Discurso del presidente del ICCJ Philip A. Cunningham

Cena de clausura de la conferencia anual 2017 del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, Bonn, Alemania, 5 de julio de 2017.

Ha sido un gran honor para mí servir como presidente del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos durante los últimos tres años. Este será mi último discurso como tal. Me pidieron que ofreciera unos breves comentarios sobre la dirección de las relaciones cristiano-judías y la misión del ICCJ.

Por un lado, todos hemos asistido en las recientes décadas al nacimiento de nuevas y cálidas relaciones entre cristianos y judíos. Iglesias de una amplia variedad de tradiciones cristianas condenaron enérgicamente el antisemitismo, rechazaron definitivamente las viejas difamaciones contra los judíos como maldecidos asesinos de Cristo y en muchos casos, renegaron explícitamente de las campañas para convertir a judíos o las abandonaron en la práctica.

Un número significativo de judíos de todas las corrientes, desde las comunidades liberales hasta las ortodoxas, reconocieron la sinceridad de los esfuerzos cristianos para reformarse. En las palabras de la declaración de 2016 de la Conferencia de Rabinos Ortodoxos Europeos y el Consejo Rabínico de los Estados Unidos, refrendada por el Rabinato Israelí: “Nuestro objetivo es profundizar el diálogo y la colaboración con la Iglesia para promover nuestro entendimiento mutuo y avanzar en nuestras metas… [de trabajo,] juntos, para mejorar el mundo: seguir los caminos de Dios, alimentar al hambriento y vestir al desnudo, dar alegría a viudos y huérfanos, refugio a los perseguidos y los oprimidos, y merecer las bendiciones [de Dios]”.[1]

Hemos visto cómo los diálogos entre judíos y cristianos se producían en contextos muy diferentes en todo el mundo: en Israel, donde los judíos constituyen la población mayoritaria, pero la persistente falta de un Estado de los palestinos y los conflictos regionales impregnan todas las interacciones; en Europa, donde se han realizado heroicos esfuerzos durante décadas incluso bajo el peso de la sombra de la Shoah; en Norteamérica, que, con la comunidad judía más grande de la diáspora, ofrece extraordinarias oportunidades para la colaboración y el diálogo interreligiosos; en América Latina, donde las confraternidades de cristianos y judíos construyen amistades como una prioridad de su trabajo interreligioso. Metafóricamente hablando, todos estos “suelos” diversos—y otros en el mundo entero—demostraron ser fértiles semilleros para el florecimiento de un acercamiento sin precedentes, a pesar de la presencia de malezas y condiciones climáticas desfavorables. Queda mucho trabajo por hacer: los viejos hábitos no desaparecen fácilmente, pero es indudable que hemos visto en nuestro tiempo una revolución religiosa histórica.

Y sin embargo, resuenan en mi mente las palabras de advertencia pronunciadas en 2001 por el cardenal Edward Idris Cassidy: “Nuestro primer objetivo debe ser, ciertamente, seguir adelante. Detenerse es correr el riesgo de ir hacia atrás…. Al mismo tiempo, puede haber una disminución del entusiasmo, una creciente indiferencia o incluso un nuevo espíritu de sospecha y desconfianza… Debemos esforzarnos por mantener nuestro impulso”.[2]

Mirando hoy a nuestro alrededor, podemos ver indicios de que las palabras del cardenal siguen siendo sumamente relevantes.  En mi propia comunidad religiosa católica—y sé que no somos los únicos—algunos líderes parecen conformarse con la idea de que las Iglesias han resuelto todos los problemas entre judíos y cristianos al repudiar el antisemitismo y la enseñanza del desprecio. Los apasionantes desafíos y el enriquecimiento producido por la relectura, la reforma y la renovación en el contexto de los diálogos cada vez más profundos provocan apatía en algunos en el seno de las comunidades cristianas y judías.

Algunas voces argumentan que en la actualidad deberían tener mayor prioridad las relaciones trilaterales entre judíos, cristianos y musulmanes. Aunque es sin duda una necesidad urgente, las relaciones trilaterales dependen de las tres interacciones bilaterales entre judíos y musulmanes, musulmanes y cristianos, y cristianos y judíos. Cada uno de estos pares requiere una atención específica. La misión del ICCJ es enfocarse en la relación entre judíos y cristianos, incluyendo el hecho de enfrentar problemas particulares, como la urgente necesidad de desarrollar una teología coherente de la Tierra.

A veces me pregunto si en algún nivel inconsciente, los cristianos y los judíos se dan cuenta de que nuestro diálogo cada vez más profundo nos desafiará en algún momento (si ya no lo hizo) a reformar nuestra propia autocomprensión. Nuestra nueva relación plantea inevitablemente preguntas incómodas debido a nuestras historias entrelazadas.

A medida que se desarrolla nuestra relación, ¿cómo tratarán los judíos la afirmación cristiana de su alianza con el Dios de Israel? ¿Serán adecuadas maneras de ver el mundo las categorías bíblicas tradicionales y rabínicas de los judíos y no judíos si los cristianos también son en cierto sentido un pueblo elegido por Dios, con su modo especifico de actuar en alianza con Dios? Y si se considera que los cristianos están en una relación de alianza con el Dios de Israel, ¿cuál sería el papel de Jesús en esto?

Los cristianos también se enfrentan a preguntas incómodas a medida que progresa el diálogo con los judíos. Cuando el papa Francisco recibió al ICCJ en el Vaticano hace dos años, mencionó una idea cristológica clave:

Las confesiones cristianas encuentran su unidad en Cristo; el judaísmo encuentra su unidad en la Torá. Los cristianos creen que Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne en el mundo; para los judíos la Palabra de Dios está presente sobre todo en la Torá. Ambas tradiciones de fe tienen como fundamento al Dios único, al Dios de la Alianza, que se revela a los hombres a través de su Palabra. En la búsqueda de una actitud justa hacia Dios, los cristianos se dirigen a Cristo como fuente de vida nueva, y los judíos, a la enseñanza de la Torá.[3] 

Si los cristianos entienden que los judíos interactúan con la Palabra de Dios encarnada en el lenguaje humano de la Torá, esto impacta en la manera en que los cristianos conciben la centralidad de Jesús. En particular, plantea la necesidad de enfrentar la tendencia cristiana occidental hacia el cristomonismo, la concentración miope del trabajo de redención de Cristo que excluye a Dios Padre y Dios Espíritu Santo. Esta fijación tiende a circunscribir la actividad de la Palabra divina solo a lo que los cristianos experimentan (aunque la Palabra no siempre actúa en unidad con Jesús glorificado). Sin profundizar el análisis de este tema, quisiera aclarar que estamos tocando aquí el sistema nervioso central de la autocomprensión cristiana.

Mientras los judíos y los cristianos continúan su diálogo, ¿están empezando a sentir la necesidad de iniciar un profundo autoanálisis? Como resultado de esto, ¿recurren consciente o inconscientemente a ciertos mecanismos de evasión para eludir estas incómodas perspectivas? En particular, es posible que tengan —según las palabras del cardenal Cassidy—un menor entusiasmo para seguir adelante con el  diálogo interreligioso entre cristianos y judíos.

Yo creo que la misión del ICCJ es no permitir que esto suceda. El ICCJ está dedicado a la conversación permanente, intensiva y sostenida entre judíos y cristianos. Aunque es una pequeña organización con recursos limitados, está excepcionalmente situada para promover ese diálogo en todas las oportunidades posibles, a pesar de las dificultades y los desafíos.

Nosotros, que estamos comprometidos en seguir construyendo shalom entre cristianos y judíos, haríamos bien en seguir la famosa directiva rabínica sobre estudiar juntos, que se lee en el Pirkei Avot: “Encuentra un maestro, procúrate un amigo” [1:6].

Gracias.

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot.