¿Hay que reorientar las relaciones y el diálogo entre judíos y cristianos?

Contrariamente a lo que afirma S. W. Ariarajah en su nota “Reorientar las relaciones y el diálogo entre judíos y cristianos”, Jean Massonnet sostiene que la “relación especial” entre ellos no debe abandonarse, sino que más bien debe renovarse en el respeto profundo de cada una de las dos confesiones.

El ICCJ (Consejo Internacional de Cristianos y Judíos) se ocupa de la coordinación entre 38 organizaciones nacionales dedicadas al diálogo judeo-cristiano. La Amistad Judeo-Cristiana de Francia forma parte de él. En su edición del 4 de abril de 2018 de su Newsletter, el ICCJ ofrece en su sección en francés, un artículo del Rev. S. Wesley Ariarajah. Este autor es “ministro metodista de Sri Lanka […] profesor emérito de teología ecuménica en la Facultad de Teología de la Universidad Drew, donde ha enseñado durante 17 años. Antes, trabajó en el Consejo Mundial de Iglesias (World Council of Churches: WCC), en Ginebra, durante 16 años, como director del programa de diálogo interconfesional y secretario general adjunto del Consejo”. Estamos en presencia entonces de un representante reconocido del WCC.

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El artículo se titula: “Reorientar las relaciones y el diálogo entre judíos y cristianos”. “Apareció inicialmente en Current Dialogue No. 58, 2016, publicado por el WCC y reproducido con su amable autorización”. Según este autor, es conveniente darle una nueva orientación a las relaciones judeo-cristianas. Concretamente, y para resumir, el cristianismo debería desprenderse de una relación especial con el judaísmo y abordar con él una relación como la que tiene con las demás grandes religiones.

S. Wesley Ariarajah empieza por hablar de la importancia de Nostra Ætate, cuyo 50º aniversario se festejó hace poco. En general, reconoce la validez de muchos esfuerzos que “se han realizado para luchar contra las lecturas antijudías, antisemitas de las Escrituras, que favorecen la teología de la sustitución y los prejuicios hacia la comunidad judía en la lectura y la interpretación de las Escrituras cristianas”. Sin embargo, continúa, “Tengo reservas, como cristiano asiático, en cuanto a privilegiar ese diálogo en relación con otras religiones y particularmente en lo concerniente a las ‘zonas prohibidas’ del diálogo judeo-cristiano”. Esas zonas prohibidas se concentran en el conflicto palestino-israelí. Volveremos sobre esto.

El autor no niega la posibilidad de destacar las “afinidades” teológicas, y por lo tanto, afirmar una “relación especial” del cristianismo con el judaísmo. “Jesús siguió siendo judío hasta el final” y los cristianos adoptaron “las Escrituras hebreas como parte integrante de las Escrituras cristianas”. Esta “relación especial” es afirmada por sus partidarios “a pesar de la helenización de la teología cristiana en el mundo greco-romano”.

Pero precisamente sobre este último punto se apoya el autor para argumentar en favor del abandono de una relación especial del cristianismo con el judaísmo. Por supuesto, reconoce que existían afinidades profundas “en las primeras etapas de formación del cristianismo”. Pero con el tiempo, las interpretaciones cristianas de la personalidad de Jesús se volvieron totalmente ajenas al judaísmo: el dogma de la Trinidad es un excelente ejemplo de ello. Se abandonaron el shabbat y la circuncisión. Al apropiarse de las Escrituras judías, los cristianos se atribuyeron la lectura exclusiva auténtica del mensaje divino, descalificando al mismo tiempo la lectura judía.

Nuestro autor critica vigorosamente la lectura cristiana que trata de apoyar sus convicciones en la interpretación de los textos judíos: “Cualquier profesor de un curso de religión razonablemente informado conoce bien la gimnasia que debe efectuar para tomar los relatos, la historia y los hechos de la Biblia hebrea – que tienen un significado enorme para los judíos pero tienen poco que ver con el cristianismo –  y acondicionarlos para que tengan relación con la historia cristiana”. El evangelista Mateo sería un especialista de esas adaptaciones: su evangelio “muestra un uso casi absurdo de las Escrituras hebreas (almost preposterous use of the Hebrew scriptures), que cita completamente fuera de su contexto original para demostrar que casi todos los gestos de Jesús y todas las cosas que le suceden se producen “para que se cumplan las Escrituras”.

¿Comprendió realmente el Rev. S. Wesley Ariarajah qué significa la relación del cristianismo con las Escrituras judías? Los redactores de los evangelios tenían tres objetivos principales: presentar el ministerio de Jesús como un hecho histórico, mostrar que su mensaje se enraíza en la tradición judía y por último, invitar a los lectores a ajustarse a las exigencias de ese mensaje. El segundo punto se ilustra con esta pequeña frase que se repite como un estribillo en Mateo: “Para que se cumplan las Escrituras”. Los apoyos exegéticos de los evangelistas quieren responder a una exigencia fundamental: el mensaje cristiano debe enraizarse de un modo permanente en la tradición judía. Es una cuestión de existencia que es válida tanto para la actualidad como para el pasado.

En el Nuevo Testamento, esa lectura se apoya a menudo en citas bíblicas, pero no según el método de una exégesis histórico-crítica que trata de definir lo que quiso decir el autor, lo que tenía en mente al escribir su texto. Como si el profeta Oseas hubiera querido anunciar el regreso de Egipto a la Tierra de Israel del niño Jesús y sus padres cuando escribió: “[…] de Egipto llamé a mi hijo” (Mt 2,15; Os 11,1). Los maestros judíos saben encontrar en la Escritura indicios y apoyos de las convicciones que poseen. La Torá oral precede y contiene a la Torá escrita, y sabe extraer de ella una profusión de nuevos significados. “Busca y revisa en (la Torá) porque todo está en ella” (Avot 5, 22). A veces una simple asonancia o la modificación de una vocal ofrecen un sentido nuevo. La repetición de la segunda consonante de la palabra “corazón (levav)” significa que uno debe amar a Dios con sus dos tendencias, la buena y la mala (Berajot 9, 5). Es muy evidente que hay allí un apoyo, y no una prueba. La repetición de una consonante no prueba nada. Lo importante es la convicción previa que uno posee: a partir de allí, se podrán encontrar indicios en la Escritura, ya que todo está en ella. El evangelista Mateo funciona así: a partir de la conciencia que tiene de la persona de Cristo, se siente autorizado a encontrar en la Escritura diversos apoyos para sus convicciones. Esto es algo completamente distinto a un “uso absurdo de las Escrituras”.

Un argumento del Rev. S. Wesley Ariarajah en favor del abandono de una “relación especial” es la evolución del cristianismo: con el tiempo, el cristianismo se ha vuelto cada vez más ajeno al judaísmo. El dogma trinitario sería un ejemplo que lo demuestra. Está muy claro que las notas transcendentes con las que la reflexión cristiana ha investido a la persona de Cristo marcan, más que una toma de distancia con el judaísmo, una verdadera separación que simplemente hay que reconocer, sin tratar de superarla. Nuestros caminos son “irreductiblemente singulares”, escribieron cinco personalidades judías en 2015, en “Una nueva perspectiva judía de las relaciones judeo-cristianas” (http://www.jcrelations.net/Una_nueva_perspectiva_jud__a_de_las_relaciones_judeo-cristianas.5237.0.html?L=5). Pero agregan de inmediato que esos caminos “son complementarios y convergentes”. Nosotros, en cuanto cristianos, solo podemos comprender nuestro cristianismo como un cumplimiento infinito del designio de Dios en Cristo, un cumplimiento que nos supera, pero hacia el que se supone que debemos dirigirnos. Cumplimiento no significa negación de lo anterior, sino su prolongación en el infinito. Las declaraciones repetidas de Jesús en Mt 5–7, “habeís oído… pero yo os digo”, no constituyen en absoluto una descalificación de la Torá, sino su prolongación en dirección a una plenitud hacia la cual estamos invitados a orientarnos. Todos nuestros dogmas cristianos merecen ser revisitados en función de su necesario enraizamiento en la revelación que transmite Israel. Esto incluye al que es seguramente el más ajeno al judaísmo, el dogma trinitario: en ningún caso puede contradecir la proclamación judía: “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es UNO”.

Como cristianos, no podemos eludir esa “relación especial” con el judaísmo. Su tradición nos es transmitida por Cristo y, por él, nos lleva hacia su cumplimiento. Compartimos con nuestros hermanos judíos el mismo horizonte final: el de una redención más allá de la historia. En camino hacia ese objetivo, podemos hacer nuestra, sin dudar, la invitación de “Una nueva perspectiva judía de las relaciones judeo-cristianas”: “Alentamos la suprema esperanza de que la historia de los hombres tenga un mismo horizonte: el de la fraternidad universal de una humanidad reunida en torno al Dios Uno y Único. Debemos trabajar juntos para ello, más que nunca, tomados de la mano”. “Tomados de la mano”: eso significa que tenemos una “relación especial”.

Otro argumento de S. Wesley Ariarajah en favor del abandono de una “relación especial” es comprobar las consecuencias que esa relación ha tenido en el transcurso de la historia. La objeción es seria, en efecto, cuando se observan las teorías de exclusión-sustitución aplicadas por el cristianismo contra el judaísmo. Conocemos demasiado bien sus siniestras consecuencias: la Shoah puede ser vista como su oscura apoteosis. Pero esta larga historia de nuestras relaciones, aunque con frecuencia ha sido mal manejada, es la prueba de que los cristianos no pueden desprenderse de una “relación especial”, con el riesgo de reducirla a términos de exclusión. Las homilías de Agustín sobre los Salmos están llenas de alusiones a los judíos, generalmente negativas (conté aproximadamente 400). ¡Para valorizar al cristianismo, se desvalorizaba al judaísmo! Y se redujo durante siglos a los judíos a una situación de oprobio. Toda nuestra historia cristiana está marcada por esa “relación especial”. Que haya sido mal manejada no significa que debamos renunciar a ella, sino que debemos replantearla desde el principio, como se ha hecho en nuestra historia reciente.

Finalmente, en las últimas líneas de su artículo, S. Wesley Ariarajah aborda un punto muy sensible cuyo tratamiento merecería, a su juicio, que se saliera “de la ‘relación especial’ tanto política como teológica que se da por sentado […] en una gran parte de los cristianos conservadores de los Estados Unidos y en algunas otras partes del mundo”: se trata del Estado de Israel y del problema palestino vinculado con él. Abordar la cuestión del Estado de Israel al nivel político, como un Estado igual que los demás, con las implicancias de justicia social que conlleva, es completamente legítimo, e incluso necesario. Pero ¿no deberían discernir los cristianos otra dimensión subyacente? El Preámbulo del Acuerdo Fundamental firmado en 1993 entre la Santa Sede y el Estado de Israel contiene estas palabras introductorias: “La Santa Sede y el Estado de Israel, considerando el singular carácter y el significado universal de la Tierra Santa; conscientes de la naturaleza singular (el subrayado es nuestro) de las relaciones entre la Iglesia Católica y el pueblo judío, del histórico proceso de reconciliación y del crecimiento de la comprensión y de la amistad mutuas entre los católicos y los judíos ; etc. … Están de acuerdo en los siguientes artículos: …”. Este Acuerdo Fundamental destaca que existe una “relación especial” entre la Iglesia Católica y el pueblo judío, y coloca como puerta de entrada a este texto el “carácter singular” de esta relación.

Por su parte, el Consejo Internacional de Cristianos y Judíos (ICCJ) abordó esta cuestión en 2009 en los Doce puntos de Berlín”, editados como un eco de los “Diez puntos de Seelisberg” de 1947, texto fundador de las relaciones judeo-cristianas internacionales, publicado en momentos en que el impacto reciente de la Shoah abría dolorosamente los ojos de los cristianos sobre el pasado de sus relaciones con los judíos. Los autores de los “Doce puntos de Berlín” lanzan un  “Llamamiento a los cristianos y a las comunidades cristianas”.

En el “Llamamiento a los cristianos y a las comunidades cristianas”, se encuentran estos puntos: “Orar por la paz en Jerusalén”:

-    Promoviendo la idea de que existe un vínculo inherente entre cristianos y judíos.

-    Entendiendo más cabalmente el profundo apego del judaísmo a la Tierra de Israel como una perspectiva religiosa fundamental, y la conexión de muchos judíos con el Estado de Israel como una cuestión de supervivencia física y cultural.

-    Reflexionando sobre las maneras en que la comprensión espiritual bíblica de la tierra  puede ser mejor incorporada a las perspectivas de fe cristianas.

-    Criticando las políticas de las instituciones gubernamentales y sociales israelíes y  palestinas cuando esa crítica esté moralmente justificada, reconociendo al mismo tiempo el profundo apego de ambas comunidades a la tierra.

-    Criticando los ataques al sionismo, especialmente cuando esos ataques se convierten en expresiones de antisemitismo.

En “Llamamiento a los judíos y a las comunidades judías”, se pide “Diferenciar entre una crítica imparcial a Israel y el antisemitismo”:

-    Interpretando y difundiendo ejemplos bíblicos de crítica justa como expresiones de  lealtad y amor.

-    Ayudando a los cristianos a entender que la identidad comunitaria y la conciencia de formar un pueblo son intrínsecas a la autoconciencia judía, además de la fe y la práctica religiosas, y que por eso, para la mayoría de los judíos, es muy importante el compromiso con la supervivencia y la seguridad del Estado de Israel.

También se pide “Alentar al Estado de Israel en su trabajo de cumplir con los ideales que figuran en sus documentos fundadores: una tarea que Israel comparte con muchas naciones del mundo”.

- Garantizando iguales derechos para todas las minorías religiosas y étnicas, incluyendo a los cristianos que viven en el Estado judío.

-    Alcanzando una solución justa y pacífica para el conflicto palestino-israelí.

Todos estos llamamientos se emiten en el contexto de una relación especial conscientemente reconocida entre cristianos y judíos.

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Para “Reorientar las relaciones y el diálogo entre judíos et cristianos”, no se puede abandonar la “relación especial” que existe entre ellos, sino que se debe renovar esa relación en el respeto profundo de cada una de las confesiones con su propia vocación, reconociendo lo que las separa y explotando lo que tienen en común, para ponerlo al servicio del mundo.

 

Editorial remarks

Jean MASSONET es sacerdote de la diócesis de Lyon y diplomado del Pontificio Instituto Bíblico (1975). Ha enseñado en el Seminario Interdiocesano Saint-Irénée de Lyon (1977-1996) y en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Lyon (1990-2005), donde dirigió el Centro Cristiano para el Estudio del Judaísmo. Es el actual presidente de la Amistad Judeo Cristiana de Lyon.

Traducción del francés: Silvia Kot.