Llenos de tristeza, cargados de esperanza
Reflexión conjunta sobre los hechos del 11 de septiembre,
del Consejo Nacional de Sinagogas y la Comisión para Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos de los Obispos Católicos de los EE.UU.
Los hechos del 11 de septiembre nos llenan de tristeza. Nos aflige la trágica pérdida de vidas inocentes. Nos unimos en la oración por los que murieron, y hacemos extensivo nuestro apoyo colectivo a sus seres queridos. Nos sentimos fortalecidos por la gran cantidad de individuos heroicos que se ofrecieron para salvar vidas y abnegadamente proporcionaron aliento y consuelo.
Como personas de fe, comprobamos una vez más la fragilidad de la vida humana y el terrible daño que puede causarse cuando las personas empleamos los talentos otorgados por Dios para fines brutales y perversos. Como dirigentes de comunidades religiosas, comprobamos también que incluso la fe religiosa y la piedad pueden ser deformadas para servir a fines destructivos, cuando los fanáticos pervierten las enseñanzas religiosas y las invocan para justificar actos de barbarie.
Ningún acto de terrorismo –que por definición apunta a civiles, precisamente porque son inocentes– puede justificarse. Ni siquiera un fin justo puede justificar medios viles. La inmunidad de los civiles es una de las normas morales básicas que rigen el uso de la fuerza. Toda vida humana es preciosa, sean civiles que trabajan en el World Trade Center o civiles que comen en un restaurante de Israel. El terrorismo deliberadamente dirigido contra poblaciones civiles es, sin importar la causa, siempre injustificable.
Notamos con dolor que algunos se valieron de estos hechos para insinuar la futilidad de las conversaciones interreligiosas. Nosotros, por el contrario, vemos en los recientes acontecimientos un recordatorio de la urgencia del diálogo, para promover el entendimiento y el respeto mutuos.
Frente a esta tragedia masiva, nos alienta el hecho de que las comunidades musulmanas de todo el mundo condenen el terrorismo y salvaguarden su tradición de los extremistas que intentaron tomarla como rehén. Aplaudimos su denuncia de las acciones terroristas contra inocentes en todas partes. Ellos tienen nuestras plegarias y nuestro apoyo.
Nos preocupan los actos de prejuicio dirigidos contra miembros musulmanes y árabes de nuestra sociedad. Condenamos esos actos, y apelamos a todos nuestros conciudadanos para no permitir que nuestra pena común nos haga actuar en formas que deshonren la grandeza de corazón que llevó a los Estados Unidos a ser un faro para todo el mundo. Aplaudimos a aquellos –empezando por el presidente Bush- que hablaron claramente sobre la necesidad de rechazar los prejuicios y la discriminación hacia nuestros conciudadanos.
También nos preocupa lo que aparece como una alarmante escalada de la retórica antijudía, por parte de algunos que adoptaron el lenguaje difamatorio contra los judíos que durante siglos usaron los antisemitas. Esos ataques agraviantes contra una tradición y una comunidad religiosas no tienen cabida en un discurso civilizado.
A menudo, en la intensidad del dolor y de la rabia, las naciones realizan acciones que más tarde lamentan. Ahora que emprendemos nuestra batalla contra las fuerzas del terror, queremos advertir que una expansión general del poder para obligar a cumplir la ley que exceda el poder necesario para combatir al terrorismo no tiene justificación si esa expansión se hace a expensas de los principios fundamentales de los derechos civiles de privacidad, debido proceso y libertad de asociación. Transigir con el mal pone en riesgo la idea misma de libertad, la idea que nuestros adversarios han atacado, y que nosotros nos comprometimos a defender.
Nuestra nación se encuentra ahora en conflicto con las fuerzas del terrorismo y el odio. Provenimos de tradiciones que reconocen la necesidad de esta clase de conflicto, en el que se lucha en defensa propia y para proteger vidas inocentes. Sin embargo, recordamos que nuestras tradiciones de guerras justas no autorizan la violencia ilimitada. Por el contrario, exigen que incluso en las guerras justas se respete la vida de los inocentes y la seguridad y el bienestar de los no combatientes y sus propiedades. Apelamos a que nuestro gobierno se deje guiar por estas restricciones al llevar adelante la batalla en la que estamos involucrados.
Unimos nuestras oraciones por la seguridad y el éxito de los hombres y mujeres de nuestra nación que toman parte en esta guerra por la seguridad de nuestro país y su pueblo. Oramos para que el triunfo sobre las fuerzas del odio y la destrucción sea rápido y completo. Y oramos por la protección de todos los inocentes cuyos países están hoy sumidos en la violencia y el peligro. Que llegue pronto el día en que cada uno de ellos –y todos los hombres, mujeres y niños de nuestro planeta– pueda "sentarse bajo su parra y bajo su higuera sin que nadie lo perturbe". (Miq 4, 4)