Santa María llena de gracia. (…)”.

La promesa constituye una etapa de la disociación del cristianismo del antijudaísmo y del antisemitismo. Aunque el arrepentimiento es una etapa necesaria para saldar el pasado, también es importante redefinir la concepción de la Iglesia y su tarea en el mundo. Este libro demuestra que el arrepentimiento no es suficiente, que también deben cambiarse las bases teológicas de las relaciones entre las dos religiones. Forma parte de un proceso más amplio que el acontecimiento editorial. La promesa no cumplió aún todas sus promesas, pero el libro ha participado del “re-anclaje” de Israel en la conciencia cristiana, según la expresión que usó Lustiger para Edith Stein.


* La promesse, Parole et Silence, Paris, 2002. (La promesa, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2002).

[1] F. Gugelot, « De Ratisbonne à Lustiger, les convertis à l’époque contemporaine », Se convertir. Archives juives, coordination, n°35, 1er semestre de 2002.

[2] Inédita. Institut J.M. Lustiger. Otros dos libros completarán La Promesse: On Christians and Jews, Paulist Press, 1998 y L’Alliance, Presses de la Renaissance, 2010.

[3] Conferencia en São Paulo, 1985, in J.M. Lustiger, L’Alliance, París, Presses de la Renaissance, 2010, p.90.

[4] B. Dumons y F. Gugelot (dir.), Catholicisme et identité, París, Karthala, 2017.

Editorial remarks

Frédéric Gugelot es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Reims Champagne-Ardennes, Francia.
Esta conferencia fue ofrecida en el Coloquio “Jean-Marie Lustiger, entre crises et recompositions catholiques, de 1954 à 2007”, que se llevó a cabo en París entre los días 12 y 14 de octubre de 2017, en conmemoración del 10º aniversario del fallecimiento del cardenal Lustiger.
Agradecemos a Frédéric Gugelot, a Jean Duchesne y a Benoît Pellistrandi, coordinador del Coloquio, por el permiso especial otorgado para traducir esta conferencia al castellano y publicarla en nuestra página.

Traducción del francés: Silvia Kot