Una interpretación litúrgica en los relatos de la Pasión de Jesucristo

Uno de los principales problemas para quienes desearían erradicar ciertas expresiones antijudías del culto cristiano surge de los pasajes antijudíos que se encuentran en muchos libros del Nuevo Testamento. Es relativamente sencillo reformular algunas oraciones y de ese modo eliminar lo que resulte ofensivo.

Una interpretación litúrgica en los relatos de la Pasión de Jesucristo

John T. Townsend

Introducción

Uno de los principales problemas para quienes desearían erradicar ciertas expresiones antijudías del culto cristiano surge de los pasajes antijudíos que se encuentran en muchos libros del Nuevo Testamento. Es relativamente sencillo reformular algunas oraciones y de ese modo eliminar lo que resulte ofensivo. Pero con el Nuevo Testamento es diferente. Constituye una parte esencial de nuestro culto. Es Escritura Sagrada y testimonio primero de nuestro Señor. No parece tan fácil someterlo a cambios.

Hay razones para explicar ciertas posiciones antijudías del Nuevo Testamento. La más importante es quizá la amenaza de persecución por parte de los romanos. Las autoridades romanas sentenciaron y ejecutaron a Jesús por sedición. Su condena extendió la amenaza de persecución a todos sus seguidores. Los primeros cristianos actuaron en defensa propia al sostener que Jesús era inocente de cualquier crimen contra Roma. Explicaron su crucifixión por parte de la autoridad romana diciendo que el débil gobernador romano sucumbió ante la presión judía. Comenzaron un proceso gradual para justificar la participación romana, exagerando la vileza judía, proceso que continuó hasta el año 313, en que los emperadores Constantino y Licinio suprimieron definitivamente el temor a la persecución romana.

Otras causas del sentimiento antijudío en los primeros escritos cristianos provienen también de la experiencia real de la Iglesia primitiva. En primer lugar, había frustración porque los judíos se negaban a aceptar la apologética cristiana y a ingresar masivamente a la Iglesia. Al rechazar los argumentos cristianos, las comunidades judías se convertían, por su sola existencia, en una advertencia de que el mensaje cristiano no era tan convincente. En segundo lugar, los cristianos que optaron por permanecer en comunidades judías experimentaron la hostilidad creciente de sus hermanos judíos. Hacia el final del siglo primero, fueron forzados a abandonar las sinagogas. Por último, especialmente a partir del segundo siglo, los judíos y los cristianos competían por ser aceptados en un mundo dominado por los paganos. En ciudades como Sardes en el Asia Menor, donde los cristianos se encontraban con minorías judías importantes, había una pugna por obtener posiciones sociales, económicas y políticas.

El hecho de comprender por qué el Nuevo Testamento es con frecuencia antijudío, no nos exime de eliminar los efectos que ese antijudaísmo tiene en la actualidad. Dejando a un lado la cuestión de la Escritura y su exactitud histórica, es difícil negar que la lectura pública de algunos pasajes del Nuevo Testamento perpetúa conceptos distorsionados sobre nuestros hermanos judíos. No deberíamos seguir difundiendo esos conceptos ante congregaciones que tienden a aceptar la Escritura en forma acrítica. El problema de esas lecturas no se resolverá efectuando nuevas traducciones. Los pasajes antijudíos del Nuevo Testamento son tantos, que “traducirlos” implicaría reescribir una gran parte de textos que consideramos sagrados.

Un problema particular se plantea en los servicios de Semana Santa que se llevan a cabo en las parroquias. Lamentablemente, los relatos de la Pasión que se suelen leer en ese tiempo, contienen algunas de las expresiones más pronunciadamente antijudías del Nuevo Testamento. Todos adjudican la responsabilidad principal de la crucifixión a los judíos, y no se puede evitar esa distorsión de lo que realmente sucedió aligerando los conceptos.

Una manera de evitar el tono antijudío de la narrativa bíblica de la Pasión, es leer en su lugar una nueva narrativa litúrgica de la Pasión. Esta práctica tiene antecedentes litúrgicos. En algunas liturgias cristianas de la Eucaristía, es tradicional recitar la historia de la última Cena en una versión que no sigue ningún relato bíblico. En la liturgia católica y en otras liturgias, los relatos de la Pasión y del Éxodo aparecen en el Exultet, la Proclama Pascual que se canta en las vísperas de la Pascua; pero las palabras no son bíblicas. De modo similar, se puede realizar una liturgia de Semana Santa con una narrativa de la Pasión que sea fiel a la Escritura en líneas generales, sin reproducir la versión de ningún Evangelio en particular.

Una lectura de este tipo no debería ser redactada como una reconstrucción de hechos históricos. Habría que apelar a consideraciones teológicas, así como históricas y retóricas. Por otra parte, es imposible efectuar una reconstrucción estrictamente histórica de lo que ocurrió en los últimos días de Jesús sobre la tierra. Una razón es que los relatos bíblicos de la Pasión fueron compuestos y transmitidos por cristianos; incluso aceptando esos relatos, algunos acontecimientos de la Pasión tuvieron lugar sin que ninguno de los seguidores de Jesús estuviera presente. Esos acontecimientos incluyen la oración de Jesús en Getsemaní, la sesión con el Sumo Sacerdote y el juicio ante Pilato. De hecho, Jesús estaba solo cuando oraba, y gran parte del juicio ante Pilato, tal como es relatado en el Cuarto Evangelio, transcurrió en privado. Las motivaciones de los relatos no fueron básicamente históricas, sino teológicas y apologéticas. Los redactores de los relatos comenzaron con lo que conocían, agregaron lo que creían y compusieron con ello un todo, en la convicción de que Dios había reivindicado a Jesús a través de la Resurrección. Luego, las tradiciones fueron reflejando las experiencias de los que las transmitían. Esas experiencias incluían el conflicto con Israel y la persecución de Roma.

El relato litúrgico de la Pasión que aquí presentamos utiliza como base los escritos de Mateo y Marcos. Mateo es el mejor relato bíblico de la Pasión para leer en voz alta. De todos modos, la lectura de un relato de la Pasión siempre omite algún material bíblico tradicional. Algunas omisiones resultan del hecho de que los relatos de la Pasión de diferentes Evangelios se contradicen en algunos lugares. A veces es preciso elegir uno de los relatos y omitir detalles de otro. En algunos casos se hace necesario eliminar algunos detalles para acortar la lectura y adecuarla al tiempo de un servicio litúrgico. Estas omisiones consisten generalmente en pasajes considerados por los críticos como enfoques individuales de cada evangelista.

Se ha tenido especial cuidado con los pasajes directamente relacionados con la participación de los judíos en la Pasión. El relato intenta proporcionar una interpretación de esos pasajes que lleve a quienes los escuchan a entender los hechos como lo hubiera entendido un seguidor palestino de Jesús del siglo primero.

Esta nueva versión litúrgica puede ser leída en su totalidad o en segmentos como alternativa de los relatos bíblicos de la Pasión. Se puede optar por leer varias secciones en diferentes servicios. Allí donde, por la costumbre o la rúbrica, no parezca conveniente omitir la lectura de una Pasión bíblica, podría leerse esta Pasión como una interpretación o utilizarla como base para una homilía explicativa.

La Pasión de Jesucristo

I

Faltaban dos días para la Pascua y la Fiesta de los panes ázimos. Los líderes religiosos que colaboraban con la ocupación romana conspiraban contra Jesús. Se reunieron en el palacio de Caifás, el Sumo Sacerdote, quien había recibido su cargo de manos del anterior gobernador romano y lo mantenía bajo Poncio Pilato. Todos ellos planeaban arrestar y destruir a Jesús en secreto para evitar una revuelta popular entre los judíos.

II

En aquel tiempo, Jesús se hospedaba en Betania, en casa de Simón el leproso. Mientras se encontraba allí, una mujer se acercó a él y lo ungió con una jarra de alabastro llena de puro nardo. Al ver esto, los discípulos se indignaron: “¿Para qué este despilfarro?” preguntaron. “Este costoso perfume se podía haber vendido a buen precio y repartir el dinero entre los pobres”. Jesús respondió: “¿Por qué molestáis a esta mujer? Pobres tendréis siempre con vosotros. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame el Evangelio, en el mundo entero, se hablará también de lo que ella está haciendo para memoria suya”.

III

Entonces uno de los Doce llamado Judas, hijo de Simón el Iscariote, fue donde estaban los jefes religiosos y les dijo: “¿Qué me daréis si os entrego a Jesús para el gobernador?” Cuando oyeron el ofrecimiento, se pusieron contentos y le prometieron a Judas treinta monedas de plata. Desde ese momento, andaba buscando una oportunidad para traicionar a Jesús.

IV

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?” Entonces Jesús llamó a dos de sus discípulos y los instruyó: “Id a la ciudad: os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Él os mostrará un lugar adecuado.” Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado. Llegaron a la ciudad, encontraron al hombre, que los llevó a una sala grande en un piso superior.

V

Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Y mientras comían, dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”. Muy entristecidos, los discípulos le dijeron uno tras otro: “¿Acaso soy yo?”. Jesús respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado!” Entonces Judas se internó en la noche.

VI

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo”. Tomó luego la copa, y dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed todos de ella pues ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.” Y, cantados los himnos, salieron hacia el Monte de los Olivos.

VII

Mientras caminaban, Jesús dijo a sus discípulos: “Todos vosotros me abandonaréis esta noche. Así escribió el profeta Zacarías: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’”. Pedro le dijo: “Aunque todos te abandonen, yo permaneceré junto a ti”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres”. Dícele Pedro: “Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré”. Lo mismo dijeron también todos los discípulos.

VIII

Jesús fue con ellos a una propiedad llamada Getsemaní. Tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago y los dejó velando. Adelantándose un poco, cayó rostro en tierra en angustiosa plegaria. Luego se volvió hacia los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Y alejándose de nuevo, volvió a orar con aflicción; y otra vez regresó para encontrar a los discípulos dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Por tercera vez volvió a orar, y por tercera vez halló a sus discípulos dormidos. Entonces Jesús dijo: “Ahora ya podéis dormir y descansar. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Mirad, el que me va a entregar está cerca.”

IX

Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo de soldados romanos y otros hombres armados del Templo. El que lo iba a entregar había dado a las autoridades esta contraseña: “Aquél a quien yo dé un beso, ése es; prendedle”. De acuerdo con esto, Judas se dirigió directamente hacia Jesús y exclamó: “¡Salve, Rabbí!”, y le dio un beso. Jesús respondió: “Judas, ¿entregarás al Hijo del hombre con un beso?” Inmediatamente, los soldados echaron mano a Jesús y le prendieron. Entonces uno de los discípulos que estaban con Jesús sacó su espada y le cortó la oreja a un siervo del Sumo Sacerdote; pero Jesús le dijo: “Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?” Luego se volvió Jesús hacia la gente y dijo: “¿Como contra un bandido rebelde habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis. ¿Tanto teméis al pueblo judío que vinisteis por mí a escondidas? Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.” Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

X

Los que prendieron a Jesús lo llevaron ante Caifás, a quien los romanos habían nombrado Sumo Sacerdote. Pedro lo iba siguiendo de lejos y se sentó en el patio con los criados, calentándose al fuego. El Sumo Sacerdote había reunido a todo su consejo, y comenzaron a preparar el caso contra Jesús para presentárselo al gobernador Poncio Pilato. El cargo era que Jesús se declaraba Rey de los Judíos; trajeron muchos falsos testigos, pero sus testimonios no coincidían. Finalmente, se presentaron dos, que dijeron: “Nosotros le oímos decir: Yo puedo destruir este templo hecho por hombres y en tres días edificar otro no hecho por hombres.” El testimonio constituía una evidencia de que Jesús se atribuía una autoridad sobre los asuntos del Templo que pertenecía tradicionalmente sólo a los gobernantes de Israel, y en ese tiempo Israel era gobernada por Roma. Sin embargo, tampoco estos testigos coincidían en sus declaraciones.

Finalmente se levantó Caifás y le preguntó directamente a Jesús: “¿No respondes nada contra estos cargos?” Jesús seguía callado y no respondía nada. Entonces el Sumo Sacerdote formuló la pregunta sobre la dignidad real empleando los títulos regios “Ungido” e “Hijo de Dios”. “¿Eres tú el Ungido, el Hijo del Bendito?”, indagó. Jesús respondió: “Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir entre las nubes del cielo”. Entonces el Sumo Sacerdote dijo: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Se ha condenado a sí mismo.” Todos juzgaron que era reo de muerte.

Entonces los que lo tenían comenzaron a escupirle. Lo abofetearon y golpearon, diciendo: “Adivina, Ungido, quién te está golpeando.”

XI

Pedro estaba sentado en el patio calentándose cuando una criada se acercó a él y le dijo: “También tú estabas con Jesús de Nazaret.” Pero él lo negó: “No sé de qué hablas.” Y salió al portal. Entonces, cantó un gallo. La criada siguió a Pedro y dijo a los que estaban allí: “Este hombre es uno de ellos.” Pero otra vez Pedro negó conocer a Jesús. Poco después, los que estaban allí le dijeron directamente a Pedro: “Ciertamente, eres de ellos, pues hablas con acento galileo.” Entonces Pedro se puso a echar imprecaciones y a jurar: “Yo no conozco a ese hombre de quien habláis.” Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: “Antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.”

XII

Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes, junto con los otros colaboradores de los romanos, ataron a Jesús y lo entregaron a Poncio Pilato, el gobernador imperial romano. Cuando Judas vio lo que estaba pasando, supo que Jesús había sido condenado y se arrepintió. Devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y confesó: “Pequé entregando sangre inocente.” Ellos dijeron: “¿A nosotros qué? Es asunto tuyo.” Judas tiró las monedas en el Templo; después se retiró y se ahorcó. Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: “No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre.” Y después de deliberar, usaron el dinero para comprar el Campo del Alfarero como lugar de sepultura de los forasteros. Por esta razón, ese campo se llamó Campo de Sangre.

XIII

Jesús compareció ante el gobernador romano y los que lo acusaban presentaron sus cargos. “Encontramos a este hombre pervirtiendo a nuestra nación”, dijeron. “Nos prohíbe pagar impuestos al Emperador y se proclama a sí mismo Rey Ungido.” El gobernador preguntó: “¿Eres tú el Rey de los Judíos?” Jesús respondió: “Tú lo dices.” Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato volvió a preguntarle a Jesús: “¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.” Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.

XIV

Cada Fiesta, el gobernador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, y algunos hombres urgían a Pilato para que lo hiciera esta vez. Había un rebelde famoso encarcelado junto con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Su nombre era Jesús Barrabás. Los principales sacerdotes organizaron una manifestación para pedir la libertad de Barrabás. Pilato les preguntó: “¿A quién queréis que os suelte, a Jesús Barrabás o a Jesús el Ungido?” Los manifestantes gritaron: “¡A Barrabás!” Pilato dijo: “¿Y qué voy a hacer con Jesús el Ungido?” La multitud gritó: “¡Crucifícalo!” Pilato continuó: “¿Estáis seguros de su culpabilidad?” La multitud insistió: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” Otra vez habló Pilato: “¿Queréis que crucifique a vuestro rey?” “No tenemos otro rey que César”, gritaron los manifestantes. Entonces Pilato consintió en soltar a Jesús Barrabás, y entregó a Jesús el rey Ungido a sus soldados para que lo azotaran y crucificaran.

XV

Los soldados llevaron a Jesús dentro del palacio y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de púrpura. Pusieron una corona de espinas sobre su cabeza y en su mano una caña como cetro. Doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: “¡Salve, Rey de los Judíos!”, y después de escupirle, le golpearon en la cabeza con la caña. Luego, tras burlarse de él le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificarle.

XVI

Al salir, encontraron a un africano de Cirene llamado Simón, que volvía del campo, y le obligaron a llevar la cruz. Llevaron a Jesús a un lugar llamado Gólgota (que significa “calvario”). Allí lo crucificaron. Eran las nueve de la mañana. Le dieron vino con mirra, pero él no lo tomó. Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Sobre su cabeza pusieron por escrito el cargo contra él: “El Rey de los Judíos”. Con él, crucificaron a dos insurrectos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban por allí lo insultaban y meneaban la cabeza diciendo: “¡Eh, tú que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz!” Igualmente los colaboradores sacerdotales se burlaban de él mientras decían: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Que el Ungido, el Rey de Israel, baje de la cruz para que lo veamos y creamos.” También lo injuriaban los que con él estaban crucificados.

XVII

Llegado el mediodía, hubo oscuridad en toda la región hasta las tres de la tarde. A esa hora, Jesús exclamó con fuerte voz: “Elí, Elí, ¿lema sabactani?”, que significa “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Al oír esto, algunos de los presentes decían: “Mira, está llamando a Elías”. Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, la acercó a sus labios. Pero otros dijeron: “Deja, veamos si viene Elías a salvarlo”. Pero Jesús, dando un fuerte grito, exhaló el espíritu.

XVIII

En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Tembló la tierra y las rocas se hendieron. Incluso se abrieron las tumbas de los muertos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, al ver lo que pasaba, se llenaron de temor y dijeron: “Verdaderamente, éste era Hijo de Dios.”

Editorial remarks

John Townsend es Profesor Emérito de Nuevo Testamento, Judaísmo y Lenguas Bíblicas de la Escuela Teológica Episcopal de Cambridge, Massachusetts (USA), y profesor adjuncto de Estudios Judíos en la Divinity School de Harvard.

Para las notas académicas de este artículo, véase el originalinglés

Traducción: Silvia Kot