Entre los participantes había líderes interreligiosos, clero local cristiano y judío, líderes cívicos, miembros de la Orden de los Dominicos, el jefe de redacción de una importante publicación católica estadounidense y más de mil asistentes. Debates en pequeños grupos abordaron los matrimonios mixtos, las teologías de la revelación, el racismo y la discriminación contra judíos y católicos en la enseñanza superior. Uno de los disertantes y principales organizadores, el rabino Samuel Gup, hizo el siguiente alegato:
“Católicos, protestantes y judíos viven juntos y trabajan juntos. Nuestro destino en Estados Unidos es que estemos juntos. Aunque estamos cerca unos de otros en la carne, todavía estamos lejos espiritualmente. Debemos acercarnos unos a otros, debemos mirarnos más directamente a los ojos. Debemos tomarnos más firmemente de la mano, entendernos mejor unos a otros, confiar más unos en otros, y ser más justos y considerados
Desde la promulgación de Nostra Aetate en 1965, se hicieron grandes progresos en las relaciones interreligiosas en los Estados Unidos y en todo el mundo. Pero esta reunión en Providence se realizó tres décadas antes en los campus de la Brown University y el Providence College, los días 3 y 4 de mayo de 1932. Herbert Hoover era el presidente. Los estadounidenses estaban atravesando la Gran Depresión. Las leyes segregacionistas de Jim Crow definían las vidas de la gente de color. Se estaba produciendo el ascenso de Adolf Hitler en Alemania. Los inmigrantes que llegaban a Estados Unidos se enfrentaban a restricciones y discriminaciones devastadoras. Las voces antisemitas y xenófobas de Henry Ford y del padre Charles Coughlin se imponían. La Ivy League instituyó cupos de admisión de judíos. Un resurgido Ku Klux Klan en Rhode Island quemó una cruz frente al Providence College en 1924: un mensaje a una escuela que le enseñaba a la población inmigrante católica local para mostrarles que no eran bienvenidos.
Este extraordinario encuentro interreligioso fue uno de los cuarenta eventos de este tipo planificados en todo el país en 1932, como parte de un esfuerzo nacional encabezado por la recién creada Conferencia Nacional de Cristianos y Judíos (National Conference of Christians and Jews - NCCJ) para promover las relaciones “intergrupales”. El fundador de la NCCJ, Everett Clinchy, participó en el encuentro de Providence.
Providence fue fundada por Roger Williams como una colonia basada en el principio de la libertad religiosa. La diversidad étnica y religiosa de las poblaciones de colonos nativos, esclavizados y cristianos aumentó a principios del siglo XX, cuando Providence se convirtió en un importante puerto. La llegada de inmigrantes irlandeses, italianos, caboverdianos, armenios, judíos y otros produjo aún más diversidad, que a su vez se enfrentó con el fanatismo y el nativismo. A principios del siglo XX, un tercio de la población de Providence era “nacida en el extranjero” y la ciudad era la tercera del país en cuanto a población nativa. En las décadas de 1920 y 1930, la primera generación de niños inmigrantes trataba de integrarse a la cultura y la sociedad norteamericanas. Muchos querían asistir a la escuela pero se enfrentaban a la exclusión de las escuelas más prestigiosas de la región. La inusual colaboración entre Brown y el Providence College fue significativa. Brown, una de las más antiguas universidades de la nación, con cupos que limitaban la inscripción de judíos, representaba a una Norteamérica vieja, blanca, protestante y elitista. El Providence, recién fundado en 1917, fue concebido expresamente por el obispo Matthew Harkins como una alternativa para los jóvenes católicos a la secular Brown. Representaba una nueva Norteamérica obrera, inmigrante y católica, todavía en proceso de alcanzar los privilegios de los blancos. La llegada de los judíos al campus católico (que a veces representaban hasta el 20% del alumnado) se encontró con un clima mayoritariamente acogedor, cultivado por la Orden de los Dominicos. Aquí los judíos podían adquirir una educación de artes liberales asequible y contribuir a la vida estudiantil en el campus, algo que se les negaba explícitamente en la Ivy League.
El evento de Providence fue idea del rabino Samuel Gup, del Templo Beth-El de Providence, inspirado en un evento similar celebrado en el Wellesley College. Un comité ejecutivo de líderes locales, entre los que se encontraban el rabino Gup, el filántropo judío local Max Grant, monseñor Peter Foley, canciller de la diócesis de Providence (que representaba al obispo William Hickey), el padre Lorenzo McCarthy, O.P., presidente del Providence College, Albert Mead, presidente en funciones de la Brown University, el reverendo Arthur Bradford, párroco de la Central Congregational Church, y Joseph Gainer, antiguo alcalde de Providence, planificaron los eventos.
El Vaticano desaprobó, e incluso prohibió, la participación de los católicos en tales esfuerzos. Solo cuatro años antes, el papa Pío XI había escrito en su encíclica Mortalium animos que no era “lícito que los católicos apoyaran o trabajaran en” tales empresas ecuménicas. También disolvió el Opus Sacerdotale Amici Israel, una organización internacional de cardenales, obispos y sacerdotes que, aunque tenía el objetivo expreso de convertir a los judíos al catolicismo, también pretendía promover el respeto por el pueblo judío.
La participación del padre McCarthy y la entusiasta bendición del obispo Hickey, transmitida a través de monseñor Foley, fueron bastante notables, incluso arriesgadas. El periódico local de la diócesis, The Providence Visitor, publicó un amplio reportaje sobre el Seminario en su número del 6 de mayo, que incluía transcripciones de los discursos, fragmentos de las mesas redondas y una sección de momentos más triviales titulada “Seminar Sidelights”, en la que se señalaba que aproximadamente tres cuartas partes de los asistentes eran mujeres, “muchas de las cuales tomaron notas de los procedimientos”. El rabino Isaac Landman, líder nacional en el diálogo judeo-cristiano, elogió al obispo Hickey y al padre McCarthy por dar un “paso adelante en la cortesía interreligiosa estadounidense”. Destacó la notable naturaleza del evento:
“Este es un día histórico en la historia de las religiones. Que yo sepa, es la primera vez en la historia que protestantes, católicos y judíos se reúnen bajo los auspicios de la comunidad en un colegio católico, por invitación de un obispo de la Iglesia, para debatir amistosamente sobre los elementos de división que destruyen las relaciones humanas adecuadas.”
Al mismo tiempo, tanto Foley como McCarthy eran conscientes del fantasma del “indiferentismo” --la idea condenada por la Iglesia de que todas las religiones son igualmente verdaderas-- que se cernía sobre los procedimientos. También reconocieron la urgente amenaza que suponía el fanatismo en la sociedad estadounidense de los años treinta. McCarthy expresó su oposición a cualquier indiferentismo y manifestó su esperanza de que los participantes en el Seminario “salieran no solo con un mayor respeto por su propia fe, sino con un mayor respeto por las creencias religiosas de los demás”.
Monseñor Foley también parecía ser consciente del desafío teológico. “La buena voluntad entre católicos, protestantes y judíos constituye un baluarte contra el indiferentismo y el ateísmo”, le dijo al público reunido en la sesión de apertura. Este “experimento en vivo en aras de un mejor entendimiento mutuo” era “justificable”. La caracterización de Foley de los procedimientos como un “experimento en vivo” era un reconocimiento a la historia fundacional de Providence. Sería un “grave error” no participar, “dado que estas diferencias existen realmente en esta tierra que les garantiza a todos la libertad de culto religioso”. Explicó que él y los sacerdotes de la diócesis participaban para dar una explicación, más que una “argumentación” de las creencias católicas, y para aprender sobre otras religiones. Tal vez la amplia cobertura proporcionada por el Visitor, cuyo contenido fue supervisado por el obispo, pretendió evitar cualquier acusación de indiferentismo.
El contexto y la identidad norteamericanos ocuparon un lugar destacado. Como argumentó Victoria Barnett, esos primeros encuentros entre judíos y cristianos marcaron “el surgimiento de un enfoque específicamente estadounidense para entender las relaciones entre los diferentes grupos religiosos y las formas en que expresaban sus valores y su fe en la plaza pública”. Las relaciones interreligiosas debían basarse en el “terreno común” de los valores estadounidenses compartidos, mientras los participantes navegaban por las “fallas geológicas” entre sus comunidades. Varios oradores mencionaron la garantía de la libertad religiosa que ofrece la Constitución. El rabino Gup llamó la atención sobre la intolerancia hacia los judíos en los Estados Unidos, arraigada en antiguos prejuicios. Expresó su punto de vista sobre una sociedad pluralista: “Nuestra tarea es recordar que cada grupo tiene derecho a sus diferencias”. La unidad debía fundarse en una “plataforma de comportamiento ético”. George Shuster, en ese momento editor de Commonweal, ofreció una base teológica para la “tolerancia” en el Evangelio, junto con un pantallazo histórico de la tradición de la libertad religiosa en los Estados Unidos. El padre Michael Ahern, S.J., habló del “derecho a la libertad religiosa” de la Primera Enmienda como algo racional y divino. El exalcalde Gainer señaló las celebraciones del bicentenario del nacimiento de George Washington: “Ningún estadounidense aborreció más que él la discriminación religiosa y ningún estadounidense apreció más que él la necesidad de la religión como base de la ciudadanía”. Washington también tenía vínculos históricos con Rhode Island. Su carta a los judíos de Newport aseguraba que el nuevo gobierno de los Estados Unidos “no da ninguna autorización a la intolerancia, ninguna ayuda a la persecución”.
Pero el Seminario no adoptó un enfoque de simple denominador común: la discusión teológica no estaba fuera de los límites. Hubo un animado intercambio de opiniones sobre las concepciones católica y protestante del matrimonio. El P. McCarthy dialogó con varios rabinos sobre doctrinas de la revelación. Tras su presentación de la doctrina católica, el rabino Gup le preguntó si la Iglesia Católica creía que la revelación se daba a otros grupos. McCarthy respondió: “Si el rabino Gup cree en el Antiguo Testamento como un documento sobrenatural, creemos que tiene una parte de la revelación divina, no toda”.
El Visitor también informó sobre algunos momentos más distendidos. Hubo un delicioso intercambio entre el rabino Louis Wolsey, que se refirió al padre McCarthy como “rabino McCarthy” y luego, entre las risas del público, le sugirió al sacerdote que lo llamara “cardenal Wolsey”. Los participantes también recorrieron varias casas de culto de Providence, como la Catedral de los Santos Pedro y Pablo, el Templo Emanu-El, el Templo Beth-El, la Iglesia Congregacional Central y la histórica First Baptist Meeting House, fundada por Roger Williams: esto fue extraordinario para 1932, teniendo en cuenta que pasarían otros 54 años hasta la innovadora visita del papa Juan Pablo II a la sinagoga de Roma.
El Seminario sobre Relaciones Humanas continuó sus actividades durante todo el año 1940. Después de la guerra, las relaciones interreligiosas y ecuménicas en Providence adoptaron diferentes formas, con nuevos éxitos y desafíos, nuevas colaboraciones y tensiones.
Esta conferencia, olvidada durante mucho tiempo, anticipó los movimientos ecuménicos e interreligiosos que surgirían tres décadas más tarde con la promulgación de documentos como Nostra Aetate y Unitatis Redintegratio. Su enfoque fue experimental, a veces ingenuo, mostrando una cruda simplicidad, lo que cabría esperar en las fases embrionarias de un nuevo movimiento. Las transcripciones y los informes del Visitor son un valioso recurso para los investigadores, porque no se limitan a resumir el evento, sino que nos ofrecen un asiento en la mesa, preservando a menudo textualmente las discusiones entre los participantes mientras exploraban esa nueva manera de relacionarse en forma interreligiosa. Llegaron a una mesa desconocida, hablaron, escucharon, se desafiaron mutuamente, reconocieron sus convicciones no negociables y, lo más importante, se respetaron mutuamente.
También hay formas en las que los disertantes, tanto cristianos como judíos, anticiparon la visión social que el papa Francisco describió en su encíclica de 2020 Fratelli Tutti: “Un camino de fraternidad, local y universal, solo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales”. Al igual que Francisco, los participantes del Seminario tenían la sensación de la fragmentación de la familia humana y esperaban que se pudiera reparar, a través del encuentro, la apertura a los demás, el diálogo sincero y el respeto a la dignidad de cada persona. Tal vez recordar el Seminario noventa años después deba recordarnos que el diálogo es local. Mientras que el diálogo ecuménico e interreligioso se ha sofisticado y se ha convertido en una faceta habitual de la vida de la Iglesia en los niveles más altos, los estudiantes, católicos y judíos, me preguntan a menudo por qué la conciencia de estos importantes logros no ha llegado a los bancos de las iglesias. El Seminario nos recuerda la importancia de la construcción de relaciones, el aprendizaje interreligioso y la colaboración en causas compartidas entre tradiciones a nivel local. En una época en la que nuestra sociedad tiende a replegarse en cómodas cámaras de eco, es aún más urgente que las parroquias católicas y los individuos sean agentes de una “cultura del encuentro” con sus vecinos de diferentes tradiciones religiosas, incluso, y especialmente, cuando es difícil. Como escribe el papa Francisco, es a través de una “apertura creativa a los demás” como nos volvemos “fructíferos y productivos”, una bendición para un mundo lleno de problemas.