¿El pecado original del cristianismo?

El antisemitismo cristiano es el pecado original cometido no solo por los individuos, sino también por las instituciones cristianas, sus tradiciones y sus prácticas. A pesar del cambio logrado por Nostra Aetate, aún quedan por erradicar vestigios de la teología de la sustitución de la vida de la Iglesia Católica.

¿Puede ser la Iglesia misma culpable de pecado? El papa Juan Pablo II enfrentó esta cuestión en 1994.[1] Estableció en este aspecto una distinción entre los individuos y la Iglesia. La Iglesia no podría pecar, según Juan Pablo, pero sí los individuos, que deben arrepentirse para ser perdonados.

¿Y qué ocurre con el antisemitismo cristiano?[2] Toda la identidad cristiana se ha construido apropiándose de los símbolos judíos y proclamando que el cristianismo reemplazaba al judaísmo en la alianza divina. Los cristianos afirman que los judíos se han negado a ver en Jesús al esperado Mesías y que desde ese momento, Dios los castigó. Los judíos son un pueblo obstinado. Su ceguera los condena. Estas son las ideas principales de la teología de la sustitución que se arraigó en las Escrituras, fue desarrollada por los teólogos patrísticos y asumida por los teólogos medievales, y solo fue rechazada en el momento de la  promulgación de Nostra Aetate en el Concilio Vaticano II, en 1965.

La relación entre el cristianismo y el judaísmo es una relación especial, y lo seguirá siendo porque Jesús era judío. Tanto el judaísmo rabínico como el cristianismo primitivo se desarrollaron en el seno del judaísmo, desde los fariseos y el movimiento de Jesús hasta después de la destrucción del Templo en el año 70 de nuestra era. Sin embargo, durante siglos, esa relación ha sido sistemáticamente deformada por el antisemitismo cristiano.

Hoy sabemos que el antisemitismo cristiano es una ideología de la superioridad, como el racismo o el sexismo. Pero es incluso peor, ya que presenta sus juicios como juicios de Dios. Propone una caricatura del judaísmo y propaga una enorme cantidad de errores sobre él. Lo desnaturaliza sobre todo cuando lo describe como una religión legalista, basada en las “obras de justicia”, cuyos fieles creen obtener la salvación observando los mandamientos de la Torá. Los cristianos han menospreciado la espiritualidad judía y han calificado al judaísmo como una expresión no válida de la fe religiosa.

La verdad del Evangelio tomó forma en el interior del antisemitismo cristiano. Este es el “pecado de base”, el pecado original, del cristianismo. En cuanto cristianos, hemos nacido, por decirlo así, en ese pecado. Contribuimos a él si seguimos promoviendo la superioridad del cristianismo sobre el judaísmo. Ese pecado es generado no solo por los individuos sino también por las instituciones cristianas, sus tradiciones y sus prácticas, e impregna la identidad de la Iglesia en todo el mundo. La teología de la sustitución constituye una distorsión del judaísmo que moldea todos los aspectos del cristianismo: sus Escrituras, su liturgia y su teología. Algunos breves ejemplos ilustrarán la manera en que sigue saturado el pensamiento y el lenguaje cristianos en esos tres terrenos.

Las Escrituras

Las propias Escrituras cristianas están teñidas de la polémica antijudía de los autores de los Evangelios, incrustada en esos relatos que tienen autoridad. Lo muestra este pasaje del Evangelio de Mateo, en el que se traslada de los romanos a “los judíos” la condena por los sufrimientos y la muerte de Jesús:

Jesús compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” Respondió Jesús: “Tú lo dices” Y, mientras los sumos sacerdotes y los ancianos lo acusaban, no respondió nada. Entonces le dice Pilato: “¿No oyes de cuántas cosas te acusan?” Pero él a nada respondió, de suerte que el procurador estaba muy sorprendido. Cada Fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás. Y cuando ellos estaban reunidos, les dijo Pilato: “¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?”, pues sabía que lo habían entregado por envidia. Mientras él estaba sentado en el tribunal, le mandó a decir su mujer: “No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente de que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el procurador les dijo: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”, respondieron: “¡A Barrabás!” Díceles Pilato: “Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?” Y todos a una: “¡Sea crucificado!” “Pero ¿qué mal ha hecho?”, preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: “¡Sea crucificado!”. Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: “Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis”. Y todo el pueblo respondió: “¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mt 27,11-25).

Este texto clásico es una puesta en escena. Solo un narrador omnisciente podría conocer los pensamientos íntimos y las conversaciones de Pilato, como la que mantuvo con su esposa. Pilato era un hombre poderoso y brutal. Es difícil imaginar que negociara con una multitud: “¿Qué voy a hacer con Jesús?” Es aún más difícil imaginar que le preocupara el destino de Jesús y preguntara: “¿Qué mal ha hecho?” Y es imposible que pensara que “nada adelantaba”. El lavado de manos traslada efectivamente la culpa por la muerte de Jesús de los romanos a los judíos. Al relatar que la multitud deseaba la crucifixión de Jesús y gritó “¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”, el autor les atribuye a los judíos la responsabilidad de la muerte de Jesús por toda la eternidad. Subraya que el pueblo ataca al Mesías.

Del mismo modo, una gran cantidad de textos del Nuevo Testamento ofrecen una imagen negativa de los fariseos y de los escribas. Se trata de textos polémicos, tendientes a suscitar en el lector una aversión hacia esos grupos, que tal vez eran rivales del movimiento de Jesús durante las primeras generaciones cristianas.[3] Sin embargo, ese contexto casi nunca es tomado en cuenta en la predicación, y las selecciones de los leccionarios a veces ponen de relieve los pasajes más polémicos de los Evangelios.

Los redactores de los Evangelios han creado una distancia entre Jesús y “los judíos” y “sus tradiciones”, como si Jesús no formara parte de ellas. Los fariseos y los escribas son descriptos en los Evangelios como seres hipócritas y malvados que tratan de descubrir en falta a Jesús, ofreciendo limosnas pero descuidando la justicia. La aspereza de los textos traduce un conflicto entre judíos que aún estaba vigente en la época de la redacción de los Evangelios.

La liturgia

Las liturgias cristianas, tanto protestantes como católicas, están llenas de referencias al judaísmo, pero lamentablemente, la mayoría de esas referencias son negativas. La afirmación más grave sostiene que los judíos son culpables de deicidio (de haber matado a Dios).[4] Esta afirmación proviene de una lectura del pasaje antes citado que lo considera como un relato de una fidelidad irreprochable.

A medida que el movimiento de Jesús incorporaba una proporción cada vez mayor de gentiles, los cristianos se esforzaron tanto por acusar a los judíos de la muerte de Jesús que olvidaron el papel que tuvieron en ella los romanos. Sin embargo, eran los romanos quienes tenían el poder de crucificar y usaron ese poder frecuentemente como medio para castigar y aterrorizar a las poblaciones que habían sojuzgado.

aturalmente, los cristianos se cuidaban al hablar de ellos. Además, en diversas formas litúrgicas, como la liturgia de las horas o el propio de la misa, se encuentra la insinuación de que Jesús había rechazado la ley del Templo: las investigaciones contemporáneas han mostrado que esto es falso. Pero la declaración más habitual es sin duda la máxima del reemplazo: la Iglesia reemplazó a la sinagoga, Jesús reemplazó a la Torá, los cristianos reemplazaron a los judíos. Como los judíos se negaban a creer en Jesús, Dios les había quitado su lugar en la alianza para entregárselo a los que creían en Jesús.

En general, las referencias a los judíos carecen de sutileza. La siguiente plegaria formaba parte de la celebración del Viernes Santo y fue retirada por el papa Juan XXIII en 1959,[5] antes del Concilio Vaticano II y Nostra Aetate, pero mucho después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto:

Oremos también por los judíos, para que Dios nuestro Señor les quite el velo de sus corazones para que, con nosotros, reconozcan a nuestro Señor Jesucristo. Dios omnipotente y eterno, que nunca niegas tu misericordia, ni siquiera a los judíos, atiende la súplica que te elevamos por este pueblo ciego para que, reconociendo la luz de tu verdad, que es Cristo, sea arrancado de sus tinieblas.

Como da a entender esta plegaria, supuestamente los judíos debían convertirse al cristianismo, ya que el texto no establece la validez permanente de su alianza con Dios.

La teología

Sabemos que las cristologías de los escritores patrísticos han sido profundamente moldeadas por los temas clásicos del antisemitismo. De una u otra manera, hay en ellas dos temas predominantes: la incredulidad judía y la elección de los gentiles por parte de Dios para reemplazar a los judíos en su alianza.

Melitón de Sardes (hacia 170) fue el primero en formular explícitamente la acusación de deicidio:

“El que colgó la Tierra está colgado, el que ató los cielos está atado, el que sujetó todo está sujeto al madero, el Maestro es torturado, Dios es asesinado, el Rey de Israel es asesinado por la mano de Israel”[6].

Tres siglos después de Melitón, Juan Crisóstomo (hacia 349-407) también expresó palabras duras contra los judíos. Pero curiosamente, su objetivo era impedir que los cristianos frecuentaran la sinagoga y adoptaran costumbres judías: “¿Ellos han matado al hijo de nuestro Señor y ustedes se atreven a participar en sus asambleas?” Las quejas de Juan Crisóstomo dejan entrever la atracción que ejercían la sinagoga y las “obras de la ley”[7] sobre los cristianos, todavía en el siglo V.

Después de la conversión de Constantino en el siglo IV, apoyándose en el poder del imperio, durante los siguientes siglos, los decretos de los concilios de la Iglesia fueron más allá del estadio puramente polémico. La Iglesia proscribió a los judíos en los cargos públicos, les prohibió aparecer en público el domingo de Pascua, puso fin a los matrimonios entre cristianos y judíos, y hasta llegó a impedir que los cristianos y los judíos comieran juntos. Todo esto fue la introducción a una triste historia medieval de prohibiciones, persecuciones, expulsiones y pogroms.

El antisemitismo omnipresente en los primeros escritores cristianos nos entristece sin sorprendernos. Los especialistas en relaciones entre judíos y cristianos reconocen desde hace un tiempo el carácter antisemita de sus obras.[8] Pero lo más asombroso es que teólogos contemporáneos, que son muy sensibles a la opresión en su propio contexto, puedan mostrar semejante ceguera ante el maltrato del que son víctimas los judíos.

El primer ejemplo se refiere al padre de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez, que luchó toda su vida contra la injusticia y enseña a analizar la opresión y la explotación, y a escrutar los elementos subyacentes de la historia. Sin embargo, retoma un conocido tema antisemita – el reemplazo de la antigua alianza por la nueva alianza – en su libro, que hizo escuela, Teología de la liberación. Perspectivas (1971):

“Y cuando las infidelidades del pueblo judío invalidarán la antigua alianza, la Promesa se encarnará en el anuncio de una Nueva Alianza, esperada y sostenida por el ‘pequeño resto’ y en las promesas que preparan y acompañan su advenimiento”.[9]

Un segundo ejemplo, tomado de otra obra de la teología de la liberación, ilustra la profundidad a la que llega este ángulo muerto. Leonardo Boff escribe en Pasión de Cristo. Pasión del mundo (1987) que, a su juicio, ser un discípulo formado por la crucifixión de Jesús significa “solidarizarse con los crucificados de este mundo, los que sufren violencia, los que son empobrecidos, deshumanizados, ofendidos en sus derechos”.[10] Y escribe, con respecto al judaísmo rabínico y la observancia de la ley:

El estudio de la ley había venido a ser, en el judaísmo postexílico, la esencia del judaísmo. La ley, que debía ayudar al hombre en la búsqueda de su camino hacia Dios, había degenerado con las interpretaciones sofisticadas y las tradiciones absurdas en una terrible esclavitud impuesta en nombre de Dios. Su observancia escrupulosa, en el afán de asegurar la salvación, había conseguido que el pueblo se olvidara de Dios, autor de la ley y de la salvación. La ley, en vez de contribuir a la liberación, era una dorada prisión; en vez de ayudar al hombre a encontrar al otro y a Dios, le cerraba el paso hacia ambos, definiendo a quién ama Dios y a quién no, quién es puro y quién no lo es, quién es el prójimo que debo amar y quién el enemigo que debo odiar. El fariseo tenía un concepto fúnebre de Dios, que ya no hablaba a los hombres, sino que les había dejado una ley para que se orientasen.[11]

Esta caracterización absurda de la fe judía ilustra la supervivencia contemporánea de une malformación profundamente arraigada, de manera sistémica, en los conceptos fundamentales de la teología cristiana. Esto no solo sigue envenenando las relaciones con el pueblo judío, sino que también falsea las reflexiones de los propios cristianos sobre sus raíces y su identidad.

Arrepentimiento y exclusivismo

El rechazo a considerar al judaísmo como una espiritualidad auténtica o la afirmación de que se trata de una tradición “legalista”, en referencia a un “religión de la ley” que sería inferior a una “religión de la gracia”, asociada a la presentación del cristianismo como única vía hacia Dios, constituyen posiciones inaceptables. No tenemos por qué resolver el clásico dilema en torno a la pregunta “¿cómo puede Cristo ser único si existen otros caminos de salvación?” antes de abandonar el exclusivismo. Vivimos en un mundo pluralista en el plano religioso y todo rechazo a considerar al judaísmo como un camino hacia Dios constituye al mismo tiempo un rechazo a los demás caminos.

El antisemitismo cristiano es un pecado colectivo que llama a un arrepentimiento colectivo. Debemos vivir sabiendo que el cristianismo ha cometido un enorme pecado que ha causado sufrimientos incalculables. ¿Cómo podemos ser perdonados por la arrogante pretensión, que hemos mantenido durante siglos, de ofrecer el único camino de salvación? ¿Cómo podemos luchar contra los últimos vestigios de la teología de la sustitución en la vida, el pensamiento y las prácticas de nuestra Iglesia? Lo mínimo es abandonar esa pretensión de exclusividad, y eso permitiría al mismo tiempo expresar nuestro arrepentimiento y afirmar, junto con el apóstol Pablo, que los judíos siguen siendo los amados de Dios (Romanos 11, 28).

[1] Véase la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente de Juan Pablo II, sobre la preparación del Jubileo del año 2000 (10 de noviembre de 1994).

[2] Los “semitas” originales eran los palestinos, pero utilizo la palabra “antisemita” con el significado de “antijudío”, de acuerdo con el uso tradicional y habitual de los cristianos.

[3] Véase el análisis presentado por Terrence Donaldson, Jews and Anti-Judaism in the New Testament: Decision Points and Divergent Interpretations (Waco, Tex.: Baylor University Pr. / Londres: SPCK, 2010), en especial el cap. 2 sobre Mateo.

[4] Esta afirmación no fue suprimida hasta el siglo XX.

[5] El papa Juan XXIII anunció la realización del Concilio en 1959. Un encuentro entre el historiador judío Jules Isaac y el papa Juan XXIII parece haber sido directamente el origen de la inclusión de las relaciones de la Iglesia con el judaísmo en el orden del día del Concilio. Isaac calificó la doctrina secular de la Iglesia con respecto al judaísmo como “enseñanza del desprecio”. Véase Mary C. Boys, s.n.j.m., “What Nostra Aetate Inaugurated”, en 50 Years On: Probing the Riches of Vatican II ( dir. David G. Schultenouer, Collegeville, Minn.: Liturgical Pr., 2015), p. 235-272; 243.

[6] Melitón de Sardes, Homilía de Pascua, citada en Mary C. Boys, Has God Only One Blessing? Judaism as a Source of Christian Self-Understanding (Mahwah, N.J.: Paulist Pr., 2000); véase también su libro Redeeming Our Sacred Story: The Death of Jesus and Relations between Jews and Christians (Mahwah, N.J.: Paulist Pr., 2013).

[7] Cumplir las “obras de la ley” significa simplemente “vivir como un judío”. Citado en Boys, One Blessing, p. 56.

[8] La exposición clásica del antisemitismo cristiano es el libro de Rosemary Radford Ruether, Faith and Fratricide: The Theological Roots of Antisemitism (New York: Seabury Pr., 1974).

[9] Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1971).

[10] Leonardo Boff, Pasión de Cristo. Pasión del mundo (Santander: Sal Terrae, 1987).

[11]Ibídem.

Editorial remarks

Tatha WILEY ha enseñado teología y Nuevo Testamento en la Universidad de Saint-Thomas y en la Universidad de Sainte-Catherine, ambas situadas en Saint Paul, Minnesota. Publicó, entre otras obras, Original Sin: origins, developments, contemporary meanings (New York: Paulist Pr., 2002), Paul and the Gentile Women: reframing Galatians (New York: Continuum, 2005) y EncounterIing Paul (Lanham: Rowman & Littlefield, 2010). Este artículo apareció originalmente en inglés en CURRENT DIALOGUE No. 58, 2016, publicado por el WCC (World Council of Churches: Consejo Mundial de Iglesias) y es reproducido en nuestro sitio con su amable autorización.
Traducción: Silvia Kot.