Carta al papa Benedicto XVI sobre la oración de Viernes Santo de la liturgia tridentina

Le escribo esta carta en mi carácter de presidente del Departamento de Jóvenes del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, y como joven católico, estudiante de la carrera de teología. También le escribo como participante del diálogo que tiene lugar en la actualidad entre judíos, musulmanes y cristianos.

Carta al papa Benedicto XVI sobre la oración de Viernes Santo de la liturgia tridentia

Jueves Santo de 2008

 A Su Santidad, el papa Benedicto XVI

Santo Padre:

Le escribo esta carta en mi carácter de presidente del Departamento de Jóvenes del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos, y como joven católico, estudiante de la carrera de teología. También le escribo como participante del diálogo que tiene lugar en la actualidad entre judíos, musulmanes y cristianos.

Quienes tomamos parte de este diálogo sentimos una gran preocupación ante la oración por los judíos propuesta para ser usada en la liturgia tridentina, con su llamado a los judíos a convertirse a la fe en Jesús. Esta oración, pronunciada en un día particularmente emotivo del calendario cristiano, no aparece, lamentablemente, en un contexto histórico neutral. En efecto, a lo largo de muchos siglos, el Viernes Santo ha sido un día de mucho sufrimiento para el pueblo judío, que ha debido soportar abusos degradantes y violentos por parte de turbas cristianas. Esto, junto con el antijudaísmo presente en el cristianismo durante siglos, y el recuerdo reciente de la complicidad de algunos cristianos en la Shoah, así como el silencio de muchos otros, coloca a esta oración en un contexto que hiere profundamente e incluso ofende a nuestros hermanos judíos. Como católico, también yo me siento sumamente incómodo con esta oración, y experimento dentro de mí mismo el escozor y la amargura de la historia, en momentos en que me dispongo, junto con el resto de la Iglesia, a celebrar la muerte y resurrección del Señor en el Triduo Pascual.

Aunque la oración en sí misma evita algunas expresiones que figuraban en la versión tradicional de la liturgia, le pide a Dios que ilumine los corazones de los judíos. Esto sólo puede querer decir que ahora esos corazones están en tinieblas: un concepto muy parecido a las fórmulas antiguas, suprimidas por el papa Juan XXIII. Por otra parte, el simbolismo escatológico usado por Jesús, que se refiere al advenimiento del Reino de Dios, es interpretado aquí en un sentido más estrecho para aludir a la entrada de todas las naciones a la Iglesia, expresando un exclusivismo que parece ajeno al Jesús que describen los Evangelios. La oración de 1970, en cambio, reconoce la dignidad del pueblo judío, y se hace eco de la afirmación de san Pablo sobre la permanencia de la elección de Israel. Como dice Nostra Aetate: “Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación: así lo afirma el Apóstol”. Si esto es así, y las promesas que le hizo Dios al pueblo de Israel siguen vigentes, puede asegurarse sin duda alguna que los judíos se salvarán precisamente como judíos, y no dejando de existir como pueblo. El Catecismo de la Iglesia Católica alude a esta idea cuando dice: “A diferencia de otras religiones no cristianas, la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza”.

En el terreno del diálogo, esta oración constituye un obstáculo muy real: ¿qué clase de diálogo puede llevarse adelante si la actitud de una de las partes tiende a despojar a la otra de su identidad espiritual? Del mismo modo, parece muy difícil evitar la impresión de que instituir esta plegaria mientras se sigue rezando la oración de 1970 en el contexto de la liturgia común, constituye una ambigüedad, si no una contradicción en la actitud de la Iglesia hacia los judíos. Como católico, me he sentido muy orgulloso de los esfuerzos realizados por la Iglesia a partir del Concilio para sanar algunas de las heridas históricas que los cristianos habían infligido a los judíos. Lamentablemente, esta oración reabre algunas de esas heridas, después de un tiempo de curación que ha sido muy corto, si se lo compara con los siglos de persecución y sufrimientos que han pesado sobre el pueblo judío. A la luz de todo esto, Santo Padre, le ruego que se use sólo la plegaria de 1970 en la liturgia tridentina. Se lo ruego en nombre de mis hermanas y hermanos judíos, y en nombre de los que participamos en el diálogo judeo-cristiano, pero también se lo ruego en nombre de aquellos de nosotros, que, como católicos, consideramos este hecho profundamente perturbador, y un obstáculo para nuestra celebración del misterio pascual.

Sinceramente suyo,

John Robinson

 

Editorial remarks

Traducción: Silvia Kot