Cuando se dejan implícitas, las hipótesis con las que cada parte de una controversia plantea sus argumentos bloquean las vías del pensamiento y ofuscan el juicio. Permítanme, pues, exponer mis propias hipótesis al abordar una cuestión que ha estado en el centro de muchos debates desde el 7 de octubre (y antes): ¿Es el antisionismo una forma de antisemitismo?
HIPÓTESIS PRELIMINARES
Mi primera hipótesis es que los odios étnicos o raciales se basan en distinciones y jerarquías binarias: cristianos-judíos; civilización-primitivos; blancos-negros. Estas dicotomías están profundamente arraigadas en el lenguaje, las historias y las imágenes, y no desaparecen en sociedades tan aparentemente igualitarias como la nuestra. De hecho, florecen en ellas. Por ejemplo, el antisemitismo ha resurgido con fuerza, especialmente desde el 7 de octubre. Por eso, se pueden usar tropos racistas, sexistas y antisemitas sin una intención consciente de degradar a dichos grupos.
Mi segunda hipótesis es que, por mucho que luchemos contra la esencialización y el odio que conllevan, estas categorías no desaparecen fácilmente: persisten y «se mantienen», aunque sea de forma indirecta y enmarañada. Cuando se derogaron las leyes Jim Crow, los negros pasaron a ser asociados con la delincuencia; cuando el feminismo cambió la legislación, trajo consigo el estereotipo de la mujer ambiciosa y demoníaca. Las dicotomías jerárquicas persisten porque sus patrones cognitivos y emocionales se reencarnan periódicamente en nuevas formas. El antisionismo bien podría ser un ejemplo de una de esas nuevas formas.
La tercera hipótesis es que estas jerarquías están tan profundamente arraigadas en nuestros modos de percepción que se requiere mucho más que una conciencia de sí mismo para deshacerse de ellas. El inconsciente cultural no perdona a nadie, ni siquiera a los miembros de los grupos discriminados. Algunas mujeres pueden ser sexistas, algunos judíos antisemitas y algunos anticolonialistas racistas. Si ese es el caso, es inadmisible el argumento «no puedo ser sexista/racista/antisemita porque soy mujer/negro/judío». Nadie puede estar a priori exento de sexismo o antisemitismo por su género o etnia. El hecho de que muchos antisionistas sean judíos no constituye, en principio, una prueba de que la ideología antisionista no difunda y recicle opiniones antisemitas.
Planteo estas hipótesis para abordar mejor una de las cuestiones más problemáticas en el terreno político: ¿es el antisionismo una forma encubierta de antisemitismo?
CREERLES A LOS GRUPOS MINORITARIOS
La autodenominada izquierda progresista —como Judith Butler, Pankaj Mishra, Masha Gessen (cuyo reciente ensayo en el New York Times «Drawing the Line on Antisemitism» generó una gran polémica) y otros— ha dedicado mucha energía a tratar de distinguir entre el antisionismo como ideología política y el antisemitismo como un sentimiento atroz e irracional. Lo han hecho por dos razones aparentemente buenas, aunque obvias: la primera es que debemos poder condenar las políticas israelíes, cuando merecen nuestra indignación, sin incurrir en la nauseabunda sospecha de ser antisemitas. La segunda es que algunos miembros de las élites judías e israelíes (Netanyahu a la cabeza) han utilizado a veces de forma cínica la acusación de antisemitismo para silenciar las acusaciones de que Israel actúa en contra del derecho internacional, comete crímenes de guerra y no tiene intención de poner fin a una ocupación inmoral. Pero no creo que esto sea lo único que está en juego en la firme insistencia de que el antisionismo y el antisemitismo deben mantenerse separados.
Desde el 7 de octubre, muchos judíos sionistas liberales y de izquierdas se sienten cada vez más incómodos con los usos del antisionismo. ¿Por qué el movimiento de emancipación de los judíos es el único que se cuestiona y se vilipendia 120 años después de su nacimiento? ¿Por qué es Israel el único Estado del mundo cuya existencia se pone en tela de juicio, e incluso es tema de debate en las mesas? ¿Por qué es el rechazo del sionismo tan fundamental para la identidad política progresista? En un mundo plagado de persecuciones, guerras, genocidios, masacres y guerras civiles, la obsesión por señalar los crímenes de Israel como objeto de oprobio no puede sino suscitar la sospecha de que hay algo más en juego que los propios pecados de Israel. Para abordar esta sospecha, necesitamos un método que responda a esta pregunta: ¿El antisionismo discrimina a los judíos (es decir, los trata de manera diferente a otros grupos) y los deshumaniza?
Al tratar de arbitrar si una palabra, un comportamiento o una idea es discriminatoria, sexista, racista o islamófoba, la izquierda progresista, en general, ha cedido ante los miembros de grupos minoritarios. Esta es la única forma lógica de proceder, ya que, si la discriminación o el odio racial benefician a un grupo en detrimento de otro, no podemos permitir que el grupo beneficiado juzgue cuán perjudicial es su propio comportamiento. Si los hombres «sólo» hacen un cumplido o acosan a las mujeres en el lugar de trabajo cuando comentan su apariencia, sólo pueden decidirlo estas últimas, no los primeros. Esta hipótesis se ha convertido en algo universalmente aceptado, excepto en un caso: los judíos.
Muchos judíos insisten en que el lenguaje y la animosidad del antisionismo suelen ser antisemitas, pero estas afirmaciones han sido y siguen siendo misteriosamente desestimadas por la misma izquierda que ha permitido que todos los demás grupos minoritarios definan las ofensas a su dignidad. Por ejemplo, en muchas democracias occidentales, los musulmanes han afirmado con éxito que debates como los relativos a la influencia de los Hermanos Musulmanes en las sociedades occidentales o la opresión patriarcal sobre las mujeres a través del velo son islamófobos y occidentalocéntricos. Por lo tanto, tenemos derecho a preguntarnos por qué no ha ocurrido lo mismo con los judíos. ¿Por qué la izquierda ha permanecido sorda a las protestas de los judíos de que el antisionismo es, si no equivalente al antisemitismo, inquietantemente cercano a él?
Además, que yo sepa, los judíos son la única minoría que es abierta y sistemáticamente sospechosa de manipular su victimización («la Shoah» o «el antisemitismo») para lograr objetivos políticos y simbólicos. Nunca he oído la misma acusación contra otros grupos étnicos o raciales, al menos en el campo liberal. Todos nos estremeceríamos ante la afirmación de que los descendientes de la esclavitud explotan su historia y su victimización para obtener privilegios políticos. Sin embargo, esto es precisamente lo que los progresistas afirman habitualmente sobre los judíos y el antisemitismo, a menudo burlándose y ridiculizando el miedo y el dolor de los judíos.
Entonces ¿por qué existe una asimetría tan discordante entre las voces judías y no judías en su capacidad de usar su memoria histórica y poder designar lo que constituye una ofensa para su grupo? Suponiendo que los progresistas no estén animados por un odio explícito y consciente hacia los judíos, creo que sólo hay una respuesta plausible: aunque los musulmanes (siguiendo con el mismo ejemplo) son demográfica, territorial y económicamente (en riqueza acumulada total) muy superiores a los judíos, se los considera una minoría vulnerable y perseguida, mientras que a los judíos —especialmente cuando se los asocia con Israel— se les niega ese estatus. Si los musulmanes son dos mil millones de personas en el mundo (cerca del 30 % de la población mundial), y los judíos apenas 15 millones (el 0,2 % de las personas que habitan este planeta), estos últimos claramente califican mejor para ser considerados una minoría vulnerable en términos globales. Sin embargo, en las democracias occidentales, los judíos son tratados como un grupo dominante (y «blanco»), una percepción reforzada por el hecho de que se los asocia mentalmente con Israel, un Estado militar victorioso en muchas guerras. Encuesta tras encuesta, tanto en Europa como en Estados Unidos, se ha comprobado que un tercio o más de la población cree que los judíos tienen demasiado poder.[1] Más interesante aún: los jóvenes, que suelen ser más progresistas que las personas mayores, también son más propensos a pensar que los judíos controlan demasiado la economía y los medios de comunicación.
Esta asimetría en el trato que da la izquierda a los musulmanes y a los judíos revela una doble forma de discriminación: considera que el islam necesita protección, a pesar de su alcance territorial y su poder religioso, lo que pone de manifiesto una condescendencia orientalista (proteger al islam no es lo mismo que proteger de la discriminación real y presente a las minorías musulmanas que viven en los países occidentales) y anula la condición de minoría de los judíos, porque se los asocia implícitamente con el poder y la dominación.
Más aún: cuando se ven obligados a legitimar la existencia de Israel, los judíos suelen invocar el argumento del antisemitismo persistente, y este argumento, en la gramática moral progresista, se cancela ipso facto. Se descarta y se recodifica como una «instrumentalización» o «armamentización» (por usar la palabra de moda) de una historia trágica para lavar los crímenes de Israel. El miedo o la denuncia del antisemitismo por parte de los judíos se transforma tautológicamente en una «prueba» o señal de astuta manipulación, lo que automáticamente lo descalifica. Cabe señalar que las astutas maniobras de Irán y otros países musulmanes para descartar y descalificar cualquier crítica al islam político como islamófoba nunca han suscitado una sospecha similar a priori por parte de la izquierda progresista.
ANTISIONISMO CONTEMPORÁNEO
Por lo tanto, podemos afirmar con bastante seguridad que dos tropos clave del antisemitismo tradicional «casualmente» coinciden con los que suelen atribuir a los sionistas y al sionismo: un poder destructivo tentacular y una maliciosa conspiración para eludir la responsabilidad. Estos dos motivos antisemitas clave se han extraído del antisemitismo y se han incorporado al sionismo.
Permítanme citar un documento publicado por la Dyke March en Nueva York en 2025. El documento ofrece una larga enumeración de las causas que merecen la pena y que las Dykes apoyan:
Por la autonomía corporal y la justicia reproductiva; por la liberación de todas las personas oprimidas; a favor de los inmigrantes; neutralidad corporal y aceptación de la gordura; inclusivo con todas las religiones y prácticas espirituales; apoyo a las trabajadoras sexuales; aceptación del sexo y las prácticas sexuales no convencionales; intergeneracional; por la autoexploración; no jerárquico; un lugar para la comunidad y la alegría queer; inclusivo. En esta larga lista de causas que defender, sólo una figura en la lista negra del mal: el sionismo. Juzgue usted mismo:
Antisionistas: nos oponemos a la ideología política nacionalista del sionismo, especialmente tal como se promueve en las instituciones estadounidenses, que sigue utilizándose para someter, desplazar y marginar al pueblo palestino. El antisionismo rechaza la noción imperialista de que la autodeterminación de un pueblo pueda utilizarse para justificar la desigualdad institucional, el desplazamiento forzoso de una población local o la limpieza étnica y el genocidio de otro grupo étnico y cultural. Distinguimos firmemente entre la oposición al sionismo como ideología política y el antisemitismo. Nos oponemos al antisemitismo en todas sus formas y reconocemos que el pueblo judío ha sufrido una opresión histórica y continua. Nuestra crítica se dirige a un sistema político y una ideología, no al pueblo judío ni al judaísmo.
Cabe señalar que se repite la distinción superficial entre antisionismo y antisemitismo para prevenir acusaciones de antisemitismo y silenciar a los judíos que podrían sentirse menospreciados u ofendidos por el hecho de que, en la larga lista de aflicciones que condenan y destruyen al mundo, sólo Israel y el sionismo merecen ser mencionados. Ni el cambio climático, ni la guerra nuclear, ni la brutal opresión de las mujeres en Afganistán, ni la guerra de Rusia contra Ucrania, ni el hambre en el mundo y las enfermedades mortales prevenibles, ni los millones de personas desplazadas y asesinadas en la República del Congo. Sólo Israel y el sionismo. Esto debería dejarnos estupefactos.
Aún más interesante es la confusión y la equivalencia que establece el documento entre el sionismo y las políticas israelíes. De hecho, no es el sionismo el que respalda las políticas israelíes, sino el antisionismo el que confunde a Israel con sus políticas, transformando el sionismo en una lógica histórica malévola, una esencia maligna. Que yo sepa, ningún movimiento nacional que represente a un pueblo se ha convertido en un principio generador del mal. Por ejemplo, la partición de la India y la creación de varios Estados en Europa del Este obligaron a millones de personas a abandonar sus hogares, pero esos nacionalismos no se han convertido en ideologías demoníacas, ni los estados resultantes en entidades demoníacas. Naciones comunistas como Camboya o China, responsables de una cantidad inconmensurable de muertes brutales, no han sido esencializadas y demonizadas por la izquierda liberal como sí lo han sido el sionismo e Israel en consignas como «el sionismo es racismo» o en la acusación de «genocidio» que comenzó a circular apenas tres días después del 7 de octubre (véase, por ejemplo, Riyad Mansour, enviado palestino ante la ONU).
Bob Vylan, un cantante punk inglés, resumió concisamente cómo se ve a los israelíes cantando sobre el escenario: «Muerte, muerte al ejército israelí». Israel es la única nación cuyos ciudadanos son boicoteados (es una tradición antigua: los «guetos» fueron las primeras formas de boicot) y cuya muerte es pedida públicamente y aplaudida por un público entusiasmado. Esto se debe a que el sionismo constituye una marca de infamia, y el antisionismo se ha convertido, en palabras del académico marxista Steve Cohen, en algo trascendental, una oposición de principios a Israel, independientemente de sus políticas y acciones.
Dado que el sionismo les devolvió a los judíos su sentido del orgullo y les permitió caminar con la frente en alto, convertir el sionismo en un delito equivale, para los judíos, a convertir el orgullo gay o la dignidad negra en fuentes de vergüenza. Quizás esta sea la razón por la que los progresistas piden que se distinga entre sionistas y judíos, entre antisionismo y antisemitismo. Conscientes de que el antisionismo vilipendia una fuente de orgullo judío, intentan eludir y ocultar lo obvio: separar el sionismo de la identidad judía es como querer comer el trigo sin la paja. El sionismo y la identidad judía están tan íntimamente relacionados que sólo una buena dosis de mala fe y autoengaño puede fingir lo contrario.
Sin embargo, la izquierda progresista ha desplegado una enorme energía para intentar convencernos de que los bundistas antisionistas de antaño, que creían que los judíos superarían el antisemitismo mediante la autonomía cultural en Europa, son los mismos que entonan cánticos de muerte contra Israel (muchos de los bundistas fueron asesinados por Hitler o Stalin, lo que supuso un golpe decisivo, tanto literal como figurado, a su filosofía integracionista). El intento de separar el antisionismo del antisemitismo, por un lado, y de considerar a los antisionistas contemporáneos que piden el desmantelamiento de Israel como bundistas benignos, por otro, ha creado una tremenda (e intencionada) confusión con cuatro efectos tangibles.
En primer lugar, dificulta que los judíos establezcan los límites e incluso la realidad de los delitos cometidos contra ellos, como ha sido el caso con otros grupos minoritarios. Los judíos ya no pueden establecer las condiciones para su dignidad.
En segundo lugar, la distinción entre antisionismo y antisemitismo hace que los judíos sólo sean aceptables si renuncian al sionismo, de forma muy similar a como los cristianos les exigían a los judíos que renunciaran a su fe y a su identidad para ser perdonados.
En tercer lugar, al sospechar que toda denuncia de antisemitismo es una maniobra para servir a los intereses de Israel, la izquierda progresista crea un circuito cerrado: establece las condiciones tautológicas para eximirse a priori de cualquier acusación de odio étnico, racial y religioso contra los judíos, al tiempo que reproduce el tropo antisemita de los judíos como agentes intrigantes, manipuladores y destructivos.
Por último, la distinción entre antisionismo y antisemitismo amplía el espacio conceptual del antisemitismo: la brecha que aparentemente crea entre una opinión política y el odio ilegítimo oscurece la continuidad entre ambos y le infunde nueva vida al antisemitismo. Crear un nuevo espacio conceptual para el antisemitismo es precisamente lo que ha logrado el artículo de Gessen. Según Gessen, los disparos contra dos miembros del personal de la embajada israelí frente al Museo Judío Capital, en Washington D.C., el 21 de mayo, y el lanzamiento de bombas incendiarias contra una manifestación proisraelí en Boulder no fueron actos antisemitas, sino que estaban «inextricablemente» relacionados con Gaza, es decir, no estaban motivados por el odio, sino por opiniones políticas. Lo que está en juego en la tesis de Gessen es la transmutación del odio étnico en una opinión política respetable.
CONCLUSIÓN
Debemos terminar de una vez por todas con la doble patraña de que el sionismo equivale a apoyar las políticas israelíes y que el antisionismo y el antisemitismo son radicalmente diferentes: uno legítimo y el otro atroz. De hecho, aunque no son equivalentes, sin duda tienen un «aire de familia». El antisemitismo le proporciona al antisionismo algunas de las palabras clave de su léxico y los principios clave de su gramática moral. El antisemitismo es la vía por la que el tren rápido del antisionismo puede circular cómodamente. La mayor parte del antisionismo organizado actual no se basa en una idea política. Ni siquiera es una ideología. Es una forma de odio.
Un gran número de judíos, entre los que me incluyo, no tenemos ningún problema en ser sionistas y condenar con la mayor firmeza posible la inhumanidad de la guerra que se ha librado en Gaza y la inmoralidad de la Ocupación.[2] No tenemos ningún problema en identificar el cinismo y la toxicidad de Netanyahu, y sin embargo nunca cuestionamos la existencia de Israel. Netanyahu no invalida la existencia de Israel, como Putin no invalida la de Rusia. Los judíos no «utilizan como arma» el antisemitismo para alcanzar sus objetivos más de lo que los musulmanes «utilizan como arma» la islamofobia para ganar puntos y obtener ventajas estratégicas en el ámbito político. Convertir esa utilización como arma en una negación del antisemitismo y un llamamiento a la liquidación de Israel es, sin embargo, tanto prejuicio como odio.
No existe ninguna conexión lógica entre condenar las acciones inmorales de Israel o el cinismo de Netanyahu, por un lado, y el antisionismo, por otro. Ser sionista significa ni siquiera preguntarse si Israel, un Estado muy defectuoso e imperfecto como la mayoría de los Estados, es legítimo, del mismo modo que uno no se pregunta por la legitimidad de Portugal, Pakistán o Brasil (y los progresistas no cuestionan la validez de países que violan repetidamente las normas internacionales, como Rusia y China). Pero para el antisionismo, esta es una pregunta válida, el único Estado de los judíos es el único, entre todos los Estados, que debe ser «desmantelado», física o simbólicamente, y el único Estado cuyos ciudadanos deben ser excluidos de la gestión de los asuntos humanos, es decir, boicoteados. El antisionismo convierte el odio a los israelíes en una señal de virtud.
La afirmación de que el antisionismo es totalmente distinto del antisemitismo es cognitivamente inverosímil y moralmente fraudulenta. Imaginemos por un momento que todo un movimiento intelectual apoyara el desmantelamiento de las naciones africanas, las rechazara y las convirtiera en parias, las vilipendiara obsesivamente con el pretexto de sus guerras interminables y, al mismo tiempo, jurara por todos los cielos que tal postura no es racista... La mayoría de la gente difícilmente se dejaría engañar. Sin embargo, esto es precisamente lo que ha hecho el antisionismo. Ha tenido éxito porque los sionistas son judíos y porque existe una larga tradición de excluir y demonizar a los judíos. Les niega a los judíos una dimensión clave y esencial de su existencia y su autodefinición; exige que los judíos renieguen de un componente profundo de sí mismos y de su identidad. Más aún: como han demostrado las reacciones al 7 de octubre, y como deja dolorosamente claro el artículo de Gessen, lo que al parecer hace el antisionismo es que el asesinato de judíos sea, si no legítimo, al menos, menos inaceptable.
Existe una continuidad semántica entre las formas en que se vilipendiaba a los judíos en un mundo cristiano que los asociaba con el deicidio, el derramamiento de sangre gentil —especialmente de niños— y el asesinato ritual, y la visión de Israel como un pueblo singularmente destructivo y criminal. Una ideología secular cuyo objetivo era restaurar la dignidad y la independencia de los judíos ha sido señalada como portadora de una culpa y una maldad radicales sin igual. Ningún eslogan logrará ocultar lo obvio: el antisemitismo le proporciona al antisionismo su combustible y su pasión, su semántica y sus arquetipos. Si la ideología «woke» ha marcado un progreso moral, es precisamente en hacernos conscientes de que la misoginia, la homofobia y el racismo tienen estructuras profundas. Si esto es cierto para ellos, no lo es menos para el antisemitismo.
Ha llegado el momento de desenmascarar la impostura, porque el antisionismo trascendental es profundamente ofensivo para muchos o la mayoría de los judíos y no sirve a la causa palestina. Nos impide alcanzar los urgentes objetivos que tenemos por delante: detener la destrucción imprudente de Gaza por parte de Israel, reconstruir la Franja, brindarles a los palestinos un futuro humano y crear una paz regional duradera, y garantizar un futuro liderazgo gazatí sin intenciones genocidas contra Israel. Mientras nuestro lenguaje siga contaminado por el antisemitismo, y mientras el antisionismo siga confundiendo perniciosamente la crítica a Israel con su demonización, sólo nos alejaremos aún más de estos objetivos.

