Promesa incumplida. El papa Francisco y la guerra entre Israel y Hamás

El papa Francisco ha pedido una investigación para determinar si la operación de Israel en Gaza constituye un genocidio, según un nuevo libro publicado con motivo del año jubilar de la Iglesia Católica. «Según algunos expertos, lo que está ocurriendo en Gaza tiene las características de un genocidio», dijo el papa en extractos publicados el domingo 17 de noviembre por el diario italiano La Stampa.

Lo que hace que las provocativas declaraciones del papa en el libro sean especialmente inquietantes es que siguen a observaciones del papa que parecen demonizar a los judíos aún más ampliamente y que son contrarias a las enseñanzas de la Iglesia. La anterior Carta a los Católicos de Oriente Medio del papa Francisco en el primer aniversario del ataque de Hamás a Israel desde Gaza el 7 de octubre de 2023 provocó una confusión y una consternación generalizadas entre judíos y católicos. Aunque ha hablado con regularidad sobre el ataque y los combates que estallaron tras él, la inclusión en esa carta de una cita de Juan 8, 44 para denunciar los males de la guerra resultó inexplicable para muchos.

El versículo elegido por el pontífice, una revulsiva acusación de que los judíos «proceden de su padre, el diablo», ha provocado y se ha utilizado durante siglos para justificar la hostilidad de la Iglesia hacia los judíos. Una imagen tan terrible de la maldad judía está totalmente fuera de lugar en un documento católico moderno. Lamentablemente, el papa decidió utilizar este conocido versículo en un momento en que el antisemitismo mundial ha alcanzado niveles preocupantemente altos. Tal declaración amenaza el trabajo intelectual de sus predecesores católicos que se remontan a la década de 1960.

La cita es sin duda preocupante, pero más significativa es la carta en sí misma, ya que es un ejemplo más de una presentación continua de extensas y controvertidas opiniones de Francisco sobre la guerra entre Israel y Hamás. Esa carta ha hecho que la gente tomara conciencia de este significativo cuerpo de declaraciones y demuestra la imperiosa necesidad de comprender las relaciones actuales con uno de los socios más influyentes e importantes de la comunidad judía, el papa Francisco y la Iglesia Católica. En el año transcurrido desde el atentado, Francisco ha hablado públicamente de la guerra al menos 75 veces. El conflicto no es como los demás, pues se produce en un lugar «que ha sido testigo de la historia de la revelación» (2/2/24). El papa no sólo está comprensiblemente muy angustiado por la guerra, sino que además está claramente informado sobre ella y toma nota de muchos de sus aspectos (por ejemplo, rehenes, negociaciones, ayuda humanitaria, ataques aéreos israelíes, desafíos para los trabajadores humanitarios). Con la posible excepción de la guerra de Rusia contra Ucrania, Francisco no ha mencionado ningún otro conflicto con tanta frecuencia ni se ha ocupado tan íntimamente de las características específicas de otros conflictos, a menudo más mortíferos. Ha abordado la guerra con mayor frecuencia en las reuniones programadas para la oración dominical del Ángelus y en las audiencias semanales con el público en general, aunque la ha tratado más extensamente en contextos oficiales (por ejemplo, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 8/1/24).

El papa Francisco no se limita a pronunciar discursos homiléticos. Sus declaraciones expresan sus convicciones profundas y apasionadas sobre la moral y los asuntos políticos, y reflejan e influyen en las tendencias actuales del pensamiento católico sobre la guerra entre Israel y Hamás. La Santa Sede, por supuesto, no es sólo una institución religiosa, sino también un Estado que participa en intercambios y negociaciones pragmáticas con otros Estados y organizaciones. Las opiniones del papa sobre la guerra y la paz necesariamente dan forma a la diplomacia vaticana y guían las propuestas políticas católicas, como se ve por ejemplo en la declaración del Nuncio Apostólico ante la ONU en enero de 2024, que está repleta de referencias a los discursos de Francisco y a la elaboración de sus ideas.

 Francisco se esfuerza por conciliar la teoría católica tradicional de la guerra justa, que comenzó con San Agustín hace siglos, con la resistencia católica contemporánea a casi cualquier justificación de la guerra, especialmente sin sanción internacional (Fratelli Tutti 258 n. 242; véase también el Catecismo de la Iglesia Católica 2302-17). Esta última visión más escéptica de la guerra tiene sus raíces en el siglo XIX, pero surgió con fuerza tras la Segunda Guerra Mundial y el Concilio Vaticano II (1962-65), especialmente a raíz de la Shoah y el desarrollo de las armas nucleares. Hoy en día sigue desarrollándose, y Francisco le ha dado un énfasis propio que refleja sus raíces en el Sur global y la influencia de la teología de la liberación.

Resulta irónico, o quizá predecible, que, en la época moderna, la Iglesia Católica, ahora sin acceso al poder militar, se haya alejado de la teoría de la guerra justa y actualmente despliegue en gran medida sus puntos de vista más moderados sobre la guerra y la paz al juzgar a los demás. Dada la relevancia que tiene la guerra entre Israel y Hamás en los discursos de Francisco y su complejidad moral y política, así como su estatura internacional, sus opiniones son relevantes e influyentes.

El papa no puede separar y no separa la relación judeo-católica de la guerra entre Israel y Hamás. Francisco ha hablado a menudo y de forma muy personal sobre las relaciones judeo-católicas y recalcó su compromiso de profundizar la conexión entre las dos comunidades separadas desde hace mucho tiempo. Ha celebrado los notables cambios que comenzaron con el Concilio Vaticano II, señalando que «enemigos y extraños se han convertido en amigos y hermanos» (28/10/15). Sobre la base de los admirables esfuerzos de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha respaldado profundos cambios teológicos en las enseñanzas católicas sobre el judaísmo y ha expresado su tristeza por las fechorías cometidas por los católicos en el pasado contra los judíos (por ejemplo, Evangelii Gaudium 248). En este sentido, son especialmente relevantes las expresiones de apoyo de los papas al Estado de Israel (especialmente tras el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y la Santa Sede en 1993) y los esfuerzos de pacificación de la región, que Francisco ha continuado. Los líderes nacionales le dieron una cálida bienvenida durante su visita a Israel en 2014 y él insistió enfáticamente en que «el Estado de Israel tiene todo el derecho a existir en seguridad y prosperidad» (28/10/15).

De sus comentarios durante su pontificado surge un sentido de esta tensa historia y de la responsabilidad católica hacia el pueblo judío y el Estado de Israel. Insiste en que «atacar a los judíos es antisemitismo, pero atacar abiertamente al Estado de Israel también es antisemitismo» (28/10/15). Los católicos, por encima de todo, dice, no deben ser indiferentes a tal hostilidad. La Shoah nunca está lejos de su mente. La hostilidad del pasado hacia los judíos, manifestada en violencia y genocidio, debe guiar a la Iglesia en el presente y en el futuro.

Hablando ante una audiencia judía en Roma, dijo que los católicos deberían «mantener siempre el más alto nivel de vigilancia [contra la hostilidad hacia los judíos], para poder intervenir inmediatamente en defensa de la dignidad humana y la paz» (17/1/16). Insiste aquí en una postura activa, alerta ante tales amenazas, «no sea que nos volvamos indiferentes» (27/1/20). En respuesta a una carta de estudiosos judíos escrita en noviembre de 2023 en la que expresaban su profunda preocupación por «la peor oleada de antisemitismo desde 1945», afirma que el ataque del 7 de octubre contra Israel en particular le recuerda que «confiábamos en que ‘nunca más’ fuera un estribillo escuchado por las nuevas generaciones, pero ahora vemos que el camino a seguir requiere una cooperación cada vez más estrecha para erradicar estos fenómenos» (2/2/24). Del mismo modo, el compromiso de la Iglesia de oponerse al antisemitismo se mantiene firme. «El camino que la Iglesia ha emprendido con ustedes, respondió, rechaza toda forma de antijudaísmo y antisemitismo, condenando inequívocamente las manifestaciones de odio hacia los judíos y el judaísmo como pecado contra Dios».

Las declaraciones de Francisco tras el 7 de octubre de 2023 son, por lo tanto, decepcionantes a múltiples niveles. En primer lugar, no cumple su compromiso de oponerse enérgica y públicamente al antisemitismo y al antijudaísmo. Al ignorar aspectos centrales del conflicto, como las motivaciones de los combatientes, en realidad socava su promesa de vigilancia y resistencia contra todas esas formas de odio. En segundo lugar, su visión de la guerra no es constructiva. Deseoso de alejar la teología católica de la teoría de la guerra justa y acercarla a la llamada teoría de la paz justa, ofrece poca orientación práctica o moral en la actual guerra entre Israel y Hamás. En cambio, tergiversa la naturaleza del conflicto y presenta en una forma simplista situaciones muy complejas y llenas de matices al servicio de sus opiniones a priori sobre la guerra en general. Aunque no sería razonable esperar que tomara partido en el conflicto o que profundizara en la naturaleza de la oposición a la que se enfrenta Israel, no ha considerado la necesidad de la autodefensa militar ni ha evaluado si el odio antisemita a los judíos -una preocupación explícita suya- se esconde detrás de alguna de las agresiones y la retórica contra Israel.

Las declaraciones del papa Francisco sobre el conflicto que comenzó el 7 de octubre deben situarse en el contexto más amplio de su pensamiento sobre la guerra y la violencia. Su oposición de principio a cualquier justificación de la guerra es moral y lógicamente cuestionable. Por un lado, afirma la aceptabilidad de la autodefensa mediante el uso de la fuerza: «Quien es atacado tiene derecho a defenderse» (11/10/23). Como es bien sabido, este derecho no es ilimitado. Tradicionalmente, deben cumplirse los requisitos tanto para iniciar una guerra (jus ad bellum) como para proseguir una guerra (jus in bello). Aunque Francisco no utiliza estos términos técnicos latinos, están presentes detrás de su interés por la suerte de las «víctimas inocentes» (11/10/23) y de su afirmación de que «incluso cuando se ejerce el derecho de legítima defensa, es esencial atenerse a un uso proporcionado de la fuerza» (8/1/24; véase también 29/9/24). También existen «varias convenciones internacionales, firmadas por muchos países», que imponen restricciones a determinadas acciones (8/1/24, Gaudium et Spes 79). Un combatiente debe realizar una cuidadosa evaluación de diversos factores (incluidos algunos no mencionados aquí) y sólo entonces es posible que una guerra sea permisible. Por otra parte, el papa se muestra sistemáticamente reacio a realizar una evaluación de la aceptabilidad y las justificaciones ofrecidas para esta guerra. A pesar de haber apoyado la posibilidad del uso legítimo de la fuerza (entendiendo que puede causar daño), evalúa la justicia de las acciones militares israelíes en general teleológicamente, es decir, simplemente por si causan daño y sufrimiento: «Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o asesinado; ninguna guerra vale la pérdida de la vida de un solo ser humano» (10/11/23). Este enfoque evita la evaluación cuidadosa de los objetivos, las alternativas y el contexto en las decisiones sobre la justicia de emprender una acción militar en favor de denuncias contundentes de tales acciones porque causan daño. Este último criterio de daño, con su poderoso carácter emocional, suplanta sin explicación a la tradición anterior de criterios de guerra justa (en particular el jus ad bellum). Se pide «ver la guerra como lo que es: nada más que una inmensa tragedia, una “matanza inútil”» (8/1/24). El terrible sufrimiento de las víctimas lo lleva a desechar su propio apoyo limitado a la violencia en defensa propia. En concreto, deslegitima toda acción e incluso el proceso de evaluar el alcance del daño que podría causar. El sufrimiento de inocentes como tal, independientemente de cualquier contexto más amplio o propósito militar, hace que la fuerza y la guerra sean injustas.

Por ejemplo, cuando se mata a «civiles desarmados», «eso es terrorismo y guerra» (17/12/23). Si es cierto, entonces el motivo y el contexto se vuelven irrelevantes en su denuncia excesivamente amplia. Pero la guerra y el terrorismo, por supuesto, no son en absoluto lo mismo, a menos que se ignoren diferencias importantes y sólo se considere algún nivel genérico de sufrimiento. Entonces el asesinato presuntamente intencionado de inocentes (terrorismo) se vuelve indistinguible de, digamos, la violencia proporcional utilizada para la autodefensa (algunas formas de guerra).

Al hablar de la guerra en general, Francisco emite juicios categóricos sin tener suficientemente en cuenta las circunstancias específicas. Esto hace inaceptables incluso las guerras de legítima defensa, que podrían justificarse al menos teóricamente. Insiste repetidamente en que, sin excepción, «cada guerra deja nuestro mundo peor de lo que estaba antes» (6/7/24). Docenas de veces, al hablar del conflicto entre Israel y Hamás, afirma que «las guerras son / la guerra es siempre una derrota» (por ejemplo, 15/10/23, 29/10/23, 8/11/23, 19/11/23, 20/12/23, 24/2/24, 20/3/24, 24/4/24, 19/6/24, 24/8/24, 7/10/24). Es decir, las guerras, dice, tienen garantizada una pérdida neta. Esto evade las inevitables preguntas difíciles que surgen cuando se piensa en la justicia de una guerra, especialmente en respuesta a una agresión.

 Es indiscutible que tanto las acciones de Israel como las de Hamás plantean cuestiones morales difíciles y serias. Hay que hacer evaluaciones complejas: incluso negarse a tomar una decisión es una decisión. Sin embargo, Francisco parece querer eludir esta difícil situación y, aunque deja entrever que es consciente de que hay cuestiones inevitables, rechaza la guerra en su totalidad. Se arriesga voluntariamente a ser «considerado ingenuo por elegir la paz» (Fratelli Tutti 261), como si ponerse simplemente del lado de las «víctimas de la violencia» (como él dice) fuera una opción moral o incluso plausible. En realidad, casi siempre hay víctimas inocentes en todos los bandos, como en la guerra entre Israel y Hamás. Es engañoso sugerir que la atención debería centrarse únicamente en cómo mostrar compasión por las víctimas (por supuesto que debería hacerse); más bien, debería realizar una evaluación moral de las acciones de los combatientes y del alcance y las causas de las pérdidas civiles. Francisco elude este debate al pedir que «no nos quedemos empantanados en discusiones teóricas» (FT 261). Sin embargo, a pesar de su deseo de evitar tales discusiones, una estimación moral requiere una difícil confrontación con todos los aspectos del uso de la violencia, ya que no toda violencia es igual. Dicho de otro modo, si toda «guerra es en sí misma un crimen contra la humanidad», entonces desaparecen las distinciones morales entre cómo y por qué se libran las guerras (14/1/24).

Aunque, por supuesto, es cierto que las naciones pueden entrar en guerra por motivos viles (incumpliendo los principios del jus ad bellum), Francisco parece no creer que pueda haber algo más que motivos viles. Francisco ilustra esto cuando introduce una falsa dicotomía al hablar de la guerra entre Israel y Hamás, entre quienes buscan la paz y quienes están ansiosos por emprender la guerra. Por ejemplo, afirma: «Tenemos que estar atentos y ser críticos con una ideología desgraciadamente dominante hoy en día, que afirma que “el conflicto, la violencia y la ruptura forman parte del funcionamiento normal de una sociedad (FT 236)”». (7/6/24). Esta formulación es excesivamente simplista y esencializadora. Presenta a quienes reconocen que la guerra puede ser necesaria y justa no sólo como equivocados, sino como cautivos de una visión del mundo maligna y peligrosa.

La amplia acusación de Francisco contra todas las guerras, independientemente de cómo o por qué se libren, refuerza su afirmación de que la violencia es intrínsecamente contraproducente («siempre, siempre, siempre una derrota»), una artimaña orquestada por quienes desean aumentar el sufrimiento y la muerte. No puede haber ninguna acción militar justificable, porque lo que se esconde detrás de las declaraciones de que la guerra es justa es el egoísmo y la codicia: «Lo que realmente está en juego [en la guerra] son las luchas de poder entre diferentes grupos sociales [y] los intereses económicos partidistas» (7/6/24). Según él, esto es lo que «realmente» provoca las guerras y los conflictos. A modo de ejemplo, afirma que la guerra no sirve a ningún otro objetivo que el enriquecimiento de quienes venden armas. Es de suponer que ningún pueblo o país puede decidir de forma racional y adecuada emplear la fuerza, pues es seguro que sufrirá una pérdida neta. «Los únicos que ganan [en la guerra] son los fabricantes de armas» (19/11/23), que «son los que más se benefician» (24/4/24).

Esta es una percepción reduccionista de la historia, como si Francisco pudiera discernir qué motiva a los combatientes. (¿Acaso los motivos de Hitler en la Segunda Guerra Mundial no eran de hecho diferentes de los de Churchill y Roosevelt, y no es posible hacer ninguna distinción moral entre la guerra de conquista librada por los nazis y las guerras defensivas libradas por las naciones a las que los nazis atacaron y trataron de borrar?) De este modo, el juicio de Francisco se vuelve especulativo y socava su admisión de que algunas formas de guerra son aceptables (aunque sean trágicas e indeseables). Sin embargo, según su lógica, la guerra se convierte en algo inherentemente inaceptable. En efecto, ya no es necesaria ninguna evaluación ni existe razón alguna para considerar las pretensiones de un combatiente potencial. De hecho, al analizar las guerras con escepticismo, el papa se lamenta de que «en las últimas décadas, todas las guerras han sido pretendidamente ‘justificadas’» (FT 258) quizá con la ayuda subrepticia de quienes se beneficiarían de ellas. De nuevo, este tipo de juicio generalizado es síntoma de una falsa dicotomía y lo lleva al extremo opuesto: si las guerras se han justificado por motivos espurios, entonces exige «nunca más la guerra».

Sobre estos fundamentos espurios erige Francisco sus erróneas caracterizaciones de los dos principales combatientes en la guerra entre Israel y Hamás, el Estado de Israel y Hamás. En más de un año, ni una sola vez ha mencionado a Hamás por su nombre, aunque las menciones a Israel son permanentes. Esta asimetría es significativa, no sólo porque es inquietante no nombrar a (ni describir las tácticas de) uno de los agresores en un conflicto (especialmente uno que es ampliamente considerado un grupo terrorista), sino porque su estudiada ambigüedad impide un compromiso crítico con la naturaleza de Hamás y otros oponentes.

El pensamiento de Francisco parece constreñido por suposiciones anticuadas sobre las partes en conflicto. Habla como si estuviera comentando un conflicto entre dos naciones en guerra. Dirige sus comentarios a ambas partes por igual (de nuevo, sin nombrar a Hamás), pidiendo un alto el fuego y la liberación de los rehenes (11/10/23, 10/12/23, 7/6/24, 15/9/24). Sin embargo, está claro que sus comentarios son en realidad pertinentes para Israel y están dirigidos casi en su totalidad a este país. Por ejemplo, al abogar por el fin de los combates, apela a la ley («derecho internacional humanitario»), a nuestra humanidad compartida («la defensa de la dignidad humana») y a objetivos políticos prácticos (8/1/24). Todo esto en un lenguaje adecuado para una democracia moderna como Israel, que, al menos en teoría, aspira a un comportamiento legal y moral. Esta asimetría revela su incomprensión de la naturaleza de Hamás.

Hamás es ante todo un grupo religioso extremista que en principio pretende la eliminación violenta del Estado de Israel, incluso a costa de las propias vidas de sus miembros y de las vidas de los conciudadanos palestinos inocentes bajo su dominio. Sus dirigentes expresan públicamente el deseo de asesinar a civiles israelíes. La existencia misma de Hamás como organización terrorista es una transgresión del derecho internacional, como lo es la promesa de sus dirigentes de que repetirían la violencia asesina del 7 de octubre «una y otra vez» si tuvieran la oportunidad. Las expectativas morales y legales no tienen ninguna importancia para Hamás, aunque también haya ejercido el liderazgo en Gaza. A la luz de esta terrible realidad, la esperanza de Francisco de que «los líderes de las naciones y las partes en [este] conflicto puedan encontrar el camino hacia la paz y la unidad... [y] todos se reconozcan como hermanos y hermanas» (7/6/24; véase también 13/9/24) parece no sólo asimétrica sino indiferente a la realidad. Hamás ha dicho repetidamente lo contrario: apoya la violencia inflexible hasta la victoria. En este conflicto, pues, sólo una de las partes -Israel- tiene dirigentes que hablan el mismo «lenguaje» moral que Francisco.  Su esperanza, entonces, tal vez podría haber tenido sentido en un conflicto entre dos estados-nación modernos. Definitivamente, esa no es la naturaleza del conflicto actual, y es desconcertante que Francisco persista en verlo o presentarlo así.

Existe una amplia gama de explicaciones y formas de entender la hostilidad que existe entre Israel y numerosos actores estatales y no estatales. En algunos casos, existen razones relativamente explicables y pragmáticas para el conflicto. Esto es más claro en el trágico conflicto con los palestinos, dadas las disputas por la tierra, la soberanía y el control de los lugares sagrados, entre otras cosas. Independientemente de los preconceptos de cada uno, en general es posible entender racionalmente por qué se han producido enfrentamientos entre ambos bandos durante décadas. Sin embargo, algunos de los oponentes de Israel tienen objetivos mucho menos racionales en un sentido pragmático y político, y están influidos principalmente por una hostilidad de base ideológica y religiosa. Así, Hezbolá en el Líbano, tras la retirada de Israel en 2006 de una zona de seguridad en el sur, perdió la justificación que daba para mantener su agresión. Sin embargo, siguió preparándose enérgicamente para la guerra y la invasión. Irán y sus proxies, como los hutíes yemenitas, ambos a más de mil kilómetros de distancia, carecen de motivos evidentes de hostilidad hacia Israel, no tienen disputas sobre recursos o fronteras ni reivindicaciones históricas contrapuestas. Del mismo modo, con la retirada de Israel de Gaza en 2005, Hamás también consiguió casi todos sus objetivos ostensibles, incluido el poder político sobre Gaza. El hilo conductor que une a estos oponentes es la motivación de su antipatía: no intereses prácticos y explicables, tal vez susceptibles de negociación y resolución, sino un odio inquebrantable basado en la religión.

El odio irracional, basado en reivindicaciones religiosas e ideológicas extremistas, ha estallado en el conflicto palestino-israelí en las últimas décadas, especialmente entre judíos y musulmanes y entre israelíes y árabes. Lo más relevante aquí es la aparición de un antijudaísmo y un antisemitismo virulentos entre palestinos y otros musulmanes. Como señalamos, mientras que algunos conflictos pueden entenderse racionalmente, los oponentes de Israel han expresado cada vez más sus motivaciones en términos explícitamente teológicos, utilizando un lenguaje venenoso no sólo contra los israelíes, sino contra los judíos y, de hecho, contra todos los occidentales. Esto convierte a los israelíes en enemigos judíos de Dios y usurpadores de tierras musulmanas; esto también convierte un conflicto tradicionalmente político y secular en una guerra religiosa.

Por ejemplo, el reciente vídeo oficial de Hamás dice sin rodeos: «Oh Señor... déjanos matar a tus enemigos, los judíos». Del mismo modo, el lenguaje de otros agresores es vilmente antisemita y antijudío, como ilustra el eslogan de los hutíes: «Dios es el más grande, Muerte a América, Muerte a Israel, Maldición a los judíos, Victoria del Islam». Los estatutos de Hezbolá dicen que su objetivo es la «destrucción definitiva de Israel». Su antiguo líder, Hassan Nasrallah, hablaba de los judíos en términos tomados del antisemitismo medieval y de los suras antijudíos del Corán (por ejemplo, el 82). Irán, el patrocinador de estas organizaciones, ha hecho del odio a Israel y a los judíos un aspecto fundamental de su política estatal desde 1979 y, al igual que Hezbolá, comete atentados terroristas contra judíos de todo el mundo. Aunque a veces estos opositores insisten en que sólo odian a los sionistas o a los israelíes, y no a los judíos, sus acciones y su discurso indican lo contrario. Las expresiones de hostilidad despiadada hacia los judíos, el uso de tropos antijudíos tradicionales y las amenazas de destrucción del único Estado judío son omnipresentes.

Este contexto es directamente relevante para los comentarios y la comprensión de Francisco de la guerra entre Israel y Hamás. Francisco, salvo raras excepciones, ignora o minimiza la naturaleza de las amenazas que enfrenta Israel. Aunque suele hablar de manera general y sucinta sobre los acontecimientos mundiales, el conflicto palestino-israelí no sólo recibe sistemáticamente más atención que cualquier otro tema, sino que suele ocupar el primer lugar en la mayoría de sus análisis de los conflictos internacionales. Asimismo, su compromiso específico con el pueblo judío suscita razonables expectativas de que será especialmente sensible a las amenazas a su bienestar.

Sin ninguna capacidad militar, todo lo que tiene un papa es su estatura moral, y este papa actual, que es ampliamente respetado, habla con gran autoridad sobre diversas cuestiones morales. Por esta razón, sus declaraciones son tan desconcertantes y socavan las admirables posturas con las que se han comprometido él mismo y la Iglesia. Así, es sorprendente que Francisco olvide señalar que los enemigos de Israel no buscan una victoria militar convencional, sino la destrucción total del país y la consiguiente puesta en peligro inmediata de todos sus ciudadanos. Este objetivo es especialmente malévolo. Ninguno de los otros países que menciona se enfrenta a actores estatales y/o no estatales que buscan su eliminación física. (El intento de Rusia de conquistar Ucrania sí incluye actos de asesinato en masa y pretende imponer el brutal control ruso sobre el país). Francisco es sensible a esta posibilidad en general y la denuncia: «Nadie debe amenazar la existencia de otros [países]» (14/4/24). A pesar de estos objetivos declarados de los enemigos de Israel, Francisco nunca reconoce esto como una intención claramente genocida.

Francisco denuncia con dureza y regularidad el terrorismo (en el sentido habitual del término) cuando observa otras partes del mundo (por ejemplo, un atentado contra civiles inocentes en Kerman, Irán). También es sensible a los aspectos religiosos de la violencia terrorista, especialmente para los grupos religiosos minoritarios (6/1/24). Sin embargo, cuando menciona el terrorismo en el contexto de la guerra entre Israel y Hamás, siempre lo agrupa con otras acciones (como «terrorismo y guerra» [señalado anteriormente, del 17/12/23] o «terrorismo y extremismo» [11/10/23, 8/1/24]). Nunca señala los rasgos distintivos del terrorismo ni la calificación de Hamás -el principal agresor en Gaza- como organización terrorista. Oculta la profunda división moral entre esos dos actos terribles, pero profundamente diferentes.

¿Por qué no está Francisco a la altura de los compromisos morales e históricos con los judíos que suscribe enfáticamente? ¿Acaso la aparición del antijudaísmo en el contexto de una guerra explica su silencio? Quizá prefiere hablar contra el odio a los judíos sólo cuando los judíos son exclusivamente víctimas.

Sin embargo, la presencia de combatientes judíos (algunos de los cuales pueden transgredir a veces las leyes morales e internacionales, como hacen los miembros de todos los demás ejércitos legítimos) no debería obviar su preocupación. Desde un punto de vista moral y práctico, junto a muchas víctimas palestinas hay víctimas judías, cuyas vidas se perdieron a causa de los actos implacables y genocidas de sus agresores. ¿Las terribles pérdidas sufridas por los palestinos hacen irrelevante (debatible) su preocupación por los judíos? Eso socavaría la seriedad con la que habla de la relación judeo-católica y sugeriría que sólo tiene reservas limitadas de compasión o simpatías asimétricas.

Tal vez Francisco espera mantener en el futuro un papel de negociador y por eso se abstiene de nombrar y describir a los agresores de Israel, pero esto parece un precio moral y reputacional muy alto que pagar a cambio de una posible influencia en las negociaciones del futuro. Ninguna de estas explicaciones basta por sí sola, pues las opiniones políticas y religiosas de Francisco son complejas y a veces incoherentes. Esto podría ser comprensible si la Iglesia no hubiera decidido romper con su propia historia de hostilidad hacia el pueblo judío y prometido decir «no a cualquier forma de antisemitismo y [condenar] cualquier insulto, discriminación y persecución derivada de ello» (28/10/15). Es difícil ver las recientes declaraciones del papa como cumplimientos de esa promesa.

Editorial remarks

El Dr. Adam Gregerman es profesor de Estudios Judíos del Departamento de Teología y Estudios Religiosos y Director Asociado del Instituto de Relaciones Judeo-Católicas de la Universidad Saint Joseph de Filadelfia, USA. Estudia y enseña las relaciones judeo-cristianas, y se interesa especialmente por las teologías cristianas del judaísmo en diversos contextos, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Es presidente del Council of Centers on Jewish-Christian Relations y miembro del consejo del National Council of Synagogues y del International Jewish Committee for Interreligious Consultations.

Fuente: Tablet, Noviembre 20, 2024. Agradecemos el permiso otorgado por el autor para publicar este artículo en nuestro sitio.

Traducción del inglés: Silvia Kot