¿Cómo se ven los cristianos a sí mismos en su nueva relación con los judíos?

En esta presentación, me centraré en la autopercepción cristiana a la luz de nuestra nueva relación con los judíos, y no en la autopercepción del pueblo judío; tampoco describiré las características concretas de esa nueva relación. Como tengo el honor de presidir el Consejo de Cristianos y Judíos del Reino Unido, hablaré en mi condición de obispo de la Iglesia de Inglaterra, es decir, desde una perspectiva específicamente cristiana (y anglicana), antes que desde la perspectiva de las relaciones cristiano-judías en sí mismas.

Todos reconocemos que diferentes cristianos pueden dar respuestas muy diferentes, porque las relaciones cristiano-judías son de hecho muy diferentes en diferentes lugares y también porque estas son interpretadas de un modo muy diferente por diferentes cristianos. Este es un punto realmente importante para los anglicanos, que son notoriamente diversos o discordantes.

Quiero referirme particularmente a la Iglesia de Inglaterra, pues hemos estado trabajando recientemente en un documento que expresa nuestra posición sobre una serie de temas concernientes a las relaciones cristiano-judías. Muchos documentos de este tipo existen hoy en el mundo ecuménico, pero esta es la primera vez que la Iglesia de Inglaterra como tal intenta unir sus ideas y su práctica en este terreno. El documento será publicado este año por nuestra Comisión de Fe y Orden. Su punto de partida es el siguiente principio, uno de los cinco en los que se basa el informe: [1]

La relación cristiano-judía es un regalo de Dios a la Iglesia, que debe recibirse con cuidado, respeto y gratitud, con el fin de poder aprender más sobre los designios de Dios para nosotros y todo el mundo.

Dicho de otro modo, esta relación específica es generadora para la identidad cristiana. Luego diré más sobre su particularidad.

La Iglesia de Inglaterra posee una gama muy amplia de experiencias y puntos de vista: nos describen a menudo, y con razón, como una “Iglesia desordenada”.  La metodología del informe refleja esa diversidad. Puede ser bastante difícil discernir la posición anglicana sobre algunos temas, de modo que a veces señalamos posiciones diversas sostenidas con sinceridad por los anglicanos. También identificamos un límite exterior sobre algunas cuestiones, más allá del cual algunas opiniones no son aceptables. Y otras veces establecemos posiciones esenciales en las que todos estamos de acuerdo. Así, otro de nuestros principios dice [4]:

Es necesario un cuidadoso discernimiento para que los cristianos puedan ponerse de acuerdo en afirmaciones claras… identificar una serie de posiciones que puedan sostenerse con integridad y tener responsabilidad para enfrentar las opiniones expresadas por algunos dentro de la Iglesia.

Reconocemos también que en la comunidad judía existe una enorme diversidad y que debemos conversar sobre esto entre nosotros. En palabras de otro principio [5]:

Los cristianos tienen una responsabilidad en garantizar que todo lo que digan sobre el judaísmo esté fundado en continuar el diálogo con el pueblo judío. Es importante escuchar atentamente y con discernimiento todas las voces del propio pueblo judío.

La estructura del informe se divide en dos partes: (1) marcos teológicos; (2) problemas críticos. De estos, se tratan cuatro en particular: (i) misión y evangelización; (ii) enseñanza y predicación; (iii) la Tierra de Israel; (iv) discernimiento ético y acción común.

No pretendo analizar esta mañana en detalle todos los temas tratados por el informe. Ciñéndome al tema que me han encargado, me concentraré en la cuestión de la autocomprensión cristiana. Sobre la base del enfoque realizado por nuestro informe, presentaré por mi parte tres reflexiones sobre la autocomprensión cristiana a la luz de  nuestra nueva relación con el pueblo judío. A mi juicio, el cristianismo es: (1) indudablemente peligroso; (2) irreductiblemente particular; y (3) irreversiblemente misionero.

1. Indudablemente peligroso

Con esto quiero decir que el cristianismo tiene la potencialidad de causarle un gran daño al pueblo judío. Sabemos que es así porque históricamente le ha causado tanto daño, que otro principio de nuestro informe dice [3]:

Los cristianos han sido culpables de promover y fomentar estereotipos negativos del pueblo judío, que causaron graves sufrimientos e injusticia. Por eso, tienen el deber de estar alertas ante la continuación de esa forma de estereotipar y resistirla.

La evidencia histórica es abrumadora y los miembros del ICCJ la conocen muy bien. La larga y virulenta tradición de “la enseñanza del desprecio” (l’enseignement du mépris) muestra que, como cristianos, tenemos que admitir la “complicidad eclesial en los males del antisemitismo” y arrepentirnos de ello.

Pero hace falta algo más que arrepentimiento: estamos llamados a “caminar en una vida renovada”, reconociendo que hay otro camino. Otro de nuestros principios afirma que el cristianismo también tiene la potencialidad de ser un antídoto para el antisemitismo, sin ser por ello menos cristiano: en realidad, siendo más auténticamente cristiano [2]:

Un pensamiento honesto y una actuación correcta con respecto a las relaciones cristiano-judías derivan de “la fe que se revela en las Sagradas Escrituras y se describen en los credos católicos, y que atestiguan los documentos históricos de la Iglesia de Inglaterra”. No les quitan autoridad ni los diluyen.

Indudablemente, esta historia hace que nos veamos a nosotros mismos bajo una nueva luz, o quizá sea mejor decir bajo una nueva sombra. El antijudaísmo en la tradición cristiana nunca fue algo bueno, pero es particularmente dañino cuando se lo ve retrospectivamente a partir de los efectos del antisemitismo moderno que ayudó a preparar y que culminó en la Shoá. La exacta relación entre el antijudaísmo cristiano y el antisemitismo secular es muy discutida, pero no cabe duda de que esa relación existe.

Esto afecta la forma en que vemos nuestra historia y nuestra realidad presente. Es doloroso para nosotros reconocer el lado oscuro de las enseñanzas de grandes cristianos como Juan Crisóstomo, Martín Lutero o san Bernardo de Clairvaux, para nombrar solo a tres cuya influencia espiritual ha sido importante para mí personalmente. ¿Cómo podemos enfrentar esta comprobación de un lado oscuro? Por otra parte, ¿involucra esto incluso a nuestras Escrituras, al propio Nuevo Testamento? Esta es una pregunta complicada y dolorosa: cualquiera sea nuestra respuesta, no podemos abordar nuestras Escrituras, y menos aún nuestra tradición eclesial, sin ser conscientes de que debemos hacerlo con cautela, vigilancia y humildad. Hemos perdido nuestra inocencia, de modo que ya no podemos seguir leyendo la historia cristiana solo como una hagiografía. Y debemos reflexionar sobre nuestras actuales formas de enseñar, predicar y celebrar el culto. Me alegra decir que el CCJ está elaborando un recurso sobre antijudaísmo y antisemitismo para iglesias: queda mucho trabajo por hacer en este sentido.

El Arzobispo de Canterbury definió el antisemitismo como un “virus”, que está mutando permanentemente en diferentes formas. Todavía lo vemos en su forma original en algunos lugares, pero ese virus puede mutar y alojarse en nuevos huéspedes. Particularmente en la actualidad, vemos que el virus vuelve a aparecer en algún lenguaje que se usa en torno al conflicto Israel-Palestina, incluyendo parte del lenguaje usado dentro de las iglesias. Este es un tema complejo y discutido, y el capítulo más difícil del informe fue el Capítulo 5, sobre “La Tierra de Israel”. Indudablemente, cuando la gente tiene sentimientos muy apasionados sobre este tema, puede caer a veces en tropos antijudíos y antisemitas. El Colegio de Obispos de la Iglesia de Inglaterra adoptó la definición de antisemitismo de la International Holocaust Remembrance Alliance (Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto), con su lista de ejemplos (los han seguido más recientemente en esto los obispos de la Iglesia de Gales), y esto provee un punto de referencia. Un aspecto que hace particularmente compleja esta cuestión es la presencia permanente de una comunidad cristiana histórica en Israel y en Palestina. Por supuesto, Israel provee en sí mismo un nuevo contexto para la autocomprensión cristiana, muy diferente a la dinámica histórica cristiano-judía de Europa Occidental.

2. Irreductiblemente particular

El cristianismo está enraizado en su relación con el pueblo de Israel. En los últimos cincuenta años, el redescubrimiento del judaísmo de Jesús y un renovado énfasis en los orígenes judíos del cristianismo nos recuerdan que, para nosotros, esta es una relación distinta a todas las demás, y el informe explica:

Jesús de Nazaret, de quien los cristianos creen que es el Mesías de Israel y el Salvador del mundo, vivió y murió como un judío, sirviendo fielmente al “Dios de Abraham, Isaac y Jacob”. Las Escrituras que moldearon y guiaron la vida de Jesús eran los libros que la Iglesia llama hoy Antiguo Testamento, después de resistir a una etapa formativa que pretendía eliminarlos del canon de su Escritura o relegarlos a un estatus inferior. Aunque existen diferencias significativas entre el cristianismo y el judaísmo en sus lecturas de esos textos comunes, ambos los reciben como inspirados por Dios, posibilitando que el pueblo de Dios escuche hoy la palabra de Dios… La relación entre el cristianismo y el judaísmo se caracteriza tanto por el parentesco como por la divergencia.

Debemos pensar con cuidado qué queremos decir cuando hablamos del cristianismo como religión “universal”. Esto no puede significar simplemente que algo es mejor que otro punto de vista más limitado: esa clase de explicación podría llevar fácilmente (y llevó fácilmente) al triunfalismo y a la eliminación de la diferencia. Debemos ser conscientes de este peligro, especialmente cuando “universal” se usa solo como un disfraz para los valores del capitalismo consumidor occidental moderno. Yo creo que las Iglesias occidentales deberían tener una perspectiva más clara sobre esto cuando estamos ocupando un lugar más marginal en nuestras sociedades, y aprender a valorar más profundamente la experiencia de la diáspora judía de vivir como una minoría.

Para nosotros, lo universal siempre debería enraizarse irreductiblemente en el particularismo del relato histórico que comienza con el Dios de Abraham que elige y libera a un pueblo. La historia de Jesús solo adquiere sentido dentro de esa historia y no puede ser separada de ella. En su Capítulo 4, Nostra Aetate desarrolla este tema cuando dice:

Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la estirpe de Abraham.

No podemos entender la identidad de la Iglesia fuera de su relación con el judaísmo. De hecho, a menudo nuestra Iglesia contemporánea devalúa esta particularidad, como se manifiesta en la indiferencia o el menosprecio generalizados hacia las Escrituras hebreas en la vida eclesial. Existe a menudo un marcionismo funcional en la vida de la Iglesia occidental, y en otras culturas, se sostiene a veces que la historia de Israel no es definitiva para ellos. Pero esta es una historia que resuena a través de todo el mundo. El informe exhorta a redescubrir la raíz judía del cristianismo en nuestra propia vida interna como Iglesia.

La particularidad de la relación del cristianismo con el judaísmo también tiene implicaciones para el compromiso cristiano en todas las relaciones interreligiosas: si este es nuestro “otro significativo” desde el principio, la manera en que respondemos a otras religiones o nos comprometemos con ellas siempre estará marcada por esta primera relación. Con respecto a esto, el informe toma la sugestiva expresión ‘sacramento de alteridad”, acuñada por el cardenal Walter Kasper:

El judaísmo es como un sacramento de toda alteridad que, como tal, la Iglesia debe aprender a discernir, reconocer y celebrar.

Creo que esto les da a las relaciones entre judíos y cristianos una peculiaridad paradigmática, dentro del escenario interreligioso general, en este sentido: en cada encuentro con un otro religioso, nos retrotraemos al encuentro con Israel, que es formativo para la historia cristiana.

3. Irreversiblemente misionero

La “misión” suele ser considerada como un tema difícil o incómodo de las relaciones cristiano-judías, y es fácil ver por qué: el proselitismo agresivo, las conversiones forzadas y el temor a la destrucción de la identidad judía forman parte de la historia. Tenemos que ser muy sensibles a la acusación de agresión teológica, particularmente después de la Shoá, y reconocer que la evangelización cristiana ha sido mayormente coercitiva, manipuladora e irrespetuosa con la identidad judía.

Pero la misión no solo es un tema controvertido entre cristianos y judíos: es fundamental para la autocomprensión cristiana. A mi juicio, nosotros no podemos decir simplemente “los cristianos son cristianos” como una cuestión de identidad definida del mismo modo en que se dice “los judíos son judíos”. El cristianismo no es primariamente  la recepción de una herencia, sino un alineamiento con una historia, y las historias quieren ser compartidas con otros. Por consiguiente, el impulso de misión en el cristianismo está arraigado y es constitutivo de quiénes somos.

Sin embargo, ese impulso arraigado no debe ser dirigido solamente, y ni siquiera principalmente, o quizá de ninguna manera, al pueblo judío. Nos encontramos ahora en un lugar diferente al de períodos anteriores de nuestra interacción en la historia. En la Europa medieval, por ejemplo, el pueblo judío era el único grupo distintivo dentro de la sociedad homogéneamente católica (aparte de los herejes, con quienes a veces se los agrupaba), y la misión era habitualmente un intento de forzar la uniformidad. En la época patrística, los judíos y los cristianos luchaban entre sí en sus autodefiniciones y la misión no se podía separar de la polémica. Ahora, en cambio, como judíos y cristianos nos encontramos en un mundo religiosamente diverso y secularizado, en el que nuestros valores pueden ser compartidos con una sociedad apartada de Dios.

Nuestro informe reconoce que la misión es uno de los temas en los que “se pueden esperar diferencias de perspectiva entre cristianos sobre el lugar que ocupa la evangelización”, pero también sostiene que la misión no es solamente, ni principalmente, tratar de convertir a la gente de una religión a otra. Más bien tiene un sentido en el cual hay algo que puede ser compartido. Como dice el documento “El camino del diálogo”, presentado en la Conferencia de Obispos de Lambeth de 1988:

Judíos, musulmanes y cristianos tienen una misión común. Comparten una misión hacia el mundo de honrar el nombre de Dios: “Santificado sea tu nombre”

¿Hasta qué punto es realista que los cristianos y los judíos hablen el lenguaje de la misión juntos? No sorprende que el lenguaje “misionero” sea central para el cristianismo, pero no lo es para el judaísmo, por sus asociaciones históricas que aún son negativas. Hay, por ejemplo, una sorprendente ambivalencia en un párrafo del  documento judío ortodoxo de 2015 sobre el cristianismo, To do the Will of our Father in Heaven. El párrafo 3 dice:

Nosotros los judíos podemos reconocer la actual validez constructiva del cristianismo como nuestro socio en la redención del mundo, sin ningún temor de que eso sea explotado para una finalidad misionera.

Aquí, “misionera” tiene claramente una connotación negativa. Pero el mismo párrafo concluye:

Ninguno de nosotros puede cumplir solo la misión de D-s en el mundo.

En este caso, el uso de “misión” se alinea en términos generales con el concepto cristiano contemporáneo de misión como Missio Dei, una participación en el trabajo de Dios en reconstruir su mundo. Así, el párrafo 4 de To do the Will of our Father in Heaven señala luego:

Los judíos y los cristianos tienen una misión común de Alianza para perfeccionar el mundo bajo la soberanía del Todopoderoso.

Si esto es cierto, realmente nuestra relación con el pueblo judío puede ayudar a despertarnos como cristianos a nuestra identidad fundamentalmente misionera. Realizar esto en la práctica es una conversación entre cristianos y judíos que apenas está empezando. Pero ahora sabemos que esa conversación puede desarrollarse en un espíritu de amistad y confianza del que nuestros antecesores no gozaron.

Editorial remarks

El obispo Michael Ipgrave, OBE, ofreció esta alocución en la sesión plenaria del 1º de julio de 2019, durante la Conferencia del ICCJ realizada en Lund entre el 30 de junio y el 3 de julio de 2019.
Traducción del inglés: Silvia Kot.