Una nueva perspectiva judía de las relaciones judeo-cristianas

Declaración para el próximo jubileo de fraternidad; 23 de noviembre de 2015

El 23 de noviembre de 2015, en el Collège des Bernardins de París, la "Declaración para el próximo jubileo de fraternidad", firmada por diversas personalidades del mundo judío francés ( Jean-François Bensahel, rabino Philippe Haddad, rabino Rivon Krygier, Raphy Marciano, Franklin Rausky), fue entregada por el Gran Rabino de Francia, Haïm Korsia, a Su Eminencia el Cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París y al Pastor François Clavairoly, presidente de la Federación Protestante de Francia.


“Entonces, yo convertiré el lenguaje de los pueblos en una lengua pura, para que todos invoquen el nombre del Señor y lo sirvan con un mismo corazón” (Sofonías 3, 9).

Nosotros, judíos de Francia, firmantes de esta declaración, expresamos la alegría de celebrar el cincuentenario de la Declaración Nostra Aetate establecida en el Concilio Vaticano II, que ha inaugurado una era de reconciliación entre judíos y cristianos. Para nosotros, este aniversario no marca solamente la culminación de un Jubileo de acercamiento. Debe marcar también el comienzo de otro. Nosotros entendemos este acontecimiento como una convocatoria sagrada, un tiempo de balance, desafío y compromiso.

¿Qué hemos aprendido los judíos de ustedes, los cristianos, durante estos últimos 50 años?

Que la Iglesia Católica, pero también las Iglesias Protestantes, y miembros eminentes de la Iglesia Ortodoxa y Anglicana, han decidido retomar las fuentes y los valores judíos inscriptos en el corazón de la identidad de Jesús y de los apóstoles.

En una actitud cuya sinceridad se ha demostrado, la Iglesia realizó un giro decisivo, de importancia teológica. Ahora ya no considera al pueblo judío responsable de la muerte de Jesús; la fe cristiana no anula ni sustituye a la Alianza realizada entre Dios y el pueblo de Israel; el antijudaísmo, que a menudo preparó el camino hacia el antisemitismo, y que nutrió durante mucho tiempo la enseñanza doctrinal, es un pecado; el pueblo judío ya no es considerado como un pueblo rechazado; y el Vaticano ha reconocido al Estado de Israel.

Este giro no solo representa para nosotros, los judíos, una feliz toma de conciencia. Muestra también una inusual capacidad de autocrítica en nombre de los más fundamentales valores religiosos y éticos. Santifica el nombre de Dios, impone definitivamente el respeto y sienta un precedente de carácter ejemplar para todas las religiones y convicciones espirituales del planeta.

¿Qué podemos esperar construir los judíos con ustedes, los cristianos, en los próximos 50 años?

¿Cuál es nuestro deber, ahora que los representantes de las más importantes instituciones cristianas han expresado el deseo de reimplantarse, de injertarse en el tronco de Israel? Acoger, en sinergia con el judaísmo, al cristianismo como la religión de nuestros hermanos y hermanas.

Nosotros, los firmantes, reconocemos, con base en la investigación histórica, que, en el pasado, el judaísmo rabínico y el cristianismo de los concilios se han construido oponiéndose, en el desprecio y el odio. Los judíos han pagado a menudo por ello el alto precio de la persecución. Estos veinte siglos de negación han hecho olvidar lo esencial: aunque nuestros caminos son irreductiblemente singulares, son complementarios y convergentes. Todos nosotros alentamos la suprema esperanza de que la historia de los hombres tenga un mismo horizonte: el de la fraternidad universal de una humanidad reunida en torno al Dios Uno y Único. Debemos trabajar juntos para ello, más que nunca, tomados de la mano. Nosotros, los judíos, trabajamos para ello mediante el estudio de la Torah, la práctica de las mitsvot, es decir, de los mandamientos divinos, la enseñanza de sabiduría que emana de ellos y apunta a la transformación de los corazones y los espíritus. Ustedes, los cristianos, trabajan para ello mediante la recepción del Verbo que les otorga esa elevación del ser, del corazón y del espíritu. Las divergencias teológicas no deben hacernos olvidar que muchas enseñanzas cristianas están en perfecta concordancia con las de la tradición rabínica.

El Jubileo que comienza nos invita a trabajar juntos en la construcción de esa fraternidad universal y en la actualización de una ética común, válida para todo el mundo. Debemos aprender a librarnos de los prejuicios que se han instalado a lo largo de los siglos en nuestras respectivas conciencias sobre lo que cree, piensa y hace el otro, para escuchar mejor lo que cada religión dice de sí misma y de su proyecto para el respeto y la prosperidad de toda la humanidad. De ahora en adelante, debemos dedicarnos a comprender mejor al otro, a apreciarlo, estimarlo, amarlo por lo que es y por sus propias realizaciones.

La fraternidad entre judíos y cristianos constituye un primer hito y una invitación a hacer del diálogo entre todas las religiones y espiritualidades la piedra angular de una humanidad reconciliada y pacificada. Que ella habite el corazón de nuestras plegarias.

Editorial remarks

Texto redactado por Jean-François Bensahel, Philippe Haddad, Rivon Krygier, Raphy Marciano y Franklin Rausky. Tomado de: Amitié Judéo-Chrétienne de France.

Traducción del francés: Silvia Kot