El papa Francisco y la Ley judía (Torá)

El papa Francisco acepta la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, pero aún no se ha desprendido totalmente de las enseñanzas de dos milenios de desprecio.

Estos artículos se publicaron en Sightings, el 14 de octubre de 2021.


Las raíces de la actual controversia

John T. Pawlikowski

En agosto de 2021, el papa Francisco ofreció dos discursos en sus habituales audiencias públicas de los miércoles, centrados en la Epístola a los Gálatas. En el discurso del 11 de agosto, declaró que la Ley judía o Torá ya no daba vida. Esta afirmación papal fue recogida por algunos medios de comunicación seculares como Reuters.

La impresión que esta aseveración papal les dio a personas clave en el diálogo católico-judío fue que el Papa estaba repudiando el capítulo cuatro de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con los no cristianos. Nostra Aetate, contrariamente a lo que ha enseñado durante siglos el catolicismo, afirma la validez permanente de la Alianza judía. El difunto teólogo canadiense Gregory Baum calificó este cambio como el giro más radical en el magisterio ordinario de la Iglesia surgido del Concilio. Decir que la Torá judía no sigue siendo una tradición espiritual vital equivale a rechazar la validez del judaísmo como tal, ya que la Torá constituye el núcleo de la tradición judía, independientemente de las diferentes interpretaciones que puedan hacer de ella los judíos contemporáneos.

La declaración papal también pareció ignorar más de medio siglo de interpretación bíblica que ha transformado nuestra comprensión del enfoque de Pablo sobre la viabilidad permanente de la Torá. Esta nueva interpretación ha transformado la imagen de Pablo de un opositor acérrimo a la Torá a otra en la que aparece como un observador personal de la Torá, que es considerada dadora de vida aunque él no les ordenara su práctica a sus conversos gentiles.

Este cambio fundamental en la perspectiva sobre Pablo y la Torá fue encabezado por notables estudiosos bíblicos como E.P. Sanders y Krister Stendahl, el obispo luterano de Estocolmo y profesor en la Harvard Divinity School. Un comentario realizado por el padre Raymond Brown en una conferencia en Chicago poco antes de su muerte capta la esencia de un cambio significativo en la investigación bíblica desde una percepción de Pablo como un feroz oponente al judaísmo a una en la que tiene al judaísmo en alta estima. El padre Brown, uno de los más prominentes biblistas de nuestra época, dijo que después de muchos años de reflexión, estaba convencido de que si Pablo hubiera tenido un hijo lo habría circuncidado. Dicho de otro modo, Pablo aún consideraba la observancia de la Torá como una parte valiosa de su identidad fundamental y algo que seguía dando vida, aunque estaba dispuesto a eximir a los gentiles de su plena observancia. 

Como consecuencia de los informes periodísticos sobre la declaración del papa Francisco, le enviaron cartas al cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión de Relaciones Religiosas con los Judíos de la Santa Sede, los líderes de dos organizaciones judías encargadas del diálogo con el Vaticano: el rabino Ratzon Arussi, presidente de la Comisión del Gran Rabinato de Israel para el Diálogo con la Santa Sede, y el rabino David Sandmel, vicepresidente del Comité Internacional Judío para Consultas   Interreligiosas con sede en Nueva York. Ambos rabinos le escribieron al cardenal Koch para pedirle que el Vaticano aclarara si el papa Francisco había representado a la Torá como obsoleta y carente de valor espiritual.

Además de las cartas formales, el rabino Daniel Polish, que participa desde hace muchos años en el diálogo católico-judío, escribió en la revista America que la catequesis del Papa era hiriente para sus amigos judíos y directamente contradecía a Nostra Aetate. Los comentarios del papa Francisco parecían  reafirmar la vieja teología de la sustitución que sostenía y argumentaba que el cristianismo había sustituido al judaísmo en la relación de Alianza con Dios. El rabino Riccardo Di Segni, gran rabino de Roma, expresó preocupaciones similares en una carta a un importante periódico italiano. 

En general, los medios de comunicación solo destacaron las expresiones judías de preocupación por la catequesis papal. Es importante subrayar que varias personas, entre las que me incluyo, ampliamente involucradas en el diálogo católico-judío, compartieron las preocupaciones judías. También compartieron los sentimientos de las cartas y los artículos judíos. 

El cardenal Koch respondió a las cartas formales judías a principios de septiembre. Su respuesta fue distribuida a los medios de comunicación y se publicó en el sitio web del Vaticano. Esa respuesta asegura enérgicamente que el papa Francisco tiene un profundo respeto personal por los judíos y el judaísmo y por su permanente importancia espiritual. No dudo de esa afirmación. Pero creo que, a la luz de sus declaraciones erróneas, debe integrar su respeto personal por la tradición judía con una clara declaración de que la teología de la sustitución ha muerto y fue reemplazada en el Concilio Vaticano II, con un apoyo claro al concepto conciliar del judaísmo como una religión vital, que da vida. El Papa ha iniciado ese esfuerzo en sus recientes discursos a las comunidades judías de Hungría y, sobre todo, de Eslovaquia. Pero sigue siendo necesaria una declaración mucho más completa. En su discurso de la Audiencia General del 29 de septiembre, el papa Francisco dio un paso en esa dirección al insistir en que sería un error pensar que la Ley mosaica hubiera perdido su valor. Permanece como un don irrevocable de Dios. Pero su declaración anterior de que la Ley mosaica ya no da vida debe ser rechazada explícitamente y reemplazada claramente por la formulación del discurso del 29 de septiembre. 

*****

Sobre la necesidad de identificar, deconstruir y renovar actitudes inconsistentes hacia los judíos en la enseñanza católica

Malka Z. Simkovich

La reciente referencia del papa Francisco a la Ley mosaica como una ley que no da vida es la última observación de una sucesión de comentarios que evocan viejos estereotipos sobre la ley judía y los fariseos. Esos comentarios invitan a los católicos a trazar una línea recta desde las personas codiciosas y explotadoras de hoy hasta los fariseos del primer siglo, y a trazar otra línea recta de vuelta hacia los judíos contemporáneos. Además de su naturaleza obviamente problemática, esos comentarios desorientan, ya que en muchos sentidos, el Papa se ha comprometido a ser un amigo confiable de la comunidad judía mundial. Se ha esforzado por mantener buenas relaciones con los líderes de las comunidades judías y ha hecho comentarios positivos sobre el judaísmo contemporáneo, e incluso coescribió un libro con su amigo el rabino Abraham Skorka. El 29 de septiembre pasado, el Papa pronunció una catequesis sobre Gálatas 9 en la que declaró que los católicos “no deben concluir… que para Pablo la Ley mosaica ya no tenga valor; esta, de hecho, permanece como un don irrevocable de Dios”. ¿Qué debemos hacer con estas contradicciones? 

Las tensiones en las homilías, los discursos comunitarios y la persona pública del Papa me sugieren que no alberga una animosidad arraigada hacia el judaísmo o el pueblo judío. Esas contradicciones son producto de enseñanzas contradictorias que seguirán sin resolverse a menos que sean identificadas, deconstruidas y renovadas con vistas a lograr una completa uniformidad.

Aun siendo incoherentes, todos los comentarios del Papa tienen raíces poderosas. Por un lado, Nostra Aetate se retractó efectivamente de la antigua acusación de deicidio contra el pueblo judío e insistió en que la Alianza divina entre Dios e Israel permanece intacta (aunque la exacta naturaleza de la situación de los judíos ante Dios sigue siendo ambigua). La Iglesia también ha tomado medidas para asegurar que las enseñanzas de Nostra Aetate fueran adecuadamente implementadas publicando documentos que explican de qué manera deben hablar los católicos sobre el pueblo judío en contextos homiléticos. Y sin embargo, las enseñanzas antijudías son endémicas en la Iglesia. Las lecturas del leccionario tienden a enfrentar la tradición judía (y, por extensión, a los judíos contemporáneos) con la tradición cristiana (y, por extensión, con los cristianos contemporáneos) al yuxtaponer pasajes del Antiguo Testamento sobre legalidades rituales con pasajes del Nuevo Testamento que parecen rechazar el culto del Templo. Esas yuxtaposiciones sugieren la naturaleza obsoleta—o peor, de un particularismo poco ético — del judaísmo. También siguen existiendo problemas en la liturgia católica. Aunque la exhortación a orar por los “pérfidos judíos” en el Viernes Santo, por ejemplo, ha sido eliminada, algunos católicos tradicionales todavía dicen esas plegarias y subsisten otros pasajes litúrgicos problemáticos. En muchas misas dominicales, se sigue representando falsamente a los judíos y al judaísmo, utilizando pasajes del Nuevo Testamento para caracterizar erróneamente al judaísmo como una religión que, en el primer siglo, perseguía o descuidaba a las mujeres, a los gentiles, a los enfermos y a los pobres. El rebajamiento de Nostra Aetate apenas ha comenzado, y la animosidad hacia el judaísmo y el pueblo judío sigue siendo sistémica.

Muchos de mis amigos judíos que tienen vínculos sociales con católicos han encontrado estas contradicciones. A menudo, algunas amistades son afectadas por actitudes hacia el judaísmo que provienen directamente de las enseñanzas del Adversus Judaeos. Mi marido recuerda con bastante desconcierto que, cuando estudiaba en una escuela secundaria judía privada de Boston, donde jugaba al básquet, los partidos contra una escuela católica eran interrumpidos por aficionados de esa escuela que lanzaban monedas a la cancha desde las tribunas como una provocación que sugería que los jugadores judíos dejarían de jugar para agacharse a recoger las monedas. Pero esta historia debe verse en el contexto de la amistad: una escuela judía y una escuela católica se habían asociado en la colaboración y el espíritu deportivo. Considerar al “incidente de las monedas” como un enfrentamiento entre dos rivales es no entender la manera en que los judíos y los católicos han construido amistades sociales genuinas en los últimos años.

Yo me encuentro habitualmente con estas contradicciones en mi propia enseñanza. Una vez les pedí a los alumnos de mi curso de Introducción al Judaísmo que me dieran definiciones del judaísmo. Un estudiante citó a un sacerdote italiano que, años antes, les había relatado a él y a sus compañeros frailes la siguiente parábola: Dos hombres navegan por un río, uno junto al otro, cada uno en su propia góndola. Mientras la corriente los impulsa hacia su destino, uno de los hombres mira hacia adelante, muy atento a los obstáculos cercanos para mantener su rumbo y el otro gira compulsivamente la cabeza hacia atrás, buscando su punto de partida. “Ese”, les explicó aquel sacerdote a los frailes, “es el judío”. El estudiante que compartió en forma acrítica esta historia con mi clase fue uno de mis mejores estudiantes y apreciaba profundamente el contexto judío de Jesús.

Hay una capa secundaria de incoherencia en la actitud del papa Francisco hacia los judíos. Si bien participa en el discurso público sobre el racismo, la inmigración y el derecho de todas las personas a vivir con dignidad, el Papa aún no ha abordado en forma integral el creciente antisemitismo como parte del proyecto para enfrentar el racismo y el odio social. El antisemitismo permanece fuera de los debates católicos que se refieren a la justicia social. Me resulta extraña la ironía de que los católicos se dediquen al antirracismo y no sientan, sin embargo, la urgencia de abordar el antisemitismo. 

Como muchos de sus electores, el papa Francisco acepta las enseñanzas del Concilio  Vaticano II y al mismo tiempo no se ha desprendido del todo de dos milenios de las enseñanzas del desprecio que enfrentó al cristianismo con la tradición judía. Mi decepción no se debe al hecho de que el Papa se haya referido repetidamente a los fariseos de maneras incorrectas, sino a que no sondeara sus incoherencias  y considerara de dónde provienen. El trabajo duro no consiste en evitar declaraciones que ofendan a la comunidad judía, sino en cavar hondo —y al hacerlo, alentar a todos los católicos a cavar hondo— para descubrir los antiguos prejuicios contra el judaísmo y colocarlos junto a las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Solo entonces podrán trabajar los católicos para construir una actitud consistentemente positiva hacia los judíos que se exprese en todas las formas de la enseñanza y la oración católicas.

Editorial remarks

* El padre John T. Pawlikowski, OSM, Ph.D es profesor emérito de Ética Social en la Catholic Theological Union de Chicago y exdirector de su programa de Estudios Católico-Judíos.

La Dra. Malka Z. Simkovich es la titular de la cátedra Crown-Ryan de Estudios Judíos y directora de Estudios Católico-Judíos de la Catholic Theological Union.

Agradecemos su gentil autorización para traducirlos y publicarlos en nuestro website.

Traducción del inglés: Silvia Kot.