El diálogo católico-judío: adónde hemos llegado, hacia dónde debemos ir

La siguiente disertación sobre las relaciones cristiano-judías fue pronunciada por el cardenal Stanislaw Dziwisz en una Conferencia Internacional en memoria del padre Stanislaw Musial, S.J., que tuvo lugar en el Centro Jesuita para la Cultura y el Diálogo Ignatianum, de Cracovia, Polonia. El cardenal Dziwisz, arzobispo de Cracovia, fue secretario personal del papa Juan Pablo II.

El diálogo católico-judío: adónde hemos llegado, hacia dónde debemos ir

Rabino Rosen, señoras y señores, queridos hermanos y hermanas,

1. Somos hijos de un único Padre

Con gran alegría he aceptado la invitation para hablar en esta conferencia, que trajo a Cracovia a tantas personas desde diversos rincones del mundo: personas comprometidas con el diálogo que se inició en el Concilio Vaticano II y cambió profundamente las relaciones mutuas entre cristianos y judíos.

He venido aquí para agradecerles por persistir con valentía en el duro camino del diálogo. También para decirles hasta qué punto comparto personalmente el deseo de todos ustedes de que las relaciones entre cristianos y judíos sean cada vez más fructíferas, como corresponde a hijos de un único Padre: el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

2. Destellos de una historia común

Hoy vengo aquí como arzobispo de Cracovia, una ciudad especial: una ciudad de reyes y poetas, una ciudad de rabinos eruditos y santos católicos, la ciudad de Copérnico y del papa Juan Pablo II. No fue una simple casualidad que un papa polaco, el papa de Cracovia, haya hecho tanto por la causa del acercamiento y la reconciliación entre cristianos y judíos. Este es el lugar en el que maduró para esa misión.

Aquí se entretejieron los hilos más importantes de una larga historia de casi mil años de judíos polacos. En la región de Cracovia han tenido lugar muchos acontecimientos que judíos y polacos pueden recordar con orgullo. Pero este territorio también fue un testigo mudo de los momentos más trágicos de la historia del pueblo judío y de la historia de la humanidad, que siguen llenando nuestros corazones de espanto, dolor y vergüenza.

Por un lado, Cracovia es la ciudad del rey Casimiro el Grande, que, en la época en que otros monarcas de Europa condenaban al pueblo judío al exilio, les abrió de par en par las fronteras del Reino Polaco. Gracias a él y a los miembros de la dinastía Jogalia que gobernó en el castillo Wawel durante los dos siglos siguientes, esa Polonia multicultural y tolerante se convirtió en una suerte de segunda patria para los judíos dispersos.

El distrito judío Kazimierz, fundado en Cracovia por el rey Casimiro, se convirtió pocos siglos más tarde en uno de los centros religiosos y culturales más importantes de la diáspora judía, sólo superado por el de Praga. Aquí nació, trabajó y murió uno de los más grandes rabinos: Moses ben Israel Isserles, también conocido como Remu, rector de la yeshiva de Cracovia, una escuela famosa en toda Europa.

El siglo XVII, que fue testigo del punto más alto del desarrollo del Kazimierz de Cracovia y de otros centros de vida judía en Polonia, es considerado como la Edad de Oro, tanto en la historiografía judía como en la polaca. Por su clima de tolerancia religiosa, tan excepcional en aquellos tiempos, Polonia se ganó la calificación de “paraíso judío” (Paradis Judeorum).

Hay que decir que, en aquella época, ningún Estado, incluyendo a Polonia, era un “paraíso” para los judíos, porque ellos eran un “pueblo desterrado”, que en ninguna parte estaba del todo en su propia casa, y miraba con ansia hacia Jerusalén. Sin embargo, hasta la caída de la mancomunidad soberana de Polonia, la colectividad judía de Polonia gozó de libertad de prácticas religiosas y autonomía política, simbolizada por el parlamento judío, sin precedentes en otros países.

Nosotros, los polacos, recordamos con orgullo esta hermosa página de la historia de los judíos polacos, y querríamos que fuera la única página de esa historia. Por desgracia, los siguientes capítulos fueron escritos con colores cada vez más oscuros.

3. La tradición jogalia de la identidad polaca

El fin de la Polonia libre tras la partición marcó el inicio de las tensiones por motivos étnicos, que fueron provocadas por poderes particionistas, a través de diversas actitudes conscientes, y se perpetuaron a través de todo el siglo XIX. Los propios polacos dejaron de ser dueños de su destino, y se vieron frente a la amenaza real de perder su identidad nacional. Bajo esas condiciones tan duras, la concepción amplia y multicultural de la identidad polaca, que hasta entonces había sido un título de orgullo, fue reemplazado gradualmente por el sentimiento de una identidad estrictamente étnica, que ayudó a la nación conquistada en su lucha por la libertad.

Pero la tradición jogalia de la identidad polaca, amistosa hacia pueblos de otra fe y otro origen, seguía viva. Su tradición influyó en la manera de pensar de Juan Pablo II, quien señaló esto en su libro Memoria e identidad, publicado en su último año de vida. Recordando los años 1930, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, escribió: “Otro elemento de gran importancia en la composición étnica de Polonia fue la presencia de judíos. Recuerdo que por lo menos la tercera parte de mis compañeros de clase de la escuela primaria de Wadowice eran judíos. En la escuela secundaria eran menos. Fui muy amigo de algunos de ellos. Y me sorprendía su patriotismo polaco. El espíritu polaco se caracteriza por la multiplicidad y el pluralismo, no por la limitación y el encierro. Pero lamentablemente, la dimensión “jogalia” del espíritu polaco, que mencioné antes, parece haber dejado de ser un rasgo evidente de nuestro tiempo” (p.87).

Diez años antes, en su libro Cruzando el umbral de la esperanza, Juan Pablo II decía: “En el transcurso de su historia milenaria, Polonia ha sido un Estado de muchas nacionalidades, de muchas religiones, en su mayoría, cristianas, pero no sólo cristianas. Esta tradición ha sido y sigue siendo la fuente de un aspecto positivo de la cultura polaca: su tolerancia y su apertura hacia personas que piensan diferente, que hablan otros idiomas, o que creen, rezan o celebran los mismos misterios de fe, de una manera diferente” (p.145).

Hoy, cuando Polonia recobró plenamente su independencia y puede construir su destino, estamos convencidos de la justeza y la actualidad de esta concepción de la identidad polaca sostenida por el Santo Padre. Una identidad polaca que no teme el pluralismo y valora la diversidad, que afirma los derechos humanos y resuelve los conflictos a través del diálogo, desde la perspectiva del humanismo cristiano. Esta concepción abierta y magnánima de la identidad polaca no sólo permite que Polonia sea un país en el que los judíos polacos se sientan plenamente en casa, sino que también hace posible que la historia de los judíos polacos sea considerada una parte integral de la historia de Polonia, con la que los judíos contribuyeron durante siglos. Esta concepción jogalia de la vida social, tan polaca en sus raíces, está en armonía con el nuevo enfoque de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, que se encuentra en el documento conciliar Gaudium et Spes, la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno. Como se sabe, el arzobispo Karol Wojtyla estuvo muy involucrado en la redacción de esa Constitución. Hoy, esa concepción todavía es muy necesaria en Polonia, en Europa, y en todo el mundo, que, en este tiempo de crisis, se ve amenazado una vez más por un retorno de los egoísmos nacionales.

4. Un mal inconmensurable

Un egoísmo nacional llevado al extremo en la forma del nacionalsocialismo alemán escribió la página más oscura de la historia judía, al intentar borrar a todo el pueblo judío de la faz de la tierra.

En aquella época, el joven Karol Wojtyla fue un trabajador forzado en la Cracovia ocupada por Alemania, a sólo 70 kilómetros del más horroroso sitio de asesinato masivo jamás construido por manos humanas: el “campo de muerte” Auschwitz-Birkenau.

Hitler eligió el suelo polaco para llevar a cabo su genocidio. Esa tierra en la que los polacos y los judíos habían vivido juntos, en las buenas y en las malas, durante casi mil años, se convirtió en una tumba para millones de judíos, asesinados a manos de los nazis.

En 1990, justo después de la caída del comunismo, Juan Pablo II nos recordó esa pérdida irreparable, silenciada durante medio siglo por los libros de texto del bloque comunista. Lo hizo en ese momento particular, como si hubiera querido recordarnos que era necesario replantear ese tema en la Polonia libre. Así lo dijo: “Este pueblo vivió codo a codo con nosotros durante generaciones, en esta misma tierra que se convirtió en una especie de nueva patria durante la diáspora. Este pueblo ha sufrido las terribles muertes de millones de sus hijos e hijas. Primero los marcaron con signos especiales; luego, los encerraron en ghettos, en barrios aislados. Más tarde, los llevaron a la muerte en las cámaras de gas, sólo por ser hijos e hijas de ese pueblo. Los asesinos hicieron todo esto en nuestra tierra, tal vez para deshonrarla. Pero no se puede deshonrar una tierra matando víctimas inocentes. Con esas muertes, una tierra se convierte en una reliquia sagrada. El pueblo que ha vivido con nosotros durante muchas generaciones permanece con nosotros después de la terrible muerte de millones de sus hijos e hijas. Juntos esperamos el Día del Juicio y la Resurrección” (26 de septiembre de 1990).

La pretensión de exterminar a todo un pueblo fue una tentativa tan salvaje que durante mucho tiempo, los líderes de los países aliados, notificados por mensajeros polacos, no podían creer que eso fuera cierto, incluyendo a los líderes de la diáspora judía en Estados Unidos. Juan Pablo II recordó ese terrible colapso moral de la humanidad que intensificó su sensibilidad con respecto a la inalienable dignidad de cada persona humana, independientemente de su origen y sus ideas: “He tenido una experiencia personal de las ideologías del mal. Eso quedó fijado en forma indeleble en mi memoria. Lo que pudimos ver en esos años fue terrible. Pero muchos aspectos del nazismo aún estaban ocultos en aquella época. Muchos no lograron captar la magnitud del mal que asolaba a Europa, ni siquiera quienes estábamos ubicados en el epicentro. Estábamos totalmente sumergidos en la gran corrupción del mal, y sólo en forma gradual empezamos a tomar conciencia de su verdadera naturaleza”. (Memoria e identidad, p.13).

5. Guardianes de la memoria

Hoy, ya conocemos la dimensión total del mal insondable que tuvo lugar en aquel momento. Hoy, nadie puede menoscabarlo. Por este motivo, nos adherimos, en solidaridad, a nuestro Santo Padre Benedicto XVI quien, en presencia de representantes de organizaciones judías, oró recientemente para que “la memoria de este espantoso crimen fortalezca nuestra determinación de sanar las heridas que durante demasiado tiempo han manchado las relaciones entre cristianos y judíos” (26 de febrero de 2009).

Como hijos e hijas de nuestra tierra polaca, somos conscientes de que este llamamiento papal para recordar nos concierne de un modo particular. Debemos ser y queremos ser los guardianes de la memoria del mundo judío asesinado por nazis alemanes: ese mundo que existió durante siglos en nuestras ciudades natales, municipalidades y aldeas. Somos conscientes de nuestra obligación de guardar luto eternamente por nuestros vecinos judíos cuya sangre inocente empapó nuestro suelo. Queremos rodear de respeto los cementerios judíos, las sinagogas y las casas de oración judías, que en muchos casos, la guerra dejó en ruinas. Pero más que nada, queremos recordar la Shoah de nuestros hermanos y hermanas judíos, para pensar con respeto en los judíos que viven hoy. Las voces de las víctimas del Holocausto nos recuerdan sobre todo que, más allá de las diferencias, somos hermanos y hermanas. Deseamos abrir nuestra conciencia para dejar entrar la voz de esas víctimas inocentes, recordándonos que todos los seres humanos somos mutuamente responsables por el destino de nuestro hermano y nuestra hermana, nuestro prójimo.

Queremos recordar el Holocausto para construir relaciones fraternales entre cristianos y judíos. Por eso coincido plenamente con las palabras de la Carta de los Obispos Polacos del 30 de noviembre de 1995, en ocasión del 25° aniversario de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, que inauguró una nueva era en las relaciones entre la Iglesia y el pueblo judío. Esa carta dice: “La misma tierra que durante siglos fue la patria común de polacos y judíos, la sangre común derramada, el océano de terribles sufrimientos y de injusticias sufridas, debería unirnos, y no dividirnos. Los sitios del Holocausto en particular, así como las innumerables tumbas comunes, nos reclaman esta unidad”.

En esta carta memorable, que vonserva toda su relevancia, los obispos polacos expresan su dolor por el hecho de que aunque muchos cristianos polacos salvaron a judíos en la época del Holocausto, y centenares, si no miles, pagaron por ello con sus propias vidas, otras personas permanecieron indiferentes frente a esa incomprensible tragedia. “Deploramos especialmente –escriben los obispos polacos– la actitud de aquellos católicos que causaron la muerte de judíos. Ellos permanecerán para siempre como un remordimiento en nuestra conciencia, tanto en el plano individual como social. Si un solo cristiano que pudo haber ayudado a un judío en peligro, no le tendió su mano o causó su muerte, debemos pedir perdón a nuestros hermanos y hermanas judíos”.

En la carta, los obispos polacos también expresan su “profundo pesar por todos los actos de antisemitismo cometidos en suelo polaco en cualquier época y por cualquier persona”.

6. Diálogo: un nuevo nombre del amor

En el centro de la concepción bíblica de la vida religiosa, común a judíos y cristianos, está el rechazo al mal y la elección del bien, el arrepentimiento y la expiación. Para un cristiano, el examen de conciencia, descubrir el propio pecado, regresar desde el camino equivocado, y el cambio de actitud hacia otro ser humano es una experiencia gozosa, una experiencia de liberación. Por lo tanto, un cristiano no tiene ninguna razón para huir ni siquiera de la más triste verdad de haber recorrido una senda errada en el pasado, contraria a la voluntad de Dios. En el espíritu del Gran Jubileo del año 2000, Juan Pablo II alentó a toda la Iglesia a confesar con valentía todas sus malas acciones y abrir un nuevo capítulo, también en las relaciones entre la Iglesia y los judíos, nuestros hermanos y hermanas.

Hoy, la Iglesia, también la Iglesia de Polonia, quiere seguir el ejemplo de Juan Pablo II, y valerosamente saca a la luz y rechaza todo lo que aleja nuestra vida del Evangelio. Ante la pregunta que se formula a veces: ¿Para qué necesitan los católicos polacos el diálogo católico-judío en un país en el que viven en la actualidad tan pocos judíos?, la respuesta es muy sencilla: nuestra actitud hacia personas de una fe distinta da la medida de la calidad de nuestro cristianismo. El cristianismo contaminado de odio y desprecio hacia otro ser humano es un cristianismo defectuoso. Fuimos llamados por Dios para construir puentes y crear un clima de comunión en todo el mundo, y no para crear divisiones y fomentar el odio.

El papa Pablo VI dijo que el diálogo es “un nuevo nombre del amor. Por eso, tratar a otro ser humano con un espíritu de diálogo y no de enemistad o desconfianza es simplemente practicar el amor al prójimo. Y el amor al prójimo es el corazón mismo del cristianismo. Donde prevalece el odio o el desprecio hacia otro, no hay amor al prójimo; donde no hay amor, no hay cristianismo.

Nosotros los cristianos no debemos olvidar la dimensión radical de las enseñanzas de Jesucristo sobre el amor al prójimo. Cristo rechaza la práctica del amor limitado sólo a los que son parecidos a nosotros: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?” (Mateo 5,46). El mejor ejemplo de amor evangélico es el Buen Samaritano, que ayudó a un judío herido por ladrones, con el que no compartía ni la religión ni el origen.

El cristianismo desprovisto de amor al prójimo pierde su poder, corre el riesgo de convertirse en “sal que pierde su sabor” (Mateo 5,13) y ya no sirve. El cristianismo sin un amor que persiste a pesar de las cicatrices dolorosas y las acusaciones a veces infundadas o exageradas, deja de mostrar a Jesús, cuya única respuesta a su propio sufrimiento fue la plegaria: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34).

7. Hermanos que se encuentran después de mucho tiempo

En nuestra época, en la que valoramos particularmente la autenticidad de las actitudes y las convicciones, queremos ser fieles al llamado de Cristo para mostrar una actitud magnánima hacia todas las personas, sin diferencias de origen o credo. Por esta razón, observamos con vergüenza que, a pesar de las inequívocas enseñanzas de los últimos papas sobre las actitudes apropiadas de los católicos hacia los judíos, muchos de nosotros aún no hemos sido capaces de superar los prejuicios, los antiguos resentimientos y los estereotipos nocivos. Preocupados por la integridad de las enseñanzas de la Iglesia con respecto a los judíos, y también conscientes de nuestra responsabilidad en cuanto a la imagen de la Iglesia ante los ojos de la joven generación, debemos seguir luchando contra todas las manifestaciones de antisemitismo, que Juan Pablo II no vaciló en tildar de pecado. Hace poco, les aseguré esto a mis hermanas y hermanos judíos cuando oré con ellos en el final del Shabbath, en el Templo Sinagoga de Kazimierz, en Cracovia.

El rumbo que debemos tomar, el camino hacia la plena reconciliación y amistad entre nuestras comunidades ha sido claramente marcado por las declaraciones del Concilio Vaticano II y los documentos vinculantes del Magisterio de la Iglesia. No hay marcha atrás en este camino indicado por el Concilio, claramente ratificado por sucesivos papas, y apoyado con entusiasmo por el Santo Padre Benedicto XVI.

En sus innumerables encuentros con representantes de la comunidad judía, el Santo Padre Juan Pablo II repitió a menudo que sólo nos encontramos en el comienzo del camino de nuestra aspiración común de una plena reconciliación. Los primeros discípulos de Jesucristo, así como su Madre, eran judíos que incluso después de Su muerte rezaban junto con sus compatriotas judíos en el Templo de Jerusalén y en las sinagogas. Luego, durante casi dos mil años, hicimos muchas cosas para estar separados. Hace sólo dos generaciones que empezamos a deliberar y a realizar grandes esfuerzos por acercarnos. Durante su memorable visita a la sinagoga de Roma en 1986, Juan Pablo II le dijo al Gran Rabino de Roma, cuando se abrazaron: “Somos como hermanos que se encuentran después de muchísimo tiempo”. En esta situación estamos hoy, gracias a la magnanimidad de Dios. Como nos hemos encontrado hace muy poco tiempo, aún sabemos demasiado poco unos de otros, confiamos demasiado poco en el otro. No siempre sentimos que estamos juntos, como corresponde a los hermanos.

Después de la caída del comunismo, se han echado sólidos cimientos para que el objetivo de lograr una hermandad entre cristianos y judíos se acepte en forma universal y con alegría, como un regalo. Porque realmente somos para el otro una bendición, un regalo de Aquel que es fiel a la “promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y su linaje por los siglos (Lucas 1,55).

8. Transformación de las mentes y los corazones

El giro total en las relaciones cristiano-judías que se produjo tras el último Concilio fue en parte una reacción contra el shock sufrido en el siglo XX por la humanidad, al tomar conciencia de la enorme magnitud de sufrimiento que se puede causar como consecuencia de los prejuicios y el odio hacia otras personas. Consciente de esto, la Iglesia ansía una transformación más profunda de las mentes y los corazones de sus hijos e hijas, en lo que respecta a su actitud hacia los judíos: una transformación en el nivel de la teología y la instrucción religiosa, en las Iglesias locales y en cada parroquia.

Aún nos hallamos en el comienzo del camino, y sabemos que la Iglesia tiene una especial responsabilidad en la formación de las actitudes de los fieles, particularmente en este país con tal predominio de la fe cristiana: por eso, la Comisión para el Diálogo con el Judaísmo del episcopado polaco tiene un papel esencial.

Sabemos que es muy importante la formación de nuevas generaciones de sacerdotes y maestros religiosos en el espíritu de las enseñanzas posconciliares de la Iglesia. No evadimos este desafío. Un ejemplo es la participación en los últimos años de sucesivos grupos de sacerdotes polacos que enseñan en los seminarios polacos, en cursos de varias semanas de duración organizados por el Instituto Yad Vashem en Jerusalén, que les ofrecen una comprensión más profunda de la sensibilidad judía cuando se trata el tema de la Shoah.

Para que los hermanos que acaban de encontrarse se acerquen cada vez más, deben conocerse mejor. En este terreno se ha venido haciendo mucho año tras año. Desde hace más de una década, la Iglesia Católica polaca celebra el Día del Judaísmo. En ese día, los católicos descubren los estrechos lazos de su propia religión con el judaísmo, y cuando es posible, se reúnen con miembros de la comunidad religiosa judía y rezan unos por otros: esto se hace todos los años en Cracovia.

En estos centros, donde residen comunidades judías más numerosas, vemos que existe cada vez más cooperación entre cristianos y judíos, muchas veces dentro de un marco organizativo. En Varsovia, el Consejo Polaco de Cristianos y Judíos trabaja desde hace más de 20 años. Recientemente, se estableció en Cracovia el Club de Cristianos y Judíos, a cuya comisión directiva he tenido el placer de recibir en mi residencia. En Oswiecim, en el umbral del campo de exterminio nazi Auschwitz-Birkenau, el Centro de Diálogo y Oración ofrece facilidades para la reflexión espiritual y la conversación, mostrando el interés de la Iglesia de Cracovia por fomentar una actitud respetuosa de los fieles hacia el sitio en el que se cometió un crimen tan atroz.

En algunas universidades polacas, incluyendo universidades católicas, existen centros de estudios judíos, estudios sobre relaciones cristiano-judías, y también sobre temas relacionados con el Holocausto. Están surgiendo nuevos centros para el diálogo interreligioso, así como muchas organizaciones que trabajan por la reconciliación. El tema del diálogo cristiano-judío también está presente en el nuevo servicio electrónico comunitario de la arquidiócesis de Cracovia: www.franciszkanska3.pl, dirigido específicamente a los jóvenes.

También saludo con beneplácito la nueva iniciativa del Premio Padre Stanislaw Musial, que se entrega anualmente a personas e instituciones que hacen contribuciones especiales a la reconciliación cristiano-judía y polaco-judía.

Son particularmente alentadoras las numerosas iniciativas comunitarias organizadas en pequeñas localidades como la ciudad de Chmielnik, que hoy recibe el Premio Padre Musial. En esas localidades, donde no hay absolutamente ningún representante de la comunidad judía, y sólo sobreviven algunas tumbas judías y la memoria, una memoria a menudo difícil, hay una necesidad especial de personas de buena voluntad que apoyen a otras en la ardua tarea de descontaminación de la memoria. En esa clase de lugares, son especialmente loables todos los esfuerzos que se hacen para luchar contra los antiguos prejuicios y crear algo bueno, respondiendo al estímulo que dio Juan Pablo II: “Deben exigirse a ustedes mismos, incluso cuando otros no les exigen” (18 de junio de 1983).

Los variados frutos de esas iniciativas llevadas a cabo en las dos últimas décadas constituyen un testimonio de que esas difíciles cuestiones no se evaden, ni en la dimensión social ni en la eclesiástica. Uno de los ejemplos más claros de esto ha sido el trabajo del recientemente fallecido profesor Jan Blonski, que hoy es premiado. También los representantes de la Iglesia, incluyendo a obispos y sacerdotes, han participado en los debates nacionales más difíciles de los últimos años, como el referido a los trágicos acontecimientos de Jedwabne.

9. Salvaguardar lo bueno

En todos estos esfuerzos realizados con la esperanza de una reconciliación plena, sentimos una fuerte necesidad de apoyo del lado judío. Teniendo en cuenta la enorme desproporción numérica entre nuestras comunidades, los cristianos polacos y los judíos polacos, ponemos aún más nuestra esperanza en el compromiso de diálogo de los representantes de las comunidades judías de Israel y de Estados Unidos. Apoyamos la idea, presentada por representantes de ambos lados hace algún tiempo, de llevar a cabo reuniones frecuentes entre jóvenes judíos y polacos. Sabemos que, por lo general, los jóvenes judíos vienen a Polonia para peregrinar a los sitios de martirio de su pueblo. Al mismo tiempo, somos conscientes de que sólo los encuentros auténticos entre miembros jóvenes de nuestras comunidades favorecerán el proceso de curación de las viejas heridas, suprimiendo las barreras innecesarias, aumentando nuestra confianza mutua y profundizando nuestros lazos fraternales.

Durante su peregrinación a Polonia en 1991, Juan Pablo II dijo, al hablarle a la comunidad judía de Varsovia sobre la nueva tarea que nos espera en la Polonia libre: “Hoy parece muy importante que, de ambos lados, tratemos de percibir, salvar y renovar las cosas buenas que ocurrieron en nuestras relaciones mutuas (después de todo, pasaron muchas cosas buenas a través de los siglos). También deberíamos tratar de encontrar la unidad y la fraternidad a pesar del mal, porque también hubo mucho mal en nuestra historia en común” (9 de junio de 1991).

Como el diálogo nos obliga a ser completamente honestos, no debemos pasar por alto el hecho de que aún tenemos que romper el círculo vicioso de la antipatía mutua que envenena nuestras relaciones. Sin duda alguna, desarraigar los prejuicios mutuos es uno de los prerrequisitos de una reconciliación plena. Necesitamos mucha valentía, decisión y sabiduría para que no nos detengan en la creación de esta nueva hermandad ciertas acciones cometidas por individuos o grupos de ambas partes que, a pesar de todos los esfuerzos, todavía no se han convencido de compartir las nuevas ideas sobre las relaciones entre el cristianismo y el judaísmo.

Mientras persistimos en nuestra tarea de reconciliación entre cristianos y judíos, expresamos una inquebrantable esperanza en que nuestro diálogo seguirá adelante, y que los esfuerzos realizados por ambas partes encontrarán una buena recepción y reciprocidad. Contamos con que el entendimiento entre los interlocutores del diálogo, además de dejar al descubierto los ejemplos de actividades que socavan el proceso de reconciliación, revelen sobre todo el compromiso de la enorme cantidad de personas de buena voluntad que hacen mucho por la causa del acercamiento, personas que muchas veces se sienten heridas por declaraciones o acciones de algunos de sus propios correligionarios.

10. Era de reconciliación y paz

Para muchos cristianos y judíos, y para mí personalmente, uno de los momentos más emocionantes del largo pontificado de Juan Pablo II fue su visita a la Tienda de la Memoria, en Jerusalén, donde arde una llama eterna sobre las cenizas recogidas de los sitios en los que se asesinó al pueblo judío. Allí, en su discurso de bienvenida, el primer ministro de Israel, Ehud Barak, dijo: “Su Santidad... Un ciclo histórico de 2000 años está retornando aquí a sus comienzos, cargando el peso de la memoria: su riqueza y su dolor, su luz y sus sombras, sus cantos y sus lamentos. Las heridas del tiempo no se sanarán en un día, pero el camino que lo trajo a usted hasta aquí lleva hacia un nuevo horizonte. Esta hora quedará en la historia como una hora propicia, un momento de verdad, la victoria de la justicia y la esperanza”. (23 de marzo de 2000).

Durante aquella visita, Juan Pablo II le dijo al presidente de Israel: “Debemos trabajar por una nueva era de reconciliación y paz entre judíos y cristianos. Mi visita es un compromiso de que la Iglesia Católica hará todo lo posible para garantizar que esto no sea sólo un sueño, sino una realidad” (23 de marzo de 2000).

Quisiera que estas dos voces, llenas de esperanza y determinación, sean una fuente de inspiración para nosotros, en nuestra tarea de reconciliación. Que resuenen en nuestros oídos cada vez que surja alguna tentación de desaliento o de abandonar el camino.

Por mi parte, aquí en Cracovia, al pie del monte Wawel, en el que se construyó el castillo real de Casimiro el Grande, así como la iglesia catedral episcopal de Karol Wojtyla, querría asegurarles a todos ustedes y prometerles que la Iglesia Católica de Polonia, en unidad con el papa Benedicto XVI, quiere hacer todo lo posible por acercarse cada vez más al nuevo horizonte de desarrollo pleno de esta fraternidad renovada entre cristianos y judíos.

Cardenal Stanislaw Dziwisz

Arzobispo de Cracovia

Editorial remarks

Traducción del inglés: Silvia Kot. El original de esta disertación puede encontrarse en http://www.ccjr.us.