El diálogo judeo-cristiano: su significado universal

Nada puede compararse con la transformación de la relación entre judíos y cristianos “en nuestro tiempo”. Un pueblo al que la Iglesia presentaba en el pasado como condenado, rechazado por Dios y aliado con el demonio, es considerado hoy, en palabras de San Juan Pablo II, como el “amado hermano mayor de la Iglesia de la Eterna Alianza”, con el que la Iglesia tiene una singular relación “intrínseca”.

Esta revolución fue sustancialmente impulsada, por supuesto, por la Shoah, el Holocausto. Por supuesto, la Shoah fue una empresa pagana, como la describió el Papa Emérito Benedicto XVI.

Sin embargo, no habría llegado al grado que alcanzó, con el exterminio de seis millones de judíos, si no se hubiera llevado a cabo, durante siglos, lo que se llamó “la enseñanza del desprecio” hacia los judíos. Esta fue la actitud predominante en el mundo cristiano, que consideraba a los judíos como rechazados y maldecidos por Dios, y condenados a deambular hasta “el final de los tiempos”. Como lo reconoció el documento vaticano de 1998 “Nosotros recordamos”, ese enfoque contribuyó en forma significativa a la deshumanización del judío, que facilitó la enormidad de la tragedia de la Shoah.

Pero en el contexto de esa tragedia, surgieron algunos individuos notables como faros de luz. Cuando Angelo Roncalli, uno de los hombres más importantes y santos, se desempeñaba como legado papal en Turquía, no solo fue uno de los primeros en conocer la existencia de la máquina de exterminio nazi, sino que también salvó a miles de judíos de las garras de la muerte. Cuando se convirtió en el Papa Juan XXIII y convocó al Concilio Vaticano II, quiso rectificar esas terribles distorsiones de la manera en que el mundo cristiano percibía al pueblo judío.

Su famoso encuentro con el gran historiador judío francés Jules Isaac confirmó esa determinación. Le encargó la tarea al cardenal Augustin Bea, pero encontraron oposiciones no solo por parte de obispos ultraconservadores que creían que los judíos realmente estaban condenados y no querían dejarlos “libres de culpa”, sino también de obispos del mundo árabe musulmán, que temían que una declaración positiva sobre las relaciones con el pueblo judío pudiera ser vista como una declaración política sobre la situación en el Medio Oriente. También hubo mucha oposición en países del Lejano Oriente, donde ni siquiera había judíos: muchos no entendían por qué debía preocuparse tanto la Iglesia por los judíos y pensaban que era mucho más importante la relación con el hinduismo y el budismo.

De modo que hay aquí una fascinante ironía. Nostra Aetate surgió del deseo de elementos internos de la Iglesia, sobre todo, de Juan XXIII y del cardenal Bea, de abordar su relación con el pueblo judío, pero eso solo era posible si también se abordaba la relación de la Iglesia con el Islam y con las religiones de Oriente, con las religiones del mundo.

Por lo tanto, solo podía rehabilitarse la relación de la Iglesia con el judaísmo si la Iglesia consideraba su relación con el resto del mundo, y la verdadera necesidad de la Iglesia de restablecer su relación con Israel, con el pueblo judío, la llevó a abordar su relación con las religiones del mundo.

Casi sin intención, la relación bilateral cristiano-judía se ubicó en un contexto universal y al mismo tiempo realmente facilitó el compromiso de la Iglesia con las religiones del mundo.

Como se ha comentado mucho, el gran cambio encarnado en el punto 4 de Nostra Aetate es precisamente el enfoque positivo hacia los judíos. Al poner el acento en que es un error considerar a los judíos como condenados y rechazados, y en que la relación de Alianza entre Dios y el pueblo judío debe verse bajo una luz positiva, todas las demás afirmaciones deben ser interpretadas de acuerdo con esto.

Significa considerar que el judaísmo no solo es un precursor del cristianismo sino que tiene un papel constructivo y significativo en el plan divino para la humanidad. Esto no fue solamente una revolución: fue una revolución copernicana. La Iglesia revolucionó así toda su actitud hacia el pueblo judío.

El Papa Juan Pablo II llevó esta revolución a nuevas alturas cuando definió al antisemitismo como “un pecado contra Dios y contra la humanidad” y con su “liturgia del arrepentimiento”, que incluye la plegaria que pide perdón por los pecados cometidos contra los judíos a través de los siglos: un texto que introdujo en el Muro Occidental durante su peregrinación a Tierra Santa en el año 2000. Después de su ya mencionada afirmación en la sinagoga de Roma en 1986 de que los judíos son los “amados hermanos mayores” de la Iglesia, el Papa Benedicto XVI se refirió al pueblo judío como los “padres en la fe” de la Iglesia, que, como le escribió al gran rabino Di Segni, son especialmente amados por la Iglesia. Estos dos papas, y luego el Papa Francisco, han reiterado la incompatibilidad de la auténtica fe cristiana con el antisemitismo, y los dos últimos han seguido los pasos de su predecesor, al visitar la Gran Sinagoga de Roma y al viajar en peregrinación a Israel, a la Tierra Santa.

Por cierto, el Papa Francisco es conocido en todo el mundo como un verdadero amigo del pueblo judío. En su primera Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, reafirmó esas enseñanzas concernientes al pueblo judío diciendo que “el afecto que se ha desarrollado entre nosotros nos lleva a lamentar sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son objeto, particularmente aquellas que involucran o involucraron a cristianos”. Además, Evangelii Gaudium declara: “Dios sigue obrando en el pueblo de la Antigua Alianza y ofrece tesoros de sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia también se enriquece cuando recoge los valores del judaísmo”.

Como hemos señalado, esta transformación se vio facilitada por un contexto más universal y posibilitó a su vez una concepción más universal. Por otra parte, sin duda hay un verdadero mensaje universal en la transformación misma. Porque si aquella relación tan arraigada, tan envenenada y tan negativa pudo transformarse en una relación que hoy es tan positiva y constructiva, todas las relaciones pueden ser transformadas, por problemáticas que sean y aunque estén viciadas por la política. Todo es realmente posible. Podemos transformar todo y podemos convertir a nuestro mundo en la clase de mundo que, según enseñan nuestras religiones, debería ser.

Editorial remarks

El rabino David Rosen, ex presidente y presidente honorario del ICCJ, asistió a la Jornada Mundial de Oración por la Paz “Sed de paz: religiones y culturas en diálogo”, en Asís, el 20 de septiembre de 2016. Allí pronunció este discurso sobre el significado universal del diálogo judeo-cristiano.

Traducción del inglés: Silvia Kot