“Escuchar las voces de este suelo”

El padre Manfred Deselaers me pidió, en nombre del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, que aportara una “voz judía” a este enfoque interreligioso que se propone como introducción a la visita a Auschwitz.

Me siento muy agradecido por esta invitación. Pero debo decir de inmediato que nací en Inglaterra después de la guerra y no que tengo ninguna calificación especial para hablar ante ustedes sobre este tema. Es cierto que he sido miembro de la comisión internacional del museo de Auschwitz desde que se fundó hace veinte años, escribí sobre el museo de Auschwitz y también presidí varias conferencias sobre su futuro. Lo visité unas cincuenta veces, y en total, debo de haber pasado varios meses aquí. Pero todo esto es irrelevante: estos hechos no me otorgan ninguna calificación especial. Por el contrario, cuanto más visito este lugar, y cuanto más aprendo sobre él ––qué sucedió aquí y qué representa ––, más difícil me resulta y mayor es el desafío que constituye para mí. Todo lo que puedo ofrecerles hoy son algunas reflexiones personales sobre la manera de dar sentido a las voces que oímos en Auschwitz.

¿Qué es este lugar? Ante todo, debo decir que Auschwitz es hoy un lugar de grandes contradicciones. Es un inmenso cementerio (probablemente el cementerio más grande que jamás haya existido en el mundo), y sin embargo, no es un cementerio. En un cementerio común, las personas que van a ser enterradas están muertas, mientras que a  Auschwitz las personas eran traídas para morir. En un cementerio común, se da sepultura a las personas con ceremonias, mientras que en Auschwitz, las cenizas de los muertos simplemente eran esparcidas o arrojadas sin ceremonias, por ejemplo, en una de las lagunas de Birkenau. De modo que Auschwitz es un cementerio, pero no es un cementerio. Ahora es un museo, pero no es un museo común. Es un lugar de turismo masivo (en la actualidad, con 1.400.000 visitantes por año), pero no es como otros lugares de turismo masivo. Auschwitz es un lugar de grandes contradicciones. Auschwitz le pertenece a toda la humanidad; Auschwitz no le pertenece a nadie. Auschwitz habla de la muerte de Dios; Auschwitz habla de la necesidad de creer en Dios y tener fe en la futura redención desde la tragedia y la catástrofe.

Se habla a menudo sobre qué simboliza Auschwitz. Se dice, por ejemplo, que es un símbolo del Holocausto, pero es muy, muy diferente de un mero símbolo. Es un sitio real que la gente puede visitar. Aquí realmente tuvieron lugar asesinatos masivos. Auschwitz es una herida abierta, y como toda herida abierta, es muy difícil abordarla. Su importancia reside precisamente en las horrorosas realidades históricas y el espantoso destino de las aterrorizadas víctimas, en la fuerza y la escala colosales del asesinato masivo sistemático: un lugar de sufrimiento extremo y de un número inimaginable de muertos (alrededor de un millón de judíos, junto con unos 100.000 cristianos, incluyendo polacos, prisioneros de guerra soviéticos y gitanos). Auschwitz no es un símbolo. En mi opinión, Auschwitz es absolutamente incomprensible. Para algunas personas, Auschwitz está lleno de sentido; para otras personas, Auschwitz no tiene sentido. Visitarlo es contemplar el absoluto sinsentido del asesinato masivo que se ha cometido en este lugar.

Nos encontramos aquí frente al tremendum de la catástrofe de Auschwitz, la nada final, el inmenso foso en el que estuvieron los judíos de Europa durante el Holocausto. Ningún idioma puede describir esto en forma adecuada, ninguna voz, no hay nada que decir, nada puede decirse: sólo puede haber silencio. Sólo quedan aquí mudos fragmentos del horror y del terror y del mal. El portón de entrada, las alambradas de púas, las torres de vigilancia, las barracas que subsisten, y todas las demás instalaciones físicas (incluyendo una gran cantidad de construcciones en Birkenau que están en ruinas) son sin duda importantes porque nos ayudan a conectarnos con el lugar y hacernos preguntas. Sin embargo, nos dicen muy poco sobre los mundos que Auschwitz destruyó o la nada que creó, y mucho menos sobre la agonía de las víctimas. Es demasiado lo que pasó en Auschwitz, lo que le pasó a cada persona individual que sufrió y murió en Auschwitz, para que los vestigios puedan constituir registros siquiera remotamente adecuados. Pero estas realidades son todo lo que tenemos hoy aquí.

¿Quiénes eran esas víctimas? Eran hombres y mujeres judíos de prácticamente todos los países de la Europa ocupada por los alemanes, desde el norte de Noruega hasta el sur de Francia y las islas griegas, ashkenazim y sefardíes de los más diversos orígenes sociales y oficios, comerciantes judíos ricos, relojeros judíos, médicos y abogados judíos, músicos judíos, bailarines y cantantes de ópera judíos, sastres judíos, carniceros y panaderos judíos, judíos pobres de la clase obrera, judíos reformistas, judíos ortodoxos, judíos bundistas, judíos asimilados, judíos cristianos, judíos sionistas, judíos seculares, rabinos jasídicos, estudiantes de yeshiva, y una enorme cantidad de niños judíos (probablemente unos 200.000 niños judíos).

Creo que nuestra tarea al venir aquí es hacer duelo, aprender qué es hacer duelo por esta catástrofe que afectó a toda una civilización. Al hacerlo, no sólo rememoramos la inmensidad del número de víctimas, sino también la inmensidad de la enorme variedad de orígenes sociales y culturales de las víctimas, provenientes de tantos países distintos de Europa y que hablaban muchos idiomas distintos. Cuando llegaron aquí, a los asesinos no les importó quiénes eran o en qué creían. Los habían traído a todos por ser miembros de un pueblo en particular, para ser asesinados aquí en las cámaras de gas.

Pero nosotros debemos recordar quiénes eran y en qué creían. Nosotros debemos hacer duelo por la extraordinaria diversidad y creatividad de la gran civilización judía que floreció en Europa durante siglos y encontró aquí su amargo final. Debemos visualizar cada una de las aldeas y cada una de las ciudades en las que se saquearon y se incendiaron las sinagogas, y sus sagrados rollos de la Torah fueron destrozados, pisoteados y profanados; los miles de cementerios judíos cuyas lápidas, que habían atravesado los siglos, fueron destruidas y muchas veces robadas con el fin de reutilizarlas para pavimentar caminos, o simplemente vendidas como materiales de construcción. Ni siquiera respetaron la paz de nuestros muertos. Muchas sinagogas quedaron en ruinas, con enormes agujeros en los techos, y así permanecen en la actualidad. En otros casos, los restos fueron demolidos, y a veces se destinó el edificio, en general irreconocible, para algún otro uso, como una sala de cine o una panadería, o incluso, en un caso, en el norte de Polonia, una piscina. Y los cementerios yacen desiertos y abandonados, desesperantemente cubiertos de hierba, sin nadie que los cuide, o con unas pocas lápidas que aún subsisten, como muñones amputados. El mundo judío que estaba vivo en literalmente miles de ciudades y aldeas en toda Europa, y en particular aquí, en Polonia, ya no existe. Desaparecieron las escuelas, las bibliotecas, los clubes sociales, los hogares de ancianos, las yeshivas, los centros comunitarios judíos. Si Auschwitz es el símbolo del Holocausto, estas son las cosas en las que deberíamos pensar aquí. Por todas estas cosas lloramos y hacemos duelo.

Pero sobre todo, cuando venimos a este lugar, deberíamos rezar por las almas de los que fueron asesinados aquí. Quizá no tengan a nadie más para rezar en su memoria, si no lo hacemos nosotros. Dije antes que en Auschwitz sólo puede haber silencio. Y esta podría ser otra contradicción: la necesidad de orar por las almas de los que fueron asesinados. Con nuestras plegarias y meditaciones, y recordando lo que realizaron en su vida, y lo que podrían haber realizado si hubieran vivido más tiempo, podemos contribuir a que sus almas descansen en paz. En verdad, quizá no tengan a nadie más para rezar por sus almas si no lo hacemos nosotros. Cuando los judíos vamos a un cementerio, bendecimos al Señor Dios que creó a los seres humanos que están enterrados allí, que los alimentó y los sostuvo en la vida, y no olvida a nadie que haya vivido. Él conoce, en su justicia divina, la cantidad exacta de las personas que están allí. Nosotros no sabemos, nadie sabe con precisión cuántas personas fueron asesinadas en Auschwitz, pero el Señor Dios sabe. Él es el divino registrador, y debemos alabarlo por ello.

En un funeral, también alabamos a Dios con la oración del Kadish. Los judíos que fueron asesinados sin piedad en Auschwitz no tuvieron ninguna ceremonia fúnebre, y nadie recitó el Kadish por ellos. Las primeras cuatro palabras del Kadish dicen (en arameo) ‘Sea exaltado y santificado el gran nombre de Dios’. Las personas que murieron ya no pueden seguir haciendo las buenas acciones y otros actos que realizaban mientras vivían. Ya no viven, y por lo tanto, no pueden hacer nada más para exaltar el ideal monoteísta o el gran nombre del Dios que creó el mundo. De modo que las cuatro primeras palabras del Kadish expresan la profunda esperanza de que el gran nombre y la santidad de Dios, a pesar de haber sido disminuidos por la muerte de esa persona, sean restaurados en el futuro por las buenas acciones y los actos de otros, que seguirán los pasos de la persona muerta.

Y en este estado de ánimo, también buscamos consuelo. Todos hacemos duelo en Auschwitz, y todos debemos confiar en encontrar la fuerza que necesitamos para lograr ese consuelo. Dice la Biblia hebrea, “Como una madre consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes” (Isaías 66, 13). Este consuelo universal puede provenir de una sola fuente: la fe y la confianza en restituirle a la humanidad la decencia moral y la integridad ética, que constituyen el verdadero mensaje judío al mundo. Como aprendizaje tras los horrores de la crueldad y la inhumanidad de lo que ocurrió en Auschwitz, el mundo debería tomar conciencia de dos cosas: nuestro mundo fue hecho trizas, y sin embargo, el mundo tiene una necesidad fundamental de protegerse y repararse a sí mismo insistiendo en los más altos valores morales para el futuro. Si este mensaje pudiera surgir de Auschwitz, podría llevar paz a las almas de los que fueron asesinados aquí, y nos permitiría hallar consuelo mientras reconstruimos nuestro mundo hecho trizas. Lo importante es precisamente superar ese descenso al mal y reconstruir los valores civilizados, la confianza entre los pueblos, un mundo mejor, el potencial espiritual y moral de todos los seres humanos, el poder del bien y la grandeza del nombre de Dios. Quizá sea otra de las paradojas y contradicciones: en el reino de la muerte, se puede encontrar el sentido de la vida. [1]

Esto podría darnos, en última instancia, la clave del motivo por el cual los judíos necesitan dialogar con  las distintas religiones y naciones del mundo. Cuando vine aquí por primera vez, me llamaba la atención el hecho de que los judíos tendían a pensar que Auschwitz era un lugar con un significado exclusivamente judío, pero al mismo tiempo querían que todo el mundo lo conociera. Me preguntaba por qué los judíos decían que Auschwitz representa el Holocausto y sólo el Holocausto, pero sostenían al mismo tiempo que Auschwitz tiene un significado universal. Sin embargo, creo que la respuesta es muy clara. Aquí, en Auschwitz, debe haber diálogo, en nombre de las víctimas, y en nombre del mundo en su conjunto.

La ironía (al menos desde un punto de vista judío) es que la tarea es mucho más sencilla para los judíos porque en Auschwitz también hubo muchas víctimas no judías de la maquinaria asesina. Precisamente en este mismo momento, nos encontramos en un Centro católico, y este mismo hecho nos permite a los judíos participar del dolor de ustedes los católicos por el colosal desastre que les ocurrió aquí en Auschwitz a católicos y otros cristianos: más de 100.000 víctimas, incluyendo a muchos sacerdotes católicos, que sufrieron y fueron asesinados aquí, junto a nosotros los judíos. El dolor que sienten ustedes debe ser nuestro dolor. Su necesidad de reparar el mundo y reconstruir las relaciones personales debe ser nuestra necesidad de reparar el mundo y reconstruir las relaciones personales. Agradecemos su hospitalidad al invitarnos a meditar y compartir nuestro dolor y nuestro sentido del duelo con ustedes. Este Centro fue creado precisamente para ofrecer hospitalidad religiosa, emocional e intelectual, y apertura a todas las personas, y les deseamos lo mejor en el trabajo extremadamente importante que ustedes realizan aquí. Estar en este lugar, en el marco de una conferencia del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, nos recuerda a todos que la tarea de reparar el mundo tiene que ser un proyecto conjunto. Es, sin duda, un proyecto judío, y también, a su propia manera, un proyecto cristiano. Pero abordar cada proyecto en forma separada no tiene sentido. Por definición, es un proyecto conjunto, un proyecto universal. Nosotros cumplimos nuestras propias tradiciones judías de recordación, pero el contacto con ustedes nos mejora, nos enriquece y nos intensifica.

Lo diré de otro modo: a mi juicio, es fundamental que los judíos reconozcamos que aunque Auschwitz fue la mayor catástrofe que les ocurrió jamás a los judíos, una de las respuestas judías, especialmente en el mundo de hoy, debe ser trabajar junto con otras comunidades de fe para ayudarlas a recordar a sus propias víctimas y comprometerse en la tarea de reparar el mundo. No veo otra manera de encontrar una forma apropiada para que todos conmemoremos a todas las víctimas y contribuir a que sus almas descansen en paz. La paz entre las naciones debe ser el mejor objetivo que podemos instituir en su memoria.

Todos hemos sido afectados por el Holocausto, cada uno de nosotros en nuestras diferentes condiciones y perspectivas e historias. La memoria y la educación son en este sentido dos elementos necesarios del proceso mucho más amplio de sanación cultural que debe realizarse a través del diálogo entre todos nosotros. Se necesita una nueva cultura de diálogo. En la tradición religiosa judía, la memoria no es sólo un fin en sí mismo: se supone que, además, genera acción. En el siglo XXI, Europa necesita construir una nueva cultura de diálogo, con un interés universalista por todos sus ciudadanos. Sólo podemos llegar a un entendimiento transnacional, intercultural e interreligioso si nos escuchamos unos a otros, y eso comienza escuchando las voces del suelo de Auschwitz y orando por los muertos. Sólo si recordamos y nos educamos a nosotros mismos en cuanto a la aflicción y el profundo trauma que dejó en Europa el Holocausto y todo lo que provocó, podemos ser convincentes acerca de nuestra sinceridad en la decisión de construir un mundo mejor y realizar todo nuestro potencial, y ver qué une a la gente, no sólo qué la divide. Sin duda, el desafío actual del recuerdo de Auschwitz consiste en hallar maneras de ampliar un sentido del universo de obligación moral en el que se encuentre representado el dolor de todos los involucrados. El desafío consiste en trascender el horizonte personal, étnico o religioso y desarrollar una visión más amplia: ser fiel a la historia y a la memoria del propio grupo, pero también, al mismo tiempo, ver más allá de él.

Debemos trabajar constantemente para ampliar el círculo de quienes sienten que Auschwitz es relevante para ellos, respondiendo a sus necesidades, reconociendo a los que trabajan por la paz y la reconciliación, emitiendo un mensaje de esperanza y no sólo de desesperación. Convocar a la gente joven y preservar la memoria de Auschwitz, significa intensificar nuestra responsabilidad, por ejemplo para fortalecer el centro educativo que ya funciona en el museo de Auschwitz y los centros de diálogo interreligioso que existen ahora en esta ciudad. Auschwitz tiene una voz imperativa cuando se trata de enseñarle al mundo sobre los peligros del genocidio. Es nuestra responsabilidad usar esa voz con sabiduría y eficacia, para que se la siga oyendo. Debemos formular preguntas en forma permanente, tanto a nosotros mismos como a los demás, pero siempre con un sentido de esperanza. Sólo así asumiremos nuestras responsabilidades hacia los que murieron en Auschwitz. Sólo así adquirirán una sustancia real las palabras “Nunca más”.

Creo que las contradicciones mencionadas al principio deben abordarse de una manera positiva, como una forma de tensión orgánica. Pensémoslo a la inversa: seguramente objetaríamos que en Auschwitz nos presentaran una historia oficial, un conjunto de recuerdos para llevarnos a casa. Es mucho mejor encontrar aquí distintas voces mezcladas, una serie de paradojas, ambigüedades y contradicciones, la idea de una perspectiva que está incompleta, la sensación de que lo que fue Auschwitz, y lo que Auschwitz significa para nosotros hoy, debe seguir siendo un desafío. Tenemos que experimentar una profunda sensación de malestar frente al genocidio y su absoluta anomalía. Tenemos que sentirnos desconcertados ante el mero hecho de que Auschwitz haya existido. Esto significa que debemos sentirnos impulsados a plantear preguntas que queden abiertas, y no finalizar nuestra visita pensando que hemos marcado una casilla––‘estuve allí, hice esto y aquello’–– y que ahora sabemos todo lo que hay que saber sobre Auschwitz. Debemos sentir que visitar Auschwitz es––o al menos podría ser––  una experiencia crucial en nuestras vidas, aunque ustedes podrían tener sus propias ideas sobre la forma de presentar el lugar como un cementerio. El museo se replantea constantemente su estrategia, las exhibiciones, la presentación del lugar y su política general, y es probable que haya muchos cambios en el futuro, especialmente en lo concerniente a la promoción de la paz y la reconciliación entre las naciones. La tarea de darle un sentido a Auschwitz nos seguirá acompañando: no terminará nunca.

[1] Le debo este comentario sobre el reino de la muerte a Marek Zajac, secretario del Consejo Internacional de Auschwitz: fue reproducido por Michael Kimmelman (‘Auschwitz Shifts from Memorializing to Teaching’, New York Times, 19 de febrero de 2011). ‘A veces, dijo Zajac, me encuentro con estudiantes a los que conocí aquí hace algunos años, hoy adultos, y me dicen que la visita los cambió, que se volvieron personas responsables, se dedican a la caridad, y llevan una vida ética’.

Editorial remarks

* El Dr. Jonathan Webber es profesor emérito de la UNESCO de Estudios Judíos e Interreligiosos de Birmingham (Reino Unido) y profesor del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Jagellónica de Cracovia (Polonia). Es miembro del Consejo Internacional de Auschwitz.

Esta disertación se ofreció en el Centro de Diálogo y Oración de Oswiecim, el martes 5 de julio de 2001, como introducción a la visita a Auschwitz-Birkenau, en el marco de la Conferencia Anual del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, realizada en Cracovia entre el 3 y el 6 de julio de 2011.

Traducción del inglés: Silvia Kot