Una relectura de la parábola del buen samaritano

El relato evangélico de un samaritano que acude en ayuda de la víctima de una violenta agresión entró en la conciencia popular y generó muchas producciones culturales. El lenguaje corriente usa la expresión “un buen samaritano” para designar a una persona amable y compasiva. Es una de las parábolas más conocidas del Nuevo Testamento, pero probablemente también una de las que peor se han interpretado.

Esta parábola solo aparece en Lucas 10, 25-37 y se sitúa en el marco de una discusión entre Jesús y un legista que le pregunta qué debe hacer para tener en herencia la vida eterna. La conversación se focaliza en un punto polémico de la ley judía: ¿quién debe ser considerado como “el prójimo”? Para responder a esto, Jesús cuenta la historia de un samaritano caritativo que siente compasión y le proporciona cuidados a una víctima gravemente herida por una banda de salteadores. Al finalizar el relato ficticio, Jesús le pregunta al legista quién se comportó como el prójimo del hombre que había caído en manos de los salteadores. El legista da la respuesta correcta: “El que practicó la misericordia con él”.

Basándome en la investigación bíblica contemporánea, propongo aquí una relectura de esta historia del extranjero misericordioso. Un análisis atento de algunos detalles de la parábola de Lucas permite sobre todo eliminar las interpretaciones negativas de los judíos y del judaísmo que han sido una característica de las presentaciones cristianas tradicionales de ese relato.

Presentaciones cristianas tradicionales de la parábola del buen samaritano

Las acciones del samaritano para ayudar a la víctima herida se describen con precisión en Lucas 10, 34-35. Los comentaristas de la Iglesia primitiva han entendido generalmente esta parábola como una alegoría en la cual “Jerusalén representa el paraíso y Jericó el mundo al que cayó el hombre por causa de los demonios, mientras que el samaritano representa a Cristo, que vino al mundo para sanar a la humanidad”.[1] Aunque la religiosidad popular sigue identificando al buen samaritano con Cristo, los exegetas contemporáneos consideran que el samaritano de la parábola no es Jesús.

Cuando los cristianos leen, estudian y predican esta parábola, tienden a concentrarse en el sacerdote y el levita que evitan al hombre porque temen la contaminación provocada por un cadáver: si tocan un cadáver, se vuelven ritualmente impuros y no podrán participar en los rituales asociados al Templo de Jerusalén. El sacerdote y el levita son tradicionalmente considerados como representantes del judaísmo, fieles a la observancia de la Torá y, en consecuencia, “aparecen como hombres que se creen justos, pero que están desprovistos de compasión, porque la pureza cultual es más importante para ellos que la persona necesitada”.[2] Para muchos profesores, predicadores y lectores cristianos del Evangelio, la parábola muestra cómo la enseñanza de Jesús sobre el Reino de Dios promueve la compasión (cristiana) antes que la obediencia servil a reglas (judías) anticuadas de pureza ritual.

Qué revela una lectura atenta del relato

1. ¿Una cuestión de pureza ritual?

Estas interpretaciones cristianas son puestas en tela de juicio por una lectura más atenta de la parábola. En primer lugar, el hombre que yace al borde del camino no está muerto: no se le puede aplicar a este relato de ficción ningún criterio de contaminación de cadáver. Si Lucas quisiera llamar la atención sobre la pureza ritual, habría que encontrar algunos indicios de ello en su narración. Pero no hay ninguno. Además, el sacerdote no se dirige al Templo, ya que “baja” hacia Jericó (Lucas 10, 30), al igual que el levita (Lucas 10, 32). Ninguno de los dos va al Templo. Este detalle, que observaron hace mucho tiempo los exégetas, ha sido generalmente pasado por alto en la lectura popular.

2. Samaritanos y judíos: ¿enemigos?

Se considera a veces esta parábola como una ilustración del amor a los enemigos, basándose en la presunta enemistad entre los judíos y sus vecinos samaritanos. Según el segundo libro de los Reyes, los conquistadores asirios del Reino del Norte de Israel habían instalado allí a los samaritanos en el siglo VIII antes de nuestra era (2 Reyes 17). Los samaritanos se dotaron de su propia Torá, su propio Templo sobre el monte Garizim y su propio sacerdocio. Aunque tenían diferencias profundas, esos dos grupos presentaban algunas semejanzas. En el primer siglo de nuestra era, las relaciones entre judíos y samaritanos eran tensas, pero no estaban rotas.

Muchos exegetas han analizado la manera en la que el Evangelio de Lucas y el libro de los Hechos presentan a los samaritanos. La parábola del samaritano compasivo recuerda a un episodio del segundo libro de las Crónicas, en el cual unos samaritanos muestran piedad hacia prisioneros que son llevados de Judá y Jerusalén por el ejército samaritano: “reanimaron a los prisioneros y vistieron con el botín a todos los que estaban desnudos, dándoles vestido y calzado. Les dieron de comer y de beber y los ungieron; y transportaron en asnos a todos los débiles, los llevaron a Jericó, ciudad de las palmeras, junto a sus hermanos (2 Crónicas 28,15).

Lucas tiene un interés particular por los samaritanos, que figuran en tres episodios de su Evangelio. Sitúa esta parábola después del relato en el que no reciben a Jesús en una aldea samaritana (Lucas 9, 51-56). Cabe destacar que los discípulos quieren castigar a los samaritanos, pero Jesús se niega (v. 54-55). Después de la curación de los diez leprosos, el único que regresa para agradecerle a Jesús es un samaritano (Lucas 17, 11-19). Por otra parte, puede verse que, al parecer, ese samaritano no tiene ningún problema en estar con los otros nueve leprosos, que supuestamente son judíos. Lucas no presenta al samaritano de la parábola ni a los samaritanos en general como despreciados por los judíos o como sus enemigos. Sabe que las relaciones entre judíos y samaritanos son difíciles, pero no denigra a los samaritanos. No son gentiles, puesto que reconocen la Ley de Moisés y pretenden observarla a su manera. Representan un grupo liminal, ni totalmente judío ni totalmente gentil.

El relato no dice que la víctima es judía, como lo interpretan muchos investigadores. La parábola se refiere simplemente a “un hombre” (anthropos, Lucas 10, 30). Por lo tanto, al tener una actitud de compasión hacia él, el samaritano no transgrede una frontera cultural. De modo que la parábola no apunta a promover el amor a los enemigos, ya que no está establecido que el samaritano y la víctima son enemigos. Ningún indicio permite validar esta interpretación habitual.

3. El “buen” samaritano

La presentación del samaritano como “bueno” es uno de los defectos de la interpretación cristiana tradicional de esa parábola. El adjetivo “bueno” no aparece en el texto bíblico. Este agregado para describir a un personaje principal desvía al lector de la intención del autor de transmitir el sentido de esta parábola. Una evaluación de su pertinencia puede estimular a los lectores del Evangelio a buscar títulos más expresivos para esta parábola más allá de su descripción tradicional y a considerar la diferencia que podrían establecer esas alternativas para la comprensión de su significado. Entre las sugerencias, proponemos “El samaritano compasivo”, “De Jerusalén a Jericó” y “El vecino misericordioso”.

El uso del calificativo “bueno” para el samaritano tiene como objetivo promover la identificación del cristiano con el samaritano y reforzar el contraste con los judíos supuestamente “malos”, a los que una religión corrompida les impide ofrecer ayuda a un vecino necesitado. Esta clase de interpretaciones ofrecen otro ejemplo de una situación en la que “los cristianos, y en particular los especialistas del Nuevo Testamento, sentían la necesidad de demostrar que el cristianismo era superior al judaísmo”.[3] La identificación del “buen” samaritano debe ser revisada para evitar contribuir a este error histórico.

4. El “buen” posadero

Un personaje del relato que suele ser tratado superficialmente es el “buen” posadero: “Para muchos, la posada y la figura del posadero simplemente no desempeñan ningún papel en el significado de la parábola”.[4] Sin embargo, el papel del posadero es una clave para descifrar los enigmas de la parábola.

En la Antigüedad, los posaderos no eran miembros muy respetados de la comunidad. El auditorio original de la parábola puede haberse sorprendido de que el posadero aceptara hacerse cargo del hombre herido. Las condiciones de una posada no eran propicias para el reposo o la recuperación. El ambiente de una posada era “tosco, a veces incluso violento. Eran frecuentes las borracheras, así como las peleas, los robos, la prostitución y hasta los asesinatos”.[5] El hecho de dejar a un hombre herido al cuidado de un posadero constituía un desafío de credibilidad para el auditorio inicial de la parábola.

No era esperable que el posadero actuara con tal abnegación hacia el hombre herido. Si bien los gastos del posadero estaban garantizados por el samaritano – dos denarios y la promesa de pagarle el resto al regresar (Lucas 10, 35) –, el posadero debía ocuparse del hombre además de su trabajo regular. Y sin duda le tenía bastante confianza al samaritano como para creer que cumpliría su palabra y volvería para pagarle todos los gastos posteriores. El vínculo entre el samaritano y el posadero muestra un aspecto a menudo ignorado de la parábola: el posadero también actúa inversamente a las expectativas del público inicial. “La historia del samaritano funciona principalmente en relación con el eje de confianza mutua entre los dos personajes en 10, 35. Este eje de confianza forma parte del choque de lo inesperado en el relato”.[6]

Si comprendemos que el posadero actúa en contra de lo que esperaban los primeros oyentes de la parábola, pueden entenderse las actitudes del sacerdote, del levita y del samaritano: todos los personajes del relato actúan en forma contraria a las expectativas del auditorio, no solamente el samaritano. El comportamiento de estos tres personajes es sorprendente y contrario a las expectativas que podía tener con respecto a ellos el público de Lucas. Podía haberse esperado que el sacerdote y el levita observaran el mandamiento fundamental de actuar con compasión hacia el hombre herido. No lo hicieron. El auditorio no esperaba seguramente que el samaritano actuara con compasión. Este no ignoró al hombre herido. Lucas se concentra en esta inversión de las expectativas para dinamizar el relato; no establece una falsa oposición entre la ley judía y la compasión cristiana.

5. Los motivos del sacerdote y del levita

El análisis de la inversión de expectativas en todos los actores de este drama nos lleva a preguntarnos qué motivó las acciones del sacerdote y del levita en su decisión de evitar al hombre herido. De manera significativa, el propio relato proporciona pocos indicios sobre los motivos de sus acciones. Esto ha permitido que los lectores del Evangelio llenaran los vacíos, generalmente en detrimento de los judíos y la religión judía.

Los lectores del Evangelio tienen acceso a otras explicaciones plausibles, distintas a las consideraciones de pureza ritual y falta de compasión, para explicar las acciones del sacerdote y del levita. En una oportunidad, Martin Luther King predicó un sermón en el cual ofreció una perspectiva alternativa a la opinión mayoritaria para explicar las acciones de los dos personajes. Señaló el miedo como la característica que motivó su decisión:

Es posible que el sacerdote y el levita tuvieran miedo de que los golpearan si se detenían, porque los ladrones aún podían estar allí. O quizás el hombre tendido en el suelo no era más que un impostor, que fingía estar herido para atraer a los viajeros que pasaban y convertirlos en presas fáciles de atrapar. Puedo imaginar entonces que la primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fuera: “Si me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué me ocurrirá?” Luego llegó el buen samaritano y por la naturaleza misma de su preocupación, invirtió la pregunta: “Si no me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué le ocurrirá?”.[7]

Luther King siguió su homilía estableciendo un vínculo entre las enseñanzas de la parábola y los costos personales que se exponen a pagar quienes ayudan a los afroamericanos en su lucha por la justicia. La perspicacia de Luther King estimula a los lectores del Evangelio a considerar esta razón y otras razones atendibles para explicar las acciones del sacerdote y del levita.

Las acciones del sacerdote y del levita son paradójicas: “El sacerdote y el levita no son ciegos. Ellos ven… y no ven. En nuestra cultura que consiste en mirar hacia otro lado tenemos precisamente esta correlación paradójica. Vemos y no vemos. Ver es más que un simple proceso sensorial objetivo”.[8] Esta observación pone de manifiesto la aplicación universal del relato de Lucas. El hecho relatado puede integrarse fácilmente a cualquier contexto humano: no es necesario ser un sacerdote o un levita judío para “cruzar al otro lado de la calle”.[9] Luise Schottroff ofrece una visión general de la lucha entre las aspiraciones religiosas y las decisiones humanas. Ella atribuye las acciones del sacerdote y del levita al “poder estructural del pecado, que les impide a las personas mirar realmente, aunque vean, y actuar y amar, aunque sepan que es la voluntad de Dios”.[10] Los lectores del Evangelio son libres de ofrecer sus propias conjeturas sobre las motivaciones del sacerdote y del levita, sin tener que incluir comentarios peyorativos sobre los judíos y la religión judía.

El sacerdote y el levita de esta historia pueden ser caracterizados mejor como seres humanos imperfectos que como representantes de una religión imperfecta. Invitan al lector – de aquella época y de hoy– a identificarse con ellos en su situación, como ejemplos de seres humanos concretos tomados en una situación delicada. Ellos representan a toda persona religiosa que sabe qué debe hacer según los preceptos de su religión pero que, en una situación dada, por alguna razón, no lo hace. Sus motivaciones probables están rodeadas de ambigüedad y de complejidad.

Conclusión

Una lectura renovada de la parábola del samaritano pone en tela de juicio las interpretaciones habituales de la parábola como una lucha entre la compasión cristiana y la dureza de corazón inspirada por la ley judía. El fascinante enigma de esta parábola no atañe a las insuficiencias percibidas de una religión con respecto a otra.

El sacerdote y el levita son personajes con los que podemos identificarnos personalmente. No son heroicos: son verosímiles. No se los presenta como modelos de comportamiento ideal, sino que llaman al lector a reflexionar sobre su propia reacción probable en una situación similar.

La parábola de Lucas nos enseña que ni siquiera nuestros compromisos religiosos pueden garantizar que actuaremos con compasión en cada oportunidad difícil que se nos presente. Aquel día, los compromisos religiosos no obligaron a dos funcionarios judíos, que eran plenamente conscientes de sus responsabilidades legales, a ayudar a un vecino necesitado.

Los lectores del Evangelio podían sorprenderse por el comportamiento del samaritano. Si estuviéramos mejor informados podríamos sorprendernos también por el comportamiento del posadero. Del mismo modo, deberíamos esperar que Lucas quisiera que su lector se sorprendiera por las acciones de los dos funcionarios judíos que pasaron cerca del hombre herido. Por desgracia, tradicionalmente los lectores cristianos no lograron sorprenderse por el hecho de que cuatro personajes del relato actuaran a la inversa de las expectativas, y no uno solo.

Los lectores del Evangelio que intercalan diversos elementos en el relato para responder a una agenda ideológica particular distorsionan el sentido de la narración y desvían a los lectores de una lectura atenta y cercana del texto. Esto puede perjudicar la comprensión y la apreciación del lector de un elemento central de la enseñanza cristiana, así como una comprensión cristiana razonable de los judíos y de la religión judía.

[1] Riemer Roukema, “The Good Samaritan in Ancient Christianity,” Vigilae Christianae 58, n° 1 (2004), p. 57.
[2] Luise Schottroff, The Parables of Jesus (Minneapolis: Fortress Press, 2006), p. 137.
[3] Edward Sanders, Comparing Judaism & Christianity: Common Judaism, Paul, and the Inner and the Outer in Ancient Religion (Minneapolis: Fortress Press, 2016), p. 387.
[4] Ernest van Eck, Robert J. van Niekerk, "The Samaritan ‘brought him to an inn’: Revisiting πανδοχεῖον in Luke 10:34", HTS Theological Studies No. 4 (2018).
[5] Ben-Zion Rosenfeld, “Innkeeping in Jewish Society in Roman Palestine,” Journal of the Economic and Social History of the Orient 41, n° 2 (1998), p. 136.
[6] Bruce Longenecker, “The Story of the Samaritan and the Innkeeper (Luke 10:30-35): A Study in Character Rehabilitation,” Biblical Interpretation, 17, n° 4 (2009), p. 446.
[7] Martin Luther King, On Being a Good Neighbor (Stanford: The Martin Luther King, Jr. Research and Education Institute, Stanford University, 1962).
[8] Ruben Zimmermann, “The Etho-poietic of the Parable of the Good Samaritan (Lk 10:25-37): The Ethics of Seeing in a Culture of Looking Away,” Verbum et Ecclesia 29, n° 1 (2008), p. 291.
[9] Stephen Curkpatrick, “Parable Metonymy and Luke’s Kerygmatic Framing,” Journal for the Study of the New Testament 25, n° 3 (2003), p. 302.
[10] Schottroff, The Parables of Jesus, p. 3136.

Editorial remarks

El Dr. Maurice Ryan posee un doctorado en educación del Boston College y ha realizado estudios posdoctorales en estudios bíblicos en la University of Notre Dame (Indiana, Estados Unidos). Establecido en Brisbane (Queensland, Australia), es autor y editor de libros y recursos en los campos de la religión, la enseñanza y la espiritualidad. Trabaja mucho con profesores de religión en las escuelas católicas. Ha publicado muchos artículos sobre las relaciones entre judíos y cristianos: algunos de ellos están disponibles en el sitio de Lumino Press, una editorial que fundó en 2006.

Fuente: “Revisiting the Parable of the Good Samaritan”, Studies in Christian- Jewish Relations 16,1 (Oct. 2021) p. 1-15. DOI: https://doi.org/10.6017/scjr.v16i1.13987. (El texto fue condensado y traducido al francés por Jean Duhaime para este website).

Traducción del francés: Silvia Kot