Judíos y cristianos: de la divergencia a la comprensión recíproca

 

Judíos y cristianos:

de la divergencia a la comprensión recíproca

P. Jean Philippe

I. En los orígenes de la divergencia judeo-cristiana

Intento de esquema histórico (años 30-150 aproximadamente)

LA FASE JUDÍA

En Jerusalén

Podemos definir o localizar dentro de la población de Jerusalén, en los años 30, personas con diversas clases de actitudes hacia el pequeño movimiento cristiano en estado naciente:

  • los adherentes: los anteriores a la muerte de Jesús; los nuevos adeptos: algunas decenas, algunos centenares, algunos miles... en su mayor parte, evidentemente judíos observantes;
  • los simpatizantes con reservas y los expectantes: José de Arimatea, Nicodemo, Gamaliel (Hch 5, 34-39), y muchos otros, sin duda...
  • los oponentes: el jefe de la guardia del Templo, los saduceos, los jefes y los ancianos, los sumos sacerdotes y toda su casta familiar, por lo tanto, una parte del Sanhedrin (Hch 4, 1-22; 5, 17-33).

Hacia la Diáspora

Muchas categorías de personas desempeñaron un papel de enlace con el mundo de la Diáspora:

  • los helenistas presentes en Jerusalén: Esteban, Felipe... Nicolás, prosélito de Antioquía;
  • los griegos, italianos y otros extranjeros presentes en Israel, por ejemplo el alto funcionario etíope (Hch 8, 27), el centurión Cornelio de la cohorte itálica con asiento en Cesarea, con sus parientes y amigos (Hch 10);
  • los judíos de Chipre y de Antioquía que adhieren al movimiento de los discípulos de Jesús, hablan griego, y están acostumbrados a encontrarse en sus sinagogas con griegos prosélitos o ‘temerosos de Dios’, y por lo tanto, predispuestos a proponer a sus "conciudadanos" incircuncisos su nueva esperanza.

LA FASE HELENOCRISTIANA

Durante los años 40, muchos "griegos" ingresan a las comunidades judeocristianas o forman comunidades helenocristianas paralelas.

Los comienzos

  • En Antioquía, judíos originarios de tierras griegas introducen en la Iglesia "cristiana" a griegos ‘temerosos de Dios’ y otros que provienen directamente del paganismo. Por primera vez, los discípulos del Nazareno son llamados "cristianos" (un nombre griego).
  • En Anatolia y en Grecia, donde existen muchas sinagogas en las grandes ciudades, nacen y se multiplican grupos de judíos adeptos al movimiento cristiano; se desarrollan pequeñas olas de adhesiones fervientes dentro de la población griega. Las modalidades de estas adhesiones no siempre son aceptadas entre los judeocristianos, y a menudo suscitan las más vivas críticas por parte de las autoridades sinagogales de la Diáspora: estas últimas parecen haberse opuesto al "neoproselitismo" paulino, al que consideraban demasiado simplificador, comparado con el proselitismo más riguroso que ellas practicaban y preconizaban.
  • En Roma, en el año 49, el emperador Claudio expulsa de la ciudad a "los judíos que agitan permanentemente, instigados por Chrestus" (Suetonio, Claudio, XXV).
  • En el año 55, Pablo de Tarso dirige a los cristianos de Roma una carta que muestra que en la capital coexisten asambleas de judeocristianos y otras de paganocristianos, o tal vez asambleas mixtas. Al mismo tiempo que les propone un ideal de estima mutua y fraternidad, Pablo nos permite entrever las dificultades de la comprensión recíproca entre esas dos ramas del joven árbol cristiano.

El momento crítico

Entre los años 66 y 73, tienen lugar la insurrección judía, el fortalecimiento del ejército romano de ocupación, sus campañas en Galilea y Judea, el sitio de Jerusalén, la destrucción de la ciudad y del Templo, la muerte o la deportación de varios miles de judíos, el fin de la oligarquía sacerdotal, la suprema resistencia de Massada...

También desaparece la Iglesia-madre de los cristianos, que, al refugiarse sin duda en Transjordania, ha perdido su carácter de referencia central para todo el movimiento cristiano y, al mismo tiempo, prácticamente ha abandonado su identidad judía. Sin embargo, en las grandes ciudades del Imperio sigue desarrollándose un cristianismo en el que los griegos de obediencia paulina se vuelven mayoritarios: hacia 112, un delegado del Emperador en una provincia del Asia Menor se alarma tanto al ver templos de dioses casi abandonados a partir de la expansión cristiana, que le escribe sobre ello a Trajano (Plinio, Cartas, X).

El nuevo "Sanhedrin" de Yavneh, encargado de salvaguardar la identidad y la fidelidad judías tras la destrucción del Templo, no puede evitar ver en ese cristianismo –muy marcado, en su pensamiento y sus modos de vida, por la creciente influencia del componente helenista– una disidencia peligrosa en la que día a día se altera, hasta desnaturalizarse por completo, el resto de judeidad que todavía podía encontrarse hasta hacía poco tiempo en el movimiento iniciado por el Nazareno.

Un análisis espectral a mediados del segundo siglo

A mediados del segundo siglo, Justino, un cristiano de origen pagano, que había nacido y crecido en Nablus, Samaria, y luego fue a vivir y enseñar a Roma, escribe una obra en la que sintetiza los diálogos que habría tenido hacia el año 132 en Efeso con un rabino llamado Trifón y algunos otros judíos. En los capítulos 47 a 49 de ese texto, nos presenta el espectro completo de las diferentes posiciones cristianas de la época con relación al judaísmo, así como el juicio diversificado que un judío como Trifón podía tener sobre esos diferentes tipos de cristianismo. Podemos distinguir con él:

  • los judeocristianos de estricta obediencia, que se esfuerzan por mantener todas las observancias judías tradicionales, y se representan la persona y la misión de Jesús sin exceder los marcos del mesianismo judío. Su radicalismo consiste en rechazar todo proselitismo hacia los griegos, exceptuándolos de las observancias legales, y en mantenerse separados de los llamados "neoprosélitos" o "pseudoprosélitos";
  • los judeocristianos moderados o conciliadores, que comparten las prácticas y las concepciones cristológicas de los rigoristas, pero admiten la apertura de otra vía de salvación para los griegos, y reconocen como hermanos en la fe a esos nuevos creyentes que vienen de afuera;
  • los helenocristianos moderados o conciliadores, vinculados al neoproselitismo, que desarrollan concepciones trascendentes de la persona de Cristo y admiten la legitimidad judeocristiana, pero no la del judeocristianismo radical, sino la del judeocristianismo que acabamos de definir como moderado o conciliador. Son, en suma, partidarios de una tolerancia recíproca entre cristianos judíos y cristianos griegos. El mismo Justino se alinea explícitamente con ellos.
  • los helenocristianos radicales, que impugnan la legitimidad del judeocristianismo y se niegan a relacionarse con los judeocristianos. Su exclusivismo es simétrico al de los judeocristianos "de estricta obediencia".

El juicio de Trifón sobre estos diferentes tipos de cristianos es bastante previsible: el rabino se muestra dispuesto a cierta tolerancia hacia los judeocristianos, pero critica en los helenocristianos una excesiva ligereza con respecto a las observancias de la ley, y sobre todo rechaza como delirante su teoría sobre un origen cuasidivino de Jesús.

A pesar de los esfuerzos de hombres de diálogo como Trifón y Justino, se percibe que el cristianismo y el judaísmo han iniciado ya el camino de la separación y el conflicto.

En la Iglesia cristiana, el judeocristianismo va mermando y desaparecerá: mueren las primeras generaciones de origen judío, y las nuevas adhesiones de judíos a algo que aparece ahora como una religión diferente, son cada vez más escasas. Las posiciones cristianas con respecto al judaísmo se radicalizan: sí a los textos bíblicos judíos, jerarquizados y releídos desde una perspectiva cristiana (se excluirá a los extremistas gnósticos que, con sus escritos, rechazan completamente las raíces judías); no, en cambio, al judaísmo como modalidad religiosa vigente.

Simétricamente, el judaísmo se consolida en posiciones que le permitirán mantener su identidad: rechazo al cristianismo en el que pronto dejarán de ver una rama, así fuera marginal, de la esperanza judía; descalificación progresiva del judaísmo helénico; enérgica defensa de una identidad judía centrada en la salvaguarda y la profundización de la tradición talmúdica.

Cambios actuales

En las universidades de Israel, los investigadores y los profesores de historia de la Antigüedad redescubren, más allá del Jesucristo de los cristianos, al Jesús de la historia judía.

A su vez, los cristianos, a partir del desarrollo de las disciplinas históricas modernas que se inicia a mediados del siglo XIX, redescubren, bajo el Cristo de la fe, al Jesús de la historia. Por cierto, existen cristianos que rechazan este redescubrimiento por considerarlo desestabilizante para la fe (crisis del "modernismo" a principios del siglo XX, tensiones contemporáneas...); también hay, a decir verdad, algunos cristianos que en nombre de ese nuevo "Jesús" impugnan el significado de la fe tradicional e incluso la rechazan. Pero existe una investigación multiforme que tiende a retomar el trabajo doctrinal de los primeros siglos cristianos. Se trata de reformular la fe y la esperanza cristianas en términos más próximos a los orígenes históricos del cristianismo. Estas nuevas cristologías podrían resultar menos agresivas y menos chocantes desde el punto de vista judío que las anteriores, por el hecho mismo de que los orígenes históricos del cristianismo, que hoy se toman más en cuenta, son evidentemente judíos.

Los judíos y los cristianos ya han pasado de la hostilidad y el recelo recíprocos, al respeto mutuo. ¿Podríamos proponernos enriquecer progresivamente ese respeto por medio de una comprensión cada vez más profunda de las actitudes espirituales de unos y otros? ¿Podríamos llegar así, en un día no muy lejano, a tomar conciencia de cierta complementariedad providencial entre las comunidades judías y las comunidades cristianas?

II. Hacia la comprensión recíproca

Propuestas para desarrollar la comprensión recíproca entre judíos y cristianos en el plano de las concepciones y las prácticas religiosas, sin sincretismos ni fusiones.1

En primer lugar, ¿en qué sentido usamos aquí esta hermosa palabra: "comprensión"? No se trata de una indulgencia recíproca (mostrarse "comprensivo"), ni tampoco de simple benevolencia. Se trata de un esfuerzo de conocimiento e inteligencia por captar de la mejor manera posible, ubicándose –por un instante al menos– en el punto de vista del otro, el sentido de sus concepciones y convicciones, la finalidad y el valor de su proyecto religioso, a fin de lograr un auténtico respeto por su posición de creyente y practicante desde sus raíces y sus intenciones profundas. Creo que a una comprensión de esta naturaleza aludió el rabino Éric Yoffie en su conferencia del 23 de marzo de 2000 en Worcester (Massachusetts), publicada en La Documentation catholique del 15 de octubre de 2000.

En el caso de dos religiones como el judaísmo y el cristianismo, que tienen raíces comunes esenciales, este esfuerzo de comprensión recíproca presupone evidentemente un estudio serio de los orígenes de su divergencia. Es por eso que, antes de abordar el tema de la comprensión recíproca, propuse el esquema histórico titulado "En los orígenes de la divergencia judeo-cristiana".

Ese esquema podría examinarse y desarrollarse fácilmente con la ayuda de muchas obras que sobre esta cuestión publicaron en las últimas décadas experimentados historiadores de diferentes nacionalidades y confesiones.2

Hemos tratado de mostrar cómo se produjo, en el origen, la divergencia entre cristianos y judíos, y, especialmente, cómo y por qué las circunstancias particulares de esa época llevaron a ambas comunidades a quedar fijadas en una actitud de reprobación mutua: la empresa cristiana podía haber parecido peligrosa para la autenticidad y la permanencia del judaísmo; el non possumus de las autoridades judías podía haber expuesto al joven cristianismo a morir antes de ver la luz.

En el fluir de la historia, la situación recíproca del judaísmo y del cristianismo se volvió muy diferente a lo que había sido en el origen. Podríamos decir que la reprobación recíproca nunca debió perpetuarse como lo hizo entre los herederos de estas dos tradiciones, que ya no estaban en las condiciones de una ruptura que había tenido lugar muchos siglos atrás.

Afortunadamente, como señala el rabino Éric Yoffie, por lo menos en nuestra época se está produciendo un franco deshielo de ambas partes: judíos y cristianos se esfuerzan por conocerse recíprocamente como son en la actualidad, y no ya a través de un antagonismo heredado, abusivamente quizá, de un lejano pasado.

Judíos y cristianos se descubren con convicciones religiosas netamente distintas, sin duda, en más de un punto (y esta es la razón por la cual nuestros Estatutos excluyen el sincretismo y las fusiones). Pero también toman una renovada conciencia de las riquezas comunes de sus patrimonios espirituales y, aun en sus diferencias, aprenden a respetarse profundamente, con un esfuerzo de comprensión religiosa recíproca en el sentido apuntado al comienzo.

Querríamos enunciar aquí algunas condiciones fundamentales o algunos objetivos primordiales de esta búsqueda de una verdadera comprensión mutua. Las presentamos como una suerte de programa: aunque sabemos que en muchos sectores este "programa" ya está bastante avanzado en el camino de las realizaciones, somos conscientes de que queda todavía mucho por hacer en cuanto a la profundización y la divulgación de los resultados esperados (como también lo señala el rabino Éric Yoffie).

LOS CAMINOS DE LA COMPRENSIÓN RECÍPROCA

Para los cristianos con respecto al judaísmo

  1. Entender y reconocer que la religión de Moisés y los profetas sigue siendo una vía providencial, santa y legítima, y por lo tanto, que la fidelidad de los israelitas de hoy a la Torah es un testimonio edificante para los hombres que buscan a Dios. Se trata, en suma, de admitir que desde el punto de vista de los designios de Dios, puede haber entre la Torah y el Evangelio, no una simple sucesión cronológica ni una sustitución, sino una complementariedad en un mismo tiempo –el nuestro–, y por lo tanto, una respetuosa y fraternal coexistencia.
  2. Admitir que la negativa judía a reconocer en Jesús al Mesías de Israel (y por lo tanto, a fortiori, las doctrinas cristológicas de los concilios de Nicea y Efeso) puede ser una posición sinceramente fundada en motivos muy razonables desde el punto de vista de la esperanza de Israel y del pensamiento judío. ¿Acaso los mismos cristianos no reconocen que la obra mesiánica en este mundo está muy lejos de haberse cumplido? El discernimiento de la presencia y de la acción de Dios entre los hombres pertenece al secreto de los corazones y a los misteriosos designios del Eterno. Por lo tanto, no le corresponde al hombre juzgar a su hermano en este aspecto.
  3. Abstenerse de todo "proselitismo" hacia los hijos de Israel. El rabino Yoffie tuvo a bien declarar que "el Papa actual tomó como un asunto personal eliminar del orden del día de la Iglesia la acción misionera hacia los judíos".
    Lo importante es entender que no se trata de una simple actitud de complacencia o cortesía, sino de un corolario de las convicciones de fe de los cristianos sobre la santa Revelación que hizo Dios, muchas veces y de muchas maneras, a los Patriarcas, a Moisés y a los Profetas. Incluso con respecto a otras tradiciones religiosas, a menudo los cristianos reconocieron en nuestra época que el diálogo y el testimonio recíproco debían reemplazar al proselitismo. Pero tratándose del judaísmo, tienen las más fuertes razones teológicas para efectuar con toda sinceridad ese cambio de actitud. ¿Habrá que recordar aquí que el Eterno es el único pastor de los hombres, y que debemos ser muy humildes ante los misterios de su Providencia?

Para los judíos con respecto al cristianismo

  1. Admitir que los cristianos han servido de alguna manera a los designios del Eterno al establecer una vía de conversión y de piedad conveniente para las Naciones. Sólo habrá que prolongar o profundizar una idea ya formulada por Juda Halevy y Maimónides en el siglo XII, y retomada a menudo en siglos posteriores por otras autoridades talmúdicas. Este punto de doctrina se basa en el reconocimiento que hacen los cristianos de la revelación mosaica, y en su adhesión sea a los mandamientos noánicos, sea a las Diez Palabras. Se trata de una enseñanza judía, cuyo descubrimiento por parte de los cristianos (que suelen ignorarla) podría favorecer grandemente su acercamiento más fraternal a los judíos.
    Correlativamente, es de desear que el pensamiento judío siga desarrollando cada vez más la expresión de su propia manera de entender la articulación de la salvación de las Naciones con la vocación del Pueblo de Israel. Es de desear que Israel, tras muchos siglos en que esta misión le ha sido injustamente negada, se dedique a manifestar cada vez mejor su destino de ser instrumento de salvación para todas las Naciones, como pedagogo, en este mundo, del sentido de Dios, de la oración incesante y de la "justicia" vivida, instrumento de bendición para todas las familias de la tierra.
  2. Reevaluar las iniciativas de los primeros discípulos de Jesús, y del mismo Jesús de Nazareth, reubicándolas, por una simple aproximación histórica, en el Israel de su tiempo, como lo hacen ya, siguiendo a un Joseph Klausner y a un David Flusser, muchos historiadores israelíes contemporáneos y otros investigadores judíos de todo el mundo.
  3. Esforzarse por entender que, en la intención de las autoridades teológicas cristianas, las doctrinas concernientes a la persona de Jesús de Nazareth de ninguna manera pretenden atentar contra los principios del monoteísmo ni favorecer nada que pueda parecerse a alguna forma de idolatría. Desde luego, no intentamos proponer aquí a los judíos que se acerquen a las doctrinas que recusan, sino simplemente exonerar a la teología cristiana –como ya lo hicieron en el pasado muchos doctores judíos– del reproche de idolatría o de blasfemia. Esta cuestión requiere una aproximación afinada, pero el desafío es importante.
    Es evidente que este último punto requiere una contrapartida del lado cristiano. Distinguiremos en esta contrapartida un aspecto negativo y un aspecto positivo. Negativamente, habrá que purificar el lenguaje y las prácticas del cristianismo de todo lo que pueda suscitar o justificar la menor confusión entre la criatura y el Creador, o una división en la Esencia eterna del Dios único, o un culto que derive en idolatría. Positivamente, habrá que desarrollar, como ya se empezó a hacer, expresiones de la doctrina cristiana más enraizadas en la tradición teológica de la Biblia Hebrea. El hecho de que los teólogos cristianos contemporáneos tomen más en cuenta los datos históricos sobre Jesús de Nazareth impulsa y favorece ese desarrollo. Y el esfuerzo, ya avanzado, por vincular las enseñanzas concernientes a Jesús con conceptos bíblicos tales como Profeta, Siervo, Shekhina, Templo, etc., tal vez disminuya en el futuro el peligro de malentendidos, y facilite una mejor comprensión recíproca, sin por eso borrar ni desdibujar las diferencias doctrinales que caracterizan a las dos religiones.

Una de las publicaciones periódicas más representativas del pensamiento católico, Recherches de science religieuse, presentó en 1999 y 2000, un panorama muy minucioso de estas nuevas orientaciones, bajo el título L’exegèse et la théologie devant Jésus le Christ: vers quelle christologie? (La exégesis y la teología ante Jesús el Cristo: ¿hacia qué cristología?"). El estudio de esas páginas permite medir la profundidad de las transformaciones en curso en los medios donde se desarrollan la investigación y la reflexión teológicas del cristianismo.

Al término de estas propuestas para desarrollar la comprensión recíproca entre judíos y cristianos, tal vez algunos piensen que no hemos hecho más que empujar puertas que ya estaban abiertas. Pero quizá sólo estén, por ahora, apenas entreabiertas, y ciertamente es útil que algunos extiendan la pierna o el brazo para ensanchar la abertura. Recordemos sobre todo que si bien estas orientaciones resultan familiares en ciertos ambientes, todavía están muy lejos de ser compartidas por todos. Estas líneas no fueron escritas para convencer a los convencidos, sino para incitarlos a difundir más estos nuevos caminos, y para invitar de manera convincente a los escépticos a recorrerlos con nosotros. En efecto, no basta decir: "¡Todo esto lo pienso desde hace mucho tiempo!", sino: "Si yo pienso esto, ¿qué estoy haciendo en la práctica, qué podría hacer, qué podríamos hacer, para comunicar este convencimiento a los demás?"

Notas
  1. "La A.J.-C.F. (Amitié Judéo-Chrétienne de France) tiene como tarea esencial procurar que entre el judaísmo y el cristianismo, el conocimiento, la comprensión, el respeto y la amistad reemplacen a los malentendidos seculares y las tradiciones de hostilidad.
    Desea trabajar, en particular, mediante un diálogo fraternal y una cooperación activa y amistosa, para reparar las iniquidades de las que fueron víctimas los judíos y el judaísmo desde hace siglos, impedir su retorno, y combatir el antisemitismo y el antijudaísmo en todas sus manifestaciones.
    Excluye de su actividad toda tendencia al sincretismo y toda clase de proselitismo. No busca ninguna fusión entre religiones o Iglesias. No reclama de nadie ninguna abdicación ni renuncia a sus creencias; no exige ni excluye ninguna pertenencia religiosa o ideológica. Sólo espera de todos, con conciencia de lo que diferencia y lo que une a judíos y cristianos, una absoluta buena voluntad, una total lealtad de espíritu en la búsqueda, al mismo tiempo que un riguroso esfuerzo de verdad." (Estatutos de la A.J.-C.F., artículo 2)
  2. Incluyo aquí una selección de aquellas a las que tuve acceso: GOGUEL, Maurice, Les premiers temps de l’Église, Delachaux et Niestlé, Neuchâtel, 1949, 235 p.; SIMON, Marcel y BENOIT, André, Le Judaïsme et le Christianisme antique, d’Antiochus Épiphane à Constantin, Coll. Nouvelle Clio, Presses Universitaires de France, Paris, 1968, 4ª ed. 1994, 360 p.; TROCMÉ, Étienne, L’enfance du Christianisme, Noêsis, Paris, 1997, 219 p. (reed. Hachette-Littérature, Coll. Pluriel, 1999); NODET, Étienne y TAYLOR, Justin (Escuela Bíblica de Jerusalén), Essai sur les origines du Christianisme: une secte éclatée, Cerf, Paris, 1998, 430 p.

 

Editorial remarks

Publicado en SENS, revista de Amitié Judéo-Chrétienne de France (junio 2001). Agradecemos a la revista la autorización para traducir y reproducir este artículo.

Estos son apuntes de dos conferencias ofrecidas al grupo de la Amistad Judeo-Cristiana de Niza, el 14 de diciembre de 2000 (1ª parte) y el 25 de enero de 2001 (2ª parte). El autor se disculpa por haber dejado en forma de esquema estos textos destinados a apoyar y resumir la exposición oral y el intercambio en grupo. En este sentido, recibirá con gratitud cualquier crítica o sugerencia de enmienda o complemento (N. del A.).

Traducción del francés: Silvia Kot)