Reflexiones sobre alianza y misión 12 de agosto de 2002

Durante más de veinte años, dirigentes de la comunidad judía y de la comunidad católica de los Estados Unidos se han estado reuniendo en forma bianual para analizar una amplia serie de cuestiones concernientes a la relación católico-judía.

Reflexiones sobre alianza y misión

Consulta del Consejo Nacional de Sinagogas (USA) y la Comisión para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos del Episcopado Norteamericano

PREFACIO

Durante más de veinte años, dirigentes de la comunidad judía y de la comunidad católica de los Estados Unidos se han estado reuniendo en forma bianual para analizar una amplia serie de cuestiones concernientes a la relación católico-judía. En la actualidad, participan de esas consultas delegados de la Comisión para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (BCEIA) y del Consejo Nacional de Sinagogas de los Estados Unidos (NCS). El NCS representa a la Conferencia Central de Rabinos Norteamericanos, la Asamblea Rabínica del Judaísmo Conservador, la Unión de Congregaciones Hebreo-Norteamericanas y la Sinagoga Unida del Judaísmo Conservador. Presiden la Consulta, Su Eminencia el cardenal William Keeler, moderador para las relaciones católico-judías del episcopado norteamericano, el rabino Joel Zaiman, de la Asamblea Rabínica del Judaísmo Conservador, y el rabino Michael Signer, de la Unión de Congregaciones Hebreo-Norteamericanas. Los diálogos ya han producido anteriormente algunos documentos públicos sobre diversos temas, entre ellos, los niños y el medio ambiente, y los hechos de odio religioso.

En la reunión que tuvo lugar el 13 de marzo de 2002 en la ciudad de Nueva York, la Consulta BCEIA-NCS examinó la manera en que las tradiciones judía y católica entienden los temas de la alianza y la misión. Cada delegación preparó reflexiones que la Consulta analizó y volcó en declaraciones sobre el estado actual de la cuestión en cada comunidad. La Consulta BCEIA-NCS resolvió publicar sus consideraciones para alentar una discusión seria sobre estas materias por parte de los judíos y los católicos en los Estados Unidos. Después de tomar un tiempo para refinar las declaraciones iniciales, ofrecemos a continuación por separado las reflexiones católicas y judías sobre los temas de la alianza y la misión.

Las reflexiones católicas describen el creciente respeto hacia la tradición judía que se ha desarrollado a partir del Concilio Vaticano II. Una valoración cada vez más profunda de la alianza eterna entre Dios y el pueblo judío, junto con un reconocimiento de la misión divina otorgada a los judíos para dar testimonio del amor fiel de Dios, llevan a la conclusión de que las campañas dirigidas a convertir a los judíos al cristianismo ya no son teológicamente aceptables en la Iglesia Católica.

Las reflexiones judías describen la misión de los judíos y el perfeccionamiento del mundo. Se considera que la misión tiene tres aspectos. En primer lugar, están las obligaciones que resultan de la amante elección del pueblo judío para una alianza con Dios. En segundo lugar, está la misión de dar testimonio del poder redentor de Dios en el mundo. En tercer lugar, el pueblo judío tiene una misión hacia todos los seres humanos. Las reflexiones judías concluyen exhortando a judíos y cristianos a articular una agenda común para mejorar el mundo.

A la Consulta NCS-BCEIA le preocupa la ignorancia recíproca y las caricaturas que siguen prevaleciendo en muchos segmentos de las comunidades católica y judía. La Consulta confía en que estas reflexiones sean leídas y discutidas como parte del actual proceso de creciente entendimiento mutuo.

La Consulta NCS-BCEIA reafirma su compromiso para seguir profundizando nuestro diálogo y promover la amistad entre las comunidades judía y católica de los Estados Unidos de Norteamérica.

REFLEXIONES CATÓLICAS

Introducción

Los dones otorgados por el Espíritu Santo a la Iglesia a través de la declaración del Concilio Vaticano II Nostra Aetate siguen dando frutos. Las décadas transcurridas desde su proclamación en 1965 muestran un constante acercamiento entre la Iglesia Católica y el pueblo judío. Aunque siguen existiendo algunas controversias y malentendidos, se ha venido produciendo una gradual profundización del entendimiento mutuo y los objetivos comunes.

Nostra Aetate también inspiró una serie de instrucciones del Magisterio, que incluyen tres documentos preparados por la Comisión Pontificia para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo: Orientaciones para la aplicación de la Declaración Conciliar “Nostra Aetate, 4” (1974); Notas para una correcta presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación y en la enseñanza de la Iglesia Católica (1985); y Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah (1998). El papa Juan Pablo II se refirió al tema en muchas de sus alocuciones y se comprometió en diversas acciones importantes que han impulsado la amistad entre católicos y judíos. Conferencias episcopales católicas de muchos países del mundo han publicado también declaraciones concernientes a las relaciones católico-judías. La Conferencia de Obispos Católicos Norteamericanos y sus comisiones publicaron varios documentos relevantes, entre ellos, Orientaciones para las relaciones católico-judías (1967, 1985); Criterios para la evaluación de las dramatizaciones de la Pasión (1988); La misericordia de Dios perdura por siempre: orientaciones para la presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación católica (1988); y más recientemente, Enseñanza católica sobre la Shoah: implementación de la declaración vaticana “Nosotros recordamos” (2001).

Una observación de estas declaraciones católicas de las últimas décadas muestra que han ido considerando progresivamente cada vez más aspectos de la compleja relación entre judíos y católicos, con repercusiones en la práctica de la fe católica. Esta tarea inspirada en Nostra Aetate, ha incluido el diálogo interreligioso, la colaboración en tareas educativas, e investigaciones teológicas e históricas conjuntas entre judíos y católicos. Todo esto continuará en el nuevo siglo.

En el momento actual de este proceso de renovación, los temas de la alianza y la misión han ocupado un lugar predominante. Nostra Aetate inició este trabajo intelectual citando Romanos 11, 28-29, que describe al pueblo judío como “ muy amado por Dios, en atención a los patriarcas, pues los dones y la vocación de Dios son irrevocables”. Juan Pablo II enseñó explícitamente que los judíos son “el pueblo de Dios de la Antigua Alianza, jamás revocada por Dios”, “el pueblo actual de la Alianza efectuada con Moisés”, y “socios en una alianza de amor eterno que nunca fue revocada”.

El reconocimiento católico post-Nostra Aetate sobre la permanencia de la relación de alianza del pueblo judío con Dios, produjo una nueva mirada positiva hacia la tradición judía post-bíblica o rabínica, que no tiene precedentes en la historia cristiana. Las Orientaciones emitidas en 1974 por el Vaticano insistían en que los cristianos “deben esforzarse por aprender cómo se definen los judíos a sí mismos a la luz de su propia experiencia religiosa”. Las N otas vaticanas de 1985 alababan al judaísmo post-bíblico por llevar a todo el mundo “un testimonio -a menudo heroico- de su fidelidad al único Dios, y ‘exaltarlo ante todos los vivientes’ (Tobías 13,4)”. Las Notas también se referían a Juan Pablo II al instar a los cristianos a recordar “en qué forma la permanencia de Israel es acompañada por una continuada fecundidad espiritual, en el período rabínico, en la Edad Media y en los tiempos modernos. Nuestro patrimonio común es considerable, de modo que ‘la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como se las profesa y practica en la actualidad, pueden ayudarnos enormemente a entender mejor ciertos aspectos de la vida de la Iglesia’ (Juan Pablo II, 6 de marzo de 1982)”. Este tema fue retomado en declaraciones de los obispos católicos de los Estados Unidos, por ejemplo en God’s Mercy Endures Forever (La misericordia de Dios perdura por siempre), de 1988, que aconsejaba a los predicadores “basarse en fuentes judías (rabínicas, medievales o modernas) para explicar el significado de las Escrituras hebreas y los escritos apostólicos”.

La “fecundidad espiritual” del judaísmo post-bíblico prosiguió en países en que los judíos eran una ínfima minoría. Esto fue así en la Europa cristiana a pesar de que, como observó el cardenal Edward Idris Cassidy, “desde los tiempos del emperador Constantino, los judíos fueron aislados y discriminados en el mundo cristiano. Hubo expulsiones y conversiones forzadas. La literatura propagaba estereotipos, y en las prédicas se acusaba de deicidio a los judíos de todas las épocas”. Este resumen histórico intensifica la importancia de lo que enseñan las Notas vaticanas de 1985: “La permanencia de Israel (mientras que tantos pueblos antiguos han desaparecido sin dejar rastros) es un hecho histórico y un signo que debe interpretarse dentro del designio divino”.

Conocer la historia de la vida judía durante la cristiandad también mueve a leer con una nueva mirada algunos textos bíblicos, como Hechos 5, 33-39. En ese pasaje, el fariseo Gamaliel declara que sólo las obras de origen divino pueden perdurar. Si los cristianos de hoy siguen considerando válido este principio del Nuevo Testamento para el cristianismo, también debe serlo, lógicamente, para el judaísmo post-bíblico. El judaísmo rabínico que se desarrolló después de la destrucción del Templo, también debe ser “de Dios”.

Además de estas consideraciones teológicas e históricas, en las décadas que siguieron a Nostra Aetate muchos católicos han sido bendecidos con la oportunidad de experimentar personalmente la rica vida religiosa y los dones divinos de santidad del judaísmo.

La misión de la Iglesia: evangelización

Estas reflexiones sobre la eterna vida de alianza del pueblo judío con Dios, y sus experiencias, suscitan interrogantes con respecto a la tarea cristiana de testimoniar los dones de salvación que recibe la Iglesia a través de su “nueva alianza” en Jesucristo. El Concilio Vaticano II resume la misión de la Iglesia de la siguiente manera:

 

La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad. Todo el bien que el Pueblo de Dios puede ofrecer a la familia humana durante su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es “sacramento universal de salvación”, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre.

 

La misión de la Iglesia puede resumirse en una sola palabra: evangelización. El papa Pablo VI dio la definición clásica: “La Iglesia considera que evangelización significa llevar las buenas nuevas a todos los sectores de la raza humana, de modo tal que su fuerza pueda entrar en los corazones de los hombres y renovar la raza humana”. La evangelización se refiere a una realidad compleja que muchas veces se entiende erróneamente cuando se la reduce solamente a buscar nuevos candidatos para el bautismo. Se trata de que la Iglesia continúe la misión de Jesucristo, que encarnó la vida del reino de Dios. Como lo explicó el papa Juan Pablo II:

 

El reino concierne a todos: a los individuos, a la sociedad y al mundo. Trabajar por el reino significa reconocer y promover la actividad de Dios, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el reino significa trabajar por librarse del mal en todas sus formas. En una palabra, el reino de Dios es la manifestación y la realización del plan divino de salvación en toda su plenitud.

 

Es preciso decir que la evangelización, el trabajo de la Iglesia por el reino de Dios, no puede separarse de su fe en Jesucristo, en quien los cristianos encuentran el reino “presente y cumplido”. La evangelización incluye las actividades de la Iglesia de presencia y testimonio; el compromiso con el desarrollo social y la liberación humana; el culto cristiano, la oración y la contemplación; el diálogo interreligioso; la proclamación y la catequesis.

Esta última actividad de proclamación y catequesis -la “invitación a un compromiso de fe en Jesucristo y a entrar por el bautismo en la comunidad de creyentes que es la Iglesia”- es considerada a veces como sinónimo de “evangelización”. Pero se trata de una interpretación muy estrecha, ya que en realidad ese es sólo uno de los tantos aspectos de la “misión evangelizadora” de la Iglesia al servicio del reino de Dios. Así, los católicos que participan en el diálogo interreligioso -un intercambio de dones mutuamente enriquecedor, desprovisto de toda intención de invitar al interlocutor en el diálogo al bautismo-, dan testimonio de su propia fe en el reino de Dios encarnado en Cristo. Esta es una forma de evangelización, una manera de comprometerse en la misión de la Iglesia.

Evangelización y el pueblo judío

El cristianismo tiene una relación absolutamente singular con el judaísmo porque “nuestras dos comunidades religiosas están vinculadas y estrechamente relacionadas a nivel de sus respectivas identidades religiosas”.

 

La historia de la salvación muestra claramente nuestra relación especial con el pueblo judío. Jesús pertenece al pueblo judío, e inauguró su Iglesia dentro de la nación judía. Gran parte de las Sagradas Escrituras, que los cristianos leemos como palabra de Dios, constituye un patrimonio espiritual que compartimos con los judíos. Por consiguiente, debe evitarse toda actitud negativa hacia ellos, puesto que “para ser una bendición para el mundo, los judíos y los cristianos deben ser en primer lugar una bendición los unos para los otros”.

 

Como resultado de la declaración Nostra Aetate, se ha desarrollado una valoración católica cada vez más profunda de muchos aspectos de nuestro singular vínculo espiritual con los judíos. La Iglesia Católica reconoció específicamente que su misión de preparar el advenimiento del reino de Dios es algo que comparte con el pueblo judío, aun cuando los judíos no conciben esta tarea cristológicamente, como lo hace la Iglesia. Las Notas vaticanas de 1985 afirmaban:

 

Atentos al mismo Dios que ha hablado, suspendidos a la misma palabra, nos corresponde dar testimonio de una misma memoria y de una común esperanza en Aquel que es el Señor de la historia. Deberíamos así asumir nuestra responsabilidad de preparar el mundo para la venida del Mesías, operando juntos por la justicia social, el respeto de los derechos de la persona humana y de las naciones, en orden a la reconciliación social e internacional. A ello somos impulsados, judíos y cristianos, por el precepto del amor del prójimo, una común esperanza del Reino de Dios y la gran herencia de los Profetas.

 

Si la Iglesia comparte así una tarea central y definitoria con el pueblo judío, ¿qué implicancias tiene la proclamación cristiana de las Buenas Nuevas de Jesucristo? ¿Deben invitar los cristianos a los judíos al baustismo? Es esta una cuestión compleja, no sólo en términos de autodefinición teológica cristiana, sino también por la historia de los cristianos que bautizaban a los judíos por la fuerza.

En un notable y muy pertinente trabajo presentado en la sexta reunión del Comité Internacional de Enlace Católico-Judío, que tuvo lugar en Venecia hace veinticinco años, el profesor Tommaso Federici analizó las implicancias misioneras de Nostra Aetate. Sostuvo, con fundamentos históricos y teológicos, que no debería haber en la Iglesia ninguna organización dedicada a la conversión de los judíos. Esta fue de facto la práctica de la Iglesia Católica en los años siguientes.

Más recientemente, el cardenal Walter Kasper, presidente de la Pontificia Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, explicó esta práctica. En una declaración formal que hizo en primer lugar en la 17ª. Reunión del Comité Internacional de Enlace Católico-Judío, realizada en mayo de 2001, y que repitió más adelante, ese mismo año, en Jerusalén, el cardenal Kasper se refirió a la “misión” en el sentido restringido de “proclamación” o invitación al bautismo y la catequesis. Demostró por qué no es apropiado dirigir tales iniciativas a los judíos:

 

El término “misión”, en su correcto sentido, se refiere a la conversión de los falsos dioses e ídolos al verdadero y único Dios, que se reveló en la historia de la salvación a su pueblo elegido. Por lo tanto, la misión, en este sentido estricto, no puede usarse con respecto a los judíos, que creen en el verdadero y único Dios. Existe, pues, diálogo, pero no existe ninguna organización católica misionera para judíos.

Como dijimos anteriormente, el diálogo no es meramente información objetiva: el diálogo involucra a toda la persona. De manera que en el diálogo, los judíos dan testimonio de su fe; dan testimonio de lo que los sostuvo en los períodos oscuros de su historia y su vida, y los cristianos dan cuenta de la esperanza que tienen en Jesucristo. Al actuar así, ambos están muy lejos de cualquier clase de proselitismo, pero cada uno puede aprender del otro y enriquecer al otro. Judíos y cristianos queremos compartir nuestras más profundas preocupaciones por un mundo a menudo desorientado que necesita este testimonio y lo busca.

 

Desde el punto de vista de la Iglesia Católica, el judaísmo es una religión que nace de la revelación divina. Como señaló el cardenal Kasper, “la gracia de Dios, que según nuestra fe es la gracia de Jesucristo, es ofrecida a todos. Por lo tanto, la Iglesia cree que el judaísmo, es decir, la respuesta fiel del pueblo judío a la alianza irrevocable de Dios, es salvífica para ellos, porque Dios es fiel a sus promesas”.

Esta declaración sobre la alianza salvífica de Dios se refiere específicamente al judaísmo. La Iglesia respeta todas las tradiciones religiosas, a través del diálogo con ellas puede discernir las obras del Espíritu Santo, y creemos que la infinita gracia de Dios es ofrecida indudablemente a los creyentes de otras religiones, pero sólo sobre la alianza de Israel puede hablar la Iglesia con la certeza del testimonio bíblico. Esto es así porque las escrituras de Israel forman parte de nuestro propio canon bíblico, y tienen “un valor permanente... que no fue cancelado por la interpretación posterior del Nuevo Testamento”.

De acuerdo con la enseñanza católica, tanto la Iglesia como el pueblo judío están en alianza con Dios. Por lo tanto, ambos tenemos misiones ante Dios para cumplir en el mundo. La Iglesia cree que la misión del pueblo judío no se limita a su papel histórico como pueblo del que nació Jesús “según la carne” (Rm 9, 5), y del que surgieron los apóstoles de la Iglesia. Como escribió recientemente el cardenal Ratzinger, “la providencia de Dios... obviamente dio a Israel una misión particular en este ‘tiempo de los gentiles’.” Pero sólo el mismo pueblo judío puede articular su misión “a la luz de su propia experiencia religiosa”.

Con todo, la Iglesia ciertamente percibe que la misión del pueblo judío ad gentes (hacia las naciones) continúa. Esta es una misión que también la Iglesia efectúa a su propia manera, según su interpretación de la alianza. El mandato de Jesús resucitado en Mateo 28, 19, de hacer discípulos “de todas las naciones” (del griego ethne, derivado del hebreo “goyim”; las naciones son diferentes a Israel), significa que la Iglesia debe dar testimonio en el mundo de las Buenas Nuevas de Cristo con el fin de preparar al mundo para la plenitud del reino de Dios. Pero esta tarea evangelizadora ya no incluye el deseo de absorber a la fe judía dentro del cristianismo y terminar así con el testimonio singular de los judíos sobre Dios en la historia humana.

Así, aunque la Iglesia Católica considera que el acto salvífico de Cristo es central en el proceso general de salvación humana, también reconoce que los judíos ya viven en una alianza salvífica con Dios. La Iglesia Católica debe evangelizar siempre, y siempre dará testimonio de su fe en la presencia del reino de Dios en Jesucristo, ante los judíos y ante todos los demás pueblos. Al hacerlo, la Iglesia Católica respeta plenamente los principios de libertad religiosa y libertad de conciencia, y en ese sentido, las conversiones individuales sinceras provenientes de todas las religiones o pueblos, incluyendo el pueblo judío, serán bienvenidas y aceptadas.

Pero ahora reconoce que los judíos también están llamados por Dios con el objeto de preparar al mundo para el reino de Dios. Su testimonio del reino, que no se origina en la experiencia de la Iglesia de Cristo crucificado y resucitado, no debe ser coartado buscando convertir al pueblo judío al cristianismo. El testimonio distintivo judío debe ser sostenido, si los católicos y los judíos quieren ser realmente, como lo formuló Juan Pablo II, “una bendición los unos para los otros”. Esto está de acuerdo con la promesa divina expresada en el Nuevo Testamento, según la cual los judíos están llamados a “servir a Dios sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos (sus) días” (Lucas 1, 74-75).

Junto con el pueblo judío, la Iglesia Católica, en palabras de Nostra Aetate, “espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y "le servirán como un solo hombre" (Sofonías, 3,9; véase también Isaías 66, 23; Salmos 65, 4; Romanos 11, 11-32).


REFLEXIONES JUDÍAS

La misión de los judíos y el perfeccionamiento del mundo

En su interminable búsqueda de dar sentido a la vida, las comunidades, al igual que los individuos, intentan definir su misión en el mundo. Por cierto, esto vale también para los judíos.

La misión de los judíos es parte de una triple misión que se basa en la Escritura y está desarrollada en fuentes judías ulteriores. Está, en primer lugar, la misión de alianza, el siempre formativo impulso hacia la vida judía que resulta de la alianza entre Dios y los judíos. En segundo lugar, la misión de testimonio, por lo cual los judíos se consideran (y suelen ser considerados por los demás) como los eternos testigos de Dios, de su existencia y su poder redentor en el mundo. Y en tercer lugar, la misión de humanidad, una misión que entiende la historia bíblica de los judíos como portadora de un mensaje que no es solamente para los judíos. Esto presupone un mensaje y una misión que se dirigen a todos los seres humanos.

La misión de alianza

Los judíos son la simiente de Abraham, Isaac y Jacob, la encarnación física de la alianza de Dios con sus ancestros.

Abraham no sólo emprende una travesía hacia la tierra de Canaán como respuesta al llamado de Dios, sino que a los noventa y nueve años, se le aparece Dios y le dice: “Camina en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera”. Se define a la alianza como “eterna... de ser yo el Dios tuyo y de tu posteridad”. La alianza incluye la Tierra de Canaán, “en posesión perpetua”. Hay un símbolo físico de la alianza: la circuncisión de todos los varones en su octavo día de vida.

La alianza es tanto física como espiritual. Los judíos son un pueblo físico. La alianza es una alianza en la carne. La Tierra es un lugar físico. Pero también es una alianza del espíritu, porque tiene que ver con “caminar en Su presencia”.

Los judíos son un pueblo llamado a la vida por Dios a través de una amante elección. ¿Por qué haría Dios algo así? La Torah nos cuenta la historia de un Dios único que, tan diferente al Dios de Aristóteles, no se conformó con contemplarse a sí mismo. Es un gran misterio, pero Dios, que está esencialmente más allá de nuestra comprensión, quiso que existiera un mundo. Dio a sus criaturas una sola orden: no comer cierto fruto del jardín del Edén. Y naturalmente, ¿qué hicieron ellas? Comieron el fruto.

Y así Dios, que había decidido compartir Su inefable ser, fue negado. Fue poco antes de que la tierra se corrompiera ante Dios. Y así Él volvió a empezar, destruyendo la creación, volviendo a reunir las aguas primordiales y dejando solamente a Noé y su familia. Pero esto tampoco funcionó, porque en cuanto salieron del Arca, Noé se embriagó y se desnudó. Otra vez cuesta abajo, hasta que la Torah da comienzo a la historia que funciona, que es el núcleo de la saga bíblica: la historia de Abraham y su progenie, los judíos.

La alianza no es sólo una promesa o una exhortación general a la perfección. Cuando el pueblo de Israel se convierte en una comunidad grande y padece la esclavitud bajo el Faraón, es rescatado de Egipto mediante prodigios extraordinarios. Los judíos van al Sinaí, y la alianza adquiere contenido: las leyes y los estatutos entregados allí, y más tarde, en la Tienda del Encuentro.

 

Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.

 

Para los judíos, esto no es adulación divina, sino la carga de una obligación divina. Y esta es, pues, la definición teológica de los judíos: un pueblo llamado a vivir una relación especial con Dios. Esa relación tiene un contenido específico. Hay recompensas para su observancia y castigos por su abandono.

Esta perspectiva de los judíos no está diseñada según las definiciones sociológicas normales de un pueblo o una comunidad. Hasta es posible que esta sociología teológica sea incómoda para la mayoría de los judíos. A la gente suele resultarle más fácil describir a los judíos como un grupo étnico, una comunidad de fe desligada de un pueblo. Pero este no es el concepto de los judíos que encontramos en la Biblia o en la literatura judía posterior. Los judíos son, para bien o para mal, socios de Dios en una relación amorosa a veces tormentosa y otras veces idílica, en un matrimonio de amor que une a Dios y al Pueblo de Israel para siempre, y que le da el mayor sentido posible a la existencia judía.

El resultado práctico de todo esto es que la primera misión de los judíos es hacia los judíos. Significa que la comunidad judía está decidida a preservar su identidad. Esto no siempre sucede en forma natural: es por eso que los judíos hablan permanentemente entre ellos de instituciones sólidas y la capacidad de la comunidad de educar a sus hijos. Así se explica la aversión a los matrimonios mixtos. Y se explica la pasión por estudiar la Torah. Hay muchas cosas en juego en la vida judía, y para no abandonar a Dios, la comunidad judía gasta una gran cantidad de energía velando por el buen funcionamiento de la comunidad de la alianza.

La misión de testimonio

Isaías dice que el papel de los judíos va más allá de ellos mismos. “Vosotros sois mis testigos -oráculo de YHWH-y mi siervo a quien elegí.”

Los judíos son testigos de que hay un Dios en el mundo, que es su Creador, que es uno y que los ídolos no tienen ningún poder - “Ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará lealtad”-, y que el poder de Dios es un poder redentor, más imponente de lo que los seres humanos pueden concebir.

¿Cómo se manifiesta el poder de Dios? En la vida de las naciones, incluyendo la caída y el resurgimiento de la nación de Israel. Y es bien sabido a través de la Torah y los libros proféticos, que el sufrimiento de Israel se entiende como testimonio de la alianza de Dios con Israel.

Lo que no suele entenderse, al menos no lo suficiente, es que Dios quiere que las naciones vean la liberación de Israel y se maravillen. Esto es, por ejemplo, lo que quiere Dios que vean el Faraón y el pueblo de Egipto. Al parecer, no basta simplemente con rescatar al pueblo de Israel de la servidumbre. La liberación debe ser pública, llena de signos y prodigios. Porque su propósito es enseñarle a la gran nación de Egipto el poder, la gloria y el interés del Dios de Israel en redimir esclavos.

También en este sentido dice el profeta Isaías que los judíos son “luz para iluminar a las naciones”. “Levanto a las tribus de Jacob y restauro a los sobrevivientes de Israel: también te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”. Las naciones mirarán y verán la liberación del pueblo de Israel y se admirarán. Entonces se enterarán, si no lo han hecho antes, de que el Señor, Dios de Israel, devuelve a Su pueblo Su tierra.

El alegre mensajero para Sión dice: “Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie”. Esto no es retórica sobre alguna manifestación mística de Dios que transforma la naturaleza. Es una imagen audaz para referirse a la creación de un camino extraordinario para que el pueblo exiliado retorne a su tierra.

Aunque solemos pasar mucho tiempo pensando en nuestros pecados, el mensaje de Dios no es el sufrimiento. El mensaje de Dios es el poder del arrepentimiento y el poder de Su amor, tal como se manifestó en la liberación de Israel. La teología necesita desprenderse del mensaje del sufrimiento. El gran mensaje de Dios es el poder de liberación, de redención. La gran esperanza de los judíos es su liberación y la reconstrucción de su nación estado. El testimonio que debemos llevar es el testimonio de Dios que redime a Su pueblo.

La misión de humanidad

El mensaje de la Biblia es un mensaje y un designio no sólo para Israel sino para toda la humanidad. Isaías dice dos veces que los judíos son luz para las naciones, y ya nos hemos referido aquí a lo que expresa en el capítulo 49. ¿Qué más quiere dar a entender cuando dice que los judíos son un “pueblo de alianza y luz para las naciones”? El comentarista medieval David Kimhi sostiene que esa luz es la luz que proviene de la Torah, que proviene a su vez de Sión. Como el mensaje de la Torah es la paz, la luz que procede de ella lleva un mensaje de la bendición de la paz que debe reinar en todo el mundo. La visión mesiánica es: “Y hablará de paz a las naciones”. Isaías observa que en esos tiempos “(YHWH) Juzgará entre las gentes y será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas, podaderas”.

Es un error ser como Jonás y creer que Dios sólo se interesa por los judíos. Cuando Dios le pide a Jonás que vaya a Nínive, una gran ciudad gentil, Jonás rechaza el mandato de Dios de llamar a los ninivitas al arrepentimiento. Sólo aprende por medio del sufrimiento que la palabra de Dios también es para los ninivitas. Finalmente se dirige a Nínive, y sus habitantes ordenan un ayuno. Desde el mayor hasta el menor, incluyendo al rey, se visten con sayales. No solamente ayunaron: la Biblia dice que “se convirtieron de su mala conducta”.

Podríamos suponer que Jonás debía de estar encantado con su éxito, pero en cambio estaba desolado, y probablemente hubiera para ello dos motivos. En primer lugar, creía que el pecado debía castigarse, y que Dios no tenía que evitar ese castigo. Y en segundo lugar, ¿quiénes eran los ninivitas? ¿Qué derecho tenían a esperar de Dios una profunda preocupación y un amor compasivo?

Jonás abandona la ciudad y se sienta al oriente de la ciudad; se hace una cabaña y se sienta a su sombra. Y el Señor hace una planta de ricino para que crezca y le dé sombra a su cabeza.¡Jonás se puso tan contento! Pero al día siguiente, Dios mandó un gusano, y el gusano picó el ricino, que se secó. Y luego Dios mandó un viento sofocante, y el sol hirió la cabeza de Jonás, y este se desvaneció. Y quiso morir.

Entonces Dios le dijo a Jonás: “¿Te parece bien irritarte por este ricino?... Tú tienes lástima de la planta, por la que nada te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que apareció una noche y en una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?”

El Dios de la Biblia es el Dios del mundo. Sus designios son designios para toda la humanidad. Su amor es un amor que se extiende a todas las criaturas.

El hombre sufriente de la Escritura, Job, no es descripto de ningún modo como un judío. ¿Acaso debemos extrañarnos? El sufrimiento de la humanidad no se limita a ningún pueblo en particular. Es probable que la alianza lo haga particularmente duro para los judíos, pero todos tratamos de enfrentar el problema del sufrimiento del justo. Job es un ser humano universal. Las palabras que Dios dirige a Job desde el seno de la tempestad son las palabras que Dios dirige a través del mundo a todos los justos que tratan de entender el sentido de su destino.

El Dios que amaba a Abraham -“Pero tú, Israel mi siervo, Jacob a quien he elegido, simiente de Abraham, el que amo”- ama a todas las personas. Porque Él es el Creador del mundo. Adán y Eva fueron Sus primeras creaciones, y fueron creados mucho antes de los primeros judíos. Son creados “a imagen y semejanza de Dios”, como lo son todos sus descendientes hasta la eternidad. Sólo la creación humana es a imagen divina.

Dios creó el mundo con un solo ser original, dice el Talmud, para enseñar que aquel que destruye a un solo ser humano, es como si hubiera destruido a todo el mundo. Y el que salva a un solo ser humano, es como si hubiera salvado a todo el mundo. Y esto enseña el concepto de paz en el mundo, pues nadie podría decir: mi padre es más grande que tu padre.

“¿No sois vosotros para mí como hijos de kusitas, oh hijos de Israel -oráculo de YHWH-. ¿No hice yo subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir?”. Todos son pueblo de Dios.

Cuando Abraham le plantea a Dios el tema de la justicia divina y la misericordia, argumenta en favor de los habitantes de Sodoma, un grupo de pecadores. Abraham encuadra su desafío a Dios diciendo que Dios debe actuar con justicia. El inocente no debería sufrir. Y el desafío no se efectúa como resultado de alguna relación especial proveniente de la alianza que Dios hizo con los judíos. Antes bien, la Biblia da por supuesto que existe una justicia y una misericordia divinas que prevalecen en el mundo entero. La misericordia y la justicia reinan porque el Dios de la Creación es el Dios de la misericordia y la justicia en el mundo.

Cuando Amós dice: “Que fluya el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne”, es porque hay un Dios de todo el mundo que llama a la justicia. Cuando Isaías pregunta retóricamente qué sentido tiene el ayuno religioso, responde que el ayuno que Dios quiere de los seres humanos es “desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en tu casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?”

Para el judaísmo, todas las personas están obligadas a observar una ley universal. Esa ley, a la que se alude como los “siete mandamientos noánicos”, es aplicable a todos los seres humanos. Estos mandamientos son: 1) el establecimiento de tribunales de justicia para que la ley regule a la sociedad, y las prohibiciones de 2) blasfemia, 3) idolatría, 4) incesto, 5) derramamiento de sangre, 6) robo, y 7) comer la carne de un animal vivo.

Más allá del hecho de la alianza, Maimónides y otros pensadores posteriores dicen claramente que “los piadosos de todas las naciones del mundo tienen su lugar en el mundo por venir”.

Por lo tanto, en el judaísmo, el valor absoluto de los seres humanos, su creación a imagen divina, así como el predominante interés de Dios por la justicia y la misericordia, se encuentran en la base de una comunidad universal de los creados, una comunidad llamada a responder al amor de Dios a través del amor a los demás seres humanos, del establecimiento de estructuras sociales que maximicen la práctica de la justicia y la misericordia, y del compromiso permanente en la búsqueda religiosa de lograr la sanación del mundo herido.

Una de las principales oraciones del judaísmo lo dice así: “Confiamos en ti, Señor nuestro Dios, para ver pronto la belleza de Tu poder, para que los ídolos desaparezcan de la tierra y los falsos dioses sean derribados, para perfeccionar el mundo en el Reino del Todopoderoso, donde toda carne invocará tu nombre, donde todos los impíos de la tierra se volverán hacia ti”.

L’taken olam b’malkhut Shaddai, para perfeccionar el mundo en el Reino del Todopoderoso. Tikun ha-olam, el perfeccionamiento o la reparación del mundo es una

tarea conjunta de los judíos y de toda la humanidad. Los judíos consideran que viven en un mundo aún no redimido, y Dios quiere que Sus criaturas participen en la reparación del mundo.

Cristianos y judíos

Después de analizar el triple concepto de “misión” del judaísmo clásico, podemos extraer ciertamente algunas conclusiones prácticas, conclusiones que también proponen una agenda común para cristianos y judíos.

Debería ser obvio que toda misión de los cristianos hacia los judíos entra en conflicto directo con el concepto judío de que la alianza en sí misma es esa misión. Al mismo tiempo, es importante señalar que, aunque está el hecho de la alianza, las naciones del mundo no tienen ninguna necesidad de abrazar el judaísmo. Si bien existen verdades teológicas tales como la fe en la unidad de Dios, y virtudes sociales prácticas, que toda la humanidad puede y debe ejercer, tendientes a la creación de una buena sociedad, no es necesario el judaísmo para redimir al individuo o a la sociedad. Los piadosos de todas las naciones del mundo tienen su lugar en el mundo por venir.

Pero tan importante como eso es la idea de que el mundo necesita perfeccionarse. Aunque los cristianos y los judíos entienden en forma diferente la esperanza mesiánica que ese perfeccionamiento implica, de todos modos, sea que estemos esperando al mesías -como creen los judíos-, o la segunda venida del mesías -como creen los cristianos-, compartimos la creencia de que vivimos en un mundo no redimido que ansía reparación.

¿Por qué no articular una agenda común? ¿Por qué no unir nuestras fuerzas espirituales para afirmar y llevar adelante los valores que compartimos, para la reparación del mundo irredento? Ya hemos trabajado juntos antes en la causa de la justicia social. Hemos marchado juntos por los derechos humanos; hemos defendido la causa de los trabajadores y los campesinos; hemos solicitado a nuestro gobierno que se ocupe de las necesidades de los pobres y los sin techo; y nos hemos dirigido a los líderes de nuestro país para reclamar el desarme nuclear. Estos son sólo algunos de los temas que los judíos y los cristianos hemos realizado en conjunto.

Para referirnos a lo que todavía nos faltaría hacer juntos, echemos una mirada sobre algunas de las maneras concretas en que el judaísmo clásico toma ideas teológicas y las transforma en modos de vida. Y, si hay piedras en el camino que debemos recorrer juntos, entonces construiremos una carretera que sea una ruta compartida hacia la reparación de la humanidad y el perfeccionamiento del mundo.

Algunas ideas talmúdicas sobre la reparación del mundo

Aunque es bien conocida la preocupación profética por los necesitados, es en el Talmud donde se especifican las buenas acciones de modo que se convierten en piedras angulares de la vida.

La tzedakah (caridad) y los actos de bondad son pesados en la balanza como equivalentes a todos los mandamientos de la Torah. La obligación de la caridad es hacia los pobres y los actos de bondad se destinan a pobres y ricos. La caridad es para los vivos, y los actos de bondad, para los vivos y los muertos. En la caridad se utiliza dinero, mientras que en los actos de bondad uno ofrece su dinero y su propia persona.

Ya en tiempos del Talmud, las instituciones de caridad que se ocupaban de los pobres eran una parte establecida y esencial de la vida comunitaria. Cuando, por ejemplo, la Mishnah enseña que un judío debe celebrar el Pésaj con cuatro copas de vino, establece que el subsidio público (tamhui) debe proveer ese vino a los pobres. Los pobres deben celebrar y sentir la dignidad de ser personas libres, y eso es responsabilidad de la comunidad. No obstante, aunque las instituciones de caridad son una parte central de la vida comunitaria, Maimónides sostiene que la forma más alta de caridad es posibilitar que cada uno pueda ganarse la vida.

La extensa sección del Talmud que trata sobre la ley civil y penal, Nezikin o Perjuicios, especifica y defiende las compensaciones a los trabajadores. Da forma concreta a las prohibiciones de la Torah contra el interés, y amplía las leyes prohibiendo que el interés incluya muchos tipos de transacciones financieras que parecen ser interés, pero no lo son. Todo esto se hace para crear una economía que aliente a las personas a prestarse mutua ayuda financiera como expresión de su pertenencia a la comunidad, y no como una manera de hacer dinero. Se crean instrumentos financieros para que las personas sin fondos puedan ser socias de otras, en vez de ser sus deudoras: una manera más de proteger la dignidad humana y promover el desarrollo de una sociedad en la que esa dignidad se manifiesta en la vida de todos los días.

Los actos de bondad que se requieren y se explican detalladamente en la ley, incluyen la obligación de visitar a los enfermos y consolar a los que sufren. Los judíos deben rescatar a los presos y proveer a las novias, sepultar a los muertos y aceptar comensales en su mesa. El Talmud detalla la obligación de los judíos de mostrar deferencia hacia los ancianos. “Ponerse de pie” y mostrar signos especiales de respeto hacia la gente mayor son respuestas a los problemas físicos de la vejez. Cuando disminuye el propio sentido de la dignidad de una persona, la comunidad debe reforzar la dignidad del individuo.

Por supuesto, la ley judía rige para los judíos, y su principal interés es estimular la expresión del amor a los miembros de la comunidad. No se refiere a los sentimientos, sino principalmente a las acciones. Pero es importante destacar que muchas de esas acciones son obligatorias hacia todas las personas. El Talmud dice: “Debe proveerse a las necesidades del gentil pobre junto con el judío pobre. Se debe visitar al enfermo gentil como se visita al enfermo judío. Hay que ocuparse del entierro de un gentil, del mismo modo en que hay que ocuparse del entierro de un judío. (Estas obligaciones son universales) porque estos son los caminos de la paz”.

Los caminos de la paz de la Torah son una respuesta práctica a la sagrada creación de la humanidad a imagen divina. Ayudan a perfeccionar el mundo hacia el Reino del Todopoderoso.

¿No necesita la humanidad una senda común hacia los caminos de la paz? ¿No necesitamos los seres humanos una concepción común de la naturaleza sagrada de nuestra existencia humana para poderla enseñar a nuestros hijos y promover en nuestras comunidades para fomentar los caminos de la paz? ¿No necesita la humanidad un compromiso de sus dirigentes religiosos, dentro de cada religión y más allá de toda religión, para unir nuestras manos y crear vínculos que inspiren y guíen a la humanidad para alcanzar sus promesas sagradas? Para los judíos y los cristianos que oyeron el llamado de Dios a ser una bendición y una luz para el mundo, el desafío y la misión están claros.

Nada menos que esto debe ser nuestro desafío, y es este el verdadero sentido de la misión que todos necesitamos compartir.

12 de agosto de 2002

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot