Carta a un amigo judío

Querido Abraham:

Crecí en un país islámico árabe. Mi imagen de los judíos, y especialmente de los israelíes, provenía casi exclusivamente de los informes de los medios de comunicación sobre el conflicto político que ha afectado a Medio Oriente durante los últimos cien años. Para mí, ustedes, los judíos, eran nuestros enemigos jurados, e Israel era un país que estaba a punto de erradicar el habitat no solo de los musulmanes sino también de los árabes cristianos, y destruiría nuestra existencia.

Nosotros asociábamos a los descendientes de Isaac con un pulpo que usaba sus numerosos brazos para penetrar en los países y en las vidas de los musulmanes para devorarlos.  Las únicas voces que nos llegaban desde Israel eran las que catalogaban a los hijos e hijas de Ismael como “terroristas” y acusaban a los árabes de querer arrojar a todos los judíos al Mediterráneo.

Sólo en mi adultez tuve la oportunidad de conocer la manera en que piensan y sienten los judíos como individuos. Mi vida se desarrollaba ahora en una Alemania libre y pluralista, un país que, a pesar de su oscuro pasado en el que especialmente los judíos habían sido víctimas de una ideología de odio, volvía a caracterizarse por una diversidad cultural y religiosa. Tomé conciencia de que en Marruecos, mi país natal, el judaísmo también había sido una parte fundamental de la cultura nacional durante siglos. Incluso en la actualidad, hay allí judíos representados en la dirigencia. Su compromiso social no sólo se dirige a sus pares, sino que está al servicio de todo el país.

El gran éxodo judío de los años 1950 y comienzos de los años1960, hizo que la mayoría de los marroquíes musulmanes de hoy no tuvieran un contacto directo con sus compatriotas judíos. Aunque yo tuve que esperar varios años para tener esa oportunidad, esa experiencia me ayudó a dejar de lado mis escrúpulos hacia los judíos, hasta llegar a considerar la posibilidad de abordar un avión hacia Israel.

Especialmente el encuentro con Simon Levy, el fundador del Museo Judío de Casablanca, hasta ahora el único museo judío del mundo árabe, me causó una impresión decisiva. Gracias a su apertura y su carisma, aprendí que el Islam, el judaísmo y el cristianismo tienen bases éticas comunes. Esta ética compartida establece que lo importante son los seres humanos, la manera en que piensan y actúan, y no los parámetros físicos o abstractos como el territorio geográfico o los orígenes étnicos y familiares.

Sin embargo, esta unión humana por encima de todas las diferencias se volvió absolutamente clara para mí sólo cuando estuve en Jerusalén. Aquí, en la Tierra Santa de los judíos, los cristianos y los musulmanes, tuve la oportunidad de experimentar en forma directa cómo podían coexistir y cooperar las diferentes religiones con sus respectivos puntos de vista.

Mi estadía en Jerusalén no dependió totalmente de mi elección. No fue el turismo aventura lo que me llevó al lugar en el que vivieron nuestros antepasados comunes. Me obligaban a ello mis recientes investigaciones científicas. Los molestos controles en las fronteras y el estilo interrogatorio en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv parecieron confirmar los prejuicios de mi juventud. Supuse que me enfrentaría con un Israel y un judaísmo para quienes nosotros los musulmanes sólo existíamos como una “amenaza”, o en última instancia, como “cuerpos extraños”.

Sin embargo, mis numerosos encuentros en Jerusalén con diversas personas, tanto con judíos como con cristianos y musulmanes, me hicieron entender cada vez más que la verdadera humanidad no depende de atributos externos. La humanidad no tiene fronteras culturales, étnicas ni religiosas. En cambio, nuestro sentido de humanidad surge de la espontaneidad con la que estamos dispuestos a llegar al otro.

oncretamente, me fue revelado en la empatía que demostraste hacia mis problemas. Pude experimentar la humanidad en tu voluntad de ayudar y en la manera en que me hablabas y me ofrecías tu apoyo, de un modo completamente natural y exento de motivaciones ulteriores o expectativas de compensación.

En tu actitud pude ver que, como el Islam sincero, el verdadero judaísmo no está determinado por cosas exteriores, aunque esos aspectos exteriores como patillas, kipás o sombreros negros contribuyan a la identidad judía y le den una característica típica a Jerusalén occidental, como lo hacen los pañuelos palestinos, los kufiyas, en Jerusalén oriental. La religión internalizada se manifiesta en el corazón del individuo, en la concepción del mundo de cada persona y en la hospitalidad. Estos valores interiores nos unen a quienes tenemos religiones diferentes y nos permiten mirarnos unos a otros abiertamente y sin prejuicios.

Como persona, uno siempre siente que es bienvenido, que lo tratan ante todo como a un ser humano y comprueba lo que significa en términos prácticos esta frase: “El ser humano es aún más sagrado que cualquier Tierra Santa”.

Me has servido como ejemplo de que muchos judíos y musulmanes de Jerusalén están ahora mucho más cerca de un Oriente definido por la coexistencia fraternal de sus religiones que sus líderes políticos. Un análisis más profundo no sólo de la historia sino también de los acontecimientos actuales en mi patria, Marruecos, me ha mostrado que esta interacción franca y abierta entre judíos y musulmanes es, en realidad, la regla. Es el conflicto político de Medio Oriente lo que ofrece un panorama distorsionado, muy lejano a la realidad.

Pude experimentar qué sencillo era para nosotros, los musulmanes, así como para los cristianos, tener acceso al Muro Occidental. Pude experimentar que los no-cristianos podíamos entrar a la Iglesia del Santo Sepulcro sin que los cristianos que rezaban allí se sintieran molestos por nuestra presencia. Me di cuenta de que la expresión “religiones hermanas” no es un neologismo políticamente correcto. Esta expresión tiene un significado auténtico que se manifiesta en los corazones de muchas personas.

Aún más que en los lugares sagrados, tuve esa sensación de fraternidad en la vida cotidiana de Jerusalén. Algunos judíos como tú que se acercaron a mí como a un ser humano, sin problemas y sin temor. La apariencia, el origen y la creencia religiosa no tenían importancia. Tú me viste como una persona que necesitaba tu ayuda y me la ofreciste espontáneamente.

A partir de ese momento, la interacción humana ha moldeado mi opinión sobre Jerusalén. Desde ahora, en mi conciencia, los judíos ya no son mis enemigos jurados. Pude sentirlos como mis camaradas, mis amigos del alma y hermanos espirituales. Aunque sigo estando en desacuerdo en muchos puntos con la posición del Estado de Israel en el conflicto de Medio Oriente, los judíos de Jerusalén occidental me importan ahora tanto como los árabes y musulmanes de la parte oriental de la Ciudad Santa. Ustedes muestran que entienden la importancia de la humanidad que es esencial tanto para el Islam como para el judaísmo.

La experiencia de ver personas de diferentes culturas y religiones coexistiendo tan estrechamente me inspira el deseo de regresar algún día a la Ciudad Santa. La calidez que primó entre nosotros me hace tener esperanzas de que eso pueda inspirar a los líderes políticos y sociales. Así podrán superarse los conflictos políticos. La fraternidad y la solidaridad deberían constituir la imagen dominante que los judíos y los musulmanes tengan unos de otros.

Reconozco tu actitud de amor al prójimo también como un modelo para el resto del mundo. Esto debería ser válido también para la sociedad alemana, en la cual, a pesar de su pluralismo cultural y político, a veces prevalecen la indiferencia y el egoísmo. En Jerusalén, conocí un judaísmo que se interesa por el otro. El principio rector podría enunciarse de este modo: Solo tratando con el Tú, puede encontrar el Yo su identidad.

La paz sea contigo

Tuyo,

Mohammed

Editorial remarks

El Dr. Mohammed Khallouk es politólogo. Nació en1971 in Sale, Marruecos. Estudió lingüística en su país y ciencia política en Marburgo, Alemania. Desde 2008, se dedica a la enseñanza y la investigación de Teoría Política en la Philipps-Universität de Marburgo. Es un activo promotor del diálogo y el entendimiento entre el judaísmo y el islam.
Traducción: Silvia Kot