27 de enero de 2005

La Dra. Simone Veil, destacada política francesa,  primera presidenta del Parlamento Europeo (1979-1982), expone su pensamiento y su testimonio como sobreviviente de Auschwitz-Birkenau, en la histórica ceremonia realizada en conmemoración del 60º aniversario de la liberación de ese campo de exterminio.

27 de enero de 2005

Ceremonia internacional de conmemoración del 60º aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau

Discurso de Simone Veil, en nombre de los ex prisioneros judíos

Me dirijo a ustedes, aquí reunidos, con el corazón oprimido por la emoción. Hace sesenta años, las cercas electrificadas de Auschwitz-Birkenau cayeron, y el mundo descubrió con estupor el osario más grande de todos los tiempos. Antes de la llegada del Ejército Rojo, la mayoría de nosotros habíamos sido llevados a esas marchas de la muerte en cuyo transcurso muchos sucumbieron de frío y de agotamiento.

Más de un millón y medio de seres humanos habían sido asesinados: la mayor parte de ellos fueron gaseados en cuanto llegaron, simplemente porque habían nacido judíos. Sobre la rampa, muy cerca de aquí, los hombres, las mujeres, los niños, que habían sido brutalmente bajados de los vagones, eran seleccionados en un segundo, con un simple gesto de los médicos SS. Mengele se había arrogado el derecho de vida o muerte sobre centenares de miles de judíos, que habían sido perseguidos y atrapados en los rincones más apartados de la mayoría de los países del continente europeo.

¿En qué se habrían convertido el millón de niños judíos asesinados, siendo bebés o ya adolescentes, aquí o en los ghettos, o en otros campos de exterminio? ¿Serían filósofos, artistas, grandes sabios, o, más simplemente, hábiles artesanos o madres de familia? Lo que sé, es que lloro todavía cada vez que pienso en todos esos niños, y que nunca los podré olvidar.

Algunos, entre ellos los pocos sobrevivientes, entraron al campo para trabajar como esclavos. La mayor parte de ellos han muerto luego por el agotamiento, el hambre, el frío, las epidemias, o fueron seleccionados, también ellos, para la cámara de gas, porque ya no podían trabajar.

No les bastaba con destruir nuestro cuerpo. También tenían que hacernos perder nuestra alma, nuestra conciencia, nuestra humanidad. Privados de nuestra identidad, desde que llegábamos, con el número tatuado en nuestros brazos, cada uno de nosotros no era más que un "Stück", una pieza.

El tribunal de Nuremberg, al juzgar por crímenes contra la humanidad a los más altos responsables, reconoció el delito cometido no sólo contra las víctimas, sino contra toda la humanidad.

Y sin embargo, el tan a menudo expresado deseo de "nunca más" que todos nosotros teníamos, no fue escuchado, ya que otros genocidios fueron perpetrados.

Hoy, 60 años después, es necesario tomar un nuevo compromiso para que los hombres se unan al menos para luchar contra el odio al otro, contra el antisemitismo y el racismo, contra la intolerancia.

Los países europeos que, en dos oportunidades, arrastraron al mundo entero a locuras asesinas, han logrado superar sus viejos demonios. Aquí, donde se perpetró el mal absoluto, debe renacer la voluntad de construir un mundo fraternal, un mundo basado en el respeto al hombre y a su dignidad.

Llegados de todos los continentes, creyentes o no creyentes, todos pertenecemos al mismo planeta, a la comunidad de los hombres. Debemos permanecer vigilantes y defenderlos no solamente de las fuerzas de la naturaleza que los amenazan, sino todavía más de la locura de los hombres.

Nosotros, los últimos sobrevivientes, tenemos el derecho, e incluso el deber, de alertarlos a todos ustedes y pedirles que el "nunca más" de nuestros camaradas se haga realidad.

Auschwitz-Birkenau (Polonia), jueves 27 de enero de 2005

 

Editorial remarks

Reproducido con la amable autorización del Consejo Representativo de las Instituciones judías de Francia

Traducción del francés: Silvia Kot