¿Aprenderá alguna vez el mundo?

Eliezer "Elie" Wiesel, el escritor judío nacido en Rumania y nacionalizado estadounidense, profesor, activista político, premio Nobel de la Paz y sobreviviente de la Shoah, falleció el 2 de julio de este año 2016. Escribió 57 libros, incluyendo La noche, una obra basada en sus experiencias como prisionero en los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald. Para recordar su extraordinaria personalidad y honrar su legado, JCR reproduce el discurso que pronunció el 5 de junio de 2009, cuando visitó junto con el presidente norteamericano Obama y la canciller alemana Merkel el Campo de Concentración de Buchenwald, donde fue asesinado su padre.

Señor Presidente, Señora Canciller, Bertrand, señoras y señores.

Venir aquí hoy es en cierto modo una manera de venir a visitar la tumba de mi padre… aunque él no tiene tumba. Su tumba se encuentra en algún lugar del cielo. Este lugar se convirtió en aquella época en el cementerio más grande del pueblo judío.

El día de su muerte fue uno de los más oscuros de mi vida. Se enfermó, se debilitó, y yo estaba allí. Estaba allí cuando él sufría. Estaba allí cuando pedía ayuda, agua. Estaba allí para recibir sus últimas palabras. Pero no estuve cuando me llamó, aunque estábamos en la misma estructura de camastros: él en uno de arriba y yo en uno de abajo. Me llamó por mi nombre y yo tuve demasiado miedo para moverme. Todos teníamos demasiado miedo. Y luego murió. Yo estaba allí, pero no estuve allí.

Y pensé que un día volvería aquí para hablarle del mundo en el que yo viviría. Le hablo de una época en la que la memoria se ha convertido en un deber sagrado para todos los hombres de buena voluntad: en los Estados Unidos, donde vivo, o en Europa, o en Alemania, donde usted, señora canciller Merkel, es una dirigente de gran valentía y elevadas aspiraciones morales.

¿Qué puedo decirle de lo que aprendió el mundo? No lo sé. Señor presidente, tenemos tantas esperanzas en usted porque, con su visión moral de la historia, está usted en condiciones de cambiar este mundo por un mundo mejor, en el que las personas dejen de hacer la guerra: toda guerra es absurda y carente de sentido; en el que las personas dejen de odiarse unas a otras y de detestar la alteridad del otro en vez de respetarla.

Pero el mundo no aprendió. Cuando fui liberado, el 11 de abril de 1945, por el ejército norteamericano, muchos de nosotros estábamos convencidos de que se había aprendido por lo menos una lección: que nunca más habría guerras, que el odio no es una opción, que el racismo es ridículo, y que la voluntad de conquistar las mentes, los territorios o las aspiraciones de otras personas, esa voluntad no tiene sentido.

Yo tenía muchas esperanzas. Paradójicamente, tenía muchas esperanzas en aquella época. Muchos de nosotros teníamos esperanzas, aunque habríamos tenido el derecho de renunciar a la humanidad, de renunciar a la cultura, de renunciar a la educación, de renunciar a la posibilidad de vivir nuestra vida con dignidad en un mundo que no tiene lugar para la dignidad.

Hemos rechazado esa posibilidad y hemos dicho no: debemos seguir creyendo en un futuro, porque el mundo aprendió. Pero el mundo no aprendió. Si el mundo hubiera aprendido no habrían existido Camboya, ni Ruanda, ni Darfur, ni Bosnia.

¿Aprenderá el mundo? Yo creo que esta es la razón por la cual Buchenwald es tan importante: tan importante, por supuesto, como Auschwitz, aunque de un modo diferente. Buchenwald es importante porque el gran campo fue una especie de comunidad internacional. Las personas provenían de todos los horizontes políticos, económicos y culturales. El primer ensayo, el primer experimento de globalización se hizo en Buchenwald. Pero estaba destinado a deshumanizar a los seres humanos.

Usted habló de humanidad, señor presidente. Pero en aquella época, para nuestra desgracia, era humano ser inhumano. Y ahora, espero que el mundo haya aprendido. Y por supuesto esta esperanza está hecha en gran parte de su visión del futuro, señor presidente. Un sentido de seguridad para Israel, un sentido de seguridad para sus vecinos, para llevar paz a ese lugar. Ese momento debe llegar. Basta de ir al cementerio, basta de derramar océanos de lágrimas. Basta. Ya es el momento: ya es el momento de unir a las personas.

Por eso decimos que cada persona que viene aquí debe partir con esta resolución. La memoria debe unir a las personas y no dividirlas. Los recuerdos de este lugar no deben sembrar ira en nuestros corazones sino, por el contrario, un sentimiento de solidaridad por todos aquellos que necesitan de nosotros. No podemos hacer otra cosa que invocar esa memoria para que la gente que dice que el siglo XXI es un siglo de nuevos comienzos se llene de promesas y de esperanza infinita, y de profunda gratitud hacia todos aquellos que creen en nuestra misión, que es la de mejorar la condición humana.

Un gran hombre, Camus, escribió en el final de su magnífica novela La peste: “Después de todo, después de la tragedia... hay en los hombres más cosas para admirar que cosas para despreciar”. Por doloroso que sea, esto también es cierto en Buchenwald.

Le agradezco, señor presidente, que me haya permitido volver a la tumba de mi padre, que está siempre en mi corazón.

 

Editorial remarks

Traducción: Silvia Kot.