Por qué los comentarios del papa Francisco sobre la Torá fueron hirientes para sus amigos judíos

El peligro de hablar en público: la gente lo oirá. Y lo tomará en serio. Y recordará lo que usted dijo.

En el pasado mes de agosto, el papa Francisco hizo una declaración que algunos caracterizaron como la mayor tensión causada en la relación entre la Iglesia y el pueblo judío desde el comienzo de su pontificado. El Papa ofreció una reflexión sobre la enseñanza de Pablo acerca de la “Torá”, una palabra a menudo traducida—incorrectamente—como “ley”. Al comienzo de su intervención, el Papa dijo: “Dios le había ofrecido [al pueblo judío ] la Torá, la Ley, para que pudiera comprender su voluntad y vivir en la justicia. Pensemos que en esa época había necesidad de una Ley así, fue un gran regalo que Dios le hizo a su pueblo”.

Hasta ese momento, nada de lo que dijo el Papa podía considerarse ofensivo. Sin embargo, más adelante, afirmó: “Pero la Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa, porque no está en la condición de poder realizarla. La Ley es un camino que te lleva adelante hacia un encuentro… Quien busca la vida necesita mirar a la promesa y a su realización en Cristo”.

Cuando se conocieron los comentarios del papa Francisco, el Gran Rabinato de Israel se sintió llamado a escribir a la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los Judíos para pedir una aclaración.  El Comité Judío Internacional para Consultas Interreligiosas, designado como interlocutor oficial del mundo judío con el Vaticano, envió rápidamente una carta en la que expresaba su grave preocupación por las palabras del Papa. Los judíos involucrados en el diálogo con la Iglesia expresaron una profunda consternación personal.

Los católicos podrían preguntarse qué puede resultar tan inquietante en una declaración hecha durante una audiencia papal. Después de todo, una catequesis del Papa no tiene el peso de un documento oficial de la Iglesia. No traza un nuevo rumbo en la relación de la Iglesia Católica con el mundo de los judíos y del judaísmo. ¿Por qué le darían los judíos tanta importancia y trascendencia?

Sin duda, hay que reconocer que estos comentarios recientes contrastan fuertemente con todo lo demás que dijo el papa Francisco desde que se convirtió en papa y con su conducta en sus innumerables encuentros con líderes judíos. Al producirse su elección, los judíos se sintieron muy alentados por su larga y profunda relación con el rabino Abraham Skorka, que era su amigo en Argentina, y con quien coescribió un libro de reflexiones interreligiosas. En los años siguientes, el Papa ha saludado a las delegaciones judías con auténtica calidez y ha reflexionado sobre las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío con expresiones como “Por nuestras raíces comunes, ¡un cristiano no puede ser antisemita!”.

Y el Papa acompañó sus palabras con acciones. En mayo de 2014, visitó el Estado de Israel, mantuvo extensas conversaciones con los grandes rabinos del país y visitó los lugares sagrados de los judíos y de los cristianos. En enero de 2016, visitó la Gran Sinagoga de Roma, donde dijo: “En el diálogo judeo-cristiano hay un vínculo único y especial, en virtud de las raíces judías del cristianismo: judíos y cristianos, por lo tanto, deben sentirse hermanos, unidos por el mismo Dios y un rico patrimonio espiritual común sobre el cual basarse y seguir construyendo el futuro”.

En noviembre de 2019, en una audiencia general en el Vaticano, el Papa se apartó de sus comentarios preparados para decir: “Me gustaría hacer un paréntesis. El pueblo judío ha sufrido tanto en la historia. Ha sido expulsado, perseguido… Y, el siglo pasado, hemos visto tantas cosas, tantas brutalidades cometidas contra el pueblo judío y todos estaban convencidos de que se había acabado. Pero hoy, empieza a renacer aquí y allí la costumbre de perseguir a los judíos. Hermanos y hermanas, esto no es ni humano ni cristiano. ¡Los judíos son hermanos nuestros! Y no hay que perseguirlos”.

En septiembre de 2015, durante un viaje a Filadelfia, el Papa hizo una visita no programada a la Saint Joseph's University para bendecir una estatua recién instalada llamada “Synagoga y Ecclesia en nuestro tiempo”. La estatua es en sí misma un comentario sobre muchas estatuas medievales—incluyendo a un par que se encuentran a la entrada de la catedral de Notre Dame en París—, que representaban a una Ecclesia (la Iglesia) joven y triunfante en contraste con una personificación vieja, rota y ciega del pueblo judío. En la estatua que bendijo el Papa, ambas figuras están sentadas como iguales: una sostiene una Torá  y la otra, un libro. Lo que más impresiona en la estatua de Filadelfia es que los dos personajes parecen estar estudiando juntos, aprendiendo juntos e informándose mutuamente. Como dijo en ese momento el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, S.J., “esta estatua es exactamente una demostración de dos hermanas de la misma dignidad, la Iglesia y la Sinagoga”.

Las recientes declaraciones del Papa contrastan fuertemente con esos esfuerzos anteriores por fortalecer la relación entre los católicos y “nuestros hermanos” judíos. De hecho, la estatua que bendijo en Filadelfia encarna las preocupaciones sobre las palabras que el papa Francisco pronunció este agosto. Las versiones medievales de “synagoga” y “ecclesia” eran una representación física de lo que se ha dado en llamar teología de la sustitución. Esta idea sostiene que la religión de los judíos, que la Torá, es anticuada y obsoleta, y fue reemplazada en el favor y el designio de Dios por un “nuevo Israel”: la Iglesia triunfante. La teología de la sustitución es el rostro de la Iglesia que el pueblo judío ha conocido en los últimos 2000 años. No deja lugar para los judíos y el judaísmo en los planes de Dios para el mundo. Ellos han sido, literalmente, sustituidos. Y, por supuesto, la sensación de haber sido sustituido hace que un pueblo se sienta vulnerable y amenazado en un mundo hostil.

Esa estatua representa una idea radicalmente nueva. Expresa un concepto de reciprocidad y respeto. La Iglesia y la Sinagoga representan la verdad para sus respectivos adherentes. Ninguna de ellas es más alta ni más grande ni más saludable que la otra: estudian juntas. A la Torá abrazada por la Synagoga se le otorga el mismo respeto que al libro sostenido por la Ecclesia. Esta nueva estatua es una representación del respeto mutuo. Es la encarnación de la esperanza.

La declaración “Nostra Aetate” que el Concilio Vaticano II emitió en 1965 abordaba la cuestión del deicidio y el odio a los judíos que esa acusación estimulaba. El documento no incluye la palabra “sustitución” ni se refiere a ese concepto. Cuando se publicó “Nostra Aetate”, muchos judíos la saludaron con cierto recelo: “Tal vez la Iglesia dice esto, pero no lo dice en serio”. Otros miembros de la comunidad judía confiaron en esta declaración de la Iglesia. La aceptaron dando por supuesto que el documento también implicaba un rechazo a la vieja idea milenaria de la teología de la sustitución.

De hecho, muchos líderes y pensadores católicos infirieron lo mismo. Esto se articularía más explícitamente en documentos emitidos por diversas conferencias episcopales. Era el supuesto implícito de los miembros de la comunidad judía cuando dialogaban con representantes de la Iglesia. Esa es la esperanza que compartieron todos los que estuvieron presentes cuando el Papa bendijo la estatua en Filadelfia, y las comunidades religiosas que representaban.

La catequesis que ofreció el papa Francisco en agosto está en directa y explícita contradicción con la idea de que la teología de la sustitución ha sido a su vez sustituida. A su manera, se hace eco de la antigua enseñanza del desprecio. Se expresa en el demasiado conocido lenguaje despectivo hacia la Torá, hacia lo que es más valioso para sus interlocutores judíos, desdeñando lo más precioso para sus interlocutores judíos. Y da credibilidad a esas voces de la comunidad judía que no habían sido persuadidas por “Nostra Aetate”. Sugiere que, a pesar de todo lo que ha derivado del Concilio Vaticano II, a pesar de todas las reuniones, todas las declaraciones y todos los avances, el concepto de plena reciprocidad aún no ha sido plenamente aceptado en los niveles más altos de la Iglesia. Sugiere que a pesar de “Nostra Aetate” y de todo el entendimiento derivado de ella, en algún lugar del pensamiento más íntimo de la Iglesia sigue dominando la idea de la teología de la sustitución.

Que el Papa pueda suscribir el concepto de que la Torá es solo una estación intermedia hacia una verdad más plena y superior es doloroso para los oídos judíos. Tanto si esto fue dicho con una intencionalidad estratégica como si se escapó inadvertidamente, es un testimonio de que, a pesar de todo lo que se ha conseguido desde 1965 y de todas las esperanzas que tienen muchos –tanto judíos como católicos-, aún queda una gran cantidad de trabajo por hacer hasta que las esperanzas generadas por “Nostra Aetate” y el mensaje implícito de ese documento florezcan en la plenitud de su potencial. Para los judíos, esas palabras tienen un gran peso y sin duda serán tema de mucha conversación con la Iglesia en el futuro. Plantean la cuestión de si la Iglesia está realmente preparada para aceptar la fe de los judíos como un igual espiritual. Es este, sin duda, un asunto de la mayor importancia.

Editorial remarks

El rabino Daniel F. Polish, PhD, da clases frecuentemente a auditorios interreligiosos en el Center for Religious Inquiry de la iglesia de San Bartolomé de Nueva York. Es el autor de Talking about God: Exploring the Meaning of Religious Life with Kierkegaard, Buber, Tillich and Heschel; Bringing the Psalms to Life: How to Understand and Use the Book of Psalms y Keeping Faith with the Psalms: Deepen Your Relationship with God Using the Book of Psalms, y ha sido un rabino congregacional durante más de treinta años. En octubre de 2008, el rabino Polish integró una delegación de líderes judíos que se reunieron con el papa Benedicto XVI para analizar temas de actualidad entre la comunidad judía y la Iglesia Católica. En 2013, participó en conversaciones similares con el actual papa, Francisco.

Esta nota fue publicada el 8 de septiembre de 2021 en America: The Jesuit Review. Traducida y publicada en este sitio con el amable permiso del autor. Traducción del inglés: Silvia Kot.