La autoconciencia de los judíos en los primeros siglos de la Era Común

Las opiniones que presento aquí son estrictamente personales. No represento a ninguna denominación particular del judaísmo. Como estudioso de la historia judía, presento mis propias conclusiones, sin pretender que coincidan con las ideas de los ortodoxos, los reformistas ni ninguna otra forma del judaísmo moderno.

La autoconciencia de los judíos en

los primeros siglos de la Era Común

Eliezer Paltiel

Las opiniones que presento aquí son estrictamente personales. No represento a ninguna denominación particular del judaísmo. Como estudioso de la historia judía, presento mis propias conclusiones, sin pretender que coincidan con las ideas de los ortodoxos, los reformistas ni ninguna otra forma del judaísmo moderno.

Mi tema no es el encuentro entre el judaísmo y el cristianismo. De hecho, no me considero capacitado para decir casi nada sobre el cristianismo. Me limitaré a presentar un punto de vista estrictamente judío de un período de la historia judía, la manera en que creo que los judíos del siglo I y siguientes consideraban su propio destino. No sólo los hechos son diferentes vistos desde la perspectiva judía antigua, sino también los intereses: las cuestiones que se le planteaban a un judío instruido de, digamos, el segundo o tercer siglo de nuestra era, eran diferentes a las que ocupaban la mente de un cristiano instruido. Tomemos un ejemplo esencial: ¿es posible encontrar en el Talmud criterios personales para identificar al Mesías? No hay demasiadas cosas referentes al Talmud a las que se pueda responder taxativamente "Sí" o "No", pero con respecto a este tema, puedo decir "No". En toda la voluminosa literatura de los rabinos de ese período, al menos yo, no encontré nada sobre esta cuestión. Mucho se ha dicho sobre la era mesiánica y sobre qué se esperaba que realizara el Mesías, pero nada —o casi nada— sobre su vida personal. Simplemente no se ocupaban del tema.

Para entender la etapa formativa del judaísmo talmúdico, es muy importante considerar el período anterior a la destrucción de Jerusalén y del Templo. El período que voy a examinar abarca desde la mitad del primer siglo hasta la mitad del tercero, aproximadamente.

El judaísmo rabínico es básicamente una especie de judaísmo "post-holocausto". Presenta al mismo tiempo el aspecto positivo y el aspecto negativo de una reconstrucción después de un desastre. Como consecuencia de la caída del Segundo Templo en el año 70, todas las instituciones judías religiosas y administrativas quedaron aplastadas bajo las ruinas de Jerusalén, y si alguna clase de cultura judía, específicamente judía, pretendía continuar, necesitaría un nuevo eje y un nuevo hogar. Esto significa que entre los judíos sobrevivientes se estaba produciendo una suerte de crisis de identidad. Utilicé la palabra holocausto, pero en este sentido particular, yo diría que la crisis de identidad del final del primer siglo fue mucho más severa que ninguna que haya tenido lugar en el siglo XX.

Antes de la destrucción, la vida judía que se desarrollaba en todas partes estaba automáticamente centrada en Jerusalén. Sin duda, a mediados del primer siglo, muchas comunidades judías tenían sinagogas. Se podía encontrar ocasionalmente algún sabio judío en Roma o en Antioquía, y especialmente, por supuesto, en Alejandría. Pero todas las escuelas importantes estaban en Judea, de hecho, en Jerusalén. Eran los peregrinos que retornaban de Jerusalén quienes traían a casa los últimos sermones sectarios, los rumores políticos, el rollo insólito. No podemos suponer que cada judío tuviera una Biblia en su biblioteca. Los rollos provenían de Jerusalén. Tomemos al famoso filósofo judío del primer siglo Filón de Alejandría. En realidad, cuando lo leemos, a menudo nos preguntamos si él se consideraría judío o griego. O tal vez creyera que se puede ser judío y griego al mismo tiempo (Una idea herética, pero creo que en su propia mente ambas cosas encajaban perfectamente). Sea como fuere, Filón era un orgulloso alejandrino. ¡Sin embargo, cuando habla de las comunidades judías, incluyendo Alejandría, las llama "Colonias de Jerusalén"!

En un sentido significativo, Jerusalén era ideológicamente pluralista, realmente un lugar muy estimulante. En el Monte del Templo, dentro de su exiguo perímetro (cualquiera que haya estado allí sabe que no es como L’Étoile: no cabe mucha gente), se podía oír una disertación farisea, un sermón cristiano, una profecía mística y media docena más de diferentes discursos ideológicos. No se toleraba en la ciudad la apostasía abierta o la rebelión política, pero fuera de eso, cualquiera podía enseñar o predicar lo que quisiera. La palabra herejía (la haeresis griega) no tenía todavía un significado peyorativo por aquellos días.

Ese clima no amenazaba al gobierno del Sumo Sacerdote y el Sanhedrin. En el aislamiento de alguna gruta de Qumran, un escritor sectario podía arrojar fuego y azufre sobre ese establishment pecaminoso, pero, mientras no desafiara activamente al poder establecido —y no lo hacía—, nadie se preocupaba demasiado. La oposición ideológica era perfectamente tolerada. Quien esté familiarizado con los métodos de la administración romana en las provincias orientales, sabe que la imagen de sumos sacerdotes persiguiendo herejes por razones ideológicas o dogmáticas no es histórica. La rebelión política, sí, pero la heterodoxia ideológica no constituía un problema significativo.

Hacia mediados del siglo, el panorama se ensombreció por la presión externa de los cambios en la administración romana. El Imperio Romano se estaba volviendo más riguroso, más imperial (un hecho que no siempre se hace notar en los libros de historia). Bajo presión, algunas escuelas ideológicas cayeron en un fanatismo violento. El pluralismo se transformó en fragmentación y —para nuestro tema no es irrelevante señalarlo— los últimos días de Jerusalén fueron también días de guerra civil.

La destrucción marcó el final de muchas escuelas de judaísmo. Los esenios, que probablemente incluían a la secta de Qumran, fueron casi completamente destruidos. Como prefirieron el martirio a la sumisión a Roma, parecen haber sido físicamente exterminados. Los saduceos, que en su mayor parte eran sacerdotes, ya no tenían ninguna función tras la desaparición del Templo. El único grupo importante que conservó una posibilidad real de supervivencia bajo el dominio romano fue el de los fariseos. Pero los fariseos debieron enfrentarse con ciertas nuevas corrientes que antes no se habían hecho notar demasiado y se fortalecieron con el desastre del año 70. Para describir esas nuevas corrientes, las reuniré en dos grupos. Llamaré a esos grupos "derrotistas" y "universalistas".

Los "derrotistas" eran personas comunes cansadas de luchar por una causa perdida. En esa época, Judea ya tenía fama de ser la más rebelde de todas las provincias. De todo el conjunto de naciones del Imperio Romano, los judíos eran los menos sumisos. Y habían sufrido por ello. ¿Por cuánto tiempo seguirían luchando contra la poderosa Roma? En aquellos días (y lamentablemente para mucha gente sigue siendo así aun hoy), una religión era valorada sobre todo por su capacidad de promover el bienestar material de sus adherentes. Si usted adhiere a la religión correcta, Dios lo recompensará. Si no, ¿para qué ser religioso? Pero Judea yacía postrada, sus mejores hijos se pudrían bajo el sol, sus sobrevivientes estaban sumidos en la esclavitud y en la indigencia, y todo eso era un poderosísimo argumento contra la obstinada fidelidad a la Alianza del Dios de Israel. "Obviamente estamos haciendo algo mal". Era muy difícil rebatir ese argumento.

Al principio, el camino para salir del judaísmo no se encontraba completamente abierto. Existía el llamado impuesto judío. En la primera generación (y un poco más) que siguió a la destrucción, si un judío quería evadir el impuesto se veía en serios problemas. Hasta algunos oficiales romanos lo calificaban como un "abuso". Pero esto fue remediado en cierto modo por el emperador Nerva, antes de terminar el primer siglo. Creo que el impuesto se exageró como factor del separatismo judío. Hacia fines del siglo II, el impuesto judío era muy reducido: probablemente fuera de dos dracmas. Ya era poco en el tiempo de la destrucción, y a fines del segundo siglo, realmente ni siquiera valía la pena ir a cobrarlo: con la inflación se había vuelto insignificante. Y fuera del impuesto, no existía discriminación legal. Para alguien que realmente quisiera salir, la puerta estaba abierta.

No sorprende que mucha gente, especialmente en las clases altas, aprovechara esa oportunidad.

A principios del siglo II (no recuerdo si en 109 o 115), identifiqué a un cónsul romano con ascendencia macabea. Quizá ni él mismo supiera que tenía ancestros judíos, y si lo sabía, seguramente no significaba nada para él. El puesto de cónsul era el más alto que podía alcanzar un aristócrata romano. Tenían Emperadores, pero oficialmente el Emperador no era más que un primus inter pares sin ninguna prerrogativa constitucional. El poder constitucional pertenecía a los cónsules. Entre lo que los romanos llamaban "honores", no había nada por encima del consulado. De modo que cuando llamo a esa gente "derrotistas", es sólo desde el punto de vista judío. Ellos mismos no consideraban su posición como una derrota.

Mucho más compleja era la actitud de los que he denominado "universalistas". Los más instruidos de ellos, podían adherir a la idea estoica de ser ciudadanos del mundo, que era muy popular entre los aristócratas del mundo romano. Esa idea también tenía el favor de los Emperadores, lo que no era extraño, ya que los estoicos creían en un estado mundial. Para el estoico, el judío no asimilado, con sus tabúes y supersticiones, era un misántropo fanático, del que ni siquiera valía la pena hablar. Nosotros mismos, que vivimos en el siglo XX, hemos asistido a las atrocidades cometidas en nombre del particularismo. Sin negar nada de esto, con el fin de entender nuestro tema, también quiero llamar la atención sobre el lado oscuro del universalismo. En la peor de las variantes, el universalismo puede ser la actitud del gentleman que dice: "En el fondo, todos los hombres fueron creados británicos".

En la Judea del primer siglo, surgió otra clase de universalismo. Para sus adherentes, la Divina Alianza estaba no tanto desacreditada como invalidada. En lugar del Antiguo Testamento, que se ocupaba de una pequeña tribu, con su ceremonial legalista, miles de preceptos y prohibiciones, esa gente ofrecía sinceramente una nueva Alianza que se dirigía a todo el género humano, enfatizando los valores humanos. Según este punto de vista, el judío que seguía lamentándose por su ciudad y su nación simplemente estaba descaminado. Para estos universalistas, la destrucción del Templo físico formaba parte del nuevo orden mundial. Lo que los predicadores cristianos solían ofrecerles a los judíos no era condolencia, sino una invitación a regocijarse en el triunfo de la Nueva Alianza. ¡Los sueños de los profetas se hicieron realidad! ¡Regocijémonos en lugar de lamentarnos!

¿Por qué llamo a estos profetas "universalistas" en vez de cristianos? Bien: en primer lugar, no todos los cristianos entraban en esta categoría. No es improbable que algunos sentimientos nacionales anidaran en por lo menos algunos cristianos. E incluso entre aquellos que rechazaban total y absolutamente la identificación judía, no todos sostenían que Dios había abandonado a los judíos.

En el apogeo del período imperial, las religiones nacionales, a menos que fueran las de Grecia o Roma, no eran populares. En esa época, por ejemplo, un Gran Sacerdote de Armenia o Capadocia habría escrito en su epitafio: "El mejor de los griegos". Aun siendo el Gran Sacerdote de Armenia, sólo quería que la posteridad supìera que había sido un excelente griego. Esto no era una excepción. Se pueden encontrar lápidas con inscripciones de este tipo en varias provincias del Imperio Romano.

En realidad, esto ocurría también entre los mismos romanos y griegos. La diosa egipcia Isis, nacida en Egipto, tenía templos en Roma en el primer siglo, y era venerada por los Emperadores. Sol Invictus, el Sol Invencible, era popular en todo el Imperio. Supongo que todos los soldados romanos adoraban a la divinidad persa Mitra. ¿Por qué soldados? No lo sé. En el culto a Mitra no se admitían mujeres, aunque el significado original del nombre Mitra es "madre". Tal vez fuera ésa la razón por la cual, con el tiempo, Mitra se convirtió en un guerrero. Esta era una de las muchas religiones populares universalistas que se esparcían por todo el Imperio. El universalismo se sentía en el aire.

¿Qué sucedía con los judíos? Desde el punto de vista judío, lo que tenían en común los "derrotistas" y los "universalistas" era que estaban decididos a suprimir al judaísmo como herencia de una nación. No hay más que observar algunas viñetas. En la nomenclatura romana, cuando el Emperador Claudio alude a los habitantes de Judea, los llama "la Nación de los Judíos"; en la nomenclatura cristiana— la Iglesia con sus voluminosas reglamentaciones, leyes, etc., referentes a los judíos de Europa—, los judíos son una "secta". No una religión: una secta... generalmente con el agregado de algunos adjetivos peyorativos. Ambos grupos, los "derrotistas" y los "universalistas, veían en la destrucción del Templo judío, un veredicto divino contra el judaísmo anticuado. Ambos escribieron el finis de la historia judía.

Creo que a los investigadores aquí presentes no les sorprenderá saber que hasta el siglo XX, las historias de los judíos escritas por cristianos terminaban en el año 70. Pero ¿cómo se definían los judíos a sí mismos y a su historia? Por un lado, ninguna ideología era compartida por todos los judíos. Eso sigue siendo así hoy en día. Si un judío queda varado en una isla desierta, construye dos sinagogas. Ya saben por qué: en una de ellas jamás pondrá los pies. Sin embargo, para la mayoría de los judíos, la religión y la identidad judía eran difícilmente separables.

El escritor épico judío Teodotos vivió probablemente en el siglo III antes de la E.C., quizás en el segundo, pero ciertamente no más tarde que eso. Estaba tan asimilado que escribía en el estilo épico griego. Los judíos nunca habían escrito épica. Pero el tema de su épica es la historia de Jacob tomada de la Biblia, más precisamente el encuentro entre Jacob y la gente de Siquem después de la violación de Dina por el príncipe de la ciudad. En esta épica, cuando los siquemitas proponen emparentarse mediante el matrimonio con los hijos de Jacob, éste replica: "No podemos dar nuestras hijas a personas de una nación diferente, ¡debemos ser de la misma tribu!" ¿Y cómo se convierte uno en miembro de esa tribu? Por medio de la circuncisión. En otras palabras, el acto religioso convierte a alguien en miembro de la tribu. En lenguaje del siglo XX: para los judíos, religión y etnicidad no son separables.

Para entender cómo afectó esto al pensamiento judío posterior, tomemos este ejemplo de la Edad Media. El gran codificador judío Maimónides (en el siglo XII) escribió un responsum al prosélito Obadia, un converso al judaísmo, proveniente de no sé exactamente qué religión (probablemente del Islam). Maimónides lo instruye en la oración. En esa época, por supuesto, existen textos establecidos de plegarias judías, que contienen las palabras "Oh, Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Abraham, Isaac y Jacob." La expresión "nuestros padres" ¿incluye a un prosélito que no desciende de Abraham, Isaac y Jacob? Según Maimónides, sí. Al hacerse judío, el prosélito se convertía en un descendiente de los Patriarcas. Al menos, así lo entendía Maimónides, y como él era el codificador en ese tiempo, eso se transformó en ley judía.

El rechazo del aspecto específicamente nacional de la Alianza significó el fin de los judíos como pueblo. Naturalmente, esto llevó a una guerra verbal, que comenzó ya a principios del segundo siglo, y que incluyó diversos cargos desagradables por ambas partes, por ejemplo, el cargo de deicidio. Toda clase de acusaciones monstruosas se originaron en esa época. Sin embargo, no entramos todavía en el período de persecución física contra los judíos.

Aunque la versión llamada "lacrimosa" de la historia judía ha sido escarnecida por Salo Baron y no es popular en la actualidad, no es demasiado exagerado decir que la historia del judaísmo talmúdico es una historia de 2000 años de persecución. Bueno, sí, estoy exagerando, pero no por mucho.

Como quiera que sea, en el siglo I o principios del siglo II, aparecen predicadores sinceros y convencidos que aseguran representar al judaísmo, una forma sólo espiritual de judaísmo. Insisten en predicar... ¿dónde? En la sinagoga. Usan textos que recuerdan la Torah. Un apóstol como Pablo se presenta a sí mismo —al menos, de acuerdo con el Libro de los Hechos— como fariseo hijo de fariseos (¿En qué sentido es fariseo? Bueno, en su propia opinión, es fariseo). En el Cuarto Evangelio, Jesús es llamado Rabbi, ¿no es cierto? Y esto, en el texto griego, no en arameo. Ya en la mitad del siglo II, Melitón de Sardes redacta una liturgia pascual copiada del Éxodo, sólo que presenta a los judíos bajo una luz negativa.

Dicho de otro modo, lo que ocurre aquí es que esta visión del judaísmo es presentada ante las personas que asisten a las sinagogas, que estudian en escuelas judías, etc. Los judíos que querían defender el judaísmo nacional, ¿qué armas podían usar contra la nueva corriente? El arma de la excomunión probablemente se empezó a usar por primera vez en esa época. No creo que haya existido antes. La palabra que se empleaba, herem, tenía un significado completamente distinto en la Biblia.

El propósito principal de la oración Al Haminim (contra los sectarios) era mantenerlos lejos de las sinagogas, que era donde actuaban.

Inútil decir que tales imprecaciones difícilmente podían tener éxito por sí mismas contra misioneros dedicados. Imaginemos una comunidad agonizante, cuyo mundo entero se ha derrumbado con la destrucción del Templo. Todo lo que le es caro y sagrado desapareció, ¡y de pronto viene alguien a anunciarles las buenas nuevas! Naturalmente, esto no dejaba demasiado espacio para la amistad. Por el contrario, llevaba a planteos extremos: o te unes a ellos o estás violentamente en contra de ellos. Entonces la pregunta es: ¿cómo es posible que con todo esto haya sobrevivido un pueblo judío particular con una cultura judía particular en la Edad Media?

Una respuesta incorrecta es: las sinagogas. Subsistían muchas sinagogas, vigorosas y muy activas. Había importantes sinagogas en Alejandría, en muchas ciudades de Siria y Asia Menor, incluso en la zona de la Península de Crimea que hoy forma parte de Ucrania. Filón las llamaba proseuchai (casas de oración), pero ¿qué hacían los judíos en esas sinagogas? Filón dice que se reunían allí en el séptimo día (la palabra Sabbath probablemente no significara nada para la mayoría de sus lectores) para estudiar su patrion philosophia (en la traducción de Smallwood: su filosofía nacional). "Filosofía nacional" quería decir la Biblia judía. De modo que un observador que viviera en Roma, digamos, en el segundo o tercer siglo, seguramente inferiría que era la sinagoga la que aseguraría el futuro del judaísmo. Pero no fue así.

Después del año 70, las sinagogas dejaron de servir como vínculo con Jerusalén. No todas poseían rollos de la Biblia. Incluso en las que los tenían, la "filosofía" que se estudiaba en ellas se volvía gradualmente menos nacional y más filosófica. Las sinagogas nunca se unificaron en una red. Nunca existió algo que pudiera llamarse la Sinagoga. Algunos autores modernos suelen hablar de un conflicto entre la Iglesia y la Sinagoga. Esa terminología es equívoca: había un conflicto, pero no entre la Iglesia y la Sinagoga. Sólo existían muchos edificios llamados sinagogas.

Había comunidades desconectadas que evolucionaban en direcciones diversas. Gradualmente, fueron asumiendo identidades propias, sin demasiado contacto con otras comunidades. Gradualmente, perdieron toda semejanza con nada que pudiera definirse como judaísmo. Algunas se hicieron cristianas. Otras adhirieron al Islam. En las excavaciones de Banias se comprobó que la antigua sinagoga se había convertido en mezquita, al igual que algunas iglesias de esa zona. En la historia judía posterior, desaparece todo rastro de las florecientes sinagogas del Asia Menor. El judaísmo que logró permanecer en algunas sinagogas —las que tenían contacto con centros rabínicos— no se desarrolló dentro de las sinagogas propiamente dichas. Su origen se hallaba en una pequeña ciudad cerca de la costa mediterránea en Judea, un lugar llamado Yavneh.

La historia de Yavneh comienza con un puñado de personas conducidas por Rabbi Johanan ben Zaccai de Jerusalén, cuya biografía está envuelta en leyenda. Hay muchos volúmenes escritos sobre él: algo normal para alguien de quien no sabemos demasiado. Lo poco que se puede decir de él en forma fidedigna es que, tras la caída de Jerusalén, logró escapar de la ciudad y se entregó a los romanos, que lo enviaron a Yavneh. Yavneh era probablemente un lugar destinado a los prisioneros que Roma quería tratar mejor que a otros, o por haberse entregado a tiempo, o por otras razones. Y allí, bajo la mirada de los romanos, ben Zaccai obtuvo permiso para crear una escuela de Torah. Poco a poco, otros sobrevivientes, en su mayoría —pero no todos— fariseos, empezaron a concurrir a su Yeshiva en Yavneh.

Durante varios años, la así llamada Academia de Yavneh fue probablemente un refugio patéticamente pequeño. La extraordinaria ambición que el observador moderno descubre en ella refleja sin duda una especie de chutzpah (atrevimiento) que sólo podía nacer de la desesperación. No había nada que perder. Poco a poco, Rabbi Johanan ben Zaccai empezó a transformar Yavneh en un sustituto de Jerusalén. No sé cómo describir esto: imaginemos, por ejemplo, que Australia es destruida, y alguien en las Islas Seychelles se autoproclama Primer Ministro de lo que queda de Australia.

Johanan ben Zaccai, actuando en oposición a muchos de sus colegas, introdujo ciertos rituales antes sólo reservados al Templo. Con el tiempo, la institución empezó a combinar las funciones de una Escuela Rabínica y de un Tribunal, algo que no había existido anteriormente de ese modo. Se llamó Sanhedrin, pues pretendía ser, por supuesto, una continuación del Sanhedrin de Jerusalén. Con esto se crearon títulos: la cabeza del Sanhedrin se llamó Nassi. La palabra hebrea moderna Nassi significa presidente. Así se llama al Presidente de Israel en la actualidad. En el libro de Ezequiel, vemos que Nassi es virtualmente sinónimo de Rey. En protocolos romanos posteriores, su título es Patriarca judío. Al dirigirse al Nassi se lo llama Rabban ("Nuestro maestro" o "Nuestro profesor"). En la literatura rabínica, las palabras Rabban y Rabbi prácticamente forman parte de la identidad. Cuando encontramos en un texto talmúdico los nombres de Hillel y Rabbi Hillel, se trata de dos personalidades diferentes: el título forma parte del nombre.

Para los contemporáneos, todo esto debía de parecer ofensivamente pretencioso. No está claro si los primeros académicos de Yavneh eran reconocidos aunque fuera por los fariseos, menos aún por el pueblo judío en su conjunto. Su tarea principal consistía en establecer una cierta medida de autoridad entre los judíos.

Un paso en esa dirección fue probablemente el reemplazo de Rabbi Johanan ben Zaccai por Rabban Gamaliel. Este es Gamaliel II. En el Talmud es "Rabban Gamaliel de Yavneh", para diferenciarlo de su abuelo, Gamaliel el Viejo (el que es mencionado en los Hechos). Era un descendiente de Hillel, una persona de gran prestigio. Su padre había actuado en la guerra contra Roma, y esto era probablemente un plus "electoral". Recordemos que Rabbi Johanan ben Zaccai se había rendido, y, aunque no podría citar un solo texto que lo demuestre, supongo que algunos lo habrán acusado de traición. Pero la familia hillelita también había heredado importantes conexiones en Roma. No olvidemos que en esos tiempos las alianzas políticas eran hereditarias. Hasta el apelativo Amicus era básicamente un título. Como Patronus, podía heredarse. Esto le proporcionaba al Nassi hillelita judío contactos en Roma.

Gracias a la firme actuación de Gamaliel, se plasmó una institución integrada que logró reunir a los conjuntos heterogéneos de Yavneh. Estamos hablando de un grupo de eruditos. El hecho de ser eruditos era lo único que tenían en común. Su posición en la sociedad judía derivaba de su sabiduría en materia de Halakhah, las reglas prácticas de la Torah. Como académicos, estaban acostumbrados a debatir, a intercambiar discrepancias intelectuales. Antes de esa época, existían muchas escuelas fariseas, y discrepaban fuertemente entre sí sobre muchas cuestiones de importancia para ellas. Para personas como Rabbi Eliezer ben Hyrkanos o Rabbi Joshua ben Chananíah, que habían estudiado con Rabbi Johanan ben Zaccai en Jerusalén, renunciar a sus opiniones personales no era nada fácil. Muchos de ellos consideraban al Nassi como un primus inter pares, por así decir.

Pero al final aceptaban su decisión. El Talmud cuenta la historia de Rabbi Joshua, que estaba en desacuerdo con la mayoría sobre la fecha del Día de la Expiación, Yom Kippur. ¿Qué hizo Rabban Gamaliel? Le ordenó a Rabbi Joshua que transgrediera el que él consideraba el Día de la Expiación... ¡y el sabio más anciano se rindió humildemente ante el joven presuntuoso!

La integración puso punto final a muchas controversias intrafariseas. Desde luego, siempre se podía disentir durante el debate, pero una vez tomada la decisión, había que aceptarla. En Yavneh, las famosas casas de Hillel y Shamai debían cohabitar, con un lugar preponderante para la casa de Hillel, seguramente porque el mismo Gamaliel era descendiente de Hillel.

Otra expresión de la misma mentalidad post-destrucción fue una reducción de los horizontes intelectuales. La audacia del pensamiento judío helenístico era cosa del pasado. El estudio del idioma griego, o de la retórica griega, se seguía practicando en algunos lugares en la época de Gamaliel II, pero muchos rabinos lo desaprobaban. Recordemos que el griego, no el latín, era el idioma del gobierno en las provincias orientales del Imperio Romano.

Hacia el final del primer siglo, surgieron academias talmúdicas en muchos otros lugares dentro de un perímetro de unos 30 km. de Yavneh, pero ninguna de ellas se atrevió a desafiar su autoridad. Al menos entre los académicos fariseos, Yavneh había alcanzado cierto grado de poder, por llamarlo así.

De esta manera llegó a su fin el pluralismo judío. El nuevo objetivo era sobrevivir como nación en un medio hostil. El autoritarismo parece haber sido la píldora amarga que salvó la vida del paciente. Por estar los rabinos forzados a esta situación, el judaísmo fue capaz de sobrevivir.

La visión política del mundo de los rabinos estaba determinada inicialmente por la experiencia de la destrucción, y luego fue reforzada por episodios de persecución. Una consecuencia de esto fue una ambivalencia, por no decir antagonismo, hacia el mundo no-judío en general. Los judíos se ven como "una oveja que vive entre setenta lobos". Hay recelo hacia el gentil: es un enemigo. El Justo entre los gentiles es exageradamente exaltado precisamente porque va contra la corriente. El mundo entero está contra nosotros. En la literatura talmúdica hay algunos pasajes que no se pueden describir sino como xenofóbicos.

Los rabinos eran ciertamente conscientes de que esto era un defecto, y esa conciencia se refleja en varios pasajes del Talmud. En una discusión que parece reconocer francamente la presencia de una discriminación injusta contra el no-judío en un aspecto legal, Rabbi Shimon ben Gamaliel cambia la ley. Pero la ambivalencia no se eliminó del todo.

Al mismo tiempo, la literatura talmúdica es precavida con respecto a cualquier cosa que pueda agudizar los conflictos. La paz es glorificada en los sermones, enfatizada en las plegarias, promovida en la legislación. Nada es más importante que la paz. Los rabinos también se muestran sensibles al compromiso con los excluidos entre los vencedores. La ley talmúdica prescribe, por ejemplo, que hay que proveer tanto a los pobres gentiles como a los pobres de Israel. Esto suena muy civilizado. Pero hay un agregado: eso se hace "en nombre de las relaciones pacíficas" (Bien mirado, sigue siendo civilizado, pero la ambivalencia permanece). Un Midrash rabínico tardío critica a la ciudad de Roma, que cubre con mantas las estatuas que están a la intemperie, mientras un pordiosero sin techo tirita envuelto en harapos. Estas son actitudes que se encuentran en el Talmud.

A pesar de la destrucción, en una época en que los judíos tenían que pagar un impuesto especial y no tenían derechos, el judaísmo seguía atrayendo a miles de conversos. No quiero discutir este asunto, simplemente por falta de tiempo, pero es interesante: si se quiere entender realmente las relaciones entre judíos y gentiles en ese período, éste es un hecho importante. Flavio Clemens se convirtió al judaísmo, y era primo del Emperador (Algunos autores modernos sugirieron la posibilidad de que se hubiera convertido en realidad al cristianismo, pero Dion Casio, que escribió sobre esto, conocía muy bien la diferencia entre judíos y cristianos). Debido a su alta posición, Clemens pagó su adhesión al judaísmo con su vida. Entre los que estaban menos expuestos, había miles como él. Rabbi Meir, del siglo II, era probablemente descendiente de nobles capadocios. El rabino más famoso del segundo siglo, Rabbi Akiva, descendía de campesinos pobres gentiles. Para adornar las cosas, el Talmud dice que en realidad era descendiente de Amalek.

Una vez que el Sanhedrin de Yavneh se consolidó, llegó el momento de lograr la unión del pueblo. En los primeros tiempos de Yavneh, los judíos que vivían a cien kilómetros probablemente nunca oyeron hablar del Sanhedrin (no había Internet).

El primer gran avance se produjo durante el reinado de Domiciano, cuando Gamaliel II obtuvo el reconocimiento del gobierno romano. ¿Qué significaba tal reconocimiento? Una vez más, no podemos tratar aquí el motivo por el cual los romanos se tomaban la molestia de reconocer a ese puñado de vejestorios reunidos en una pequeña ciudad, que era insignificante. Pero con el reconocimiento venía el derecho de recolectar fondos. Ahora podían enviar emisarios a las comunidades judías de Galilea, Batanea, Golan, Siria, y recolectar dinero para el Sanhedrin y para las escuelas de Judea. Eso sí tenía mucha significación.

Todos esos procedimientos eran indispensables si los judíos querían simplemente seguir existiendo como nación. Indispensables, sí, pero no suficientes. La supervivencia judía no podía depender solamente de la organización. En este sentido, los judíos eran más parecidos a los griegos que, digamos, los capadocios. No podía haber judíos sin judaísmo. Y el judaísmo anterior a la destrucción había desaparecido: había dependido demasiado de un lugar geográfico. Pero entonces, ¿qué quedaba de la Alianza después de la destrucción de la Ciudad Santa y después de tantas decepciones?

Para muchos judíos, nada. Identidad judía quería decir impuesto judío, humillación del derrotado, y nada más. Sí, había miles de conversos: tenemos evidencias. Lo que yo puedo suponer sin evidencia es que en los siglos II y III, eso estaba neutralizado por miles de judíos que abandonaban el judaísmo.

El judaísmo se mantuvo incólume en los lugares geográficos en que los rabinos ejercían influencia. Las comunidades judías más grandes y activas estaban en lugares como Tiberíades a orillas de Mar de Galilea, Sura en la Mesopotamia (el moderno Irak, "Babilonia" para los judíos). Esos lugares eran sedes de grandes escuelas rabínicas.

¿Qué tenían para ofrecer los rabinos? Ofrecían un judaísmo centrado en la Halakhah. Creo que la mejor manera de definir la Halakhah sería como un código de comportamiento. Los judíos suelen traducir la palabra como "Ley judía". Halakhah enfatiza la conducta y la piedad personal como diferentes a la ideología. La Halakhah reglamenta hábitos y maneras, las horas de las plegarias cotidianas (yo tuve que rezar la oración vespertina antes de venir aquí, porque después de la puesta del sol es demasiado tarde), los detalles de los Mandamientos. ¿A qué hora de la tarde del viernes empieza el Sabbath? Empieza dieciocho minutos antes de la puesta del sol. Vestimenta y etiqueta para la mesa: es pecado compartir una comida si el anfitrión no tiene suficiente para su propia familia... La ética de los negocios y la caridad: la Mishnah (código rabínico) es probablemente el primer documento en la historia que registra cifras para los destinatarios de la caridad. Uno no tiene derecho a la ayuda pública si su fortuna excede los 200 denarios. El problema es que una vez que está escrito, está grabado en piedra: ¡hoy 200 denarios no son nada! Pero sin embargo, está regulado... El diezmo: según la Biblia, el propietario de un campo no puede, en su propia tierra, recoger las espìgas que quedan tras la siega. Debe dejarlas para los pobres. Por eso, habitualmente, como se ve en el Libro de Ruth, detrás de una fila de segadores, hay una larga fila de gente pobre que levanta las espigas. Ahora bien, el hijo de un pobre trabajador contratado para la cosecha de un campo ¿debe seguir a su propio padre para recoger las espigas? La respuesta es: si se le paga un salario, sí; si recibe una parte proporcional de la siembra, no. Las relaciones maritales: un contrato matrimonial es defectuoso si, al escribir la ketubah, no prevé un pago a la mujer en caso de viudez o divorcio.

Para evitar malentendidos, hay que decir que la Halakhah no era una innovación absoluta. Los fariseos probablemente enseñaban y practicaban la Halakhah antes. Fue un desarrollo del judaísmo farisaico. Pero en Yavneh se profundizó mucho más de lo que se había hecho con anterioridad. En épocas pasadas, era posible separar las actividades mundanas de las religiosas. Pero ahora, para un judío que seguía la Halakhah, todo en su vida se volvía motivo de culto. Al abrir los ojos por la mañana, se pronuncia una oración. Hay reglas sobre lo que se puede comer, sobre la forma de manejar los negocios, etc. La piedad se convierte en una acumulación de mitsvoth diarias, buenas acciones. Naturalmente, algunos llaman a esto, un poco despectivamente, "justificación por las obras", señala Brownie. Esto lleva a temas que no podemos discutir aquí con detenimiento. Para un estudiante de hoy, creo que es suficiente observar que ideologías y experiencias religiosas interiores puramente personales difícilmente puedan ser nacionales. No son sociales, sino individuales. Una religión que pretende unir a una nación, consiste en prácticas. Las prácticas constituyen una cultura étnica.

En los tiempos antiguos, no se empleaba este vocabulario, pero veámoslo de esta manera: el ámbito de estas "obras" era muy amplio: Todo en la vida era parte de las "obras". Un judío que seguía ese ideal estaba siempre en presencia de Dios, en el trabajo o en el ocio, en público o a solas, con extraños o en familia. Ser judío no admite vacaciones. Y el cumplimiento de cada mitzvah, también según el Libro, que muchos judíos practicaron en la Antigüedad y la Edad Media, era "santificación del Nombre Divino". En palabras corrientes: martirio por la fe. La Halakhah especifica las condiciones bajo las cuales un judío está obligado a entregar su vida por su fe. Y a través de nuestra historia, esas reglamentaciones fueron seguidas, no sólo por unos pocos, sino a veces por masas. Durante el Holocausto, algunas personas seguían la Halakhah al decidir si vivirían o morirían. Entonces, ¿qué es "salvación por las obras"?

La importancia otorgada al deber, a la vida recta, atraerían indudablemente a quienes tenían una inclinación estoica. No tenemos evidencias concretas de que eso les sirviera a los rabinos como un antídoto contra el universalismo estoico, salvo que Josefo escribe, en los años noventa, que él opta por el fariseísmo porque es afín al estoicismo.

Antes hablé de autoritarismo, de reducir horizontes, y, debí agregar la palabra censura. El Talmud hace comentarios negativos sobre los sectarios, los herejes, etc. Pero no hay que llevar esto demasiado lejos. Consideremos que en el Renacimiento y en los siglos que siguieron, esos comentarios fueron expurgados por censores cristianos. Hace poco, todos esos pasajes expurgados fueron coleccionados y publicados en un libro aparte. Ahora bien: la edición normal de Vilna del Talmud de Babilona tiene 20 tomos. El libro que contiene las partes censuradas, todo lo que el Talmud tenía para decir de tales herejías, cabría fácilmente en mi bolsillo. No es un tema para el Talmud. No le preocupa. Si queremos hacer una comparación, pensemos qué pasaría si elimináramos las frases que se refieren a los judíos en el Nuevo Testamento. ¿Qué quedaría? Al Talmud le interesan otras cosas. Los temas son diferentes.

En el núcleo del método rabínico está la pregunta polémica. A quienes no leyeron el Talmud, les sorprenderá saber que contiene controversias prácticamente en cada página. Hay dos opiniones sobre todo. ¿Creen los rabinos en la futura venida del Mesías? Claro que sí, pero un tal Rabbi Hillel del siglo IV dice que nunca sucederá. Y su opinión también está incluida en el Talmud. Es una opinión como cualquier otra. ¿Es literalmente verdadera cada palabra de la Biblia? Sí, definitivamente. Una vez más: ¡hay un discípulo en Babilonia que sostiene que el Libro de Job es pura ficción! ¿Es un pecado estudiar griego? Absolutamente. Pero un discípulo de Rabbi Akiva, un converso llamado Aquiles, tradujo la Biblia al griego, y su traducción fue utilizada durante siglos. Estos ejemplos pueden multiplicarse hasta el infinito. Todo esto puedo sonarle extraño a gente que piensa que un Libro Sagrado es una autoridad infalible que no tolera disensos. Pero el judaísmo, al menos en lo referente al dogma, es mucho más fluido.

Dentro de la Academia, no se privilegiaba ninguna opinión. Veamos la historia de Rabbi Eliezer ben Hyrcanos, que intenta hacer valer una decisión halákhica sobre la base de una revelación milagrosa. Llegado a un punto de exasperación, exclama: "¡Que una Voz Celestial anuncie que tengo razón en este debate!" Y ciertamente se oye una voz del Cielo: Dios confirma a Rabbi Eliezer. Entonces, Rabbi Joshua se pone de pie y dice: "Un momento. La Torah nos fue dada en el Monte Sinaí y se nos han dado métodos de exégesis. Ya no está en el Cielo: está aquí, en Yavneh." Y el Talmud se pregunta qué hacía el Señor mientras se producía este debate. Nos resulta difícil imaginar que un Libro Sagrado tenga sentido del humor, pero la respuesta es ésta: "El Señor estaba sentado, meneando Su cabeza y diciendo: He sido vencido por mis hijos".

¿Por qué es importante esto? En el siglo VII, todas las culturas dominadas por los nuevos conquistadores árabes, tenía el sello griego o romano. Los judíos no eran una excepción. Sin embargo, a diferencia de la docena de naciones del Imperio Romano, llevaron consigo su propia cultura desarrollada. Por eso permanecieron como nación, incluso en la Edad Media, cuando la palabra "nación" sonaba extraña (la gente no sabía qué significaba).

A partir de la Edad Media, el Islam y la Cristiandad se extendieron por la espada. Eran los judíos quienes poseían el Libro; tal vez porque no tenían otra opción, pero así fue. Y, mutatis mutandi, yo diría que hoy, 1900 años después de Rabbi Johanan ben Zaccai, la literatura talmúdica es el lazo que mantiene unidos a los judíos diseminados, y a la gran cantidad de diferentes judaísmos de nuestra época.

Editorial remarks

El Prof. Eliezer Paltiel dio esta conferencia en un seminario del CRT del Council of Christians and Jews, Victoria, Australia. El Prof. Paltiel dio clases en las universidades de Monash, Deakin y Melbourne. Su actividad como conferencista lo llevó incluso a lugares tan lejanos como el hoy nuevamente llamado San Petersburgo. © Copyright 1999 Gesher

Traducción del inglés: Silvia Kot