Dis-culpa en vez de confesión de culpa? A propósito del documento vaticano "Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah"

A propósito del documento vaticano “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”

¿Dis-culpa en vez de confesión de culpa?

A propósito del documento vaticano

“Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”

Gerhard Bodendorfer

En el primer número de 1998 de la revista “Bibel und Liturgie”, me ocupé ampliamente de documentos sobre la culpa cristiana en el Holocausto. El motivo fue que el 16 de marzo se había publicado finalmente, tras diez años de preparación, el esperado documento vaticano Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah. Este documento había despertado muchas expectativas y esperanzas. Lamentablemente -y adelanto ya mi evaluación-, debo decir que no satisfizo tales expectativas, ni cumplió el anhelado proceso de esclarecimiento y purificación. No puedo tratar aquí en profundidad todas las cuestiones, de modo que expondré mi impresión en forma breve y precisa.

El documento

1. Palabras preliminares del papa

La mejor parte de este documento es seguramente el prefacio del papa Juan Pablo II. Como ningún papa antes que él, Juan Pablo II está profundamente interesado en el diálogo entre judíos y cristianos, y exige permanentemente enfrentar el antisemitismo y también los pasajes antijudíos del Nuevo Testamento.

En su carta introductoria, expresa su esperanza de que el documento de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo “ayude a curar las heridas de malentendidos e injusticias del pasado”. Que por medio de la memoria, se haga imposible en el futuro la repetición de la Shoah. Y ruega al Dios de la historia que guíe los esfuerzos de católicos y judíos, así como de todos los hombres de buena voluntad, en su trabajo conjunto por un mundo de verdadero respeto por la vida y la dignidad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios.

2. La palabra clave: “recordar”

Lamentablemente, el documento no corresponde a esos ambiciosos deseos. Aunque debemos admitir que la meta era alta. La palabra clave del título, “recordamos”, quiere hacer justicia a una de las ideas principales de la fe y la experiencia judías. El recuerdo, como reactualización tanto de los tiempos felices como de los desgraciados, es el punto central del judaísmo, más que en otros pueblos o religiones. Naturalmente, la Shoah no es una excepción: se la recuerda y se la reactualiza en celebraciones y conmemoraciones. El recuerdo es la internalización de un acontecimiento pasado en el corazón y en el pensamiento del presente. Esta memoria crea la identidad en la fe compartida del pueblo a través de los siglos. La Haggada de Pésaj ordena recordar el Éxodo no como un acontecimiento pasado, sino como un hecho que tiene lugar aquí y ahora. Así, el recuerdo es la vivencia recreada del pasado que determina y da vida al presente. La participación activa en el ritual permite que cada nueva generación se incorpore a la historia de su pueblo. A través de la memoria colectiva, el pueblo judío permanece como un nosotros, una comunidad unida de pie en el umbral de la liberación. Después de Auschwitz, vivir esta realidad liberadora se volvió muy difícil. Por eso es que la teología post-Shoah pone un significativo acento en la memoria, y se reconoce la necesidad de incluir la Shoah en la Haggada moderna de Pésaj, para internalizarla. Arthur Cohen señaló que al conmemorar el Éxodo en Pésaj, cada judío debería considerar que se encuentra literalmente en un campo de exterminio, y reactualizar la experiencia de la Shoah. Y el rabino Irving Greenberg agrega un niño más a los cuatro que establece la tradición para la noche de Pésaj: un niño de la Shoah que no sobrevivió, y no puede hacer su pregunta. El recuerdo que este niño suscita es la preservación de la imagen divina en los judíos que lucharon por su vida, es el recuerdo de los ghettos y los campos de concentración, del Séder en la noche del levantamiento del Ghetto de Varsovia.

Mucho más difícil es la memoria para los ejecutores. Una exposición de la Wehrmacht alemana demostró que nos cuesta mucho recordar nuestra historia de un modo franco y controvertible. Austria y Suiza (esta última mucho más tarde aún) aprendieron hace muy poco a redefinir su papel durante el período nazi, y abandonar su posición de víctimas. La Iglesia, por su parte, enfrenta un dilema particular. No sólo debe sacar a la luz su larga historia de antisemitismo, sino que también debe revisar su base teológica de enemistad hacia los judíos. Una reflexión crítica de esta naturaleza implicaría una investigación de sus causas que, además de describir los hechos, cuestione también los (erróneos) juicios teológicos que los originaron. Eso ocurre, por ejemplo, con la acusación de deicidio, el asesinato de Cristo, que persistió en la Iglesia hasta el Concilio Vaticano II, y que es en gran parte responsable del rechazo espiritual al judaísmo. Esa acusación ha provocado pogroms y exterminio de judíos.

3. Confesión de antijudaísmo

El nuevo documento tampoco somete a discusión el prejuicio antijudío. Sólo se pregunta si la persecución a los judíos por parte de los nazis no habrá sido facilitada por los prejuicios antijudíos existentes en las mentes y los corazones cristianos. Incluso la pregunta de si los sentimientos antijudíos hicieron que los cristianos fueran menos “sensibles e incluso indiferentes hacia la persecución a los judíos bajo el nacionalsocialismo” está formulada de un modo tan cauteloso y peculiar, que aun siendo correcto el punto de partida, no permite seguir desarrollando el tema. Por otro lado, el concepto “sensible” en un documento sobre la Shoah, y relacionado con el antijudaísmo de la Iglesia, suena bastante extraño. Parece demasiado inofensivo para describir lo que ha causado el antijudaísmo cristiano. Es cierto que, en general, el documento habla del antijudaísmo cristiano -y esto es loable-, pero lo hace en una forma poco concreta y atenuando completamente su magnitud.

El documento debió destacar que una larga serie de decretos nazis contra los judíos, desde la prohibición de ejercer ciertos oficios y profesiones hasta la obligación de llevar una estrella amarilla en sus ropas, tomaron como modelo antiguas leyes medievales cristianas. Esto ya se había señalado, incluso comparando imágenes históricas, en diversas obras (cf. Hilberg, Raul The Destruction of European Jews, New York, Quadrangle Books, 1961). En la colección en tres tomos de Heinz Schreckenberg que reúne los escritos antijudíos de los Padres de la Iglesia, se revela la verdadera dimensión del antijudaísmo de la Iglesia de una manera tan drástica, que no sorprende el hecho de que Hitler haya declarado en alguna oportunidad que él sólo se había limitado a llevar a la práctica 1500 años de enemistad cristiana contra los judíos. “Durante 1500 años, la Iglesia Católica consideró a los judíos alimañas, los encerró en ghettos, etc, para que se supiera qué son realmente los judíos” (citado en las actas de los obispos alemanes sobre la situación de la Iglesia en el período 1939-1945 I, Mainz, 1968, 101 y ss.). Lamentablemente, las palabras de Hitler son en gran medida ciertas.

¿Por qué, entonces, es tan difícil para la Iglesia admitir que su actitud hacia los judíos es co-responsable de aquello que deplora profundamente en el documento? Después de todo, ya en sus comienzos la Iglesia empleó un lenguaje muy fuerte que se refería a la destrucción de los judíos. Así se expresa el Padre de la Iglesia Juan Crisóstomo: “Hay animales que ya no sirven para el trabajo, solamente sirven para el matadero. Eso les ha ocurrido a los judíos. Ellos mismos se hicieron inservibles para el trabajo, y por lo tanto, se destinaron al matadero” (Adversus Judaeos, I, 2 PG 48, 846). Muchos pogroms son testimonios no sólo del odio a los judíos sino también de la resolución de matarlos para extirpar el judaísmo de la Europa cristiana. Y no se puede negar que muchas autoridades eclesiales ordenaron el confinamiento de los judíos en ghettos y la restricción de sus derechos. Es cierto que algunos papas protegieron a los judíos y se opusieron a las falsas acusaciones de crímenes rituales que solía levantarse contra ellos, pero debemos decir sin ambages que fueron las excepciones, y no la regla. Estas excepciones son dignas de elogio y muestran el lado honorable e innegablemente positivo del catolicismo. Pero no hay razón para sobreestimarlas.

4. La diferenciación entre antijudaísmo cristiano y antisemitismo “neopagano”

El documento le otorga una gran importancia a la diferencia entre el antijudaísmo de las Iglesias y el antisemitismo racista nazi de raíces “neopaganas”. Esta diferencia es innegable. Pero también debe señalarse que ya antes y durante la época en que se gestaba el nacionalsocialismo, en los propios círculos cristianos las fronteras entre el antijudaísmo y el racismo se habían desdibujado, y podían oírse allí argumentos claramente racistas, presuntamente basados en la biología.

La doctrina de la “limpieza de sangre” ya venía desde la España cristiana del siglo XV. Un tal Fray Francisco de Torrejoncillo “demostró” en 1673 que un octavo de sangre judía bastaba para considerar a alguien “enemigo de los cristianos, de Cristo y sus leyes divinas”, y que en algunos casos el judaísmo era practicado en secreto por los descendientes hasta el vigésimoprimer grado.

En mi propia ciudad, Salzburgo, un funcionario estatal y deán católico llamado Neureiter dijo en una reunión, el 23 de diciembre de 1922: “Sólo el antisemitismo racial es correcto. Todo lo demás es insostenible, y el judío, aunque se bautice, sigue perteneciendo a esa raza”. Este es sólo un ejemplo de lo poco claros que son los límites entre el antijudaísmo católico y el antisemitismo racial “neopagano”. Pero nada de esto se menciona en el documento vaticano. Por el contrario, se traza una línea definida, sugiriendo así que la Iglesia no tiene nada que ver con las enseñanzas del nazismo y que incluso lo ha condenado enérgicamente. Sin embargo, ya en 1934 el teólogo católico Michael Schmaus dijo en su obra Begegnungen zwischen katholischem Christentum und nazionalsozialistischer Weltansachauung (Encuentros entre el cristianismo católico y la concepción nacionalsocialista del mundo): “Las tablas de los mandamientos nacionalsocialistas y las de los imperativos católicos apuntan en la misma dirección”. Y Hermann Greive, el gran investigador sobre el antisemitismo, expresó esto con claridad al decir que “la recepción cada vez mayor de las categorías raciales y nacionalistas (como la unidad de procedencia o de la concepción del mundo) y su integración en la forma de pensar religioso-teológica” era evidente (Theologie und Ideologie. Katholizismus und Judentum in Deutschland und Österreich 1918-1935, Heidelberg, 1969, 127). Pero las reconocidas contribuciones científicas, las revelaciones históricas documentadas y las reiteradas declaraciones de testigos de esa época, evidentemente no bastan para lograr una actitud más crítica por parte del Vaticano.

5. Pío XII

En este sentido, es particularmente doloroso ver cómo se defiende en forma unilateral la controvertida persona de Pío XII, y se lo releva de toda culpa con respecto a la Shoah. Si bien es cierto que no se debe condenar a este papa indiscriminadamente, es inaceptable que se lo proteja de toda crítica. Siendo nuncio papal en Munich, le pidió al Zentrumspartei (Partido de centro) que apoyara a los nazis, porque querían un nuevo concordato con el Reich. Por presión suya, ese partido socialistacristiano votó la Ley de Autorización (Ermächtigungsgesetz), que otorgaba poder absoluto a Hitler. Sólo hacia el final de la segunda guerra mundial, Pío XII realizó acciones para ayudar a ciudadanos judíos y contribuyó a su supervivencia. ¿Deberá considerarse esto como una tardía toma de conciencia? Si este papa hubiera sido tan sensible y heroico como muchos quieren convencernos, ¿cómo pudo designar al arzobispo Stepinac vicario militar de la fascista Ustascha, e incluso más tarde, en 1946, en vez de deplorar las atrocidades cometidas por esa organización croata asesina, ascender a Stepinac a cardenal? En ese tiempo, hasta las tropas alemanas criticaron a Ustascha por su brutalidad en el asesinato de unas 300.000 personas. En lugar de beatificarlo, la Iglesia Católica debería abrir todos sus archivos y actas para permitir arrojar alguna luz sobre aquella época y sobre la personalidad de Pío XII, sin temores ni prejuicios.

Igualmente triste es la defensa que hace el documento vaticano del cardenal Faulhaber. Sus sermones de Adviento en Munich, sobre todo, muestran su actitud inequívocamente antijudía. Su defensa del Antiguo Testamento en contra del judaísmo se dirigía contra los llamados “cristianos alemanes”, pero no por eso eran menos antijudíos. Su abierto reconocimiento del Estado alemán es patente en las siguientes palabras: “ En un tiempo en que los jefes de los Estados del mundo se oponen a Alemania con una fría reserva o un mayor o menor recelo, la Iglesia Católica, el más alto poder moral de la tierra, reafirma, por medio del concordato, su confianza en el nuevo gobierno alemán. Este acto tiene una invalorable importancia para el prestigio del nuevo gobierno entre los países extranjeros” (cardenal Faulhaber, 14 de febrero de 1937. Citado en G. Levy, Die katholische Kirche und das Dritte Reich, Munich, 1965, 108). Aquí el cardenal Faulhaber destaca el reconocimiento de la Iglesia a la Alemania de Hitler, y confiesa lo que el documento vaticano -esperemos que sin mala intención- oculta: que hubo algo más que intentos de una alianza “no santa” entre la Iglesia y el nacionalsocialismo para luchar contra el “bolchevismo” y también contra “los judíos y los masones”. “El 25 de junio , 45.000 católicos de la diócesis de Berlín se reunieron en el Grunewald-Stadion para festejar el Katholikentag. El nuncio papal también estuvo presente en esa reunión masiva. Quizá por primera vez fue llevado al altar por hombres de la SA, entre campanadas y fanfarrias, y banderas con cruces svásticas. Hitler había sido invitado, pero declinó la invitación con pesar”, dice Levy (119), describiendo el clima que se vivía en Alemania. ¿Podemos nosotros, los católicos, cerrar los ojos a esto? ¿No debemos reconocer abiertamente en forma crítica la actitud de la Iglesia ante el nacionalsocialismo, y admitir que existía en círculos católicos una gran simpatía por el nazismo? También existía una influencia mutua entre las autoridades de la Iglesia y del nacionalsocialismo, como puede verse en esta cita: “Rechazamos la misión hacia los judíos en Alemania mientras los judíos gocen de los derechos civiles, y judíos como Max Reinhardt y Moissi hagan teatro. Y nosotros, los nacionalsocialistas, tenemos que decir que Jesucristo debería regresar para volver a echar a estos mercaderes del templo con el látigo. Para eso se necesita el fuerte brazo del gobierno” (discurso de un representante del partido nacionalsocialista, llamado Wagner, en la décima sesión del parlamento provincial, en Salzburgo, el 10 de marzo de 1933).

6. Expectativas y pasos futuros

El documento afirma que Juan Pablo II lamenta que la resistencia espiritual y las acciones concretas de muchos cristianos no hubieran estado al nivel que podía esperarse de los discípulos de Cristo. El análisis de la historia revela más bien lo contrario: precisamente porque la enseñanza y la prédica, las actitudes y las acciones cristianas fueron tan antijudías en el pasado, instando incluso al pogrom, justamente por eso es que una gran parte de la población cristiana aceptó al nacionalsocialismo. Y es precisamente por eso que una Iglesia que quiere recordar y convertirse debería expresar sin ambigüedades su arrepentimiento, admitir su culpa y comprometerse a la conversión no sólo con palabras.

El Koordinierungsausschuss für christlich-jüdische Zusammenarbeit (Comité Coordinador de Cooperación Cristiano-Judía) de Austria había elaborado una propuesta, que se envió en su momento para ser considerada en la preparación del documento vaticano. Lamentablemente, sólo encontró una mínima aceptación en la redacción final del mismo. La primera parte de nuestra propuesta, que cito a continuación, no fue incluida.

"La Iglesia Católica confiesa haberse hecho culpable por su enemistad contra los judíos basada en su teología. Asume su responsabilidad por el sufrimiento que ha causado a los judíos a través de los siglos. Con esto, la Iglesia Católica también asume su parte de responsabilidad por el genocidio de la Shoah.

Asumir esta responsabilidad significa

  • admitir la culpa;
  • analizar sus causas con verdad y sin prejuicios;
  • cuestionar las enseñanazas exegéticas y dogmáticas, y tomar conciencia de las interpretaciones que, en la investigación, la prédica y la liturgia, implican desprecio y odio hacia los judíos;
  • buscar en la dolorosa conciencia de las interpretaciones erradas una nueva identidad en la investigación, la doctrina y la práctica teológicas, que deje sentadas las raíces judías y tome en serio y reconozca al judaísmo actual como un compañero indispensable.

Todo pedido de perdón o incluso reconciliación debe ser precedido por una admisión de culpa y una actitud de arrepentimiento."

 

El documento vaticano Nosotros recordamos no dejó del todo satisfechos, con justa razón, a muchos judíos y muchos cristianos. El cardenal Cassidy, presidente de la Comisión, sostiene que es una declaración de arrepentimiento. En mi opinión, no llega a serlo. Pero puede servir para iniciar una reflexión en las parroquias. El documento no debe tomarse, pues, como final, sino como inauguración de un espacio para seguir trabajando en el diálogo interreligioso. Por mi parte, propongo tomar este documento sólo como un primer intento -que pese a sus 10 años de preparación, resultó bastante débil-, y usarlo como base para un diálogo verdaderamente nuevo y abierto, que no eluda un serio e inexorable reconocimiento de culpa.

Este documento no constituye el final del debate, sino su comienzo.

Editorial remarks

Traducción: Silvia Kot