La Iglesia abraza a todos las personas

Discurso de Su Beatitud Christodoulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, en el acto conmemorativo organizado por el Comité Central de las Comunidades Judías de Grecia, ante el monumento al difunto arzobispo Damaskinos de Atenas, en la plaza de la Catedral de Atenas, el 28 de enero de 2007.

La Iglesia abraza a todos las personas

Discurso de Su Beatitud Christodoulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, en el acto conmemorativo organizado por el Comité Central de las Comunidades Judías de Grecia, ante el monumento al difunto arzobispo Damaskinos de Atenas, en la plaza de la Catedral de Atenas, el 28 de enero de 2007.

Tenemos que agradecer al Comité Central de las Comunidades Judías de Grecia y a la comunidad judía de Atenas por su iniciativa de rendir homenaje hoy al difunto Damaskinos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, el día en que tiene lugar la conmemoración nacional del Holocausto. Demuestran así sus auténticos sentimientos de gratitud hacia sus compatriotas griegos cristianos, por haberlos ayudado durante la horrorosa e inhumana experiencia del genocidio, a la que fueron sometidos por los nazis en la segunda guerra mundial.

Debo señalar desde el principio que el arzobispo Damaskinos, a quien hoy honramos, no hizo más que cumplir con su deber de cristiano y de pastor. Puso en práctica lo que enseña nuestra religión: que el amor es la mayor de las virtudes, como lo enseñó Jesucristo en la parábola del Buen Samaritano, y como lo describió con elegancia Pablo, el apóstol de las naciones, en el capítulo 13 de su Primera Carta a los Corintios. Además, la justicia, como también lo demostró el arzobispo Damaskinos, es ciertamente una virtud muy grande. Nuestro Señor lo subraya en su Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos”. Por otra parte, David, el profeta rey, llama bienaventurado al hombre que arregla rectamente sus asuntos, y añade que su justicia permanecerá en memoria eterna (Salmo 111). Por otra parte, en la Sabiduría de Salomón, leemos que la fuerza de Dios es el principio de su justicia, y que Él les enseñó a los seres humanos que el hombre justo debe ser indulgente con su prójimo (Sb 12,16-19). Pero el hecho de que el arzobispo Damaskinos cumpliera con su deber, en nada disminuye su contribución a la cultura de nuestro tiempo, que en aquellos días sufrió por la crueldad y la inhumanidad, y hoy asiste al hecho de que muchas personas se alejan de los principios morales, cuyo desprecio es un estigma de esta época.

La rebelión de su conciencia

Al vivir los frutos del espíritu de amor y justicia, el difunto arzobispo Damaskinos abrazó a sus conciudadanos judíos que sufrían, con afecto, durante el oscuro período de la Ocupación de nuestro país por parte de las tropas alemanas, y salvó a muchos de ellos. Por otra parte, su corazón no soportaba la injusticia, y protestó con vehemencia ante las autoridades nazis de Atenas, poniendo así en peligro su propia vida. En el interesantísimo libro “El Holocausto de los judíos griegos”, publicado en 2006 por el Comité Central de las Comunidades Judías de Grecia en colaboración con el Secretariado General de la Juventud, leemos estas esclarecedoras palabras:

“La Iglesia Ortodoxa tomó una posición activa a favor de los judíos, bajo la luminosa guía del arzobispo de Atenas Damaskinos. En una circular confidencial dirigida a todas las iglesias, exhortó a los sacerdotes y a los fieles a ofrecer toda la ayuda que pudieran a los judíos perseguidos”.

En muchos lugares, los dignatarios locales, como Gregorios de Halkis, Ioakeim de Demetrias y Guenadios de Tesalónica, trabajaron en conjunto con sus sacerdotes para salvar a judíos, combatientes de la resistencia y rehenes cuyas vidas corrían el mayor peligro.

Más específicamente, cuando el arzobispo Damaskinos se enteró del comienzo de las persecuciones contra los judíos de Grecia, pidió ver al ministro plenipotenciario del Tercer Reich en Grecia, Günther von Altenburg, y le manifestó el desagrado del pueblo griego frente a esas persecuciones. Como se sabe, las autoridades de la Ocupación nazi decretaron que todos los judíos extranjeros que residían en Grecia debían regresar, en un plazo limitado, a sus respectivos países. En el caso de los judíos griegos, la medida se tradujo en su traslado masivo a Polonia. Nuestro gran hombre de letras Elias Venezis reproduce el diálogo que tuvo lugar entre ellos:

Arzobispo: Si los judíos de Grecia provenientes de España deben irse a España, y los judíos que provienen de Italia deben irse a Italia, ¿por qué los judíos griegos no pueden permanecer en Grecia, sino que se los transfiere a Polonia?

Altenburg: Van a trabajar…

Arzobispo: Si los mandan a trabajar, ¿por qué transfieren también a mujeres, niños y ancianos?

Altenburg: Porque sería cruel separar a las familias… Si están juntos, vivirán mejor…”

Entonces, el arzobispo le rogó por ellos al plenipotenciario alemán, en nombre del humanismo y la civilización cristiana. Altenburg hizo vagas promesas: admitió que la cuestión judía era de capital importancia, pero dijo que, como parte de la plataforma fundamental del nacionalsocialismo, eso era reglamentado por el poder central, y por lo tanto, él no podía hacer nada.

El arzobispo Damaskinos no se conformó con su súplica verbal a Altenburg. Convocó a los representantes de las más importantes instituciones intelectuales de nuestro país, y a las organizaciones científicas y profesionales de la Arquidiócesis, y bajo la protección de la Iglesia, todos juntos redactaron dos cartas, que permanecen como textos históricos. Una estaba dirigida al Primer Ministro del Gobierno Griego bajo la Ocupación, Logothetopoulos, y la otra, a Altenburg. La primera, con fecha 23 de marzo de 1943, decía, entre otras cosas:

  1. De acuerdo con el espíritu de los términos del armisticio, todos los ciudadanos griegos deben gozar de un tratamiento igual por parte de las autoridades de la Ocupación, sin distinciones de raza o religión.
  2. Los judíos griegos no sólo son inestimables colaboradores de la vida económica del país, sino que han demostrado lealtad y una cabal comprensión de sus deberes como griegos.
  3. En cuanto a la conciencia nacional, los hijos de la común Madre Grecia se muestran inseparablemente unidos, y son miembros iguales del organismo nacional, sin ninguna diferencia religiosa ni doctrinal.
  4. La religión cristiana no reconoce ninguna superioridad ni inferioridad por razones de raza o religión. Enseña que “no hay judío ni griego” (Gal 3,28), y por lo tanto, condena cualquier intento de discriminación por motivos raciales o religiosos.

Para terminar, se expresaba el interés por el destino de los 60.000 griegos de religión judía.

La otra carta, que el arzobispo y los representantes de las más importantes instituciones intelectuales y otras personalidades de Grecia enviaron a Altenburg, era similar a la primera. Quisiera subrayar que el hecho de escribir y firmar ambas cartas requirió una gran valentía por parte de muchas personalidades significativas de la vida pública griega, dadas las condiciones de terror impuestas por las SS. En su libro “Nostalgia” (Atenas 2000), la fallecida periodista Maria Rezan se refirió así a la manera en que ella misma y su familia pudieron salvarse:

“Estaba también el arzobispo Damaskinos, por supuesto, quien, en la hora más oscura de la Ocupación, emitió aquella singular declaración para protestar por los sufrimientos de sus conciudadanos de origen judío. Y por esa razón, el rabino de Atenas, Barzilai, declaró: ‘El que pueda salvarse, que lo haga. Yo iré a las montañas…’. Y de ese modo, aquellos de sus correligionarios que pudieron sublevarse, lo hicieron, y cada uno

se ocultó donde pudo…”.

Quien estudie la historia de esa época, se sorprenderá ante el valor de muchos griegos que, a pesar de que las autoridades militares alemanas habían amenazado con ejecutar en el acto a quien escondiera a judíos, organizaron una vasta red para ocultar a los perseguidos y ayudar a otros a huir, y, por medio de trampas legales, como los documentos de identidad falsos, superaron todos los precedentes.

 

Los documentos de identidad falsos

El arzobispo Damaskinos, con la colaboración del valiente jefe de policía de Atenas, Anghelos Evert, y el igualmente valeroso director general de los Servicios Administrativos de la Municipalidad de Atenas, P. Haldezos, salvó a centenares de judíos “bautizándolos” como cristianos en los papeles y pidiéndole a Haldezos que emitiera certificados municipales, y a Evert, que firmara documentos de identidad falsos, en los que aparecía engañosamente la expresión “cristiano ortodoxo” como religión de los solicitantes judíos.

En relación con esto, Venezis escribe que el arzobispo Damaskinos invitó a Haldezos a la Arquidiócesis y le dijo:

“Me persigné, hablé con Dios, y decidí salvar a tantos judíos como pueda. Aunque yo mismo corra peligro. De modo que ‘bautizaré’ a los judíos, y usted les entregará certificados de la Municipalidad para que obtengan sus documentos de identidad como griegos cristianos…”

El Comité Central de las Comunidades Judías menciona en su libro conmemorativo que, gracias al procedimiento ideado por el arzobispo para entregar documentos de identidad falsificados, 560 judíos atenienses, y otros de diferentes ciudades que se habían refugiado en la capital, pudieron sobrevivir hasta el final de la guerra, fingiendo ser cristianos ortodoxos. El hecho de que en los documentos de identidad griegos se inscribiera la religión de cada individuo, resultó salvador para los judíos griegos. En ningún otro país europeo ocupado era posible utilizar este ardid, ya que la religión no figuraba en sus documentos de identidad. Nosotros los griegos debemos reflexionar sobre cuánto perdemos, en vez de ganar, cuando, en forma errónea y superficial, quitamos piedras del precioso mosaico de nuestro carácter espiritual y cultural.

Su vida por las ovejas…

Las acciones del arzobispo Damaskinos en favor de sus semejantes y de la lucha por la liberación del pueblo griego, suscitaron la ira y el odio de las fuerzas de Ocupación, y más específicamente, de los hombres de las SS, que intentaron asesinarlo. Los amigos y los consejeros del arzobispo le pidieron que huyera al extranjero. Pero él respondió:

“Estoy al servicio de la nación, y nunca abandonaré a mi pueblo. Y si alguna vez tuviera que dejar Atenas, me iría a las montañas griegas, y nunca al extranjero”.

El jefe de policía de Atenas, Anghelos Evert, fue el ángel guardián del arzobispo Damaskinos. El difunto profesor Ioannis Gheorgakis, en ese momento secretario del arzobispo, escribió que él y Evert habían recibido informaciones de que los hombres de la Gestapo buscaban un hombre entre el hampa de Atenas para asesinar al arzobispo. Por eso pudieron convencerlo de que se mudara, en forma provisoria, de Psychikon al número 1 de la calle Demokritou, en el centro de la ciudad. Gheorgakis y su familia vivían en el piso de arriba. Al ver que esa noche el arzobispo no regresaba a su casa, la Gestapo, que estaba siguiendo sus movimientos, empezó a buscarlo. Entonces Gheorgakis se dio cuenta de que Damaskinos estaba en peligro, y notificó a Evert. Este envió a cuatro policías a la casa de la calle Demokritou, por cualquier eventualidad. A la madrugada, llegó la Gestapo, y ordenó a los policías griegos que se retiraran… Los oficiales de la Gestapo golpearon la puerta con violencia y entraron a la casa por la fuerza. Le pidieron al arzobispo Damaskinos que los siguiera, pero él se negó. El jefe de la Gestapo no sabía qué hacer, y le leyó una orden de arresto domiciliario, en total aislamiento, hasta que fuera transferido a Auschwitz. Evert, Dinos Doxiadis, la familia de Konstantinos Tsatsos, el embajador de Suiza, la Cruz Roja Internacional y las radios aliadas de Vilia de Ática transgredieron la prohibición.

Evert y Doxiadis analizaron las posibilidades de huida, pero el arzobispo volvió a rechazarlas, y dijo:

“Cuando la flor de la resistencia griega es enviada a los campos de concentración, ¿cómo podría yo, su pastor mayor, no compartir su suerte y marcharme por mi propia voluntad?”

Así quedó cerrada la cuestión de la huida del arzobispo. Pero el prestigio de Damaskinos era tan grande, tanto en el pueblo griego como en la opinión pública internacional, que los agentes de las SS no se atrevieron a matarlo ni a enviarlo a un campo de concentración. En su libro, recientemente publicado, “Anghelos Evert: su actividad durante la Ocupación a través de testimonios” (Atenas 2007, p. 163), Miltiades Evert, ex presidente del partido de la Nueva Democracia y ex ministro, dice que el arzobispo fue uno de los “protagonistas” de la lucha nacional contra los alemanes, y con respecto a la relación de su padre, Anghelos Evert, con el Arzobispo, escribe:

“La relación entre el arzobispo y Anghelos Evert era estrecha, y hubo una cooperación permanente entre ambos en la resistencia y el contraespionaje durante la Ocupación”.

El impetuoso carácter, centrado en Cristo y en la nación, del arzobispo Damaskinos, lo llevó a realizar actos osados, aunque coherentes con sus principios, en los que siempre puso los intereses de la Iglesia y de la nación por encima de los suyos. Sin duda, su respuesta a Altenburg, cuando éste le dijo que si tomaba el camino de las montañas para dirigir la Resistencia del pueblo griego, él ordenaría que lo arrestaran y lo hicieran juzgar por la Corte Marcial, fue una respuesta valiente, honesta e histórica, digna de las tradiciones del clero ortodoxo griego. Puede resumirse en pocas palabras: “A los dignatarios griegos no se los fusila: se los ejecuta en la horca”.

Esta réplica histórica figura en la placa que colocamos hoy, por iniciativa del Comité Central Judío, en el pedestal de este alto dignatario eclesial que reivindicó la ética ortodoxa griega, nuestra historia y nuestra tradición.

El reconocimiento

La actividad del arzobispo Damaskinos en favor de los judíos no pasó inadvertida. Por el contrario, los judíos y los israelíes han mostrado, y muestran hoy con este sencillo pero importante acto, y con esta placa colocada en su estatua, su gratitud y su humanismo, pues no olvidan a quienes los han ayudado en los duros tiempos del genocidio.

El nombre del arzobispo Damaskinos ha sido inscripto en el Libro Dorado de Israel como un Justo entre las Naciones, junto a los nombres de otros heroicos dignatarios eclesiales, sacerdotes y laicos griegos, de religión cristiana ortodoxa, que, con sus acciones, salvaron a muchos ciudadanos griegos judíos de una muerte segura. El presidente del Consejo Judío Mundial, Théo Klein, declaró, entre otras cosas, que el arzobispo de Atenas y la Iglesia Ortodoxa, junto con Anghelos Evert, abrieron sus puertas para salvar a muchos judíos.

Por su parte, el Embajador de Grecia en Washington, Alexandros Philon, le comunicó a Miltiades Evert, en una carta fechada el 10 de abril de 2006, que la Fundación Raoul Wallenberg le entregaría un diploma de honor y una medalla como premio póstumo a su padre, Anghelos Evert. Señaló, además, que esa misma medalla se otorgaba a la memoria del arzobispo Damaskinos, y de los difuntos Chryssostomos, metropolitano de Zakynthos, y Lukas Carrer, alcalde de Zakynthos, quienes, con su actitud, ayudaron a salvar a los judíos de Zakynthos. Este hecho no es demasiado conocido. El comandante alemán de la guardia de Zakynthos le había pedido al alcalde Lukas Carrer que preparara una lista de nombres y direcciones de los judíos de la isla. El alcalde fue a hablar con el metropolitano Chryssostomos Demetriou, y luego, ambos fueron juntos a la Kommandatur, donde el metropolitano le entregó al comandante alemán un sobre sellado. El oficial lo abrió, esperando encontrar la lista que tanto le interesaba. Su rostro cambió de color cuando vio que en la hoja de papel había sólo dos nombres: Chryssostomos, metropolitano de Zakynthos, y Lukas Carrer, alcalde.

El resarcimiento

Queridos míos:

Los dinastas de este mundo creen que agraviando, torturando o matando a miles, y hasta millones, de personas, podrán cambiar la historia, imponer su voluntad, rectificar el plan de Dios, gobernar el mundo y aniquilar a todos a quienes califican como sus enemigos, por motivos ideológicos. En el transcurso del siglo XX, la humanidad fue testigo de los más inhumanos regímenes de esa naturaleza en su historia. Sin embargo, esos regímenes pasaron, zozobraron, se derrumbaron estrepitosamente: hoy constituyen el peor y más trágico recuerdo, y son ejemplos para evitar. Esa pesadilla desapareció, y la humanidad sigue su curso, con traumas, pero también con esperanzas. ¿Aprendió de sus sufrimientos? ¿Efectuó cambios? ¿Tomó conciencia de que los hombres sin frenos morales ni defensas internas, sin fe ni temor a Dios, sin principios, son peligrosos cuando adquieren poder? ¿Sabe ahora cuáles son sus intereses?

Permítanme referirme en este momento a la Doxología del oficio que se llevó a cabo el 12 de octubre de 1944, es decir, el día de la liberación de la capital de Grecia de las tropas nazis de Ocupación, aquí, en esta Catedral de Atenas, celebrado por el arzobispo Damaskinos, con la participación de miles de griegos, cuyas almas vibraron de entusiasmo nacional y religioso. Venezis rescata el himno que ese día cantó el Coro de la Catedral, con la aprobación del arzobispo. Sus versos, libremente inspirados en los Salmos de David, fueron especialmente seleccionados para esa ocasión. He aquí algunos de ellos:

“Tu diestra es glorificada en poder, Señor, tu brazo derribó a nuestros enemigos, y en la abundancia de tu gloria, pisaste a nuestros agresores”. “Nos salvaste de nuestros enemigos, y los cubriste de vergüenza”. “Se nos mata cada día, como ovejas de matadero se nos trata”. “Aplastan a tu pueblo, Señor, y tu heredad humillan”. “Ellos se doblegan y caen, y nosotros en pie nos mantenemos”. “¡Pueblos todos, batid palmas: aclamad a Dios!”.

Luego, el arzobispo Damaskinos, con una voz que trataba en vano de ocultar su emoción, oró dando gracias por la liberación de Grecia:

“Alabad al Señor, ángeles y todas sus huestes, y el sol y la luna y las estrellas”. “La tierra y las montañas y las colinas, y las naciones que viven en ellas, alabad al Señor”. “Las fuentes y los mares y los ríos, y todas las aguas de la naturaleza, alabad al Señor”. “Las sombras de los héroes muertos y las masas de héroes vivos, y las miríadas de víctimas, y las hileras de tumbas y las multitudes de afligidos, alabad al Señor con lágrimas de alegría”. “Las columnas triunfantes de los libertadores y el estruendo de las armas y las trompetas de la victoria y los himnos de gloria, alabad al Señor”. “Casas del Señor y suaves campanas y banderas al viento y el libre sistema de siervos no esclavizados, alabad al Señor con himnos y gratitud”. “Dios, nuestro Señor, fortalece a nuestra Nación, y convierte las espinas del amargo martirio en laureles, y corona a los vencedores con gloria y honor”.

Y Venezis termina con estas palabras: “Así habló el arzobispo. Y la multitud dio gracias a Dios con lágrimas en los ojos”.

Dije antes que muchos regímenes inhumanos se derrumbaron y hoy constituyen el peor recuerdo. No obstante, todos debemos permanecer alertas, para que nunca más sufra la humanidad semejantes horrores, y para construir una sociedad cada vez más humana y tolerante. A nuestro juicio, los prerrequisitos para lograr una sociedad pacífica y próspera son el amor a Dios y a cada uno de nuestros semejantes, sin distinciones de raza o religión, y la justicia; también, amar a la patria, honrar a los héroes, y mantener viva la memoria histórica. Los pueblos que no desean recordar el pasado, no tienen derecho a un futuro. Todos nosotros debemos preservar la Historia, sin falsearla ni usar métodos arbitrarios, por nosotros y por nuestra juventud. Y, en la medida de nuestras posibilidades, ninguno de nosotros debe permitir jamás que pequeños grupos extremistas, racistas, terroristas o totalitarios impongan sus ideologías inhumanas en la sociedad. Nosotros creemos en la tolerancia hacia todas las diferencias de nuestros semejantes, en el respeto por las opiniones de los demás, en la abolición de la pena de muerte y de las torturas, en la libertad de expresión y en los derechos humanos. Como cristianos, como hombres con una conciencia recta, y como ciudadanos libres y responsables, hemos trabajado también por la resistencia contra el terrorismo, el racismo, la xenofobia, la negación de las diferencias, la homogenización de todas las cosas en una concepción sincrética de la vida. En Grecia, hemos puesto en práctica estos principios: la cooperación pacífica y armoniosa de judíos, cristianos y musulmanes en nuestro país es para los demás pueblos de la tierra un ejemplo tangible y un modelo de serena convivencia de personas que profesan diferentes religiones.

Que en toda la tierra se oiga hoy, desde este lugar sagrado, nuestra firme decisión de continuar juntos, con todos los hombres y mujeres de buena voluntad del mundo, la lucha por permanecer siempre alertas nosotros mismos, y sensibilizar a los demás en los ideales de la dignidad humana, el amor y la justicia, para impedir que la humanidad vuelva a caer en prácticas inhumanas y bárbaras que causan la ruina de la civilización e invalidan el progreso.

 

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot