Juan Pablo II, Lower Manhattan y el poder del simbolismo religioso

La reciente controversia sobre la propuesta de construir un centro islámico y una mezquita en el Bajo Manhattan, Nueva York, ha suscitado algunas cuestiones perturbadoras sobre la libertad religiosa, la consideración hacia las víctimas del 11 de septiembre, la islamofobia, la demagogia política y los límites de la aceptación de las minorías por parte de la sociedad mayoritaria.

Algunos comentaristas han reconocido que, legalmente, los promotores de la mezquita tenían el derecho de construir su centro, pero sugirieron que, por consideración hacia el dolor de las víctimas, debía construirse en otro sitio. Recordaron en este sentido la intervención del papa Juan Pablo II en la “controversia del convento de las carmelitas” en Auschwitz.

A comienzos de la década del 1990, Juan Pablo II instó a las monjas carmelitas a cumplir un acuerdo firmado en 1987 para reubicar su convento lejos del campo de exterminio. Algunos dicen que la simpatía que mostró el papa Wojtyla hacia las víctimas judías de los nazis, debería imitarse en la actualidad en el caso de las familias que fueron víctimas de los terroristas de Al Qaeda. Pero si bien la comparación parece atinada a primera vista, un análisis más profundo revela que no se pueden comparar las dos situaciones. En realidad, podría decirse que hubo otra actitud, más pertinente, del fallecido Papa, que veremos más adelante.

En ambas controversias, estaba en juego el simbolismo religioso, pero los símbolos suscitan emociones diferentes en diferentes personas. Cuando se les pregunta a los cristianos y a los judíos, por ejemplo, cuál es su reacción al ver una cruz, la mayoría de los cristianos contestan rápidamente que sienten el amor de Dios, o gratitud, o aseguran haber sido salvados. Por eso, se sorprenden cuando algunos judíos dicen que frente a una cruz experimentan temor o ira, o que incluso sienten deseos de huir. La discusión que suele desarrollarse en esos casos por lo general saca a la luz la larga historia de la opresión de la mayoría cristiana sobre la minoría judía en Europa, que muchos cristianos ignoran.

El convento de las carmelitas en Auschwitz, especialmente cuando se erigieron numerosas cruces en el emplazamiento de los nacionalistas polacos, fue experimentado por los doloridos sobrevivientes de la minoría judía como un ataque más de la cultura mayoritaria cristiana contra ellos. Esos sobrevivientes judíos constituían el último vestigio de una cultura polaca minoritaria que había perdido el 90 % de su pueblo por la acción de una maquinaria de muerte de alcance continental.

Juan Pablo II intervino en nombre de la minoría perseguida porque reconoció que una cruz cuestionaba simbólicamente la naturaleza antijudía singular del genocidio que representaba Auschwitz, y porque él mismo había sufrido la pérdida de la mayoría de sus amigos de infancia judíos. También apoyó la rápida instalación de un centro de diálogo interreligioso cerca del campo.

La diferencia con la actual controversia es que el proyectado centro islámico es promovido por un grupo religioso minoritario en la cultura norteamericana, no por el grupo religioso mayoritario, como lo percibieron las víctimas judías en Polonia.

Un episodio más concluyente tuvo lugar durante la preparación de la visita de Juan Pablo II a la Gran Sinagoga de Roma en 1986. Algunos de sus anfitriones judíos estaban preocupados por el hecho de que el Papa usara allí su tradicional cruz. Además de plantear esto algunos problemas religiosos, se temía que la exhibición de un símbolo que provocaba terror y antipatía en muchos judíos pudiera socavar la misión del Papa de curación de heridas y reconciliación.

Cuando le plantearon la cuestión, el Papa respondió que esos sentimientos negativos eran exactamente la razón por la cual debía usar su cruz al visitar la sinagoga. Si se quería lograr una verdadera amistad entre cristianos y judíos, él tenía que desacoplar esa prolongada asociación de la cruz con la opresión de los judíos. Los judíos necesitaban ver ese signo central del cristianismo usado por un amigo que les tendía la mano con simpatía y afecto. En este caso, la función simbólica de la cruz es completamente distinta a la del convento de Auschwitz.

Este episodio es hoy muy relevante. A algunos norteamericanos les ofende la idea de una mezquita en Lower Manhattan, porque para ellos, de alguna manera los terroristas de Al Qaeda simbolizan al Islam (esto nos recuerda que durante muchos siglos los cristianos señalaron a todos los judíos como culpables de la crucifixión de Jesús). Si muchos norteamericanos vinculan simbólicamente a todos los musulmanes con el terrorismo, quizá tengamos que aprender lo que nos enseñó Juan Pablo II: que necesitamos desacoplar esa clase de asociaciones, como él trató de hacerlo con el símbolo de la cruz en 1986.

Editorial remarks

Publicado en: The Jewish Exponent, 16 de septiembre de 2010.

Philip A. Cunningham es profesor de teología y estudios religiosos, y director del Institute for Jewish-Catholic Relations de la Saint Joseph's University de Filadelfia. Actualmente es vicepresidente del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos.


Traducción del (link!!)inglés: Silvia Kot