Los datos fácticos pueden ser reconocidos por los judíos y los cristianos, pero la decisión de proclamar especial la relación es en cierto modo una elección, y nunca deriva estrictamente de los datos que se reúnen como una evidencia de ello. Normalmente, la elección está motivada por consideraciones teológicas, y es sin duda así para los cristianos. También puede estar motivada por otros intereses históricos e ideológicos, como sucede a menudo entre los judíos. Por lo tanto, al pensar en una relación especial debemos considerar la doble cuestión de quién hace la afirmación y sobre qué bases la afirma o la rechaza.
Para llevar el tema al extremo: los judíos nunca consideraron que hubiera una relación especial con el cristianismo, mientras que los cristianos lo afirmaron de alguna manera, incluso si esa afirmación se expresaba en una negación de la relevancia permanente del judaísmo. Las afirmaciones de una relación especial reflejan, entonces, cómo está situada la persona que hace la afirmación, en términos de su comunidad de fe, su momento en la historia y su visión general del mundo.
Analicemos el tema desde las perspectivas de los cristianos y los judíos respectivamente. La reciente publicación de la Comisión Vaticana para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo Los dones y la llamada de Dios son irrevocables nos ofrece una clara formulación del punto de vista cristiano. La Sección 2 explora el estatuto teológico del diálogo judío-católico y aborda el núcleo de algunas cuestiones teológicas. El argumento central es que el diálogo con el judaísmo es diferente al diálogo con otras religiones, por la continuidad de la Iglesia con Israel. Los judíos son “hermanos mayores” o “padres en la fe”; Jesús era judío y toda la fe del cristianismo primitivo debe entenderse dentro de la amplia matriz judía. Las Escrituras del judaísmo, el Antiguo Testamento, forma parte de la Biblia cristiana y todo esto coloca al judaísmo en una relación teológica única con el cristianismo, a diferencia de las otras religiones.
La descripción de una relación especial basada en estas premisas no debería tomarse como un hecho inevitable, apoyado solo en la evidencia, sino como una elección. El cristianismo surgiendo del judaísmo no es el único caso en la historia religiosa del mundo en el que una religión nace de otra. El budismo, el jainismo y el sijismo, en sus respectivas maneras, nacieron del hinduismo. Cuando una religión nace de otra, la nueva religión mantiene en cierto modo su gramática, su marco conceptual constitutivo. Aunque ofrecen otras soluciones y tienen otros enfoques, santos, escrituras, etc., estas tradiciones comparten la gramática básica del valor de la acción (karma), la reencarnación, la búsqueda de la redención espiritual, etc. Sin embargo, a pesar de compartir todo esto, las religiones “derivadas” no se consideran a sí mismas parte del hinduismo ni creen tener necesariamente una relación teológica especial con él. Especialmente si se han rebelado de alguna manera o tomaron otra dirección, o cruzaron algún límite fundamental (sistema de castas, escrituras, rituales, etc.), se sienten felices de considerarse entidades religiosas distintas que no mantienen ninguna relación teológica especial ni mística con la religión original.
Sin embargo, existe un factor que hace única la situación entre judíos y cristianos en relación con otros paralelos posibles. La continuación de la escrituras del judaísmo en la Biblia cristiana crea una especie de continuidad, o incluso una potencial identidad, entre estas religiones, diferente a cualquier otro par de religiones del mundo. Pero esta incorporación requiere una interpretación, y los cristianos han interpretado las Escrituras judías en relación con la Iglesia como Israel a través de diversos constructos y típicamente, hasta hace poco tiempo, a través de una teología de la sustitución. Por eso, aunque la continuidad de la escritura constituye un hecho histórico único, este hecho histórico solo es significativo porque los cristianos se entienden a sí mismos como teniendo una relación única con Israel o el judaísmo. Solo cuando los cristianos afirman la singularidad de esta relación, a la luz de continuidad en las Escrituras, podemos enunciar que tenemos una relación especial. Para ser claros: durante la mayor parte de la historia, los cristianos no reconocieron una relación especial con los judíos, una relación privilegiada, del tipo que enuncia el nuevo documento vaticano, y esto está en la raíz de la presente discusión. Fue necesario que el cristianismo cambiara su percepción sobre el judaísmo para convertir el hecho de la continuidad escriturística en la base de una declaración de una relación especial.
El papel de la elección en el hecho de afirmar una relación especial se hace claro cuando analizamos cómo reaccionaron los judíos ante los mismos datos. La concepción de una relación especial se basa en una serie de hechos – concernientes a Jesús y a la formación del canon cristiano – que básicamente no tienen sentido para el judaísmo. La mayoría de los judíos ha comprobado a lo largo de la historia que nada bueno resultó para ellos como consecuencia de los hechos constituidos como prueba de una relación especial. Más bien todo lo contrario. Se hicieron ingentes esfuerzos para convertir a los judíos al cristianismo basándose en esa “relación especial” o en las circunstancias relacionadas con el hecho de que el cristianismo surgió del judaísmo y la presencia del judaísmo en la historia y el canon del cristianismo. Si algo hubo, fue una relación especial negativa.
Los judíos no han considerado, y en su mayoría aún no lo hacen, que su relación con el cristianismo sea diferente de la que tienen con otras religiones. Todos los antecedentes de un punto de vista judío sobre otras religiones formulados en la Edad Media y la temprana época moderna consideran del mismo modo al cristianismo y al Islam. Aunque el cristianismo ha integrado las escrituras del judaísmo, ambas religiones son vistas como derivaciones del judaísmo, como continuadoras, en cierto modo, de su mensaje, aunque sea en una forma imperfecta o corrompida. Para tomar uno de los ejemplos más conocidos, Maimónides, en versiones no censuradas de Las leyes de los reyes, habla de los modos misteriosos de la Divina Providencia al preparar el camino para el reconocimiento final de la verdad por medio de la difusión del cristianismo y del Islam. A través de ellos, el nombre de Dios es conocido y se prepara el camino hacia el conocimiento total de Dios, cuando llegue el Mesías. Es interesante señalar que las diferencias entre el Islam y el cristianismo no son relevantes en este punto de vista. Maimónides considera que el cristianismo es idolátrico y el Islam no lo es, pero esta distinción es irrelevante para valorar el papel histórico de ambos. Aquí lo importante es que se consideran juntos el cristianismo y el Islam en su significado histórico. Esto vale para casi todas las autoridades rabínicas (Franz Rosenzweig es una interesante excepción a la regla). Las referencias positivas a otras religiones incluyen al cristianismo y al Islam.
“Relación especial” denota una validación y un reconocimiento de un valor positivo en otra religión. Los judíos deben superar varios obstáculos para poder afirmar una relación especial con el cristianismo. Históricamente, hasta que los cristianos cambiaron su teología del judaísmo, no había lugar para ese estatuto especial. Teológicamente, es difícil concebir una “relación especial” si el cristianismo es considerado idólatra por los judíos. En cambio, el Islam no idólatra sería mejor candidato para una relación especial. Solo después de superar estos obstáculos podemos considerar el argumento de la Escritura como un criterio aplicable al afirmar una relación especial con el cristianismo. (De todos modos, se puede apreciar y convalidar la herencia escriturística compartida sin tener una relación especial. El propio Maimónides invitaba a hacerlo al permitir que se les enseñara la Torá a los cristianos, porque ellos comparten las Escrituras judías). Pero el criterio escriturístico es solo uno de los diversos criterios posibles para vincularse con otra religión. En general, las actitudes judías privilegian la afirmación de la pura fe monoteísta por encima de la escritura compartida, y eso hace mucho más difícil la idea de una relación especial con referencia al cristianismo. Por eso, históricamente, el cristianismo ha sido apreciado solo dentro de los anchos límites que lo ubican junto al Islam, y no como una relación especial.
Una vez que reconocemos que la relación especial es algo que debe construirse, más que un hecho dado y un resultado obvio de ciertos datos históricos, podemos revisar la cuestión y preguntar: ¿qué condiciones o circunstancias deben apoyar la voluntad de afirmar una relación especial con el cristianismo? La respuesta será diferente, por supuesto, para los judíos y los cristianos. Los cristianos, como lo indica el reciente documento vaticano, ya tienen esa voluntad. Con el cambio de actitud hacia el judaísmo viene una nueva apreciación positiva de la relación, que lleva a la afirmación de una relación especial. Si la afirmación de una relación especial requiere voluntad, la mayoría de los judíos carece de ella. Los motivos son variados. Debido al peso de la historia, a las diferencias teológicas o simplemente a la inercia, a la falta de interés o al desconocimiento de los progresos en las relaciones judeo-cristianas, la mayoría de los judíos carece de la voluntad necesaria para construir un argumento a favor de una relación especial. En todo caso, el modelo medieval de unirse con el cristianismo y el Islam encuentra una nueva justificación en las cada vez más frecuentes referencias a las religiones abrahámicas, como si esa categoría tuviera más coherencia que “herencia judeo-cristiana”. Lo que señala la palabra “abrahámica”– más allá de los cuestionamientos que podríamos tener hacia esta categoría en sí misma – es la necesidad de colocar a tres religiones bajo una rúbrica, una necesidad que socava de inmediato los esfuerzos por declarar una relación especial entre el judaísmo y el cristianismo.
Y sin embargo, hay quienes desean hacer el esfuerzo y defender la idea de una relación especial. En un esfuerzo consciente por corresponder a la buena voluntad y al avance mostrado en Nostra Aetate, una declaración sobre el cristianismo producida por un grupo de rabinos ortodoxos a fines de 2015 (“Para hacer la voluntad de nuestro Padre en el Cielo: hacia una asociación entre judíos y cristianos”), da por sentado, sin decirlo en forma explícita, la existencia de esta clase de relación especial. La declaración habla de unirse en una misión de alianza para perfeccionar el mundo y servir a la sociedad. El solo hecho de que se refiera al cristianismo ya establece algún tipo de relación especial, y esto se afirma luego con el uso de un lenguaje de alianza para hablar de ambas comunidades. Es teóricamente posible que una declaración como esta se amplíe mañana para incluir al Islam o a otras religiones. Pero se publica hoy, en un momento particular y bajo un conjunto particular de circunstancias históricas y sociales. Esto sugiere una relación especial entre el judaísmo y el cristianismo. La afirmación de una relación especial no necesita estar basada solo en datos teológicos. Aunque la continuidad de la escritura y el reconocimiento del mismo Dios son primordiales, hay otras maneras de destacar una relación de esta clase. Supongo que, hasta cierto punto, estos criterios también influyeron en la declaración de los rabinos ortodoxos. Los judíos y los cristianos están culturalmente más cerca entre sí, al menos en el mundo occidental, que con otros grupos. Parte de la proximidad cultural es la verdadera predisposición para avanzar en el reconocimiento mutuo y mejorar las relaciones entre los grupos. Otros aspectos incluyen un sentido de misión universal y servicio social, la capacidad de autocrítica de la propia tradición y la propia fe, y la voluntad de hacer avances teológicos, algo que requiere una actitud de apertura y confianza en sí mismo. Estos factores no son menos legítimos como datos para defender una relación especial que los criterios teológicos. Se podría argüir que no establecen una relación especial entre el judaísmo y el cristianismo, sino solo entre cristianos y judíos, pero eso también es algo que vale la pena afirmar y defender.
La contingencia de defender la existencia de una relación especial no solo plantea la cuestión de cuándo puede hacerse sino también de cuándo se vuelve claro. La creciente prominencia del Islam en la conversación interreligiosa en Occidente es una razón para desarrollar modelos alternativos. La situación política en Israel puede ser otra. Podría pensarse que algunos grupos protestantes le restan importancia a su relación con el judaísmo como consecuencia de ciertas realidades políticas. Dado que una relación especial es algo que requiere un esfuerzo, y no algo obvio, esto podría tener sentido. Si hay argumentos para defender algo, también los hay en contra, con distintos fundamentos. Sin embargo, habría que preguntar cuáles son los criterios según los cuales se argumenta a favor o en contra de una relación especial entre religiones. Por mi parte, consideraría criterios que combinaran una idea de Dios, la voluntad de Dios y cómo esa voluntad se refleja en la acción, apuntando a conceptos de misión y objetivos históricos, de servicio y autocomprensión de la religión. Los datos históricos y fenomenológicos, como la continuidad escriturística o ritual, también pueden contribuir a un argumento teórico. Estos criterios se relacionan con las estructuras fundamentales de la religión y su autocomprensión, y trascienden las particularidades de una realidad histórica en un momento específico. Por lo tanto, no creo que consideraciones temporales específicas deban desempeñar un papel importante para evaluar una relación especial. En síntesis, habiendo llegado tan lejos en las relaciones judeo-cristianas, me parece un error permitir que influyan en ellas consideraciones políticas.
Al observar los recientes argumentos enunciados por el Vaticano y por rabinos ortodoxos, parece que los criterios fundamentales se mantienen. La afirmación del mismo Dios lleva a una acción común en el mundo, y de este modo se afirma, se establece y se vigoriza una relación especial. Aunque históricamente esta relación especial no exista, se construye por medio del argumento y se puede reforzar a través de la acción común, que puede expresarse además a través de la educación y otros medios para profundizar su percepción. Creo que estos criterios son válidos, su aplicación es apropiada y su promesa merece la decisión de referirse a esa relación como una relación especial. Recordemos que, en cierto modo, todas las relaciones son especiales y, a diferencia de las relaciones familiares naturales, todas deben ser construidas. Teniendo conciencia de esto, somos llamados no solo a reconocer o afirmar la relación especial que surge ahora entre judíos y cristianos – posiblemente incluso entre el judaísmo y el cristianismo – sino a contribuir a su formación, su fortaleza y los frutos que deben aportarle al mundo.