En busca de sinceridad

Si un árbol cae en el bosque y nadie lo oye, ¿produce un sonido? ¿Importa cómo hablan los hombres de las mujeres en el vestuario, o si algunos blancos usan epítetos raciales al hablar sobre negros en ambientes exclusivos de gente blanca?

En busca de sinceridad

En nuestro mundo, estas son preguntas triviales. Sabemos que el impacto de un árbol que cae siempre produce ondas sonoras. Y el racismo o el sexismo, aunque se expresen en forma despreocupada en grupos cerrados, traducen actitudes que tienen graves consecuencias en otros contextos. Todos los presentes deberían sentirse ofendidos. Nuestro mundo trata de eliminar las barreras creadas por el racismo y el sexismo, no sólo a través de los símbolos que ofrece, por ejemplo, nuestra actual administración estadounidense, sino en general, en toda nuestra sociedad.

¿Y qué ocurre con las cuestiones referidas a las relaciones interreligiosas? ¿Importa qué piensa un grupo de otros? ¿Importa si no hay consecuencias prácticas inmediatas de ese pensamiento, si nadie actúa en ese sentido? Nuestras experiencias, tanto en lo concerniente a las realidades estadounidenses de racismo y sexismo, como en la historia de las relaciones judeo-cristianas, sugieren que la respuesta es un rotundo “sí”. En este contexto, quiero ofrecer un análisis de algunos hechos recientes de las relaciones católico-judías desde mi perspectiva de académica judía y participante en el diálogo.

La tradición talmúdica sostiene que los rabinos y sus estudiantes deben ser modelos a imitar para la sociedad. Una de las cualidades enumeradas por la tradición es, en el caso del rabino, que su “interior debe ser igual que su exterior”,[1] es decir, que debe ser una persona profundamente sincera, que se pueda confiar en que sus palabras expresan sus verdaderas intenciones. Sólo en una persona así se puede confiar para enseñarle a la comunidad, para guiarla aplicando los mandamientos de Dios a las condiciones del mundo actual. Si esta es una cualidad de un modelo a imitar, todos deberían esforzarse por alcanzarla. Para la mentalidad judía, este es un ideal moral universal, que también se aplica a los no-judíos. Las palabras públicas de aquellos que son dignos de respeto deberían comunicar sus verdaderos pensamientos, y expresarse en sus actos. No puede haber ningún “discurso de vestuario” de lenguaje interno, ni actitudes que contradigan sus pronunciamientos formales.

Antes de que el mundo cristiano confrontara, después del Holocausto, la realidad de sus ideas sobre los judíos y el judaísmo, su discurso sobre los judíos se caracterizaba básicamente, y en forma consistente, por un antijudaísmo teológico y un antisemitismo racial. Esto no era ningún secreto: podía verse en los niños católicos irlandeses que atacaban a los niños judíos en las calles de Boston, los conventos polacos que atraían y hasta raptaban a niños judíos para bautizarlos, o el lenguaje sobre los judíos de los documentos oficiales de la Iglesia. Las enseñanzas populares y oficiales subyacentes habían originado y determinado desde la Iglesia temprana muchos aspectos de las interacciones judeo-cristianas. Establecieron los parámetros de la vida judía en países cristianos, especialmente en los que había una estrecha vinculación entre la Iglesia y el Estado. Incluso cuando la separación moderna de la Iglesia y el Estado eliminó la mayoría de las limitaciones legales de la vida de los judíos, muchos de los estigmas sociales y teológicos subsistieron, con consecuencias desastrosas.

No todos los judíos son tan conscientes como deberían de los drásticos cambios en las enseñanzas sobre los judíos que se han producido en la Iglesia Católica y muchas Iglesias Protestantes. Los que son conscientes de ello, están sorprendidos por la profundidad de la transformación y el arrepentimiento que expresan los documentos oficiales. Pero la pregunta que siempre vuelve dentro de la comunidad judía es si esas palabras tienen peso. Lamentablemente, en los últimos años, una significativa lista de problemas ha llevado a que los judíos se preguntaran sobre la sinceridad de la Iglesia Católica institucional, incluyendo al propio papa Benedicto XVI. Estos problemas incluyen el motu proprio (2007) del papa Benedicto y las posteriores revisiones de la oración del Viernes Santo “Por la conversión de los judíos” (2008), el levantamiento de la excomunión de los obispos de la Sociedad de San Pío X, incluyendo al negador público del Holocausto, el obispo Williamson (enero de 2009), y más recientemente, el rechazo oficial de los obispos norteamericanos de algunos puntos del documento titulado “Reflexiones sobre alianza y misión” (junio de 2009).

Estas cuestiones llevan a que los judíos se pregunten hasta qué punto es genuina la condena de la Iglesia al Holocausto y al antisemitismo. ¿Concuerdan las declaraciones públicas de la Iglesia con su verdadero pensamiento interno sobre los judíos y el judaísmo, y realmente están las autoridades de la Iglesia comprometidas con ellas? ¿Sigue buscando la Iglesia en la práctica la aniquilación del judaísmo? ¿Están todavía al acecho los antiguos modos de pensamiento sobre nosotros? Si existe una diferencia ¿es simplemente porque todavía falta realizar un trabajo significativo para completar los cambios interiores, o porque no existe un compromiso profundo en ese aspecto? En el núcleo de este problema hay una cuestión de confianza. Tras siglos de sufrimientos a manos de los cristianos, a los judíos puede resultarles difícil creer que las revolucionarias enseñanzas de Nostra Aetate realmente cumplieron todo lo que habían prometido.

La lista de los documentos eclesiales cuyo contenido desarrolla las implicaciones de Nostra Aetate 4 es hoy bastante significativa. Pero las palabras deben ser implementadas en la enseñanza y la predicación, para que su espíritu forme parte de la comprensión general de la comunidad religiosa en su conjunto. ¿Qué pasa cuando un miembro de la Iglesia contraviene públicamente esas enseñanzas? ¿Sigue estando esa persona bien considerada dentro de la Iglesia? Los judíos de todo de mundo entendieron que el levantamiento de la excomunión a los obispos de la Sociedad de San Pío X por parte del papa Benedicto, significa que esos cuatro hombres están ahora plenamente reconciliados con la Iglesia. Por eso se indignaron cuando se supo que sólo unas pocas semanas antes, el obispo Williamson había negado públicamente el Holocausto, y que la propia Sociedad San Pío X rechazaba las enseñanzas de Nostra Aetate y publicaba materiales antisemitas en su website (ahora eliminado). ¿Es que no tenía ningún peso condena al antisemitismo de la Iglesia, su llamado al arrepentimiento en la memoria de la Shoah, la plegaria del pedido de perdón del papa Juan Pablo II en el Muro Occidental de Jerusalén?[2] La indignación sólo disminuyó cuando el propio papa Benedicto XVI aclaró que volver a pertenecer plenamente a la Iglesia exigía la aceptación total de las enseñanzas de Concilio Vaticano II y todos sus pronunciamientos posteriores.[3]

El “caso Williamson” tuvo tanto impacto, en gran parte porque la comunidad judía ya estaba hipersensibilizada y dudaba de su relación con el Vaticano de Benedicto. Un problema mucho más serio había estallado el año anterior, y aún no se ha resuelto. Cuando en julio de 2007, el papa extendió el permiso para un uso más amplio del rito latino de 1962, los círculos de diálogo católico-judío se dieron cuenta rápidamente de que eso incluía la oración del Viernes Santo “por la conversión de los judíos”, un texto que sostiene que, al no reconocer a Cristo, los judíos tienen los corazones velados, están ciegos, y viven en la oscuridad. El rito ordinario posconciliar de 1970, que se celebra en las lenguas vernáculas en todo el mundo, había cambiado radicalmente esto por una plegaria “por los judíos,” que sólo pide que Dios los ayude a ser mejores judíos, sin insinuar ninguna clase de conversión.

Las partes involucradas le pidieron al papa que revisara el texto de 1962, y él lo hizo en febrero de 2008. Pero los cambios sólo fueron cosméticos. La plegaria se sigue llamando “por la conversión de los judíos”, y eso describe su contenido. Aunque se suprimió el lenguaje despectivo, esa plegaria pide que los judíos “reconozcan a Jesucristo, el Salvador de toda la humanidad”, y de ese modo, “Israel será salvo”.[4] La solución de este problema llegó por canales indirectos. El cardenal Kasper, presidente de la Comisión Pontificia para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, publicó un artículo en el periódico del Vaticano, en la que destacaba otra frase de esa plegaria. La salvación de los judíos tendrá lugar junto con “la entrada de todos los pueblos a nuestra Iglesia”, es decir, en el final de los tiempos, en el eschaton. Por lo tanto, esa plegaria no ordena una misión actual hacia los judíos.[5] El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, confirmó la autoridad de esta interpretación en una carta privada a los grandes rabinos de Israel.[6] Algunos de nosotros hemos cuestionado la lógica de promulgar una plegaria cuyo significado oficial sólo podría entenderse a través de una reflexión teológica. Por otro lado, sólo quienes entienden latín podrían encontrarle algún sentido a esa plegaria.

Uso deliberadamente un lenguaje fuerte cuando sugiero que las plegarias para que los judíos se vuelvan cristianos son plegarias para el aniquilamiento del judaísmo. Históricamente, la enseñanza de la sustitución implementada por la Iglesia decía que el judaísmo se había cumplido en Cristo, y entonces no tenía sentido que siguiera existiendo. Esto surgió de la situación de la Iglesia primitiva, que competía con el judaísmo, combinado con su sentido de misión universal., ¿Cómo podría ser legítimo el cristianismo para los politeístas, si el propio pueblo de Jesús lo rechazaba? Varios siglos más tarde, en el Imperio cristiano, Agustín enseñaba que los judíos debían sobrevivir (pero nunca prosperar), como encarnación de la Antigua Alianza y como testigos del destino de los que rechazaban a Cristo. En el final de los tiempos, los judíos que quedaran se convertirían. Pero esta teología cada vez tuvo menos influencia, a medida que la Cristiandad adquiría mayor fuerza, y hacia el final de la Edad Media, y hasta la modernidad, los judíos se vieron sometidos a permanentes presiones de conversión.[7] Puede verse todavía hoy frente a las antiguas puertas del ghetto romano, una Casa de Catecúmenos con una inscripción en hebreo y en latín que condena a los judíos por pecar contra Dios. Hacerse cristianos era la única manera en que los judíos podían ocupar un lugar en la sociedad civil de Europa, hasta que Napoleón les otorgó la ciudadanía. Siguieron existiendo sociedades misioneras orientadas específicamente hacia los judíos en la Europa moderna y en América. Esta situación fue una realidad de la vida judía entre cristianos, y de ese modo, no se podía construir una relación de confianza ni un camino al diálogo.

Nostra Aetate 4 reconoce en forma inequívoca que los judíos de hoy son el mismo pueblo con el que Dios hizo su primera alianza, y que “los judíos siguen siendo muy amados de Dios... porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación”. En posteriores enseñanzas del papa Juan Pablo II, esto evolucionó hacia una afirmación más explícita de que la alianza de Dios con los judíos sigue siendo válida.[8]Nostra Aetate también llama al diálogo, y el reconocimiento católico de la validez de la relación judía con Dios permitió establecer la relación de confianza y franqueza en la que ese diálogo puede florecer. Los judíos pudieron sentarse con los cristianos, no como “otros” tolerados, sino como iguales, para explorar su relación y construir juntos un mundo mejor. En este contexto, los judíos podían dejar tranquilamente las cuestiones del eschaton para el futuro.

Sin embargo, los que están comprometidos en el diálogo tienden a ignorar que Nostra Aetate también subraya que el deber de la Iglesia es proclamar y predicar la cruz de Cristo, incluso a los judíos. Estos pasajes no recibieron ninguna atención en los siguientes documentos que trataban directamente sobre el judaísmo, pero fueron centrales en una serie de problemas suscitados en la última década, desde el documento Dominus Iesus (2000), que hace hincapié en que la salvación sólo viene a través de Cristo,[9] hasta la oración del Viernes Santo, y la declaración de junio de 2009 de los obispos norteamericanos, que limita las implicancias de la teología analizada en el párrafo anterior, y destaca la responsabilidad de la Iglesia en la “proclamación y la invitación a una vida en Cristo”. Su conclusión, en el sentido de que “el cumplimiento de…todas las promesas a Israel se encuentra sólo en Jesucristo…el derecho de oír esta Buena Nueva le pertenece a todas las generaciones”,[10] suena como una afirmación de que la alianza de Dios con Israel no es válida, y que quienes aman a los judíos deberían tratar de sacarlos de su judaísmo ahora.

Si esto es así, significaría que el discurso interno de la comunidad católica oficial es un llamado a la aniquilación del judaísmo, aunque el discurso público –ejemplificado por las alocuciones del papa Benedicto en Israel en mayo de 2009– proclame un compromiso irrevocable con el Concilio Vaticano II para procurar una “reconciliación genuina y duradera”.[11] ¿Se trata de una falla en la comunicación? ¿O una falla en la sinceridad?

Muchos judíos están confundidos.

En busca de sinceridad

[1]Talmud de Babilonia, Yoma 72b.

 

[2]Nostra Aetate 4 (Concilio Vaticano II, 1965), http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_en.html, "We Remember: A Reflection on the Shoah" (Pontifical Commission for Religious Relations with the Jews, 1998), http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_16031998_shoah_en.html, and http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/travels/documents/hf_jp-ii_spe_20000326_jerusalem-prayer_en.html.

 

[3]Benedicto XVI, "Letter to Catholic Bishops on the Remission of the Excommunication of SSPX Bishops," http://www.ccjr.us/index.php/dialogika-resources/themes-in-todays-dialogue/sspx/501-b16-09mar10.html

 

[4]Los tres textos pueden encontrarse en "Reformulated Tridentine Rite Prayer for Jews," http://www.bc.edu/research/cjl/meta-elements/texts/cjrelations/news/Prayer_for_Jews.htm.

 

[5]"Striving for Mutual Respect in Modes of Prayer," en http://www.ccjr.us/index.php/dialogika-resources/themes-in-todays-dialogue/good-friday-prayer/446-kasper08apr16.html.

 

[6]Esta carta nunca fue publicada oficialmente. Puede leerse en http://www.ccjr.us/index.php/dialogika-resources/themes-in-todays-dialogue/good-friday-prayer/445-bertone08may14.html.

 

[7]Para un análisis reciente de esto, véase Paula Fredriksen, Augustine and the Jews (New York: Doubleday, 2008). Para un análisis más profundo sobre el desarrollo medieval y el abandono de las enseñanzas agustinianas, véase Jeremy Cohen, Living Letters of the Law: Ideas of the Jew in Medieval Christianity (Berkeley: University of California Press, 1999).

 

[8]Especialmente en su discurso a la comunidad judía de Maguncia: "Address to the Jewish Community in Mainz, West Germany," 17 de noviembre de1980, y "Address to Jewish Leaders in Miami," 11 de septiembre de 1987.

 

[9]http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20000806_dominus-iesus_en.html.

 

[10]Comité de Doctrina y Comité de Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos, "A Note on Ambiguities Contained in Reflections on Covenant and Mission," Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (18 de junio de 2009), http://www.usccb.org/bishops/covenant09.pdf.

 

[11]Papa Benedicto XVI, "Greetings to the Chief Rabbis of Jerusalem," May 12, 2009, http://www.ccjr.us/index.php/dialogika-resources/documents-and-statements/roman-catholic/pope-benedict-xvi/549-b1609may12-rabbis.html

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot. (LINK!)

Artículo publicado en el número de septiembre de 2009 de Ecumenical Trends.

La rabina Ruth Langer es profesora asociada de Estudios Judíos y Directora Asociada del Centro de Estudios Cristiano-Judíos del Departamento de Teología del Boston College, USA.

Agradecemos a la Dra. Langer y a Ecumenical Trends el permiso para traducir y publicar este artículo en nuestra página.