A cincuenta años de Nostra Aetate

Nostra Aetate, la declaración publicada el 28 de octubre de 1965 hacia el final del Concilio Vaticano II, ayudó a transformar las relaciones judeo-cristianas.

El papa Juan XXIII ya había concitado una gran atención el año anterior por saludar públicamente a visitantes judíos con las palabras: “Yo soy José, vuestro hermano”. Según el académico católico P. Edward Flannery, Nostra Aetate “eliminó de un solo golpe una enseñanza milenaria de desprecio a los judíos y al judaísmo, y reconoció en forma inequívoca lo que la Iglesia le debe a la herencia judía”.

Marcó el inicio de un nuevo enfoque del judaísmo, cuando la Iglesia Católica “volvió del frío”. Aunque no mencionaba el Holocausto ni la existencia del Estado de Israel, Nostra Aetate fue contundente en su condena del antisemitismo. Y lo más importante, dio comienzo a una nueva era, a nuevas actitudes y un nuevo lenguaje que nunca antes se había oído en la Iglesia Católica en referencia a los judíos.  En ese momento, se introdujo el concepto de diálogo en la relación.

Los orígenes judíos del cristianismo

Una consecuencia fue el hecho de que los católicos recordaron los orígenes judíos del cristianismo. Aprendieron que Jesús fue un judío devoto y que “del pueblo judío surgieron los apóstoles”, las piedras fundamentales y los pilares de la Iglesia, que “se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles”. 

Las ramificaciones fueron variadas. Se les enseñó a los cristianos que Jesús, su familia y sus seguidores eran judíos, y se destacó la base judía del cristianismo. Los cristianos aprendieron que Jesús “tenía relaciones muy estrechas” con los fariseos.  Aprendieron que el  texto final de los Evangelios fue editado mucho tiempo después de que tuvieran lugar los acontecimientos descriptos, y eso explica que los autores a veces quisieran denigrar a aquellos judíos que no habían seguido a Jesús, y también quisieran reivindicar a los romanos para ganarse su buena voluntad.  Esto fue valientemente reconocido por el documento vaticano de 1985 sobre la correcta presentación del judaísmo, que decía sin ambages: “No se excluye entonces que algunas referencias hostiles o poco favorables a los judíos, tengan como su contexto histórico los conflictos entre la Iglesia naciente y la comunidad judía. Ciertas polémicas reflejan la condición de las relaciones entre judíos y cristianos, bien posteriores a Jesús. Esta comprobación tiene un valor capital si se quiere recabar el sentido de algunos textos de los Evangelios para los cristianos de hoy”.

El antisemitismo y el Holocausto

Como resultado de un cambio de mentalidad, encarnado por Nostra Aetate, el cristianismo reemplazó lo que era, en la mayoría de los casos, una necesidad inherente de condenar el judaísmo, por la de condenar el antijudaísmo cristiano. Esto llevó a una relación más estrecha con “el hermano mayor”.  Como dijo el teólogo alemán Johannes Metz, “La teología cristiana después de Auschwitz debe volver a subrayar la dimensión judía de la fe cristiana, y debe superar el forzado bloqueo de la herencia judía en el cristianismo”.

Sin embargo, aunque condenaba el antisemitismo, Nostra Aetate no se refería al tema del Holocausto, posiblemente porque pocos líderes de las Iglesias cristianas hicieron algo para ayudar a los judíos. Eugenio Pacelli, el papa Pío XII desde 1939 hasta 1958, fue (y sigue siendo) una figura controvertida: algunos dicen que sabía mucho y no hizo nada importante para ayudar a los judíos, y otros sostienen que hizo lo que pudo, y que alentó a otros a hacer más. Por cierto, la impresión que causa la política del Vaticano de los años 1930 y 1940, de los dos papas de esa época, Pío XI y Pío XII, dista de ser positiva. No obstante, es fundamental recordar que en los países ocupados por los nazis, fuera de Alemania, a menudo las Iglesias mismas estaban en la mira, y se preocupaban más por proteger a sus propios feligreses que por el destino de los judíos.

Pero algunos líderes cristianos individuales extendieron su apoyo a los judíos, y uno de los ejemplos más honorables fue Angelo Giuseppe Roncalli, quien, como nuncio papal en Turquía y Grecia, les procuró certificados de bautismo a miles de judíos húngaros para que los alemanes no los molestaran. Más tarde, se convirtió en el papa  Juan XXIII y convocó al Concilio Vaticano II.

En 1987, cuando se produjo la controversia por el recibimiento del Papa al presidente austríaco, Kurt Waldheim, que había sido un nazi activo, el Vaticano prometió tratar el tema del Holocausto, y en 1998, se publicó Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah.  Este documento resalta los males del antisemitismo y concluye: “Deseamos transformar la conciencia de los pecados del pasado en un firme compromiso de construir un nuevo futuro, en el que no existan ya sentimientos antijudíos entre los cristianos o sentimientos anticristianos entre los judíos, sino más bien un respeto recíproco”.

Sigue existiendo hoy una manera especial europea y una manera especial cristiana de abordar la Shoah. Esta tuvo lugar en el seno de una civilización supuestamente liberal, democrática y desarrollada. La gran mayoría de los europeos se limitaron a observar mientras sus vecinos judíos eran deportados y asesinados. En lo que respecta al cristianismo, y la mayoría de los europeos eran, por supuesto, cristianos, al menos nominalmente, el problema fue aún más serio: unos mil novecientos años después de la vida del judío Jesús, su pueblo era asesinado por paganos bautizados que, por su acción o inacción, desmentían su bautismo, mientras la mayoría de los demás cristianos, desde el más nivel más alto hasta el más bajo, miraban a un costado.

A mi juicio, el Holocausto sigue constituyendo un obstáculo para la actual autocomprensión cristiana, como ocurría al final de la Segunda Guerra Mundial. Seguramente no es casual que Juan Pablo II, el papa cuyo pontificado realizó los mayores avances en la relación entre católicos y judíos, fuera el primer papa en visitar un campo de concentración (Auschwitz) y rezar allí (1979); el primero en visitar Yad Vashem en su peregrinación a Israel (2000) y el primero en introducir entre las piedras del Muro Occidental un pedido de perdón por el antisemitismo de la Iglesia.

Superar la teología de la sustitución

Una característica fundamental de Nostra Aetate es su afirmación de que “los judíos siguen siendo muy amados por Dios”, quien “no se arrepiente de sus dones y de su vocación”. Dicho de otro modo, asegura que la alianza de Dios con el pueblo judío nunca fue abolida y mantiene su validez eterna: Dios no reniega de sus promesas. Si los judíos no eran rechazados, el judaísmo no era una fe fosilizada, como se enseñaba antes en la Iglesia, sino una religión viva y auténtica. 

Pocos conceptos bíblicos han sido tan perturbadores para las relaciones cristiano-judías como la idea cristiana de que los cristianos eran ahora el pueblo de la Alianza, elegido por Dios para reemplazar a Israel por la infidelidad de este.  Esto se conoció como la “teología de la sustitución”, y sostenía que desde el tiempo de Jesús, los judíos habían sido reemplazados por los cristianos en el favor de Dios, y que todas las promesas de Dios al pueblo judío habían sido heredadas por el cristianismo.

Esto plantea una pregunta crucial en la actual relación: ¿pueden los cristianos considerar al judaísmo como una religión válida en sus propios términos (y viceversa)? Desde una perspectiva cristiana, se relaciona directamente con esto la necesidad de reflexionar acerca de la supervivencia del pueblo judío y la vitalidad del judaísmo durante los últimos 2000 años: este el “misterio de Israel”, sobre el que reflexiona Pablo en su Carta a los Romanos. Para los cristianos, se trata de saber si el cristianismo puede diferenciarse del judaísmo sin considerarse opuesto al judaísmo ni simplemente como el cumplimiento del judaísmo.

También desde la perspectiva judía hay cuestiones a considerar. ¿Cuál fue el propósito divino detrás de la creación del cristianismo? ¿Qué implicancias tiene para los judíos el hecho de que, como resultado del judío Jesús, 2000 millones de cristianos lean hoy la Biblia judía? Martin Buber decía: Jesús fue “mi hermano mayor”.

Nostra Aetate (como muchas otras declaraciones cristianas) se apoya en san Pablo, para quien tanto Israel como la Iglesia son elegidos y participan en la Alianza de Dios. Para Pablo era inconcebible que el pueblo judío en su conjunto hubiera sido elegido por Dios y desplazado después. Simplemente, Dios no podía elegir y luego rechazar.  La elección de la Iglesia deriva de la de Israel, pero eso no implica que la Alianza de Dios con Israel se haya revocado. De hecho, permanece vigente, en forma irrevocable (Romanos 11, 29).  Para Pablo, el misterio de Israel reside en que su “tropiezo” no significa que haya dejado de ser aceptado por Dios.  Más bien, permite que los gentiles participen del pueblo de Israel. 

Pablo tiene tanto interés en subrayar esto que les hace una severa advertencia a los cristianos gentiles, al decirles que no deben engreírse respecto de los judíos incrédulos, y mucho menos albergar malas intenciones hacia ellos o perseguirlos. Los cristianos han recordado a los judíos como “enemigos” pero no como “amados” por Dios” (Romanos 11, 28), tomaron al pie de la letra las críticas de Pablo y las usaron contra los judíos, olvidando el amor de Pablo por los judíos y sus tradiciones (Romanos 9, 1-5).

Romanos 9 – 11 proporcionó a Nostra Aetate y a la Iglesia los medios para replantear sus actitudes hacia el judaísmo y mantener la permanente validez de la Alianza de Dios con el pueblo judío. Se podría argumentar en contra de Pablo diciendo que si los judíos no fueron fieles a Dios, Dios tenía todo el derecho de rechazarlos. Es interesante señalar que los cristianos que sostienen esto no hacen la misma deducción al considerar la fidelidad cristiana, que no ha sido precisamente una característica muy notable en los dos últimos siglos. En realidad, Dios ha mostrado una enorme capacidad de ser fiel tanto a los cristianos como a los judíos cuando ellos no le fueron fieles a él: un punto del que Pablo es profundamente consciente en Romanos 9-11. Él desmiente en forma terminante a quienes alegan que Dios ha rechazado al pueblo elegido, y afirma que su “tropiezo” no provoca su caída.

Israel-Palestina

Un tema que no menciona Nostra Aetate, pero provoca más controversias que ningún otro, es el de la paz y el entendimiento entre israelíes y palestinos, o tal vez, en forma más realista, el conflicto y la falta de entendimiento. ¿Por qué hay siempre tanta emoción y pasión en las conversaciones? Los factores políticos no explican del todo por qué el Estado de Israel es un tema tan controvertido. Para los judíos, por supuesto, está en juego la centralidad de la tierra de la Biblia, así como la supervivencia de más de un tercio de los judíos del mundo. Por su parte, muchos cristianos no sólo discrepan en cuanto al lugar del Pueblo de Israel en la teología cristiana, sino que sienten una especial preocupación por los cristianos palestinos que viven en el país. Desde luego, también hay muchos cristianos y judíos que están profundamente preocupados por el “Otro”. Todo esto conforma un cuadro muy difícil de entender.

Aunque hubo grandes cambios en la enseñanza cristiana sobre el judaísmo, subsisten muchas actitudes complicadas hacia Israel. Dicho en forma sencilla: para la Iglesia ha sido más fácil condenar el antisemitismo como una mala interpretación de la enseñanza cristiana, que admitir el restablecimiento del Estado judío. Una vez más, Juan Pablo II fue no sólo el primer Papa que visitó una sinagoga y rezó allí con su congregación (1986), sino el primero en intercambiar embajadores con el Estado de Israel (1994), y luego peregrinar a Tierra Santa en el año 2000.

Algunos cristianos son extremadamente críticos hacia Israel, como los autores de Kairos Palestina, un documento publicado en 2010 por un grupo de cristianos destacados de Tierra Santa, que señala a Israel como responsable de un conflicto complejo. Cuando algunas Iglesias emiten esa clase de condenas a Israel, un país cuyas políticas comparan a veces con el pasado régimen de apartheid de Sudáfrica, muchos consideran que pretenden deslegitimar la existencia misma de Israel, aunque no sea esa su intención. El hecho de que las Iglesias no reaccionen en una forma similar frente a los abusos contra los derechos humanos y la violencia de Estado en muchos otros países, en especial en el resto del Medio Oriente, contribuye a esta tensión.

Hay otro factor que complica la situación. Para los cristianos que viven en Tierra Santa, la relación con los judíos se desarrolla dentro de un marco que incluye el diálogo con los musulmanes. A los cristianos palestinos les preocupa la perspectiva de la creciente islamización del Estado naciente, y la posibilidad de que predominen completamente Hamas u otros partidos islamistas. Nablus es una ciudad que ha tenido en el pasado una cuantiosa población cristiana: hoy está reducida casi a la nada. La significativa reducción de la población cristiana en el Medio Oriente aumenta la sensación de inseguridad, pero hay algo que los judíos y los cristianos pueden llevar allí desde una distancia de centenares de kilómetros: esperanza.

Conclusión

Nostra Aetate fue un hito en las relaciones entre cristianos y judíos, y dio comienzo a un ejercicio inmensamente difícil pero gratificante: tomar al “Otro” tan en serio como uno mismo exige ser tomado por él.  El judaísmo y el cristianismo deben ser entendidos en sus propios términos. En las palabras del documento vaticano de 1974 Orientaciones y sugerencias para la aplicación deNostra Aetate: “Los cristianos (deben) procurar entender mejor los elementos fundamentales de la tradición religiosa judía y captar los rasgos esenciales con que los judíos se definen a sí mismos a la luz de su actual realidad religiosa”.

Hoy está claro que muchas de las principales cuestiones que dividen han sido eliminadas o abordadas en el punto más lejano en que es posible un acuerdo.  Los esfuerzos realizados por los católicos en cuanto al respeto por el judaísmo proyectan actitudes que habrían sido inimaginables medio siglo atrás.  Durante cinco décadas, los judíos y los cristianos han asistido a un cambio enorme, y han dado pasos gigantescos, pero no debemos olvidar que este es un proceso dinámico e incesante. Nunca podremos sentarnos cómodamente y decir: “La tarea está cumplida. Hemos completado la agenda”. En muchos temas importantes, los judíos y los cristianos están del mismo lado de la cerca, frente a los mismos desafíos.  La agenda cambia y aparecen nuevas agendas, igualmente vitales y apremiantes.

Editorial remarks

Edward Kessler es director fundador del Woolf Institute, Cambridge, Reino Unido. www.woolf.cam.ac.uk

Traducción del inglés: Silvia Kot