¿Identidad positiva o negativa?

La rabina Pauline Bebe, de París, Francia, analiza la identidad judía desde diferentes puntos de vista.

¿Identidad positiva o negativa?

En primer lugar se plantea el problema de la definición : ¿qué es identidad? La palabra proviene de la raíz latina idem, que significa “lo mismo”. El diccionario nos propone tres definiciones:

  • cualidad de lo que es idéntico
  • cualidad de lo que es uno: unidad
  • cualidad de lo que permanece idéntico a sí mismo; por extensión, la permanencia, y de manera general, el hecho de que una persona sea tal individuo o pueda ser reconocida como tal sin ninguna confusión, gracias a los elementos que la individualizan.

Si aplicamos estas definiciones al judaísmo, aparecen algunas dificultades. En cuanto a la primera definición, “cualidad de lo que es idéntico”, habría que definir la identidad judía en relación con los puntos comunes que existen entre aquellos que se consideran judíos. Pero la pertenencia o la identidad judía es muy variada. Algunos judíos se definen en relación con la Shoah o el antisemitismo; otros, por su adhesión a Israel; otros se consideran judíos sin Dios; otros, judíos religiosos; otros, judíos culturales, que se sienten judíos por el arte judío o la música judía; otros, por su vínculo comunitario; otros, por el idioma hebreo: otros, por su compromiso político; otros, por su pertenencia a un grupo religioso determinado como el judaísmo ortodoxo, conservador, liberal o reconstruccionista. Como dice Woody Allen, “para ser judío no hace falta ser esquizofrénico, pero ayuda.”

La segunda definición, “cualidad de lo que es uno: unidad”, puede ser interesante, ya que el judaísmo es el fundador del monoteísmo. La identidad judía se entendería entonces como una referencia a la unidad, pero no cualquier unidad: el judaísmo instauró un monoteísmo ético.

La tercera definición, al indicar una permanencia, plantea el problema de la inclusión de una posibilidad de cambio en la definición identitaria. ¿Existen características permanentes en la identidad judía? La permanencia ¿permite el cambio?

¿Quién define?

Otro problema de la definición es saber quién define. La imagen que uno tiene de sí mismo es forzosamente diferente a la imagen que los demás tienen de nosotros, desde un punto de vista físico, en primer lugar, y también desde un punto de vista psicológico. Incluso cuando nos miramos en un espejo, la imagen que recibimos no es la que ven los otros. Oscar Wilde cuenta que cuando Narciso murió, alguien consultó a su mejor amiga, la fuente: “¿Era Narciso tan bello como dicen?”. La fuente respondió: “No lo sé: ¡yo me contemplaba en sus ojos!”.

Más allá del aspecto humorístico de esta anécdota, se plantea una cuestión pertinente: tal vez lo que ven los demás en nosotros no sea más que su propio reflejo. Tal vez lo que no me gusta del otro es lo que no me gusta en mí mismo. Esto nos lleva al concepto de identidad positiva o negativa. El Talmud nos dice que no debemos buscar la brizna en el ojo ajeno si tenemos una viga en el nuestro. La facilidad con que vemos en los demás defectos que nosotros mismos tenemos es una característica muy humana. La definición que uno hace de sí mismo suele ser parcial e incompleta. Puede ser también la descripción de lo que me gustaría ser, es decir, el resultado de una confusión entre el deseo y la realidad, o incluso el ideal.

La identidad puede ser dada por los otros. Es cierto que la formación psicológica y el medio ambiente modelan una identidad. Se plantea entonces el tema del lugar que ocupan lo innato y lo adquirido. Sabemos hoy que la educación desempeña un papel fundamental en la definición de la identidad, pero la tradición judía insiste en el libre albedrío y la responsabilidad. Decir que los demás nos definen completamente equivale a admitir una pasividad cierta y abdicar de toda responsabilidad en la propia definición. Por otra parte, la mirada exterior nunca comprende del todo al otro. La mirada interior y la mirada exterior son evidentemente muy distintas.

Si agregamos los adjetivos “positiva” y “negativa” a la idea de identidad, podemos decir que una identidad positiva es constructiva, afirma algo, mientras que una identidad negativa consiste en decir “yo no soy lo que es el otro”.

Elementos fundamentales

Después de estos intentos de definiciones, articularé mis argumentos alrededor de tres puntos:

  • toma de distancia con respecto a la definición sartreana
  • identidad positiva y negativa necesaria: interacción histórica
  • identidad positiva: construcción del futuro

Según la definición de Sartre, son los otros quienes me definen como judío: la mirada del otro, que es a menudo una mirada antisemita, en el pensamiento sartreano. El problema que plantea esta definición es que la palabra “judío” es una etiqueta. Si no es el antisemita quien define al judío, es el otro hostil. El ejercicio consiste en encontrar rasgos negativos comunes. A través de la historia, se pretendió encontrar rasgos físicos y se puso el acento en una relación con el dinero -por los únicos oficios que se permitía a los judíos y que estaban vedados a los cristianos-: se produjo entonces en algunos un deslizamiento conceptual entre el manejo obligado del dinero y la codicia. El antisemitismo puede apoyarse en defectos que existen, como los que muestra el filme “La verité si je mens”, cierto comunitarismo, por ejemplo. Pero ningún grupo está exento de esto. La consecuencia de esta clase de definición es triple: 1) no hay autopercepción, percepción de uno mismo; 2) no hay contenido positivo. La definición se basa en el insulto, o en la caricatura, incluso en el fastidio, no en el pensamiento; 3) se sobreentiende implícitamente que los judíos no existirían sin los antisemitas. Lo único que habría permitido su permanencia sería la violencia contra ellos. Lamentablemente, para algunos esta tesis contiene una parte de verdad. Veamos lo que dice sobre esto André Neher en su libro L’identité juive (Ed.Payot, p.18):

Sólo que el nivel de la persecución, por trágico, y en cierto sentido, por exaltante que sea, no es más definitorio ni definitivo que el del mito o la desfiguración. Reflexiones como las de Sartre, aunque incompletas, muestran que el antisemitismo no es inherente a la condición judía, que es la proyección en el judío, dentro del judío, de la imagen que los demás tienen del judío. Pero lo que nosotros buscamos no es una definición accidental, exterior, sino una definición esencial, interior. ¿Cómo hacer, entonces, para huir del dilema de nuestras reflexiones preliminares, que arrojan al hombre judío a una condición falsa, o injuriosa, o amenazante e incompleta?

Interacciones de la historia

Pero aunque la identidad negativa no es deseable, no podemos decir que el antisemitismo no haya desempeñado históricamente un papel en la constitución de la identidad judía. Podemos remontarnos al relato bíblico del Éxodo, de la salida de Egipto tras la esclavitud. Todos los años repetimos en la liturgia del Séder: bekhol dor vador, “porque no es un solo enemigo que ha intentado exterminarnos, sino que en cada generación tratan de aniquilarnos”. Sin embargo, aquí estamos.

La idea de minoría ha sido una parte constitutiva de nuestra identidad. Sigue siéndolo, ya que el pueblo judío representa menos del 0,25% de la población mundial. La idea de peligro unida al concepto de supervivencia hizo que se fuera a lo esencial, colocando a la vida, hai, en el centro de nuestras preocupaciones. Todavía hoy existen amenazas. El antisemitismo es una problemática actual. Los desplazamientos nos han inducido a llevar lo esencial: el libro de la Torah. El hecho de tener que huir dio origen a la idea del templo portátil. La lucha por la autoafirmación en un contexto hostil tiene sus raíces en la lucha de Abraham y de todos los profetas por mantener el monoteísmo. Abraham, el primer ivri, es un caminante. Él quiere

romper con Sumeria, rechazar la civilización sumeria, protestar contra las torres de Babel. El hombre judío, cuando se siente hebreo, acepta revivir la decisión de Abraham y repetirla; acepta abandonar lo establecido, protestar contra los ídolos, contra la injusticia (Neher).

En consecuencia, se coloca en oposición a su entorno, en negativo. Pero esas luchas estuvieron también en el origen de una inmensa esperanza. El pueblo judío recuerda todos los acontecimientos pasados para aprender las lecciones de la Historia. No se trata de hacer tabla rasa del pasado. El mundo no es el mismo después de la Shoah. Extraemos las lecciones del pasado para entender el presente. Hacemos permanentes referencias a nuestros ancestros, a la tierra de Israel y a los textos. Según una imagen talmúdica, cada generación se encuentra sobre los hombros de la anterior. Pero si bien la identidad negativa tuvo influencia en el judaísmo, no es su único componente.

Construir el futuro

No podemos quedarnos en el recuerdo del pasado y en las definiciones negativas. La contemplación no basta, debemos ir hacia adelante. En vez de decir: los otros me definen, debemos decir: yo me defino, un yo orgulloso, pero sobre todo un yo instruido, capaz de afirmar que el judaísmo aportó el monoteísmo (una referencia ética única), la idea de democracia (tradicionalmente se lee la Torah a igual distancia de todos los fieles), la ausencia de castas y la preeminencia de la educación por sobre la cuna, la abolición de la esclavitud, el respeto por la vida humana al prohibir los sacrificios humanos, igual dignidad de todos los seres humanos, la idea de un día de descanso semanal, el respeto por los animales, la justicia social. Las sociedades occidentales se basan en estos sistemas de valores.

Para finalizar, las definiciones negativas son constitutivas de nuestra identidad, pero no deben tener el monopolio de nuestro ser. Sin duda existe una identidad judía positiva y debemos afirmarla. La Biblia nos da la definición de una identidad positiva siempre en movimiento, que se redefine continuamente en la respuesta de Dios a Moisés cuando éste le pregunta quién es Él: “Eye asher eheyé”, seré quien seré. Esto implica un replanteo permanente. Y por último volvamos a citar a André Neher (ibid., p.12):

No hay clave del judaísmo que no sea profética, puesto que el profeta está en el “cambio de agujas”(Ernest Bloch) de la historia y la utopía, de la realidad de lo ya vivido y la esperanza, no menos realista, del todavía-no pero que está por venir. El devenir judío está en el punto de confluencia de lo que sucedió y lo que sucederá.

Editorial remarks

Esta conferencia fue ofrecida en el encuentro patrocinado por el Diálogo Judeo-Cristiano de Montreal, y es reproducida con la autorización de Ecumenism, n° 146.

Traducción del francés: Silvia Kot