El gran interés de los judíos y los palestinos por el conflicto es fácil de explicar por sus vínculos con la región o sus afiliaciones religiosas o comunitarias. Sin embargo, rara vez se discuten las razones por las que este tema -un conflicto lejano, que afecta en forma directa a pocas personas- suscita un rencor y una acritud tan generalizados entre quienes están lejos y no están directamente involucrados en él. ¿Por qué tantas personas y organizaciones (como las juntas escolares y los ayuntamientos, los sindicatos y las principales iglesias de los Estados Unidos) parecen preocuparse tanto y hablan tan enérgicamente del conflicto a pesar de no tener ninguna relación con él? ¿Qué influye en sus puntos de vista? Estas son metapreguntas que no se refieren a las acciones en el conflicto, sino más bien a la naturaleza de las partes y al interés en el conflicto mismo.
Es innegable que los palestinos han sufrido mucho durante décadas. Sin embargo, hay pocas pruebas de simpatía popular occidental por los palestinos, o incluso de interés por ellos como tales. Por ejemplo, pocos estadounidenses protestaron cuando, en 2018, el presidente Trump recortó drásticamente el apoyo de Estados Unidos a la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Por lo general, como sucede en algunas universidades e iglesias, la defensa propalestina significa la defensa de acciones punitivas contra Israel.
Otra posible explicación del enorme interés que despierta el conflicto es que está involucrado Israel. Israel, el único Estado judío, que fue fundado tras un genocidio y controla actualmente importantes lugares religiosos, ha atraído durante mucho tiempo la atención internacional. Últimamente, esto se ha convertido en una furiosa avalancha. Algunos presuponen antisemitismo o argumentan que las acciones de Israel son tan atroces que se justifica una fuerte crítica, o señalan que Israel recibe grandes cantidades de ayuda estadounidense. Sin rechazar estas explicaciones, quiero considerar explicaciones más profundas, que no reflejan acontecimientos políticos o económicos contemporáneos, sino pautas históricas y formas de pensar sobre los judíos en las sociedades occidentales y cristianas. Creo que, al menos en parte, son estas las que configuran el discurso, especialmente entre quienes critican a Israel.
El imaginario occidental
Yo sugiero que la intensa, y a menudo hostil, atención que se presta actualmente a Israel es una manifestación contemporánea de una antigua tendencia histórica: Durante siglos, los judíos han ocupado un lugar especialmente destacado en el imaginario occidental y cristiano, y la intensa atención que se presta actualmente a Israel puede explicarse, al menos en parte, como una continuación de esa tendencia. A lo largo de los siglos, desde la antigüedad hasta la modernidad, los judíos y el judaísmo han recibido una atención desproporcionada y han sido objeto de representaciones distorsionadas. A pesar del reducido tamaño de las comunidades judías, de su falta de poder político, de las barreras que limitaban sus opciones económicas y sociales, y de la escasa probabilidad de que los no judíos conocieran siquiera a judíos, a través de los siglos los judíos fueron objeto de una enorme cantidad de teorías occidentales y cristianas, muchas de ellas hostiles. Los cristianos expresaban a menudo sus temores, sus dudas y sus inseguridades en términos que hacían referencia e incorporaban ideas sobre los judíos, de los que los cristianos podían distinguirse o contrastar (favorablemente). Esto era posible porque las opiniones de los cristianos sobre los judíos eran en gran medida creaciones cristianas: muy simbólicas, ambiguas, inestables e influidas más por ideas religiosas y seculares que por el conocimiento real, sobre todo por la polémica teológica. David Nirenberg, en su libro Anti-Judaism: The Western Tradition, resume así estas tendencias: “Los cristianos codificaron la amenaza del judaísmo en algunos de los conceptos básicos del pensamiento occidental”.
Las experiencias y las percepciones de los judíos a lo largo de muchos siglos pueden parecer alejadas del presente, pero creo que tienen una influencia profunda y duradera en las opiniones contemporáneas sobre Israel. Esto es cierto incluso entre quienes saben poco de esta historia o no admiten estar influidos por ella, pues tales ideas tienen raíces profundas y se han difundido casi universalmente en la sociedad occidental. Desplazan los juicios habituales, basados en valoraciones morales y pragmáticas generales, al pensar en los judíos entonces, y en Israel ahora, en términos típicamente exagerados, basados en suposiciones polémicas o fantasiosas, y se les presta una atención asimétrica.
Quiero proponer una serie de paralelismos entre las visiones históricas sobre los judíos y las visiones contemporáneas sobre Israel, el Estado judío. En cada una de las secciones que siguen, presento en primer lugar las visiones históricas, resumiendo algunas de las formas dominantes en que se veía a los judíos en las sociedades occidentales y cristianas. En segundo lugar, presento las visiones contemporáneas que, en mi opinión, arrojan luz sobre paralelismos notables con las visiones históricas, que han sido analizadas en importantes obras. En general, me abstengo de dar citas específicas de opiniones históricas o contemporáneas: eso me distraería de mi objetivo principal, que es demostrar la posibilidad, la relevancia y el beneficio de esta clase de análisis a través de los siglos para entender algunos discursos contemporáneos sobre Israel. No sorprende que casi todas las opiniones históricas sean hostiles o desfavorables, ya que estaban influidas por creencias teológicas, sociales y económicas adversas a los judíos. Sin embargo, por esta razón son relevantes para las opiniones contemporáneas, ya que muchas de ellas también son en gran medida desfavorables a Israel y, por extensión, aunque no explícitamente, a los judíos que viven allí (y a veces hacia los judíos que viven en otros lugares). Me centraré en estas opiniones, divididas en cuatro categorías. En particular, evito especular sobre los motivos de los críticos, que presumiblemente son diversos y fácilmente tergiversables. Mis afirmaciones son más modestas, pero también espero que más convincentes sobre la evidente influencia continua de las opiniones históricas sobre los judíos.
Primer paralelismo: Judíos / Israel como cúspide del mal
Los cristianos sostuvieron durante mucho tiempo creencias irracionales y fantásticas sobre la malevolencia judía hacia ellos. Algunos consideraban que los judíos no sólo tenían actitudes hostiles hacia los cristianos: los acusaban de martirizar a los cristianos, de asesinar a niños cristianos, de envenenar pozos de agua, de propagar enfermedades, de profanar objetos rituales y de socavar secretamente las sociedades cristianas y, más tarde, las sociedades seculares occidentales en las que vivían. Los acusaban falsamente de los actos más espantosos que se pudieran imaginar, que amenazaban sus vidas y sus convicciones religiosas más profundas. Estos tópicos se basaban en terribles suposiciones sobre los motivos de los judíos, que, si tenían la oportunidad, querían (y a veces lograban) hacer cosas horribles contra los cristianos.
Del mismo modo, algunos acusan hoy a Israel no sólo de malas políticas y de transgredir normas legales y morales: de hecho, las acusaciones de malevolencia se elevan al nivel más alto posible. Por ejemplo, después de trágicas situaciones de combate que provocaron la muerte de inocentes, los israelíes han sido acusados regularmente de cometer asesinatos intencionales. Se dice que la escasez de alimentos en Gaza, que sin duda merece atención y reparación, es una política deliberada de Israel para matar de hambre a los civiles entre los que se esconde Hamás. A menudo se afirma que los terribles actos con resultados mortales, a veces causados por el inaceptable descuido e incluso negligencia de los israelíes, son de hecho resultados intencionales. Esto atribuye un nivel inhumano de malevolencia deliberada a los israelíes y a la política israelí, mucho mayor al atribuido a otros militares occidentales implicados en la trágica muerte de inocentes. (Por ejemplo, no recuerdo que nadie dijera que los bombardeos militares estadounidenses en Afganistán contra salones de bodas o niños que paseaban por la calle fueran asesinatos intencionales).
Del mismo modo, se han formulado acusaciones de genocidio contra Israel con regularidad en las Naciones Unidas (desde 1982), en tribunales internacionales y por parte de organizaciones (por ejemplo, la Conferencia Mundial contra el Racismo de 2001). Esta afirmación, que recuerda naturalmente a la Shoá, constituye lo que Francesca Albanese, la muy controvertida Relatora Especial de la ONU sobre los Territorios Palestinos Ocupados, caracterizó como “el crimen de los crímenes” (the crime of crimes). La introducción de la terminología más extrema excluye inmediatamente el análisis desapasionado según los medios convencionales de evaluación de las acciones estatales. Ante semejante maldad asesina, parece casi absurdo pedir matices y equilibrio en un debate sobre las acciones militares y políticas de Israel. La acusación de genocidio indica un daño moral de primer orden, que cuestiona la legitimidad del Estado y no sólo sus políticas.
Las acusaciones de que Israel es un proyecto colonialista occidental tienen un efecto similar, dada la percepción generalizada del colonialismo como uno de los grandes actos modernos de injusticia. La mezcla nociva de racismo, explotación, autoritarismo y dominación inherente a la empresa colonial tradicional ha llegado a representar para muchos la cúspide de la maldad occidental, de modo que quienes, según esas acusaciones, practican el colonialismo pisotean al mismo tiempo casi todas las normas morales contemporáneas. Una vez más, parece imposible un debate razonable y matizado, en este caso sobre la historia de la región, cuando la creación de Israel se considera totalmente inaceptable.
Segundo paralelismo: el pecado original de los judíos/Israel es la falsa teología/ideología
Históricamente, los cristianos y los occidentales han sostenido casi universalmente que el judaísmo es irracional y que los judíos rechazan deliberadamente las normas y creencias mayoritarias (es decir, cristianas/occidentales). Se decía que los judíos se aferraban obstinadamente a una cosmovisión falsa y obsoleta a pesar de la innegable verdad del cristianismo. Mientras que otras religiones y herejías provocaron una oposición a veces violenta, el judaísmo fue único a lo largo de los siglos en su condición de manifestación presente, incluso visceral, de una supuesta inversión de los valores cristianos. Por supuesto, los judíos no se enfrentaron a una hostilidad incesante en todas las épocas ni en todos los lugares, pero la antipatía hacia el judaísmo fue casi constante, especialmente cuando los cristianos intentaron definir los límites de sus comunidades asegurándose de que los judíos quedaran fuera de ellas.
Del mismo modo, los críticos modernos de Israel afirman que su fundamento ideológico es cualitativamente diferente del de otros países. Sostienen que el sionismo -la ideología fundacional de Israel de autodeterminación y soberanía judías en la patria bíblica- es intrínsecamente racista y discriminatorio y, por lo tanto, carece de legitimidad. Por supuesto, otros movimientos políticos y nacionales respaldan a una gran variedad de Estados, algunos pacíficos e inclusivos, otros violentos y excluyentes. Algunas naciones tienen iglesias oficiales o religiones estatales y una identidad religiosa consagrada o privilegiada en sus textos fundacionales. Algunas también nacieron en medio de conflictos, incluyendo transferencias de poblaciones a gran escala y trastornos de regiones enteras: éste es sin duda el caso de Israel. La cuestión es que su experiencia dista mucho de ser única. Sin embargo, no existe una expresión similar para la hostilidad hacia otros movimientos nacionales, ningún antikurdismo, antipaquistanismo o antibangladeshismo junto al antisionismo, ya que no se evalúa ninguna otra ideología nacional (y Estado) con tanta dureza como para justificar su eliminación. Sólo el carácter judío de Israel provoca una resistencia generalizada por ser singularmente atávico e inmoral. En concreto, su compleja mezcla de nacionalismo, religión y una íntima conexión con la tierra sobre la que se asienta el país lleva a algunos a despreciar el sionismo como una ideología de “sangre y tierra”, con su eco de la Alemania nazi. Israel es el único país al que se le atribuye esta especie de “pecado original”, ya que cualquier justificación para su creación se ve socavada por los acontecimientos que tuvieron lugar en el momento de su fundación, incluso ocho décadas después.
Tercer paralelismo: judíos/israelíes como los mayores intrusos
A lo largo de los años, los judíos fueron expulsados repetidamente de regiones de Europa (por ejemplo, en 1290, 1306, 1492, 1569, 1742). En algunos casos se trataba de territorios en los que habían vivido durante siglos, aunque sin soberanía alguna y dependiendo de la buena voluntad de los no judíos. Por el deterioro de la situación social, los cambios en las tendencias económicas, las acusaciones de que los judíos eran “otros” inasimilables y el aumento del fervor religioso y la hostilidad hacia los no creyentes, los gobernantes cristianos desalojaron a las comunidades judías y, a veces sin previo aviso, les exigieron que abandonaran el país. Sus motivos eran una mezcla de lo práctico y lo teológico, aunque esta última influencia tenía profundas raíces en las antiguas opiniones religiosas cristianas sobre los judíos. Como infieles, debían ser dispersados fuera de su patria bíblica, sin fuerza política ni militar. Debían mantenerse débiles y ser gobernados por no judíos, y la diáspora y la impotencia judías debían servir como símbolos vívidos del triunfo del cristianismo sobre el judaísmo.
Asimismo, los judíos de Israel han sido descritos durante mucho tiempo como intrusos, residentes temporales de la región y destinados a la expulsión (o merecedores de ella). Entre sus vecinos, este sentimiento es quizá comprensible: los árabes y los musulmanes de la región están resentidos por los cambios y los trastornos que se produjeron con la creación del Estado de Israel. Pero también en muchos que son exteriores a la región, para quienes la presencia de Israel no tiene implicaciones prácticas, existe un rechazo de la soberanía y el autogobierno judío. El antisionismo, la idea de que el Estado de Israel carece de legitimidad, supone necesariamente la pérdida del autogobierno y, presumiblemente, la salida de la tierra de Israel (suponiendo que pocos aceptarían los riesgos de vivir como una minoría política). La idea, basada en las injusticias de la creación de Israel y/o de las políticas de Israel, tiene fuertes ecos de la visión punitiva del exilio histórico de los judíos: los judíos deben seguir siendo una minoría débil que dependa del trato justo y la buena voluntad de los demás para su seguridad. La ética nacionalista de Israel y su frecuente recurso a la fuerza militar amenazan especialmente esta percepción.
Cuarto paralelismo: judíos/Israel reducidos a símbolos
Aunque históricamente pocos cristianos tuvieron interacciones sustanciales con los judíos, estos sirvieron como símbolos de reivindicaciones y creencias que los cristianos rechazaban o despreciaban. Se podía calificar a los adversarios de “judíos”, basándose en el desconocimiento generalizado de los judíos reales y en la flexibilidad aparentemente ilimitada de tales imágenes. Los llamados judaizantes que se enfrentaban a Pablo por la ley bíblica; los judíos que supuestamente incitaban a los cristianos a descuidar o abandonar el cristianismo; los judíos que supuestamente ejemplificaban cualidades anticristianas como el legalismo; los judíos como símbolos de cosmopolitismo corrompido en lugar de espiritualidad vital... todos eran, al menos en parte, creaciones del imaginario cristiano. Sin ninguna razón basada en el mundo real, los judíos (o “los judíos”) fueron incluidos en disputas internas cristianas sobre cómo debía y no debía ser la vida social y religiosa. Según Nirenberg, esas percepciones cristianas “sobre los judíos eran armas forjadas que servían en conflictos con otros cristianos”.
La decisión de tratar a los judíos como símbolos no fue aleatoria, sino que reflejaba el turbio proceso de autodefinición cristiana a partir del judaísmo y en su contra, y la “otredad” paradigmática de los judíos en la sociedad durante muchos siglos. También reflejaba una larga historia de hostilidad antijudía. Como símbolos maleables, los judíos se vieron envueltos en disputas cristianas más amplias, sólo tangencialmente relacionadas con los judíos reales. Además, tradicionalmente la hostilidad hacia los judíos era lo suficientemente amplia como para incluir a grupos opuestos entre sí. Es bien sabido que tanto los cristianos ricos como los cristianos pobres veían a los judíos como enemigos, incluso cuando no había judíos en su medio. Lo mismo ocurría con católicos y protestantes, de elite o no, secularistas/racionalistas y tradicionalistas. A pesar de desconfiar e incluso odiarse mutuamente, los diversos grupos compartían un enemigo simbólico al que le podían atribuir las creencias y cualidades que despreciaban en sus enemigos.
Del mismo modo, las cuestiones planteadas por el conflicto entre Israel y Gaza suelen enmarcarse en reivindicaciones sobre Israel, pero a veces parecen reflejar otras disputas. Israel es un recipiente para estas disputas, que sirve como símbolo de lo que es objetable, obsoleto, inmoral o ambiguo. Por ejemplo, como se ha señalado anteriormente, se debate mucho sobre Israel y el colonialismo. Aunque algunas de estas discusiones se centran en la historia de Israel, por lo general, la disputa parece ofrecer una oportunidad para rechazar al propio colonialismo. Esto tiene sentido dado que la mayoría de los ejemplos occidentales de colonialismo pertenecen al pasado, lo que deja pocas oportunidades a los habitantes de los países occidentales de enfrentarse al colonialismo contemporáneo. Israel puede servir como ejemplo superlativo y actual de una terrible injusticia histórica cometida anteriormente, pero no en la actualidad, por no-judíos.
En relación con esto, puede notarse la aparición en muchos ámbitos de controversias sobre la guerra justa suscitadas por este conflicto. El conflicto entre Israel y Hamás es, por supuesto, uno de los numerosos conflictos recientes. Sin embargo, con la excepción de las guerras en las que los estadounidenses (u occidentales) participaron directamente (sobre todo, Vietnam), ningún otro conflicto provoca un debate tan amplio y apasionado sobre los objetivos de la guerra y sobre cómo se libra una guerra en general. Por supuesto, se trata de un debate importante, pero sólo con el conflicto entre Israel y Gaza se aborda el tema en un vigoroso discurso público y académico, en gran parte crítico con Israel. Y las subsiguientes afirmaciones de que la guerra no sólo es errónea, sino filosófica y moralmente injusta, vuelven a cerrar el debate y plantean profundas dudas sobre la guerra y la nación que la libra.
Un ejemplo más de que Israel sirve como medio para canalizar otras controversias es la opinión de que Israel está en conflicto con el islam. Al resistirse al modelo del “choque de civilizaciones”, quienes se oponen a Israel demuestran su voluntad de colaborar con grupos musulmanes y abogar por los no occidentales. En lugar de rehuir o temer al “otro”, la oposición a Israel se utiliza para señalar una apertura al islam frente a las opiniones occidentales antimusulmanas. Esta hostilidad sirve para unir a una mezcla inaudita de grupos. En especial, musulmanes y progresistas, a pesar de tener visiones del mundo profundamente diferentes (por ejemplo, en materia de género, religión, derechos de los homosexuales y política), están juntos en la vanguardia del activismo contra la guerra de Gaza.
Israel funciona simbólicamente de otras maneras. Los principales grupos protestantes chocan con los evangélicos en relación con el sionismo cristiano. Aunque aparentemente se trata de cuánto apoyo se le debe dar (si es que hay que darle alguno) a Israel, bajo esta disputa se esconde una importante división interna cristiana sobre la interpretación de las Escrituras, el activismo político y los valores cristianos no relacionados directamente con Israel. En esta disputa también acechan marcadas divisiones culturales sobre quién puede ser considerado oprimido y, por lo tanto, merecedor de un trato especial, dados los polémicos desacuerdos sobre si los judíos pueden considerarse un grupo oprimido. Del mismo modo, los debates sobre Israel hacen aflorar profundas tensiones en las organizaciones. Los desacuerdos sobre Israel han dividido al Partido Demócrata como ningún otro tema, revelando una línea de fractura latente entre el centro y la izquierda. Un gran número de profesores universitarios toman partido en el conflicto. Muchos firman cartas que reflejan profunda ira y decepción con quienes discrepan de ellos sobre Israel, pero también sobre la misión de la universidad, la libertad académica, el activismo y las obligaciones morales.
De nuevo, es difícil pensar en otro conflicto, y menos aún en un conflicto exterior, que una o comprometa a una gama tan dispar de activistas o que plantee tantas cuestiones (a veces no relacionadas). No menciono esto para cuestionar si los activistas tienen una preocupación genuina por el conflicto en sí. Más bien quiero subrayar las características singulares del activismo generado por las críticas a Israel y sus paralelismos con las opiniones históricas sobre los judíos.
Israel: el judío en sentido amplio
Estos paralelismos históricos apuntan a un hecho sorprendente: el Estado de Israel se ha convertido en “el judío” en sentido amplio. Muchas de las afirmaciones históricas sobre los judíos se asemejan a las afirmaciones contemporáneas sobre Israel. Las razones de las afirmaciones históricas varían, aunque la mayoría se basan en creencias teológicas y seculares bien conocidas sobre los judíos. Poniendo entre paréntesis los motivos (quizá desconocidos) que subyacen a las reivindicaciones contemporáneas y evitando términos peyorativos como antisemitismo y antijudaísmo, sugiero que el concepto de “alosemitismo” de Zygmunt Bauman (los judíos como “otros”) es más útil en este caso. En resumen, postula que los cristianos utilizaban obsesivamente una imagen de los judíos para delimitar las normas religiosas y sociales, especialmente en momentos inquietantes de ambivalencia. A los judíos se les podían asignar papeles abstractos como el “otro” contra el cual los cristianos podían definir sus propias identidades. Este modelo se aplica bien a muchas visiones contemporáneas del Estado de Israel. Muchos consideran que Israel es único entre las naciones, del mismo modo que los judíos fueron tratados durante mucho tiempo como el “otro” consumado, y el discurso muestra una fuerte continuidad entre el pasado y el presente. Sólo que ahora el centro de atención ha cambiado: de los judíos como pueblo a los judíos de Israel como entidad política.