Ilustre rabino jefe, queridos amigos, ¡Shalom!
"El Eterno es mi fortaleza y mi canción. Él es mi salvación” (Éxodo15, 2): éste fue el canto de Moisés junto a los hijos de Israel, cuando el Señor salvó a su pueblo al atravesar el mar. Del mismo modo cantó Isaías: ?He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues el Señor es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación” (12, 2). Su visita me causa una gran alegría, y me lleva a renovar con ustedes este mismo canto de acción de gracias por la salvación alcanzada. El pueblo de Israel ha sido liberado varias veces de las manos de los enemigos y en los siglos de antisemitismo, en los momentos dramáticos de la Shoah, la mano del Omnipotente lo ha sostenido y guiado. La predilección del Dios de la Alianza lo ha acompañado, dándole fuerza para superar las pruebas. Su comunidad judía, presente en la ciudad de Roma desde hace más de dos mil años, también puede dar testimonio de esta amorosa atención divina.
La Iglesia Católica está cerca de ustedes y es su amiga. Sí, nosotros los amamos y no podemos dejar de amarlos, ?a causa de sus padres”: según ellos, ustedes son sumamente queridos y hermanos predilectos (Cf. Romanos 11, 28b). Tras el Concilio Vaticano II, ha ido creciendo esta estima y recíproca confianza. Se han desarrollado contactos cada vez más fraternos y cordiales, intensificados a través del pontificado de mi venerado predecesor, Juan Pablo II.
En Cristo, nosotros participamos en su misma herencia de los padres, para servir al Omnipotente, ?bajo un mismo yugo” (Sofonías 3,9), injertados en el único ?tronco santo” (Cf. Isaías 6, 13; Romanos 11, 16) del Pueblo de Dios. Esto hace que los cristianos seamos conscientes de que junto a ustedes tenemos la responsabilidad de cooperar por el bien de todos los pueblos, en la justicia y en la paz, en la verdad y en la libertad, en la santidad y en el amor. A la luz de esta misión común, no podemos dejar de denunciar y combatir con decisión el odio y las incomprensiones, las injusticias y las violencias que siguen sembrando preocupación en el espíritu de los hombres y mujeres de buena voluntad. En este contexto, ¿cómo no sentir dolor y preocupación por las nuevas manifestaciones de antisemitismo que se registran de vez en cuando?
Estimado señor gran rabino: desde hace poco tiempo a usted se le ha confiado la guía espiritual de la comunidad judía romana. Usted ha asumido esta responsabilidad con la riqueza de su experiencia de estudioso y de médico, que ha compartido alegrías y sufrimientos de tantas personas. Le formulo mis más cordiales deseos de éxito para su misión y le aseguro mi estima y mi amistad, así como las de mis colaboradores. Son muchas las urgencias y desafíos, en Roma y en el mundo, que nos invitan a unir nuestras manos y nuestros corazones en iniciativas concretas de solidaridad, de ?tzedek” (justicia) y de ?tzedekah” (caridad). Juntos podemos colaborar en la transmisión de la antorcha de los Diez Mandamientos y de la esperanza a las jóvenes generaciones.
¡Que el Eterno vele sobre usted y sobre toda la comunidad judía de Roma! En esta circunstancia particular, retomo la oración del Papa Clemente I, invocando las bendiciones del Cielo sobre todos ustedes: ?Da concordia y paz a nosotros y a todos los que habitan en la tierra, como diste a nuestros padres cuando ellos invocaron tu nombre en fe y verdad” (Primera Carta del papa Clemente I sobre la ?Epístola a los Corintios” 60,4). ¡Shalom!.
CIUDAD DEL VATICANO, 16 de enero de 2006